tag:blogger.com,1999:blog-81301716768148901992024-03-05T19:18:15.765-08:00Un deseo escritoHistorias, relatos, ficciones.Unknownnoreply@blogger.comBlogger105125tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-62268954446017981042021-01-27T11:30:00.007-08:002023-07-20T12:50:45.380-07:00Charla<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Se detuvo en una esquina, entre el cruce de las avenidas que solíamos cruzar cuando estudiábamos juntos, y dijo: «Aquí fue». Alzó la mirada, hizo un gesto tratando de recordar y añadió: «Aquí fue la última vez que la vi», y siguió caminando a paso lento. Yo volví la mirada a la esquina e imaginé la escena de Esteban con Mesalina y fue como si la hubiera presenciado. «Han pasado ocho, nueve años, creo, ya no estoy tan seguro», agregó. Le seguí el paso y vi su rostro con signos de cansancio. Habíamos caminado desde la barra de Chacarilla hasta el Parque de la Amistad, después de haber quedado en vernos allí para tomarnos unos tragos, como en los tiempos de la universidad. «Mesalina se fue a España solo unos meses después de acabar la carrera», siguió contando, y yo la recordé en clases al lado de sus amigas, risueña, amable, estudiosa. No habíamos sido buenos amigos, pero sí compañeros en varios cursos. Esteban y ella habían estado juntos los últimos años de la universidad y vivían su mundo, un mundo que pocos conocían, incluso yo que era uno de sus mejores amigos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nos detuvimos en una tienda. Entré, coloqué la muñeca en la máquina receptora, la voz confirmó el pago y recogí un par de cigarrillos. Mientras hacía eso, pensaba en lo que me había dicho. «¿Por qué no te fuiste con ella?», se lo pregunté al salir, después de darle uno y prenderlo. Lo pensó un momento, mirando al vacío, y dijo: «Cuando acabó la universidad, encontré un buen trabajo. Y cuando me lo dijo, allá, en la esquina por la que pasamos, no supe qué hacer. Ya tenía su pasaje comprado. Nunca me incluyó en sus planes». Lo miré entre compasivo y absorto. A pesar de los años, noté que recordar esos momentos le seguía afectando, porque miraba a la nada y hablaba lento, como si imaginara la escena y pudiera hacer algo por cambiarlo. Le palmé el hombro. «Habrá tenido sus motivos», le dije. «A veces no lo entendemos y solo queda aceptarlo», acote, tratando de apaciguar el recuerdo. Asintió y se quedó pensando. «Por cierto, ¿recuerdas las semanas de la facultad? Pasar por la universidad me hizo recordarlo. Buenas épocas», le dije, para cambiar de tema. Sonrió. «Claro, el chino Rivera traía harta chela en su carro, nadie se daba cuenta», replicó. «Y esas eran las previas. ¿De dónde sacábamos tanta energía? Nos amanecíamos estudiando, íbamos a trabajar y, en la noche, saliendo de los exámenes, no faltaban sus respectivas», dije, riendo. «Era nuestra recompensa», añadió, y reímos juntos recordando esos momentos, como los conciertos de cada facultad, las reuniones que se armaban después de los exámenes, las chupetas a los alrededores de la universidad y las aventuras fugaces que cada uno tenía. «¿Qué sabes de Julieta, de Romina y de Thalía? Desde que acabó la universidad y empezó la pandemia, no supe nada de ellas», dijo. «Yo estuve saliendo con Thalía unos meses, antes de empezar la pandemia. Fue curioso, nunca nos animamos en plena carrera, pero sí cuando acabó. Tal vez buscábamos lo mismo sin interferir en los estudios», dije. «¿Y qué pasó luego?», preguntó. «Cuarentena», dije. «Todo comenzó a ser virtual, nos vimos una que otra vez pero ya no se podía como antes. Pasó el tiempo y nos alejamos, como suele pasar. Pero todavía seguimos siendo amigos. De las otras chicas no sé nada, solo lo que veo en sus redes», concluí. «Sabes, ahora me doy cuenta que desde lo de Mesalina me alejé un poco de todos», dijo. «El tiempo pasa rápido, ¿no?», añadió. «La pandemia lo cambió todo. Quién iba a pensar que nos tomaría cerca de tres años volver a la normalidad. Me cuesta creer la cantidad de vidas que se perdieron», siguió. «Fueron tiempos difíciles», dije. «Recuerdo muy bien el último verano antes de que empezara todo. En especial, la fiesta en mi casa. Sin pensarlo, esa fue la despedida con la gente», dije. «Y estuvimos casi todos los del grupo: Romero, Espinoza, Morales, Fernández. Además, creo que fue la última fiesta a la que fui con Mesalina», agregó. «Y la mía con Thalía», dije. Nos quedamos callados un momento. Recordamos en segundos todo lo que vino después. El confinamiento, las medidas, los protocolos y todas las muertes que hubo en ese entonces. Despertamos del trance. Ya había pasado casi una década de ese maldito 2020 y era mejor dejarlo allí. Esteban sacó su celular y vio la hora. «Me tengo que ir, Gianella me está esperando, seguro ya acostó a las nenas», y pidió un taxi desde su aplicativo. «Gracias por la charla, hermano, tenía tiempo sin caminar por aquí», añadió, y nos apretamos la mano. «Gracias a ti, mi hermano, hace tiempo que quería conversar contigo. Saludos a Gianella y a tus hijas», le dije, y nos dimos un abrazo. Al rato llegó su taxi, entró, me miró con un gesto cómplice y me dijo: «Se tiene que repetir, hermano». «De todas maneras», le respondí, y el taxi avanzó, perdiéndose entre el tráfico y las calles.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Vi la hora y seguí caminando, pensando en todo el tiempo que había pasado. Recordé a los amigos, a los amores, a las personas con las que compartí mi tiempo y que dejaron algo en mí. Pensé y pensé y apareció nuevamente ella. No la había olvidado. Su bello rostro, sus labios, sus manos suaves y su aroma, era ella. La recordé en silencio, la amé de nuevo y quise, como Esteban, volver al momento exacto y cambiarlo todo. Y entonces, una llamada me despertó. Era Jimena, mi esposa. Le dije que ya estaba en camino. Tomé un taxi al estacionamiento, subí al carro, acomodé el espejo retrovisor, respiré con calma en el asiento y me fui.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcnPZG8j1HMDI0O8DXgIWtqamrZ6W_3EQHwJpUZS1s4j66KbDR5ai14CbvbULP0n4Dv6AUmoXN3N7TlhBtJ_LlkxAFnGknKZb4DIY4pnNCCdUdaNhadRaup37s4dcjsX5jVSy_SD7YROs/s900/F100007884.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="900" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgcnPZG8j1HMDI0O8DXgIWtqamrZ6W_3EQHwJpUZS1s4j66KbDR5ai14CbvbULP0n4Dv6AUmoXN3N7TlhBtJ_LlkxAFnGknKZb4DIY4pnNCCdUdaNhadRaup37s4dcjsX5jVSy_SD7YROs/s320/F100007884.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-57527880526584660502020-03-17T10:40:00.010-07:002023-07-20T12:53:11.936-07:00Día 1: Cuarentena<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">El domingo 15 de marzo a las 8 de la noche, el presidente Martín Vizcarra dio un mensaje a la nación. Anunció, por decreto, que el país entraba en estado de emergencia debido a la epidemia del COVID-19. A partir del lunes 16, las medidas tomadas por el presidente y el consejo de ministros serían las del aislamiento social obligatorio, la suspensión de los derechos constitucionales y el cierre de las fronteras por 15 días.</span></div><span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">El día 1, lunes 16, la gente salió entre incrédula y confundida. Las medidas dadas por el gobierno debido al brote del COVID-19 fueron tomadas, por algunas personas, con indiferencia. La falta de información y la apatía de la gente no solo se debía a un problema moral y cultural, sino que visibilizaba otro gran problema real: la informalidad y la precarización laboral en el trabajador peruano. Algunas empresas, socialmente responsables, informaron a sus trabajadores que debían mantenerse en casa y realizar su trabajo desde allí. Otras suspendieron sus labores y mandaron a sus trabajadores a casa con goce de haber. Sin embargo, muchos otros trabajadores no tuvieron la misma respuesta. Algunas empresas, de forma repudiable, empezaron a obligar a renunciar a sus empleados, en otras palabras, a despedirlos. A otros los mandaron a casa con la excusa de que eran vacaciones adelantadas, y otras siguieron operando haciendo caso omiso a las medidas tomadas por el gobierno y poniendo en peligro a sus trabajadores. Pero el problema real y más preocupante recaía en los trabajadores independientes, aquellos quienes viven el día a día para poder llevar comida a sus hogares. Ellos, en un país informal como el Perú, se vieron amenazados con las medidas, y al no tener otra opción, siguieron saliendo a las calles para ganarse la vida.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">Al mediodía, el presidente dio un nuevo mensaje a la nación, enfatizando que las medidas se irán regularizando con el pasar de las horas para restablecer el orden y el bienestar de todos. Habló de las empresas que habían tomado las medidas adecuadas para facilitar a los trabajadores la cuarentena y exhortó a la población a mantener la calma y, sobre todo, a quedarse en casa. Dijo que los mercados estarían abastecidos así como también las farmacias. Que solo una persona por familia puede salir a hacer las compras con un pase de tránsito y que las familias en extrema pobreza recibirán un bono de 380 soles para su consumo durante los 15 días de cuarentena.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">La población escuchó atentamente y varias dudas fueron despejadas. Sin embargo, mucha gente siguió saliendo. Los supermercados se llenaron y se llevaron todo lo que pudieron. En algunos pueblos jóvenes empezaron haber reportes de saqueos. El pánico pudo más y las fuerzas armadas empezaron a tener más presencia en las ciudades. Salieron a las calles con la misión de restablecer el orden e informar a la población de que el día martes solo podrán salir los médicos, policías y periodistas, además de aquellos que tengan su pase de tránsito para hacer las compras y los trabajadores que llevan a cabo esta actividad. Y que, caso contrario, serían detenidos y llevados a la comisaría más cercana por el delito contra la salud y la seguridad pública. También informaron que los únicos medios de transporte disponibles serían la línea del tren y el metropolitano. Por lo tanto, todas las líneas informales que abundan en la ciudad no podrían salir.</div><div style="text-align: justify;"><br /></div><div style="text-align: justify;">En la noche las calles estuvieron vacías. Todos los establecimientos de comida y otros servicios, así como los de entretenimiento, se encontraban cerrados. Las redes sociales estuvieron más activas que nunca, así como los medios, informando pero también, en algunos casos, de manera irresponsable, alarmando a la gente. A las 12 de la noche se cerraron las fronteras, nadie podía salir ni entrar del país. La vida real empezaba a verse como una mala película de ficción.<br /><br /></div></span><div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjtlcjwrMcm8a_GQ-M0TuWt9qjkAEfeJK0ez_XElSYCIURSA0eYSLdc-dDkX1kfXK16McCQtCX-wTNA83AUvQ2KBYxS_wsH2oPYH6EKFplwTPpfcnKcF-ppeWtj5gsRoQJRpEC11GS-JUmHsuFdXewmHEcxLu9krrSiLkLbZGwXYnY3gRe8FA-YqHOq=s980" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="653" data-original-width="980" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/a/AVvXsEjtlcjwrMcm8a_GQ-M0TuWt9qjkAEfeJK0ez_XElSYCIURSA0eYSLdc-dDkX1kfXK16McCQtCX-wTNA83AUvQ2KBYxS_wsH2oPYH6EKFplwTPpfcnKcF-ppeWtj5gsRoQJRpEC11GS-JUmHsuFdXewmHEcxLu9krrSiLkLbZGwXYnY3gRe8FA-YqHOq=s320" width="320" /></a></div><p></p></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-85834640023577982082020-02-10T22:12:00.038-08:002023-07-20T12:55:45.539-07:00Pacto<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nos vimos en varias ocasiones. Ella me detestaba y yo a ella, pero ahí estábamos, en el mismo lugar de siempre, actuando más y hablando menos, porque cuando empezaban los reclamos, no había guerra más larga que la nuestra, y ambos lo sabíamos. Por eso evitábamos a toda costa hablar de nosotros, del pasado, de lo que pudo ser y no fue. Por ejemplo, ya no me preguntaba qué era de mi vida, si estaba con alguien o no. Y yo seguía el mismo juego, que lo entendimos al saber que estábamos de acuerdo en no estarlo. Era la única forma de llevarnos bien, de convivir a pesar de nosotros. Recuerdo que una vez le dije que de haberlo sabido antes, tal vez hubiera funcionado. No se rio, como pensé que haría, y volvimos al juego de viajar en el tiempo, de recordar la primera vez que la engañé, la primera vez que me engañó, que se vio con mi mejor amigo a escondidas y que yo hice lo mismo con su mejor amiga. «¿Qué clase de amigos tenemos?», pregunté aquella vez al recordarlo. «Dignos de nosotros, tal vez», respondió, sin una pizca de duda. Eran ratos de silencios compartidos, de miradas ocultas, donde reflexionábamos juntos y, curiosamente, donde había mayor complicidad. Ella siempre quiso entenderlo todo y yo nunca quería darle respuestas. A mí me gustaba dejarla con la duda porque adoraba sus gestos cuando se llenaba de curiosidad. Empezaba a llenarla de besos para que lo olvidara, para hacerla reír en sus arranques de enojo, mas no era suficiente, ni siquiera con lo que seguía después. Pero aquellas reacciones fueron al comienzo de todo, cuando aún no habíamos descubierto cómo éramos en realidad. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para darnos cuenta. «Pensé que ni bien termináramos te irías», comentó, sacándome del trance. La miré un momento mientras se vestía y pensé cuidadosamente lo que diría, pues sentía paz y no quería perderla. «Esta vez quiero quedarme, ¿puedo?», pregunté. «Ah, bueno, está bien. Qué milagro...», añadió, susurrando, sin mirarme. Era cierto, normalmente me iba temprano. No me gustaba quedarme en su departamento, sentía algo de culpa cada vez que aceptaba ir a verla de nuevo y por ello creía que era mejor irme antes del amanecer, además de que podíamos evitar cualquier discusión. Era como parte del pacto que teníamos pero que nunca habíamos hecho. Sin embargo, aquella vez, recuerdo, tuve un día largo. Había salido tarde del trabajo cuando de pronto me llegó su mensaje preguntándome si quería verla. «Ok», le respondí, sin más. Así eran nuestros chats: concisos. Un rato después me abría la puerta y yo dejaba mis cosas en su sala. No nos decíamos mucho, como parte de nuestro ritual. Se metía a su habitación y apagaba las luces y yo iba un momento después. Creo que no existe nada más egoísta, pero así sucedía y así éramos. Yo sabía que ella se sentía sola, pero su orgullo no le permitía ni que lo sospechara. Algo que a veces llamaba mi atención, era que a pesar de que lo hacíamos por horas, no dejaba ni un momento que la acariciara, por eso ya ni siquiera lo intentaba. Siempre sentí la situación como cuando uno es infiel y siente que está haciendo algo malo, pero igual lo hace, porque está allí, porque ya no importa nada. Sin embargo, no todo era despecho y egoísmo, a veces era inevitable reír un poco, por los buenos recuerdos, porque hubo, y por las tonterías que decía yo o por los adjetivos calificativos que me decía ella y que cada vez eran más ingeniosos. Aun así, no sabría decir de qué manera ella pensaba en mí. No siempre que me decía para verla yo iba y viceversa. Coincidimos en ocasiones, sin novedades, como si unos meses no significaran nada y a veces hasta años. Besarla se sentía igual, y aunque nunca se lo decía, yo sabía que ella lo sentía así por la mirada que me daba después de cada beso. Pero a pesar de ello, ya no había la emoción de entonces, la impaciencia, las ganas, el entusiasmo de abrazarla fuerte y besarla con cariño, con amor. La última vez que la vi, noté que había estado llorando. No dudé en preguntarle si se sentía bien, rompiendo con nuestro pacto que más parecía una tregua. Ella se secó las lágrimas y volvió en sí, como si nada hubiera pasado. «Estoy bien», aseveró, y empezó a desvestirse. No pude ser indiferente y le pedí que me dijera, que a pesar de tanto y de todo, no quería verla así. Se negó a hablar y sentí su angustia, su impotencia. La detuve despacio, la miré a los ojos y le dije que esta vez no, que aunque pensáramos lo contrario, sí podíamos hablar. Me cogió las manos y me las sacó de su rostro. Las juntó y me pidió, por favor, que después de esta noche jamás vuelva a verla. Daphne se casó a los meses con un compañero de su trabajo. Me enteré por Camila, una amiga de su prima, al ver unas fotos que compartió en su Instagram. Se veía feliz, como nunca antes la había visto, y fue allí que entendí muchas cosas. Me alegré por ella y pensé en escribirle para felicitarla, pero opté por no hacerlo. No era preciso, no había por qué. Me bastaba con saber que había encontrado a alguien y que era feliz.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgonuF-UCPn-wTUsmE8aSHcEwUkVjC0PZQw1KdCOxd_I6f-kkJR--G28W4oDw9EWovIkyat6WTT2mV9xi9rD-xfOQT4F9uGQmkf1kXp0-urgBtkqDn0INO6y1X_Pw9CWpbzcGihC6CPrnNL_jZ4kVLZYEukB6fAxz3XbGNfMOeUSr5710NrFtQ1lPT4/s741/Pacto.png" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="553" data-original-width="741" height="239" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgonuF-UCPn-wTUsmE8aSHcEwUkVjC0PZQw1KdCOxd_I6f-kkJR--G28W4oDw9EWovIkyat6WTT2mV9xi9rD-xfOQT4F9uGQmkf1kXp0-urgBtkqDn0INO6y1X_Pw9CWpbzcGihC6CPrnNL_jZ4kVLZYEukB6fAxz3XbGNfMOeUSr5710NrFtQ1lPT4/s320/Pacto.png" width="320" /></a></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-84382080372921069382020-01-18T15:15:00.076-08:002023-07-20T13:06:48.229-07:00Luces<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">La puerta que daba a la avenida parecía la de una casa cualquiera: de madera con una reja debido a los múltiples robos que solían darse. Sin embargo, a diferencia de las otras casas, dos hombres robustos aguardaban a los lados. Nos revisaron antes de entrar y al fondo, en una cabina, pagamos unos cuantos soles. Subimos por la escalera y entre luces vimos un pequeño escenario a un lado, al frente de la barra. Nos acercamos y pedí un par de cervezas. Me serví en uno de los vasos que nos dieron y les pasé las botellas a Daniel y a Roberto. Eran las 4:30 de la madrugada, veníamos de Miraflores y el taxi nos había dejado en la Avenida de Dios. Daniel había venido de vacaciones a Lima después de dos años trabajando en Colombia y por ello, junto a Roberto, su novia Beatriz y Julia, quedamos en salir ese último fin de semana que le quedaba a modo de despedida. Pero, para ese momento, Julia y Beatriz ya se habían ido con otras amigas que se nos unieron en Miraflores, y nosotros habíamos llegado, entre casualidad y a propósito, a este lugar. Me acomodé, casi en trance, en la barra, y admiré un momento el peculiar show. No recuerdo cuánto habíamos tomado antes de venir, ni por qué estábamos aquí. Miré a Daniel y a Roberto pero no decían ninguna palabra, solo tomaban mientras veían el espectáculo. Supuse que debido al cansancio no tenían ganas de hablar, pero sus miradas decían otra cosa. Revisé un momento el celular y envié unos mensajes. «Tienes razón, soy todo lo que dices», respondí a Helena, ofuscado, muchas horas después de haberme escrito —a modo de mensaje entre líneas—, por haber creído en personas que nunca me tuvieron alguna estima. Guardé el celular queriendo olvidar ese asunto y miré a mi lado. Una mujer de cabello corto y rizado, vestida de rojo, sonreía mientras se movía al son de la música. Volteó a verme y le pregunté su nombre. «Gabriela», respondió, de forma atenta. Le dije mi nombre y le ofrecí un vaso de cerveza. Aceptó tomar un sorbo y al verme con mis amigos como si estuviéramos perdidos allí, me preguntó de dónde veníamos. Le dije que habíamos estado en Miraflores, pero que en realidad todos vivíamos cerca. «¿Y qué tal estuvo?», me preguntó. Le comenté la rutina de siempre: Las colas para entrar, la gente mirando a todos lados, el ir y salir de los bares de la calle de las pizzas hasta encontrar uno donde la música y la gente se sienta más cómoda. Y también sobre el trance de estar allí. «Y la novia», preguntó, risueña. Reí un poco, pero respondí que también había salido con sus amigas. «Deberías estar con ella y no aquí», afirmó. No pude evitar reír pero estuve de acuerdo con ella. «Simplemente no hemos coincidido esta noche, tómalo más bien como una descoordinación premeditada, en todo caso», acote. Sonrió por la ocurrencia y bebió otro sorbo. Volteé a ver a los chicos y seguían en lo suyo. Lo hacía cada tanto para no perderlos de vista. «Cuéntame de ti», le dije. Volvió a sonreír por el hecho de empezar a contarme, como era de esperar, que trabajaba aquí, de noche, desde hace unos meses, pues hace poco había llegado a Perú. Y que si quería podía conocerla más en una de las salas de baile privadas que inmediatamente señaló con un dedo. Sonreí y le dije que no era necesario. Y que me disculpara si la estaba haciendo perder el tiempo, pues esa no era mi intención. Ella se rio y me dijo que no me preocupara, que era su trabajo decirlo pero que ya había terminado su jornada y pensaba irse, pero que le dio curiosidad ver a alguien vestido así en un lugar como este. «Y tu forma de hablar», añadió, con una sonrisa traviesa. «¿Qué tiene mi forma de hablar?», pregunté, intrigado. «No sé, te noto muy educado, muy formal, por las palabras que usas, a diferencia de todos los que vienen acá». Nuevamente se me hizo imposible no reír por su comentario, alegando que no era cierto, desde luego, y que solo me estaba sobreestimando. Pero aceptando que tampoco estaba en mis planes venir acá. «Es pura casualidad», afirmé. Se me acercó un poco, como mirándome a los ojos y dijo: «Salud por las casualidades, entonces», y tomó otro sorbo. Brindé con ella, dejé el vaso a un lado y miré nuevamente el show. La mujer en el escenario, entre un juego cruzado de luces, se contorsionaba sobre una silla y bailaba detenidamente, como en cámara lenta. Daniel y Roberto seguían apoyados en la barra, observando todo. «¿Qué estoy haciendo acá», pensé en un momento de lucidez, viendo el lugar, y noté que un hombre de seguridad me observaba. Gabriela lo notó y me dijo que descuide, que ellos son los que nos cuidan de los malos clientes. «Y tú no eres uno de ellos», añadió. Sonreí y me tomé otro vaso de cerveza. Miré a Gabriela viendo el baile y le pregunté, por curiosidad, si las chicas de aquí eran sus amigas o solo compañeras de trabajo. «Solo la que baila y la que está detrás, por las mesas», me dijo, señalando el lugar. Miré hacia allá y vi a unos hombres sentados alrededor de unas mesas observando a una mujer bailando para ellos. «Ellas me comentaron de este trabajo, así que nos cuidamos entre nosotras», siguió. «Tengo dos hijos pequeños y necesito el dinero. Quiero darles lo mejor», concluyó. Volteé a verla con más detalle y pude ver detrás de su sonrisa amable, el rostro de una madre joven, los ojos claros y los labios de un color vino cerezo, los pómulos disimulados del cansancio con un tono rojizo y, más allá, por las zonas donde se suceden las lágrimas, el sacrificio que hacía por ellos. «Puedo asegurar que sí», le dije, asintiendo, y sonrió. Vi la hora en mi celular y advertí que ya iba a amanecer. Tenía una llamada de Helena, además de un mensaje de Beatriz que no había visto, preguntándome adónde habíamos ido, pues Roberto, su enamorado, no le respondía. «Estoy con ellos. Todo bien», le respondí a Beatriz de forma breve para que no se preocupara. Volteé a ver a Daniel y ya no estaba, solo vi a Roberto. Le hice un gesto preguntando por él y señaló las mesas de al fondo. Le dije que ya había que irnos, que estaba amaneciendo y que Daniel viajaba hoy en la noche. Y entonces fue a buscarlo. Miré a Gabriela de nuevo y le dije que ya tenía que irme. Me miró como imaginándolo. «Pues, ha sido todo un gusto, Enrique», aseguró, con su pícaro tono de voz y con una sonrisa de lado a lado. «Igualmente, Gabriela», respondí. «Las cosas van a cambiar», seguí. «Este país va a cambiar», añadí. Y sonrió, colocando su dedo en mi pecho, antes de dar media vuelta y regresar con su amiga por donde estaban las mesas. Vi a Roberto y a Daniel acercarse, secamos las botellas que quedaban y salimos del club. Caminamos por las calles en busca de algo de comer, y las luces del cielo de la mañana nos seguían, como indicándonos por dónde ir. Daniel no dejaba de decir que había extrañado mucho Lima, mientras Roberto señalaba un puesto vacío para tomar desayuno y yo, de reojo, miraba la puerta del club imaginando a Gabriela salir.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitbc6XLCUeCYKlpJZhwlFqmBaCT7lO_Vp7zxhBR5dptZ9BQ8BPNTtDqhWjjAeCR4T3JKyBA7jaknRx9p3ZdlkWtQnMRU26_uWtK_xPaRbxM_uvbUVpAng6usdiPIuGYPwOvhFXegomn9iH0g7XZeQDgQ6GBDPUcHwjajRA4G88BtdXoyzKKk8cKC4s/s800/Luces.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="531" data-original-width="800" height="212" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEitbc6XLCUeCYKlpJZhwlFqmBaCT7lO_Vp7zxhBR5dptZ9BQ8BPNTtDqhWjjAeCR4T3JKyBA7jaknRx9p3ZdlkWtQnMRU26_uWtK_xPaRbxM_uvbUVpAng6usdiPIuGYPwOvhFXegomn9iH0g7XZeQDgQ6GBDPUcHwjajRA4G88BtdXoyzKKk8cKC4s/s320/Luces.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-27722660199550208682019-12-18T09:56:00.005-08:002023-07-20T13:25:11.365-07:00Sunday<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Habíamos tomado el bus 'la diecinueve' para llegar a la Av. Larco y, al entrar, entre la gente, nos encontramos con Emilio, un amigo del barrio. Nos acercamos de curiosos y le preguntamos a dónde iba. «Al Hippie», nos dijo. «¿Al Hippie?», nos preguntamos. «Sí, al Hippie Sunday, en el parque María Reiche», añadió. «Ah, está bien», le dije, confundido, porque no sabía a qué se refería. Bajaron algunas personas del bus y nos sentamos al fondo. «Al Hippie», dijo Ramiro, pensativo. «Nos vemos entonces, les va a gustar», nos dijo Emilio al momento de llegar a la Av. Larco, y se despidió de nosotros. Ramiro y yo nos quedamos pensando pero no le tomamos mucha importancia, pues se nos hacía tarde para vernos con Estela y Fabiana, con quienes nos encontraríamos en Larcomar. Ramiro llamó a Estela y le preguntó en dónde se encontraba. «Acaban de llegar», me dijo al colgar la llamada, y nos apresuramos en caminar las cuadras que nos faltaban. En el camino, le reclamé a Ramiro por haberse demorado tanto. «Cholo, no encontraba mi billetera», decía. «Seguro», pensé, acelerando el paso. Al llegar, las chicas estaban conversando y tomándose fotos. Nos saludamos y fuimos caminando por la costa verde. Adelante iba Ramiro con Estela y detrás de ellos Fabiana y yo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Empezó a contarme su semana en su primer ciclo de la universidad y yo del mío. Nos habíamos conocido en el verano, el último después de terminar el colegio y el primero antes de empezar la universidad. Cuando la conocí en la fiesta del Gringo Sergio, no pasó mucho tiempo para darnos cuenta que nos gustábamos. Por ello, al terminar la fiesta y después de bailar “La melodía” de Joey Montana, canción que no dejaban de poner en todas las fiestas en ese entonces, le pedí su número. Los días siguientes empezamos a conversar más y fue así que solía ir por las noches después del británico a buscarla al ICPNA. Nos la pasábamos discutiendo sobre qué inglés era el mejor: el inglés británico o el inglés americano. Todo con la excusa de besarnos en los parques aledaños al Kennedy. Fabiana reía de las estupideces que había hecho la primera semana en la universidad, porque al igual que yo, también se metió a otro salón, conoció amigos que jamás volvería a ver y se perdió más de una vez buscando su facultad. Nos detuvimos a besarnos. Fabiana me cogía el rostro y sonreía al hacerlo. Yo no podía evitar bromear de algo tonto en ese momento que, curiosamente, hacía que sonría incluso más. De pronto, Ramiro y Estela se acercaron y nos dijeron para ir al Hippie Sunday. «Le conté lo de Emilio», dijo Ramiro, haciendo un gesto como diciendo por qué no. Fabiana preguntó de qué se trataba. Ramiro y yo le dijimos que realmente no sabíamos y que por eso mismo podríamos ir a averiguarlo. Fuimos en dirección al parque María Reiche. En el camino, conversando, y debido al nombre, ya nos estábamos haciendo una idea de qué iba el asunto. Y fue entonces que al llegar, a lo lejos, empezamos a escuchar el ruido de los tambores y a ver un tumulto de gente cruzando el parque y sentarse alrededor de una fogata, casi al borde de la loma. A un lado, un grupo de extranjeros se encontraban vendiendo todo tipo de collares hechos a mano. Fabiana y Estela se quedaron viendo lo que había y Ramiro y yo empezamos a buscar a Esteban. Al no encontrarlo, nos acercamos un poco al grupo y nos sentamos en la loma. Dos chicas se acercaron a ofrecernos unos happy brownies. «Están buenos», dijeron, y Ramiro compró unos cuantos. La fogata era relajante. Fabiana se apoyó en mi hombro y nos quedamos mirando el espectáculo de unas mujeres bailando alrededor del fuego. Un momento después, Ramiro me tocó el hombro y señaló la parte más pendiente de la loma. Había un grupo de chicos y entre ellos pude reconocer a Emilio. «Allá fuman ya sabes qué», dijo Ramiro. «Y ya llegó hasta aquí», añadió riendo. Fue entonces que entendí lo que quiso decir Emilio en el carro. Al rato, después de presenciar el ritual del Rupa, el encargado de realizar la celebración, decidimos volver al Kennedy para tomar unos helados antes de regresar a San Juan de Miraflores.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">En el camino, Fabiana y Estela comentaban lo chévere que les había parecido el Hippie Sunday, mientras Ramiro y yo nos terminábamos los brownies que quedaron. Después de llegar al parque y terminar los helados, tomamos un taxi de regreso y nos bajamos en la plaza de la municipalidad. Nos encontramos con algunos amigos y les contamos a dónde habíamos ido. Algunos dijeron que ese era el 'Point' de la gentita. Otros, sobre todo los que montaban skate, decían que iban ahí solo para «hornearse». De pronto, Fabiana me dijo que ya se tenía que ir. Le dije a Ramiro que me espere, que ya volvía. Acompañé a Fabiana a su casa y como no nos habíamos visto en varios días, nos quedamos un buen rato sentados en su escalera. Me dijo que se había divertido, que se conectaría más tarde al Messenger para conversar y que tenía que avanzar los primeros trabajos de la universidad, pues cada vez le dejaban más, y que tal vez ya no tendría tanto tiempo como antes, como en el verano, como hoy. Le dije que todo saldría bien, que ya habría tiempo para vernos. La besé detenidamente y volví con los chicos a la plaza de la municipalidad, pero debido a la hora, varios ya se habían ido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhFevxYg1DUUGKX0VF3U0EvYE1CcFUx6_iB0oWLF4PXXbThEUahIwmhyphenhyphen2AGIQILaT_EfIIXrlJS46dSyZPn_HRf1YkC-Fy-hhoriT5NfwJnxhnQTYIpHByRoPfaLS0SmEiySqAPRrUAaqU/s1920/Sunday.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1200" data-original-width="1920" height="200" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhFevxYg1DUUGKX0VF3U0EvYE1CcFUx6_iB0oWLF4PXXbThEUahIwmhyphenhyphen2AGIQILaT_EfIIXrlJS46dSyZPn_HRf1YkC-Fy-hhoriT5NfwJnxhnQTYIpHByRoPfaLS0SmEiySqAPRrUAaqU/s320/Sunday.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-60305066155447702372019-11-15T15:03:00.177-08:002023-07-20T13:26:39.124-07:00Transacción<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Veía la hora en mi celular cada vez que el profesor volteaba a ver la pizarra. El tiempo pasaba lento y el profesor se había desviado tanto del tema que el letargo se había apoderado de todos. Cuando acabó la clase, guardé rápidamente mis cosas y respondí el mensaje: «Estoy en camino». Salí de la facultad de Negocios por la puerta de Medicina. Era el camino más corto a la avenida y era imposible encontrarme con Jimena, mi ex enamorada, estudiante de Derecho con quien no había terminado en buenos términos y cuya facultad quedaba al otro lado de esa puerta. Caminé por la alborada acera y llegué al paradero. Subí al autobús y me senté en la parte de atrás. Cogí mi celular y puse play a mi lista de Spotify: Rock, cumbia, hip hop, salsa, reggaetón, baladas. Todo tipo de canciones y géneros empezaron a sonar en el trayecto hasta el Parque Reducto N°2 de Miraflores. Al llegar, bajé en una esquina, crucé la pista y entré al parque. Había llegado con tiempo, así que busqué algún lugar para sentarme y escribí al Whatsapp al contacto sin foto: «Ya estoy aquí, te espero», y alcé la mirada. Había una señora paseando a su perrito y una pareja de jóvenes corriendo. A pesar de ser un parque en homenaje a la batalla de Miraflores, lleno de cañones y monumentos, se sentía mucha paz.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">La clase de Economía Global me había contrariado. El profesor no dejaba de justificar el primer gobierno de Alan García, cuyo fracaso económico condenó a miles de peruanos a emigrar del país. «No toda la culpa fue del presidente García», señaló. Mis amigos y yo, al comienzo, nos quedamos absortos. Mi generación había crecido, debido a la historia, con la imagen desastrosa de ese gobierno, conocido por la hiperinflación, la corrupción y el terrorismo en su apogeo de terror. «Les diré lo que nadie les dijo», agregó, con una sonrisa pretenciosa, burlona. Empezó a ponernos en contexto: La dictadura militar de Velasco, el golpe de Bermúdez, la transición democrática, el gobierno digno pero ineficiente del presidente Belaúnde, la deuda externa y la insurrección de Sendero Luminoso. «La izquierda unida tuvo mucha responsabilidad. Y de igual manera el FMI», aseguró, moviéndose de un lado a otro, esperando, tal vez, alguna intervención. «Las medidas económicas que aplicó el presidente García sí funcionaron», declaró, con un optimismo que nadie compartía, y volteó a la pizarra a hacer un gráfico. Eso sí, omitiendo el intento de la estatización a la banca. Cárdenas me miraba como diciendo: «¿Qué le pasa al profe?». Romero comentó: «Todo el mundo sabe que el profesor es Apristón», riéndose. Y el profesor siguió en una perorata en defensa del expresidente Alan García, quien, años después, se dispararía en la cabeza para evitar hacer frente a la justicia debido al caso de las coimas de Odebrecht.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Mi celular empezó a sonar y me llegó un mensaje: «Estoy en la puerta, voy entrando», decía. Le dije exactamente dónde estaba y cómo estaba vestido. De pronto, al rato, una señorita muy agraciada, de sastre azul y cartera me hizo un gesto con la mano y yo hice lo mismo para identificarnos. Se acercó a saludar y se disculpó por la demora. Le dije que no se preocupara, que yo recién había llegado y que estábamos en hora punta. «Bien, a lo que vine», me dijo, sonriendo, y se sentó a mi lado y abrió su cartera. En una bolsa se encontraban los tres libros que le había pedido por internet: ‘Vida de este chico’ de Tobias Wolff, ‘El caso Telak’ de Zygmunt Miłoszewski y ‘El hombre que amaba a los perros” de Leonardo Padura. «Aquí tienes», me dijo, y revisé de un vistazo los libros pues estaban sellados y no había que buscar algún detalle como cuando compras un libro de segunda. «Muchas gracias», le dije, y le entregué el dinero. Empecé a acomodar en mi morral los libros y de pronto me preguntó por mi interés en esos títulos. «¿Te los pidieron en la Universidad?», me dijo. «No, no, ¡bueno fuera!», le comenté, riendo. «Me interesa leerlos, me gustan las novelas largas», añadí, cogiendo uno de los libros más voluminosos. «Tengo más libros en casa», me dijo. «En unos meses me iré a vivir a España y estoy vendiendo mi biblioteca, tengo varios sellados que ya no me dará tiempo de leer», agregó, entre animada y triste. En ocasiones me hacía la misma pregunta: «¿Qué pasará con todos mis libros si en algún momento decido dejar el país?». Me dolería venderlos, pero si necesito el dinero, no habría otra opción. «¿Y cuando muera?», pensé. «España, qué genial, espero algún día viajar allá. Te vas a trabajar», le comenté. «Sí, pero también a hacer una maestría en Sociología», me dijo, entusiasmada. «¿Y tú qué estudias?», me preguntó, y de pronto recordé la clase que tenía en la noche. Quise ver la hora pues ya había pasado más tiempo del que había programado para llegar puntual hasta mi otra clase, pero atendí a su pregunta: «Administración de Negocios Globales, en la Universidad Ricardo Palma. Justo vengo de allí», le dije. «Estás cerca, entonces», me dijo, serena. «Yo vengo del Óvalo Gutiérrez», me comentó. «Vives cerca, entonces», le dije, repitiendo con humor lo que me acababa de decir. «Vivo en San Borja, pero trabajo por allá. Entonces sí, vivo cerca», agregó, riendo, y yo también. Tenía un rostro muy definido y cuando reía se le formaban unos hoyuelos en las mejillas. «Te llamas Romina», le dije. «Yo soy David, aunque bueno, ya sabías, por los datos que da Mercado Libre», añadí y empezó a reír. «Sí, soy Romina, mucho gusto, David», me dijo, y me dio la mano amistosamente. Sin darme cuenta, había pasado cerca de media hora charlando con una desconocida. Hace unos días, buscando por internet algunos libros para comprar, encontré su publicación donde ofrecía varios de ellos sellados y a buen precio. Vi que tenía disponible algunos que me interesaban y decidí llevar tres de una vez. Le di comprar a la publicación y me apareció su nombre y su número. La llamé para coordinar y me dijo que me escribiría al WhatsApp. Solo un momento después me llegó un mensaje, pero no aparecía su foto en el chat. Le respondí preguntándole dónde podría entregar los libros. Me dijo el día, la hora y el lugar y yo, después de revisar mi horario, le dije que estaba bien. Y allí estábamos, la transacción había terminado hace un buen rato, y ahora, sin querer, hablábamos de nosotros y de otros temas como si nos conociéramos de hace tiempo. «García Márquez me parece mejor que Cortázar», me dijo, mientras le comentaba los libros que recientemente había leído de Gabo. «¿Y mejor que Borges?», le inquirí. «No, es diferente. Borges es antes del boom y no fue novelista», añadió. «Entonces, si te gustan las novelas, te gustan las de Vargas Llosa», le dije. «Las primeras, sí, no lo niego. Pero…», siguió diciendo. «Pero, siempre hay un pero con MVLL, no?», le contesté, y reímos juntos. «Es que es cierto, él se desvinculó de la izquierda...», empezó a decir. «Por el caso Padilla», afirmé. «Sí, y bueno, fue la posición que tomó», dijo. «¿Había otra?», le pregunté. «Hay muchas maneras de hacer activismo sin romper con tu postura, y la izquierda no fue el problema, pero lo entiendo, no lo critico solo por eso», dijo, y reímos. «¿No es gracioso?», le pregunto. «¿Qué cosa?», dice. «Volver siempre a ese drama, a pesar de tantos años, de autores que sentimos cercanos por haberlos leído, aquí, en un parque que, curiosamente, casi siempre está cerrado», le dije. «De niña solía venir con mi padre, mi abuela vivía a la vuelta, hasta que falleció y vendieron la casa. Hay mucha paz aquí, a pesar de su historia», me comentó. «Lo mismo pensé al llegar», le dije, y nos quedamos mirando el paisaje: los jardines, las flores, las banderas, la glorieta en el centro, las estatuas en honor a los héroes de la guerra con Chile. De pronto, sonó su celular. «Un momento», me dijo, y contestó la llamada. Yo miré mi celular y advertí que ya era tarde. No llegaría a tiempo para mi clase. Se acercó y me dijo que ya tenía que irse. «Yo también, tengo clases en la noche», le comenté. Nos quedamos mirando y no sabíamos cómo despedirnos. Nos acercamos pero también nos dimos la mano, generando una descoordinación entre ambos que tomamos con humor. No sabía qué decir, pues sentía que habíamos tenido una conversación muy amena, interesante, hasta divertida, y todo eso sin pensarlo. Atiné a decirle que si me interesaba algún otro libro, le escribiría. Ella me dijo que estaba bien, que todavía estaría en Lima unos meses más y que aún tenía muchos libros disponibles y que, desde luego, ya tenía su número. Caminamos hasta la puerta y se despidió nuevamente. Se acercó a un taxi que había pedido desde su aplicación y se fue. Yo me quedé pensando en lo que había dicho hasta llegar al paradero. Pasó un autobús y subí. Al sentarme, saqué mi celular y le escribí al WhatsApp: «Muchas gracias por los libros, Romina, y también por la charla. De terminarlos pronto, te escribiré para llevarme unos más», le puse, con un emoji de libro. Al rato respondió: «¡Gracias a ti, David! Igualmente. Está bien, estaré al tanto», escribió con un emoticón de carita feliz al final de la oración. Guardé mi celular en el bolsillo, abrí mi morral, saqué uno de los libros y empecé a leerlo como si nada más existiera.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiK9Gsp7gUy5LU7eaKbRoDP6rodm_80RZBVxj3V7fJolVFtQWwIIF7B5hSpRO8DscYwukP_Hasysg9uXljOf30pscoDkih0kqTkLzP6J8GCVG3v5nYR8A0oreLdSnnPpOKPfUuMd1eYPgY/s724/Reducto.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="501" data-original-width="724" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiK9Gsp7gUy5LU7eaKbRoDP6rodm_80RZBVxj3V7fJolVFtQWwIIF7B5hSpRO8DscYwukP_Hasysg9uXljOf30pscoDkih0kqTkLzP6J8GCVG3v5nYR8A0oreLdSnnPpOKPfUuMd1eYPgY/s320/Reducto.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-75210061000251453832019-10-17T13:28:00.022-07:002023-07-20T13:28:22.780-07:00El mar<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">El viaje duró cerca de dos horas por toda la panamericana Sur, pero no lo sentimos porque solo un rato después de salir nos habíamos quedado dormidos, excepto Javier, quien se ofreció a manejar debido a que recién había sacado su licencia de conducir. Cada fin de verano organizábamos un campamento en la playa hasta que se nos acabaran los recursos en plan de sobrevivencia y también para alejarnos un poco de la urbanización y de la gente. Era viernes por la tarde. «Llegamos», dijo Javier. Nadie respondió. Volteó y gritó: «Despierten, muchachos, antes de que anochezca». Nos miramos sin saber qué pasaba y, casi por instinto, empezamos a bajar las cosas. Cada uno cargó lo suyo e iniciamos la caminata. La playa quedaba unas cuadras más adelante, así que no tuvimos opción. Llegamos a un punto, ni tan cerca ni tan lejos de la orilla, y David ancló la sombrilla como si hubiera conquistado un nuevo mundo. «Aquí acamparemos», dijo, y nadie lo refutó. Soltamos todo y nos sentamos en la arena, algo cansados. Jonathan y Marcos empezaron a decir que ya se querían meter al mar. «Primero lo primero», dijo Javier, y abrimos unas latas de cerveza para luego levantar el campamento.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al finalizar, metí mi mochila a la carpa y entré. Acomode mis ropas en el diminuto espacio y sentí alivio. «Todo listo», pensé. Echado, saqué mi celular, pero al ver que había poca señal para el internet, lo guardé. Revisé la mochila y saqué “La casa de Cartón” de Martín Adán, y lo dejé sobre el sleeping que había traído para dormir en la noche. Salí y me uní a lo chicos para hacer la fogata. Marcos y David empezaron a cavar un hueco de arena al centro de todas las carpas y los demás y yo fuimos en busca de madera.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">«¿Ven las formas?», preguntó Javier. «¿A qué te refieres?», dijo Marcos. «Al fuego», respondió Javier. «Uhmm, ¿qué ves?», volvió a preguntar Marcos. «Es subjetivo. Los chamanes dicen que en el fuego ven a los Dioses, y que todo lo que existe está vivo y por lo tanto, tiene alma. Si el alma tiene forma, debe ser como el fuego», dijo. «Entonces ves un alma», entendió Marcos. «Así es», respondió Javier. Yo los escuchaba atento mientras veía a David y a Jonathan callados, mirando absortos el fuego y, tal vez, tratando de ver lo que Javier había dicho. Por molestar, les tiré un poco de arena. «Despierten, parece que tienen una crisis de ausencia», les dije, y voltearon a verme. Les pregunté qué pensaban. David dijo que en nada, que el fuego era hipnotizante y a la vez nostálgico. Y Jonathan en Fiorella, su enamorada. Había viajado a Chiclayo con su familia, pero antes de que se vaya, habían discutido. «Uy, estás jodido, compare», dijo Javier. «Jamás hay que discutir antes de un viaje. Se tiene más tiempo para pensar las cosas», añadió. «Calla, no me ayudas», dijo Jonathan, y todos reímos. «Creo que ya es hora de dormir», dijo David al rato, y apagó el fuego echando un poco de cerveza de su lata.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Ya era sábado. Desperté temprano, saqué mi táper con queso y choclo y desayuné. Javier, quien era el único que ya estaba despierto, me invitó un poco de café que había preparado. Nos sentamos a sentir la brisa, el rumor de la playa y ver las olas que habían sonado fuertemente durante la noche. Me habló de Jimena, su ex novia, con quien había vuelto a tener un acercamiento y que era probable que retomen su relación. «Después de un año, imagínate», me dijo. «¿Crees que pueda a funcionar?», le pregunté. «Sí», afirmó, muy seguro. «Tenemos planes, cosa que antes no», añadió. «Ahí está el detalle», pensé. «Ahora vengo», le dije, y me levanté del asiento. Caminé por la orilla húmeda, llena de ramas y algas, hasta llegar al monte, viendo mis pasos dejar huella en la arena y desaparecer. Luego, fui por las dunas en un camino lleno de vegetación. Cogí unas ramas de madera seca y las llevé conmigo. «Para la fogata», me dije. De regreso, caminé más cerca al mar porque el sol ya empezaba a quemar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al llegar, vi a Javier echado tomando sol y a los demás recién tomando desayuno. Dejé las ramas a un lado de la fogata apagada y me senté debido al cansancio. Me preguntaron a dónde había ido. «A ningún lugar», atiné a decir. Me miraron sin ganas y siguieron en lo suyo. Entré a mi carpa, me puse algo más cómodo y me eché a leer. Sin darme cuenta, me había quedado dormido. Desperté con el libro en la cara y salí debido al calor. «¿Qué hacen?», pregunté, tratando de ver entre la brisa y el sol. «Se fueron a pelotear», dijo David, señalándolos. A lo lejos, se veía a Javier, Jonathan y a Marcos corriendo detrás de la pelota, con un arco hecho de palos de madera clavados en la arena. Me acerqué a ellos y me uní al juego. El día se nos fue así, entre la arena y el mar, y también entre mucha cerveza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al anochecer, después de prender nuevamente la fogata, miré el cielo estrellado y recordé un pasaje del libro de Martín Adán: «Yo no creo en la astrología. Acepto que haya estrellas tristes y estrellas alegres. Hasta afirmo que las estrellas tristes son un excelente motivo de soneto catorcesílabo. Pero no creo que nuestra vida tenga relación alguna con las estrellas». Estaba de acuerdo. Cerré los ojos y cogí un puñado de arena. La dejé caer, grano por grano, mientras soplaba para que se pierda en el fuego, imaginando que cada una era una estrella que se apagaba y prendía.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">El domingo, con resaca, cansados y llenos de arena, dormimos más de la cuenta. Aunque en la playa el tiempo pasa de forma distinta. Despertar temprano es inevitable debido al horizonte y el rumor del mar. El sol sale y la mañana dura eternamente. O al menos eso parecía aquel domingo. Marcos y David se habían quedado despiertos hasta tarde y fueron los últimos en salir de sus carpas. Jonathan y Javier y yo nos despertamos por inercia, y empezamos a guardar algunas cosas para dejar todo listo al momento de irnos. «Qué rápido se pasaron los días», dijo Javier. «Sí, el lunes de nuevo la rutina», agregó Jonathan, mientras doblaba su sleeping para guardarlo. «Aún tenemos este día», dije yo. «Lo que nos falta es energía», dijo Javier, y reímos. David y Marcos seguían durmiendo pero ahora sentados en las sillas, mientras los demás seguíamos guardando todo. Llevé mis cosas al auto y regresé, y cada uno empezó a hacer lo mismo, pero como vi que todavía se iban a demorar, decidí acercarme a la playa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Me encontraba sentado en la orilla viendo el mar ir y venir en un intento de querer llegar hacia mí, y entonces vibró mi bolsillo derecho. Saqué mi celular y leí el mensaje de texto: «Gabriel García Márquez ha muerto», decía. Era mi padre, quien me daba la trágica noticia del escritor al que más habíamos leído. Respondí con un: «Gracias por avisarme», y guardé el celular. Pensé en el año: 2014. Pensé en el mes: abril. Pensé en el día: jueves 17. En cuestión de segundos recordé los años del colegio cuando empecé a leer sus novelas. Recordé la universidad, las mudanzas y los viajes en los cuales sus libros me acompañaron. Y me sentí solo. De pronto, los chicos vinieron corriendo hacia el mar, empujándose, y entraron dando clavados en las olas. «Vamos, Miguel», me dijo Javier. Lo miré, extrañado. «¿Qué sucede?», me preguntó. «Nada», le dije. Me levanté, me quité el polo, puse mi celular dentro de él y corrí hacia el mar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div><div style="text-align: justify;"><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyc1Ki8pyl8AhwNl7WAfBkLG5GwatxbBGeYCf87X9ddNIqfZE2QAQFdW3z580kY8XJFrkwa6gZkjO-QOv-XvIFKzz5RcfmWR-7NK0KE5FPZbwyxCeeMc5voOq8PKFR55kL80PygAEWb8o/s910/Mar.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="564" data-original-width="910" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhyc1Ki8pyl8AhwNl7WAfBkLG5GwatxbBGeYCf87X9ddNIqfZE2QAQFdW3z580kY8XJFrkwa6gZkjO-QOv-XvIFKzz5RcfmWR-7NK0KE5FPZbwyxCeeMc5voOq8PKFR55kL80PygAEWb8o/s320/Mar.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-18005710195146247302019-09-12T15:03:00.008-07:002023-07-20T13:29:51.613-07:00Estímulos<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">A veces me pierdo. Recuerdo con pasión los buenos tiempos y, en esa abstracción, irremediablemente me pierdo. Son momentos de debilidad, me digo, y, total, no es que ya hayan llegado a su fin. La nostalgia, en ocasiones, genera incertidumbre y flagelo. Es un estímulo de que todo tiempo pasado fue mejor y que el presente es menos vistoso. Extrañar, del mismo modo, responde a estímulos que nos hacen sentir bien. La compañía, el cariño, el afecto y la atención, son los cimientos de un lugar que creemos merecer. La palabra ‘Saudade’, pienso, es más exacta en cuanto a su dimensión de lo que sentimos bajo ambas premisas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Y así me pierdo, y me cuesta no ver, después de reflexionar, lo que significan esos términos tan recurrentes. Como sucede, por ejemplo, con los años de escuela, de fútbol en el barrio, de juegos e inocencia. Los años de adolescencia, de miedos e inseguridades, de tormentos, de cambios, de descubrimientos. Los años de pubertad, de crisis existenciales, de golpes y traumas en la infancia, de despertar y aceptar los cambios, así no nos gusten o nos hagan daño.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Somos vulnerables, pienso, y lo veo en todos, sin excepción. Nos cuesta entender el trato de los demás hacia nosotros, porque nunca nos detenemos a pensar, del mismo modo, en lo que transmitimos hacia ellos. Entendemos conductas, razonamos en un intento de simplificar los problemas, pero creamos nuevas confusiones y nos quedamos en el limbo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Solía creer que tenía todas las respuestas. Los cambios me generaban excitación y eran un reto, un desafío que podría cumplir con creces, seguro de mí y de mi palabra. Y todavía suelo pensar, con una confianza que no sé de dónde aparece, que soy capaz de todo. Pero entendí que, con el tiempo, nos encaminamos y pensamos, ya no con pasión, sino con prudencia. Somos el tiempo que hemos invertido, lo que hemos reflexionado, los errores que hemos cometido. Y llegamos al punto de solo buscar lo que queremos, ya no lo que nos tienta.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">De la misma manera, el amor comienza a ser una empresa, un compromiso, y analizamos cada detalle, cada posibilidad, tomamos con tibieza la decisión de conocer a alguien más, pues el tiempo cada vez es más limitado y extraño. No me preocupa tanto el amor. Lo que me preocupa es no sentirlo. Ser correspondido solo responde a una suerte de impulsos que sentimos cuando estamos solos. Pues cuando no racionalizamos el amor, fluye de forma natural.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">El amor no es solo sexo, aunque solemos confundirlo. Uno de joven, al menos los que han reflexionado de sus años de total energía y entusiasmo, entienden la dimensión del amor y el sexo. Nos fascina la pasión, el encanto, lo prohibido. Y es razonable. Se ha visto en miles de historias cómo por amor uno es capaz de todo. Resulta válido, aunque muchos limitan el amor a un juego de jóvenes. Basta que se sienta amor una vez para sentirlo siempre. Son estímulos que no envejecen y se moldean con el tiempo, convirtiéndolo en una virtud. Eso es, el amor es una virtud que pocos saben desarrollar. Hay quienes, dichosos ellos, lo tienen siempre y no imaginan una vida sin amor. No conciben que alguien viva con tal vacío. Y hablamos del amor en toda la extensión de la palabra. El amor de padre y de madre, de hermano y de hermana, de hijo y de hija, de abuelo y de abuela, de amigo y de pareja. Es inaudito limitar las formas del amor. Pero es preciso aceptarlo en las maneras que se proyecta y llega a nosotros. A veces solo un pensamiento fraterno es sinónimo de amor. Pero un pensamiento que se transmite y se transforma, termina siendo una manifestación que los estímulos del cerebro —el corazón— revelan a causa de la existencia de alguien más. Y el amor se crea. Existe en un universo al que pertenecemos y al que, bajo esa demostración, invitamos a sentirlo. Algo parecido sucede con la simpatía. Una persona totalmente desconocida nos puede generar confianza, calma, paz. No sabemos a qué se debe, pero son estímulos que sentimos a medida que vemos o escuchamos, por medio de un gesto o una palabra, las que nos invita a ser parte de algo que nos emociona y calma. La barrera desapareció, o simplemente no se creó. Pues sucede también que, al romper prejuicios, admitimos a quienes, en un comienzo, no hubiéramos querido tener cerca. Y esto se aplica a todos los ámbitos de las relaciones humanas. No sé si lo que escriba tenga alguna validez, al final nada es absoluto y es debatible cada postura, pero encuentro preciso entender estos estímulos que, sin darnos cuenta, marcan cada etapa de nuestra vida.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgW13bdxdv82hERt_qBUsiPloCMbHPMJJqYzNT3s-ZTKMOlb5z2teKobpvU7y-MmlTJZy12NkjS5ZldBCQcFoInLNKknm1ig1NhOZKCMJWVwbknWgjZRg87bpkXzBkvr0SeoDFVx_mpBlI/s550/Est%25C3%25ADmulos.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="364" data-original-width="550" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgW13bdxdv82hERt_qBUsiPloCMbHPMJJqYzNT3s-ZTKMOlb5z2teKobpvU7y-MmlTJZy12NkjS5ZldBCQcFoInLNKknm1ig1NhOZKCMJWVwbknWgjZRg87bpkXzBkvr0SeoDFVx_mpBlI/s320/Est%25C3%25ADmulos.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-85235858309510087682019-08-07T15:55:00.010-07:002023-07-20T13:31:11.856-07:00Coincidencia<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Me dolían las piernas y ya no tenía voz. Había cantado a todo pulmón las canciones de Amen, Río, Zen, Libido y de Daniel F. “El hombre que no podía dejar de masturbarse” había sido coreada por miles de personas en el Estadio Nacional, y al igual que el año anterior, como desde el 2005, todos al mismo ritmo y con la furia que esconde su letra cuando el amor se ha vuelto desenfrenado en un acto impúdico pero sincero.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Salimos del mar de gente a tomar un taxi un poco antes de la medianoche. Eduardo me había escrito preguntándome en dónde estaba, que hoy era el cumpleaños de Brenda y que estaba con la gente llegando a su casa. Por la euforia del concierto lo había olvidado, pero le respondí diciéndole que estaba en camino. Le dije a mi primo Esteban y a Julieta, su novia, que me iría a otro lado, por lo que se subieron al taxi sin mí.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Caminé por la Avenida Paseo de la República para buscar otro, pues la gente salía en grupo y tomaba cualquiera que veía estacionado en la acera. Levanté la mano unas cinco veces pero nadie quería llevarme al precio que sugería. «No sea malo, maestro, está cerca», les decía. Lo cierto es que quedaba algo lejos y yo no tenía mucho dinero. Hasta que llegó un taxi con un hombre mayor y aceptó ir porque vivía cerca y estaba cansado. «Aunque no lo crea, joven, cansa estar sentado tanto tiempo, estoy trabajando desde las seis de la mañana, imagínate», me dijo. Le conté del concierto, de la energía que aún tiene el grupo Río y que él recordaba muy bien cuando iba a sus conciertos hace 30 años. «La música te mantiene joven», decía. Y yo asentía, cansado.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al llegar, le pagué con las pocas monedas que tenía y le agradecí la carrera. Llamé a Eduardo para que me abriera la puerta. Salió con Brenda y la saludé por su cumpleaños. «¿En dónde estabas, huevón? Pasa, pasa, gracias, pensé que no vendrías», me dijo de forma empilada mientras Eduardo me abrazaba por el cuello para contarme los detalles de la reunión. Saludé a Roberto y a Ramiro y me senté. «¿Qué haces, huevón?», me preguntaron. «Vengo del Día del Rock Peruano, me duele todo», les dije, mientras pasaban el vaso de ron.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Por el cansancio, me quedé callado escuchando lo que hablaban. «Ya fue el mundial, ni cagando la hacemos», decía Roberto. «Está difícil, pero yo creo que hay chances, hicimos una buena Copa América Centenario», replicaba Eduardo. «Confía en la selección, si le ganamos a Keiko por un pelo, podemos ir al mundial del mismo modo», dijo Ramiro y empezamos a reír. «Y eso qué tiene que ver, huevón, PPK es otro pendejo, un lobista», dijo Roberto. «¿Y Keiko era una mejor opción? No me jodas, pues, la china es igual o peor que su viejo», dijo Eduardo. «Ya, ya, al menos la mafia no ganó», dije, dejando de ser un espectador. «Pero ese congreso de mierda me genera mucha incertidumbre, así que aún no canten victoria. De todos modos, sí creo que iremos al mundial, no sé cómo, pero estaremos en Rusia, carajo», añadí, seguro de mis palabras. «Ya quemaste», dijo Roberto, y empezamos a reír a carcajadas.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">La reunión siguió, de forma tranquila debido a la poca gente que había. Al rato llegaron unas amigas y se juntaron con nosotros. Yo seguía cansado y por más que las canciones que sonaban me dieran ganas de bailar, evité hacerlo. Pero Evelyn, una de mis mejores amigas, me dijo que baile con ella, porque su ex novio había venido y estaba en otro grupo con unas chicas que ella no conocía. Le expliqué de dónde venía y por qué no podía bailar, pero no pude convencerla. «Me debes una», le dije, mientras me movía aún con el dolor en las piernas. «Oye, pavo, solo un rato pues, ahorita viene un chico con el que estoy saliendo», me dijo. «Mi ex va a querer sacarme celos, ya lo conozco», añadió. Yo reí y seguí bailando, hasta que acabó la canción y busqué en dónde sentarme.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Mientras me servía otro vaso de ron, escuchaba a Eduardo y a Roberto hablar de forma entusiasta de varios temas, en los cuales nunca se ponían de acuerdo. Sin embargo, al final, terminaban abrazados como los buenos amigos que eran. De pronto, Brenda se me acercó y me dijo al oído que Fiorella estaba en camino. Saqué mi celular y le pregunté si estaba viniendo. «Sí, estoy con Romina, ya estamos llegando», me respondió. Fiorella era mi ex enamorada, pero más que eso, era mi amiga, y ya tenía tiempo sin verla y por eso me entusiasmó que viniera.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Me escribió cuando llegó y fui a abrirle la puerta. Nos abrazamos por un buen rato debido al tiempo que teníamos sin vernos y luego saludé a su amiga Romina. Entramos y estuvimos conversando, poniéndonos al día todo lo que nos había pasado desde la última vez que nos habíamos visto. «En mi casa ¿no?», me dijo. Yo hice memoria y le dije que sí, aunque no estaba muy seguro. Ese día habíamos tomado tanto que ni recordaba cómo fue cuando la acompañé a su casa. «Estabas cagado, huevón, te querías ir y era tarde», me dijo. «Ese domingo dormí todo el día, qué tal resaca, carajo», respondí, y nos matamos de la risa. Seguimos hablando y llegamos al tema de su enamorado. «Ya no estoy con él, hace poco más de un mes, creo», me dijo. Me contó que no se veían mucho, que él vivía lejos y no tenía mucho tiempo para ella, y que, además, discutían cada vez que se veían, por lo que decidieron terminar por lo sano. «Fue mutuo acuerdo», me dijo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Empezó a llegar más gente, la música comenzó a sonar más fuerte y la sala cada vez se hizo más pequeña. Vi que entró un grupo de chicos junto a Evelyn que yo no conocía. «Mierda», dijo Fiorella de pronto. «¿Qué pasó?», pregunté. «Allí está Sergio», dijo. «Sergio, mi ex», añadió. «No te creo», le dije, pareciéndome increíble tanta coincidencia. «Sí, y parece que tu amiga lo conoce», agregó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Me acerqué a Evelyn cuando la vi conversando con una de sus amigas y le pregunté de dónde conocía a ese chico. «¿Por qué? Estoy saliendo con él, te dije que en un rato vendría», respondió. «¿Qué? ¿Era él? Bueno, y ¿hace cuánto tiempo sales con él?», le pregunté, curioso. «Hace un par de meses», me dijo. Yo me quedé callado, no le dije nada aún porque quería estar seguro de lo que me había dicho Fiorella. Regresé donde ella.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">«Al parecer, tu ex está saliendo con mi amiga Evelyn», le dije, al sentarme. «¿Es en serio?», me preguntó. «¿Desde cuándo?, ¡Dime, dime!», insistió. «Según Evelyn, hace un par de meses». «Ese idiota», dijo, con rabia, queriendo pararse. «Tranquila», le dije. «Ya fue, no vale la pena», añadí. Fiorella se quedó de brazos cruzados y lo miró con cólera. «Me mintió ese huevón», me dijo. «Ya, no hagas caso», le dije. «Pero también le mintió a tu amiga», me dijo. «Lo sé, y hablaré con ella», respondí. «¿Quieres tomar un poco de aire? Parece que lo necesitas», añadí. «Sí, por favor», me dijo. Y fuimos al patio a sentarnos y tomar aire fresco. Ella seguía renegando y diciendo que se sentía como una idiota, que con razón nunca podía verla porque seguro ya estaba detrás de esa huevona. «Oye, más respeto con mi amiga», le dije. «Puta, lo siento, pero estoy con cólera, pues», me dijo y me causó gracia su expresión. «O sea, me da igual lo que haga, yo ya no siento nada, pero me jode su cinismo, y yo pensando que habíamos terminado bien y que podíamos ser amigos», dijo. «¿Como nosotros?», pregunté. Se quedó pensando, me miró y aceptó con la cabeza. «Pero lo nuestro fue distinto», me dijo después. «Tú nunca me fallaste, aunque eso fue lo que pensé en un comienzo», añadió. «Ya, no empecemos», le dije, riendo. «Es cierto pues, era chibola y me dejé llevar por otras personas», me dijo. «No seas dura contigo, yo también me porté tontamente, no nos conocíamos mucho y tenías razón en dudar», le dije. «Igual, al final nos hicimos buenos amigos, ¿no?», agregué. Asintió, la abracé fuerte y recostó su cabeza en mi hombro.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Regresamos después de un rato a la sala y nos juntamos con los chicos y chicas del grupo. Romina bailaba con Eduardo y Roberto hablaba con Brenda, diciéndole que le presente alguna amiga, como solía hacerlo cada vez que iba a su cumpleaños. Yo miré al grupo de Evelyn y vi que Sergio se dio cuenta de la presencia de Fiorella, que se encontraba a mi lado. No sabía si se atrevería a llamarla, pues Evelyn lo tenía agarrado de la mano. Fiorella ni lo miraba, y al contrario, se divertía escuchando a Brenda molestando a Roberto sobre por qué sus amigas no le iban a hacer caso. Yo miré de nuevo a Sergio y noté que intentaba alejarse de Evelyn, pues iba y venía a la mesa haciendo como que buscaba algo con la intención de acercarse a Fiorella. Entonces, ella volteó y me preguntó qué miraba. Le dije que nada, pero supo que le mentía. «No me importa lo que haga ese idiota», me dijo, dándose cuenta que miraba hacia nosotros. «Que haga lo que quiera», añadió. Y seguimos en el grupo viendo cómo bailaban los chicos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al rato, vi que Evelyn se encontraba con sus amigas y Sergio se acercó en busca de Fiorella. La agarró del brazo y ella volteó con furia y le dijo que la suelte. Y entonces me sujetó de la mano, con firmeza. Y yo lo miré, preguntando qué pasaba. «Tú no te metas», me dijo, y lo empuje por instinto poniéndome delante de Fiorella. «¿Por qué? Ella está conmigo», le dije. Y se quedó mudo, pues vio que Evelyn se acercaba. «¿Qué sucede?», preguntó. «Vamos a bailar», le dijo a Sergio y se lo llevó de la mano. Él siguió callado y no hizo nada. Fiorella me miró y se mató de la risa. «Es un completo idiota», me dijo. Y después de un momento se dio cuenta que seguíamos cogidos de la mano, y yo, con un poco de vergüenza, la solté. Ella la cogió de nuevo y me dijo al oído: «Estoy contigo, ¿no?». Yo solo sonreí y asentí con la cabeza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Estuvimos un buen rato así, y vimos que Sergio seguía mirándonos, y Evelyn ni cuenta se daba. Yo quería decirle lo que había pasado, pero Fiorella me hizo desistir de esa idea para no arruinar la reunión de Brenda. «Tienes razón», le dije. Y decidimos salir un momento. Afuera, apoyados en la puerta, me dijo para irnos, que se sentía cansada y que Romina le había dicho que se iría con Eduardo. Yo miré adentro, pensé en ir a despedirme de la gente pero no lo hice. La cogí de la mano, pedimos un taxi y fuimos a su casa. Entramos en silencio a su sala y ella fue a su habitación a ponerse algo más cómodo. Salió, trajo un poco de agua y se sentó a mi lado. Tomamos un poco y nos recostamos en el mueble. Ella me miraba en silencio y ponía sus manos en mi rostro. Yo tenía los ojos cerrados y sonreía sin decir alguna palabra. Y entonces nos besamos como aquellos tiempos, y recordaba la última vez que había pasado. Sabía que éramos amigos pero cada cierto tiempo nos veíamos y terminábamos así, sin impedimentos de nada y callados en todo momento. Nos acomodamos como antes y nos desprendimos de nuestras prendas. No sé qué pensaba ella en ese momento, sabíamos que esto no iba a ser para siempre, por eso nunca perdíamos la oportunidad. Era claro que nuestra amistad pendía de un hilo, y que a pesar de sus amores y los míos, volveríamos a tener otro momento, como si se tratara de una coincidencia, como lo que había pasado esta noche entre nuestros conocidos. La cargué a su habitación y la dejé dormida. La había querido siempre, desde el primer momento en que la había conocido. Pero el amor incierto había desaparecido y ya no había celos ni peleas, como en un comienzo. Solo sabíamos que estábamos y eso nos bastaba. ¿Hasta cuándo? Ya no importaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Salí de su habitación, bajé las escaleras y en la calle sentí frío. Volteé a ver su casa y recordé las veces que venía a buscarla, la emoción que un día sentí por verla y sentir sus brazos. Tomé el primer taxi que pasó y me fui. Sabía que mañana tendría otra resaca, como la última vez que la vi, y mirando por el retrovisor me pregunté cuándo sería la próxima vez que nos veríamos de nuevo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span><div class="separator" style="clear: both; text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzToI6ZwKLPann9yKpxhzg_3gL0XfNYuMGBbDAi2hQOy7z_9BfQGV2aVA5xMfSqaSMmretR_w0E6eAFwA4x8xygVR98DheY8dEOuMq81zbfqi0xNnS-qE8YRHmw3KCKn7T9rbT_qLlD3c/s611/Coincidencia.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="419" data-original-width="611" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzToI6ZwKLPann9yKpxhzg_3gL0XfNYuMGBbDAi2hQOy7z_9BfQGV2aVA5xMfSqaSMmretR_w0E6eAFwA4x8xygVR98DheY8dEOuMq81zbfqi0xNnS-qE8YRHmw3KCKn7T9rbT_qLlD3c/s320/Coincidencia.jpg" width="320" /></a></div></div>Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-80767564971060150532019-07-17T17:45:00.003-07:002023-07-20T13:35:34.828-07:00Fiesta<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Miré la hora en el celular esperando acertar: cuatro y treinta. «Carajo», dije, no era tan tarde como creía; pero me sentía cansado, abrumado y sobre todo, fastidiado. Rebecca se había ido de la fiesta sin dirigirme la palabra y yo me encontraba en la sala tomando con un grupo de chicos y chicas que, a simple vista, ni siquiera conocía. Había un par de extranjeros que hacían pasos de baile extraños, tratando de enseñarle a una de las chicas a moverse de la misma forma, pero no lo lograron. «Necesitas más práctica, cariño», dijo uno. En ese momento Mariano se me acercó y me ofreció un pucho. «Para que despiertes, hermano», me dijo. Le hice un gesto de negación y se alejó. Me encontraba cómodo con mi botella de ron. No necesitaba más, pero la verdad, moría por irme. No quería pensar y por más que tomaba, la imagen de Rebecca mirando su celular ignorándome, mandando a su mejor amiga, Patricia, para que me diga que se iba, que no quería ni verme, me había dejado aturdido. Bueno, es cierto que la cagué, pero hay una explicación para eso.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Mi amigo Sandro, quien para ese entonces se había quedado dormido en el baño, según un amigo suyo que lo tuvo que cargar hasta la habitación, invitó a Dayana, mi ex enamorada. No le dije nada, ya que había terminado en buenos términos con ella y me daba igual si venía o no. Era una conocida más, le dije, sin roches. Pero el verdadero tema era Rebecca. Preferí no decirle nada: primer error. Y si me preguntaba algo, le diría la verdad, que Sandro la había invitado: segundo error.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Llegado las doce, vi entrar a Dayana con su amiga Jimena y las saludé amistosamente. «¿Y tu novio?», le pregunté a Dayana, como bromeando. «Idiota», me dijo. Se quedó pensando unos segundos y agregó: «Hoy lo encuentro», y reímos juntos. «Pidan lo que gusten, chicas», agregué, mientras entraban a la sala. Rebecca, en cambio, se demoró en llegar, para variar, pero esta vez fue porque Patricia se había peleado con su enamorado. «El estúpido de Luis tenía un partido de fútbol temprano y adivina qué eligió», me dijo Rebecca cuando la vi llegar con Patricia, quien me saludó casi sin verme. «No se le nota lo enojada», le respondí.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Entramos y el protocolo de siempre: un trago por aquí, otro por allá, para ti, mi amor; Patricia, toma, mañana vamos a ver el partido de Luis, no te preocupes. «Cállate, idiota», me respondió con sorna. Sin duda, esa noche fui el real idiota. Las dejé conversando y fui al pateo donde se encontraban mis amigos, pero solo encontré algunos pues la mayoría se había ido al techo a fumar su hierbita. Las consecuencias de vivir en un barrio de San Juan de Miraflores, pensé. Pero estaba Pedro, mi pataza del colegio, y me invitó de su chela. «Salud, pues, hermano», me dijo. Le devolví el gesto. «Seguro ahora bajan esos pendejos», me dijo. «Sí, no cambian», le dije. Seguimos hablando un rato y luego me acerqué a Rebecca. «¿Todo bien, amor?», le pregunté. «Sí», me dijo. «Vamos a bailar», y fuimos de la mano al centro de la sala. «Amor, me preocupa Patricia», me dijo, en pleno baile. «No es la primera vez que Luis la deja de lado», añadió. «Para algunos hombres no hay nada más importante que el fútbol», le dije. «Porque después está su equipo de fútbol, su madre, y claro, al final pero no menos importante, la enamorada», agregué, y me dio un golpe, la besé y ambos reímos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Volvimos con Patricia, que se encontraba hablando con Mariano. Tomamos un par de shots y escuché que alguien me llamaba. Volteé y era Pedro, quien ya se encontraba con los chicos de la promoción. Volví con ellos, conversamos un rato y de pronto Óscar, otro amigo, se me acercó y me dijo: «Huevón, no sabía que conocías a Dayana». Y ella apareció a su lado. «Yo no sabía que tú lo conocías, nosotros estuvimos juntos hace años», le dijo. «Ah, vaya, se lo tenían guardadito», dijo Óscar. «Él se mudó a mi residencia hace poco, y en una reu lo conocí, no sabía que ustedes eran promoción», dijo Dayana. «El mundo es muy pequeño», respondí, mirando a los lados, sabiendo que esa situación podría traerme problemas. Repito, no tenía ningún problema con que Dayana haya venido, pero tampoco quería verme cerca a ella. «Ya vengo», les dije, y regresé donde Rebecca. «Amor, dónde estabas, Mariano dice que más tarde vienen sus amigos de intercambio», me dijo. «Ah, ¿sí?», dije, mirando fijamente a Mariano, porque no me había dicho nada. «Sí, hermano, esa gente es la cagada, ya los conocerás», respondió, y se fue. Rebecca se me acercó y estuvimos abrazados por un momento, viendo cómo la gente se divertía. Al rato, al ver nuestras copas vacías, fuimos a la mesa a preparar unos tragos. Le serví uno de sus tragos favoritos, un chilcano de Maracuyá. Brindamos y bebimos. De pronto, se acercó Dayana con Jimena. Yo me quedé helado. «¿Podemos?», preguntó Jimena, yo moví la cabeza afirmando, y se sirvieron dos vasos. Rebecca me tenía abrazado de la cadera. No dijo ni una palabra pero sentí la presión de sus manos. Y se fueron. Rebeca volteó y me miró con los ojos bien abiertos. «¿Qué hace ella aquí?», preguntó, con un tono de voz que ya conocía bien. «Alguien la habrá invitado», dije, nervioso. «¿Quién?», volvió a preguntar, asediándome. «No lo sé, no lo sé», dije. «Tal vez Mariano o Sandro», agregué. «Entonces sí sabías», repitió. «O sea, sí, pero no me acordaba, tal vez lo mencionó, pero no le tomé importancia», dije, demostrando, una vez más, mi nerviosismo. No me culpen, tenía muchas cosas en la cabeza y no pude lidiar con la situación. «Ya, Mateo, sabes, me tengo que ir», dijo. «Carajo», pensé. Me agarró frío y lo primero que hice fue sostenerle la mano. Ella me la soltó. Entonces, me acerqué y traté de darle un beso, que esquivó sutilmente. Y se fue donde Patricia. «La cagué», pensé, o lo dije, no lo supe en ese momento pues la bulla empezó a sonar más fuerte y la gente parecía entrar al clímax de la noche. Yo, en cambio, había metido la pata. Pude haber hecho algo al respecto, pero, sinceramente, o estúpidamente, no le tome importancia. Hasta que pasó.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Mariano se me acercó, sin saber lo que había sucedido, y me dijo que sus amigos de intercambio habían llegado. Por lo distraído que estaba, solo le hice un gesto mientras trataba de buscar a Rebeca con la mirada, y vi que un grupo de desconocidos entraban y saludaban a Mariano. Fui a la mesa y me serví un vaso de ron. Me apoyé a un lado mientras tomaba y pensaba qué hacer. Óscar fue a la mesa a servirse un trago y me vio a un lado, y no sé qué cara habré tenido para que me preguntara si pasaba algo. Le conté, en pocas palabras, lo de Dayana y Rebecca, y solo atinó a decirme: «Hermano, estás jodido», con su típica vocecita burlona. «Gracias, no me había dado cuenta», le dije, y empezó a reír. «Bueno, hablaré con Dayana entonces», me dijo. «No es necesario, ella no es el problema. Yo sí», le dije. Me dio unos palmos en la espalda, cogió su trago y me dijo: «Cualquier cosa estaré con la promo», y se fue.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al otro lado de la sala vi a Rebecca con Patricia y otras chicas que no conocía. No quise perderla de vista, por si se iba, como me había dicho. Hasta que vi que cogió sus cosas del mueble donde las había dejado. Entonces, no lo pensé y fui a hablarle, pero en el camino me interrumpió Patricia, y fue ahí que me dijo: «Ni te acerques, por ahora no quiere verte ni hablar contigo». Yo la escuchaba aturdido y miraba por encima de ella a Rebecca, quien estaba concentrada escribiendo en su celular. «Nuestro taxi ya está cerca, y mejor, yo tampoco tengo ganas de estar aquí», siguió, y la miré. «Así que mejor déjala en paz, Mateo», añadió. «Vamos, Patricia, déjame hablar con ella», le dije. «No, lo siento, ya sabes cómo se pone, en serio, es mejor así, por ahora», me dijo. «Además, te lo mereces, por idiota, cómo se te ocurre...», añadió, y se fue. No pude decir nada contra ello.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Vi que salieron y se subieron al taxi. Rebeca ni siquiera volteó a verme. En ese momento supe que la había cagado bien. Ofuscado, tenso, regresé a la mesa y abrí una botella de ron. Y heme aquí. En verdad, ya quiero que todo acabe, nada salió como lo había planeado. Envidio cómo la gente se divierte, bebe y baila sin preocupaciones. Saben, quisiera irme, lamentablemente, es mi casa.</span></div><div style="text-align: justify;">
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPRyI6cW_5pONCHXEhYj2_V_agtpCszuzMOgp4IT1AfulcjySMDUaDzs7AsjJZDA-GfopuRJaNlrKxveXBnrmmAkY0N6E0i-XxWNEwSdE0OwO4EB3dFVEhSi65jseP_lQfkCf3hJfudxo/s1600/Fiesta.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="531" data-original-width="800" height="212" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgPRyI6cW_5pONCHXEhYj2_V_agtpCszuzMOgp4IT1AfulcjySMDUaDzs7AsjJZDA-GfopuRJaNlrKxveXBnrmmAkY0N6E0i-XxWNEwSdE0OwO4EB3dFVEhSi65jseP_lQfkCf3hJfudxo/s320/Fiesta.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-48257287597516035622019-06-13T19:17:00.004-07:002023-07-20T13:41:05.626-07:00El Plan<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Y tú qué piensas, Andrés? —preguntó Josué, inquiriendo saber lo que callaba.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—No me convence —dijo, con una distancia trémula en cada palabra, después de haber escuchado a un amigo de Josué.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">La pequeña mesa del Bar Pinto temblaba por un desnivel de una de las patas. Desde nuestro lugar se veían las otras cuatro mesas, un baño y la barra, la cual se encontraba ocupada por sujetos extraños, sucios, con mirada de pocos amigos. En ese momento dos tipos entraron empujando la puerta y se sentaron al frente de nosotros. Yo los miré sin la menor atención y después puse la vista sobre Andrés, intrigado. Él había vivido años fuera de la capital y sabía cómo eran los del norte.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Entonces, buscamos a otro? —sugirió Josué, mientras se servía más cerveza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Andrés se levantó y solo atinó a decir: «Déjame pensarlo», y salió del bar. Josué y yo nos quedamos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Él es así, no te preocupes —me dijo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Asentí y me tomé otro vaso de cerveza, pero me sentía inquieto, teníamos poco tiempo y necesitábamos a alguien más. La empresa que veníamos desarrollando requería de cuatro personas, solo cuatro. Y por el momento éramos Andrés, Josué y yo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Saqué de mi bolsillo unas monedas y las dejé en la mesa. Nos levantamos y salimos del bar. Fuimos a buscar a Nemesio, un amigo del primo de Josué. «Seguro le interesa», me dijo antes de salir, y caminamos por la calle Reserva hasta llegar a su casa. Un primer piso techado con calamina, un jardín descuidado cercado con rejas oxidadas y una ventana vieja en forma de cruz. Tocamos la puerta.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Hola, Nemesio —dijo Josué al verlo. Era un moreno claro, sacalagua, de tamaño normal, pero fornido.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Qué fue, viejo, qué te trae por aquí —respondió, cordialmente.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Aquí pues, vengo a proponerte algo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Un trabajo?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Algo así.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Cuenta, cuenta, entonces —respondió Nemesio en el acto.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Anda a vernos al Bar Pinto mañana a las siete de la noche. Estaré con él y otro amigo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Ya pues, allí nos vemos —se despidió y cerró la puerta.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Yo miré a Josué y le pregunté si estaba seguro de lo que hacía, si él era quien buscábamos. «Tranquilo, es bien avezado, además, parece que necesita dinero», me dijo. «Bueno, hay que avisarle a Andrés», le dije, y me despedí de él.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Caminé de regreso a mi casa por la calle Porta, las veredas se encontraban mojadas, negras y llenas de ambulantes. Una jauría de perros se peleaban por unos huesos que habían hurgado en la basura. Las combis se llenaban de gente en cada esquina y otros bajaban de los buses. No podríamos vivir sin nuestra barbarie, pensé. Abrí la puerta de mi casa y entré.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Al día siguiente, en el Bar Pinto, entró Andrés y se sentó en nuestra mesa. Josué le presentó a Nemesio y pidió un par de cervezas más.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Y de qué trata la chamba? —preguntó Nemesio, un rato después.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Primero háblanos de ti —dijo Andrés, serio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nemesio miró a Josué extrañado, luego se acomodó bien en el asiento y habló, tranquilo. Contó que vivía con su viejo, al que llamó «un alcoholico de mierda», y con su hermana, que aún estaba en el colegio, y que trabajaba en el mercado cargando las bolsas de papa, yuca, camote, que llegaban a los puestos. «Aquí nomás, en el mercado Salvador, allí me conocen», dijo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Ya veo —respondió Andrés.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Saben, todo esto me parece raro, pero me da curiosidad —agregó Nemesio.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Me imagino, pero es necesario.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Está bien. ¿Necesitan saber algo más?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Has tenido problemas con la ley?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Nunca, pero ya sabes cómo es el barrio, siempre hay batida después de cada pichanga o algún tono, por culpa de los fumones y borrachos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Tienes miedo de tenerlos?</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—…</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿De tener problemas con la ley? La verdad no tengo miedo, pero si se llevaran a mi viejo, te digo que nos harían un favor.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Suficiente con que no tengas miedo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Andrés miró a Josué, luego a mí. Hizo un gesto de aprobación y pidió otra cerveza.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—¿Por qué tanto misterio? ¿Piensan asaltar un banco o qué? —rió un momento, pero luego de oír el silencio en nosotros, se calló.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Josué le dio un palmo en la espalda. «Tranquilo, viejo, como crees. Un banco no», le dijo. Nemesio lo miró sorprendido, luego miró el centro de la mesa y con las manos empujo la silla y se alejó un poco. «¿De qué hablan? Sean claros».</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Ya te iremos explicando, tranquilo, es algo que hemos planeado desde hace un buen tiempo, solo nos faltaba una persona más. Si aceptas, te contamos con detalles.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">—Primero cuéntenme, no puedo aceptar algo si no estoy seguro de qué trata.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">«Tranquilo», le dije, sirviendo un poco más de cerveza. «Ya te iremos contando, además, hay mucho dinero de por medio», acote, para calmarlo y tratar de convencerlo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Se bebió el vaso de cerveza, nos miró un momento y dijo: «Antes de aceptar, quiero saberlo todo». «Y lo sabrás», sentenció Andrés.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">A medida que íbamos tomando, Nemesio escuchaba atentamente las palabras de Andrés. Asentía una y otra vez, y yo lo miraba, intentando descifrar en sus gestos alguna señal de rechazo, o de miedo, a nuestra propuesta. Miraba de un lado a otros mientras Andrés contaba con más detalle el plan, como si sintiera que alguien del bar los estuviera espiando. Ya se sentía cómplice, pensé. «Y allí entras tú», dijo Andrés. Nemesio se quedó callado, como pensando, y entonces respondió: «No lo sé, muchachos. Entiendo que hay garantías, pero si algo sale mal...». «Tenemos todo pensado, no te preocupes», lo calmó Andrés. «Solo te necesitamos allí a esa hora, nosotros nos encargaremos de lo demás», añadió, y le tendió la mano. «¿Aceptas?», preguntó. Nemesio me miró preocupado, soltó el vaso, puso las manos en la mesa y quiso decir algo. Yo lo detuve. Le palmé el hombro y le dije que lo pensara bien, que con ese dinero podría ayudar a su hermana y que podríamos hacer algo al respecto con su viejo, si todo salía como lo habíamos planeado. Me quedo mirando un momento y, aunque dudando, extendió la mano a Andrés. «Acepto», respondió</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nos encontramos en el callejón Lores de Tica a las 10 de la noche. Andrés le repitió lo que tenía que hacer. Josué y yo nos estábamos alistando, poniendo las cosas en nuestras mochilas. Andrés dio la orden y nos dirigimos al lugar donde llevaríamos a cabo el plan. Nemesio se quedó con él. Le dio las cosas que necesitaría y lo cogió del cuello. «Ni te atrevas a cagarla, compare», lo amenazó. Nemesio no supo qué decir, solo asintió, ya con algo de miedo, y se dirigió al lugar.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Ya eran las 12 de la noche. La niebla tapaba los contenedores y, los autos, detrás de las rejas, parecían flotar. Nemesio vigilaba los alrededores, escondido entre los arbustos, las rejas y los tachos de basura. Esperaba y esperaba, y los minutos parecían eternos. Él sabía lo que tenía que hacer. Miraba sus manos con las herramientas que le habían dado. Era sencillo, en teoría, pero qué pasaría si… No podía dejar de pensar en eso. Su hermanita menor, el alcohólico de su viejo, qué sería de ella sin él no estuviera allí. No podía dejarse llevar por el miedo, tenía que hacerlo, y hacerlo ya. Levantó la vista. La luces de un poste se movían de una lado a otro. Dos guardias estaban en la puerta, uno sentado y otro apoyado en la caseta. Él se movió, para verlos más de cerca, se arrodilló y empezó a entrecerrar los ojos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Josué ya había empezado con su parte, y yo esperaba que me dieran la señal. Caminé un largo tramo por la acera, entre las casas y los puestos de comida que bordeaban la costa. El mar estaba negro, y las olas, grandes, rompían tan fuerte en el muelle que podía escucharlas desde mi lugar. El faro alumbraba sin pasión. Con los años se había deteriorado su luz así como su importancia. Llegué al lugar donde me encontraría con Josué, y esperé.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Andrés ya había logrado llegar a la central de luz del campamento. Desconectó unos cables y hubo un apagón en toda la zona. Era la señal, pensé. Pasaron unos minutos y no veía a Josué. Al rato, una sombra salió entre un muro y una reja, y llevaba consigo una maleta negra, la empujó, despacio, y logró sacarla. Me acerqué a ayudar a Josué, cogí parte de lo que había adentro y lo metí a mi mochila. Josué hizo lo mismo.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Andrés levantó sus herramientas, las puso en su mochila y corrió. De lejos, vio a unos hombres llegar al lugar. Empezaron a buscar con sus linternas, mientras él se ocultaba entre los arbustos. Se quedó quieto un momento y luego avanzó sin hacer bulla. Los sujetos siguieron buscando pero no encontraron nada.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nemesio vio que los guardias se alarmaron al ver que todo se oscureció. Entraron por la puerta de inmediato. Entonces, se armó de valor, cogió las herramientas y se acercó a la puerta. Empezó romper la cadena con el alicate mientras veía si alguien se acercaba. Al cabo de un rato lo logró. Las cadenas cayeron fuertemente al piso y con una mano abrió la reja.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Andrés llegó al campo principal, todavía escondido entre los árboles. Miró de lejos la puerta y vio que se encontraba abierta. Y también vio a Nemesio detrás de la caseta. Tenía que correr por el pasaje y salir por allí.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Josue y yo ya teníamos las cosas listas, y fuimos camino al lugar donde nos encontraríamos con los demás. Íbamos a un lado de la carretera, escondidos por el desmonte de arena, que se precipitaba directamente al mar. Cuando ya habíamos caminado cerca de tres cuadras, vimos cómo un convoy se dirigía al campamento, a toda velocidad.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Nemesio espero a Andrés cerca de la caseta, pero no lo vio llegar. Entonces decidió regresar por el camino que le había dicho si aquello no pasaba. Cuando soltó las herramientas para empezar a correr, escuchó el derrape de varios autos frente a él.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Andrés no se decidía, pero sabía cómo actuarían los cachacos ante esta situación, y recordó sus épocas de militar allá en el norte. Por un momento pensó que se vería cara a cara con Rogelio, su mejor amigo, el único que fue a despedirse de él cuando lo expulsaron injustamente de su cargo. Miró detenidamente, con la paciencia de cuando hacía guardias en la escuela militar. Y entonces escuchó la bulla. El convoy de carros había llegado y una ráfaga de disparos se escuchó a lo lejos.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjezde_gNxo4_TWTgl5dp3fSE6pyFLjDHQn0KhEqAVBHzrdwbf4a4hkVwDg9KfHwl2Zb4kQoGN1opn943Poj89YRei9bf9ZryWJKrObNF1QRb7ucui0D87zhiqBvGi-i_IgquVWDiIWIXE/s1600/El+plan.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="226" data-original-width="338" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjezde_gNxo4_TWTgl5dp3fSE6pyFLjDHQn0KhEqAVBHzrdwbf4a4hkVwDg9KfHwl2Zb4kQoGN1opn943Poj89YRei9bf9ZryWJKrObNF1QRb7ucui0D87zhiqBvGi-i_IgquVWDiIWIXE/s320/El+plan.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-77801141554818197422019-05-10T00:35:00.000-07:002020-04-20T14:13:32.604-07:00Departir<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Desde un rincón de la habitación se podía ver el fuego del encendedor de Ricardo. Azul, amarillo, naranja, azul de nuevo. Y lo apagaba. No dejaba de jugar con él haciendo sonar la tapa metálica cada vez que lo abría. Una y otra vez. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Ya basta</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dijo Luis un rato después. Ricardo se volvió hacia él, frunció el ceño y lo guardó en su bolsillo. Luis había traído algo especial para la reunión. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">De catálogo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo, y volteó a ver a Hernández, el dueño de la casa, cuyos padres habían viajado a Colombia y por lo tanto tendría la libertad de hacer lo que quisiera, al menos ese fin de semana. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Yo había ido con César y Nicólas. Nos habíamos encontrado en la estación Ayacucho a las nueve de la noche para empezar con las previas. Al llegar, Hernández abrió la puerta de su cochera, miró a ambos lados y nos hizo pasar. Ricardo y Luis ya se encontraban allí. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La habitación se había llenado de humo. Hernández fumaba y se echaba en su mueble, abriendo los brazos y las piernas. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Esto es vida</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, decía. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Esto es vida, carajo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, repitió, y se lo entregaba a Luis, quien probaba un poco para luego dárselo a Ricardo. Luego pasó por Nicolás, de ahí por César y al final por mí. Hernández preguntó la hora. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Son las once</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo Ricardo. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Mierda, la gente ya debe estar viniendo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió Hernández, y fuimos a la sala.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Abrimos unas latas cervezas, pusimos la música, y Hernández se encargó de compartir lo que poco que quedaba de su porro. Al cabo de un rato sonó el timbre. Nicolás me codeó. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Mira quién llegó</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo, y vi entrar a Adriana, Jimena y Camila. Pero él lo decía por Jimena. No la había visto desde la fiesta de fin de finales. Me levanté con los chicos, me saludó con una sonrisa, al igual que sus amigas, y se sentaron al frente de nosotros. Un momento después, Luis me hizo un gesto señalando la cocina. Lo seguí. Abrió la nevera y sacó el hielo. Mientras preparaba el ron, me preguntó por Jimena. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Sigues en algo con ella?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo, de pronto. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondí, un poco desconfiado. </span><span style="font-size: large;">«Mira, es que h</span><span style="font-size: large;">e estado hablando con ella estos días, yo la invité a la reunión de hoy</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo. Me sorprendió su sinceridad. Él sabía lo que había pasado ese día en la fiesta, pero seguro también sabía que después de eso ella y yo no habíamos hablado. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Quería que lo sepas para que no hayan malentendidos</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo, y me sirvió un vaso. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Falta ron?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, agregó. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Está bien, no te preocupes</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondí. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Y sí, le falta un poco</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, añadí, y salí de la cocina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">César hablaba con Adriana y Camila, al parecer habían llevado clases juntos cuando al llegar escuché lo mucho que habían sufrido con el curso de Finanzas. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">El profesor no tenía piedad en los exámenes</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, oí decir a Camila. </span><span style="font-size: large;">«Recuerdo que el</span><span style="font-size: large;"> día del final no dormí nada</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, replicó César. Me uní a la conversación contando también mi experiencia en ese curso. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Un rato después volteé a ver a Jimena. Se encontraba sentada en el mueble mirando el celular. Luis llegó con una jarra de ron y le sirvió un poco. Ella bebió, lo miró, y luego volteó a verme. No presté atención, tampoco me incomodaba. Lo que había pasado esa noche no debió pasar, y tal vez por eso no lo hablamos y todo quedó como una resaca más entre amigos. Entre amigos que dejaron de hablarse.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Camila me despertó del trance, levantando su vaso y diciendo salud, junto a César y Adriana. Chocamos los vasos y bebimos, celebrando, nuevamente, el fin de otro ciclo en la universidad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Hernández no dejaba de sacar botellas del bar de sus padres, haciendo que todos beban un poco, y como un loco gritaba las canciones que sonaban en el parlante. Solo nosotros sabíamos el por qué de su estado. Nicolás y Ricardo se encontraban con unos amigos de la selección de fútbol, quienes habían llegado con un grupo de amigas de la facultad. Mientras yo hablaba con Camila, veía a Luis bailar con Jimena. Ella me miraba de reojo y luego se acercaba a Luis, y yo volvía a mirar a Camila. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Y qué planes estas vacaciones?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me preguntaba. Yo le contaba mis futuras actividades, así como ella. Al voltear, vimos a Adriana bailar con César. Y entonces Camila me confesó un secreto. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">A Adriana le gusta tu amigo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿En serio?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, pregunté, sorprendido, y volteé a verlos. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Sí, por eso quiso venir</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No le vayas a decir nada, ah</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, añadió. Yo reí. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No te preocupes</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije. Camila era linda, pero sobre todo, muy alegre y divertida. Habíamos hablado muy poco en la facultad, pero siempre con simpatía las veces que nos encontrábamos, como ahora. Tenía el rostro limpio y los ojos tímidos, y cuando sonreía era inevitable sonreír también. La conversación se había tornado curiosa. Me dijo que el día de la fiesta de fin de finales me había visto con César cerca de su casa. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿En el grifo?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le pregunté. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Sí</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió ella. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Yo estaba con Jimena…</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo, y se quedó callada. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Ah, Jimena, sí</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondí. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Descuida, yo sé lo que pasó</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Nos viste</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dije. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Algo así…</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No debió pasar, éramos amigos y después de eso dejamos de hablarnos</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije, sincerándome. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">También me pasó con un amigo que conocía desde el primer ciclo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Pensé que hablaríamos de eso, pero luego me enteré que... ¡tenía enamorada!</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, añadió. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Y tú no lo sabías?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, pregunté. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¡No!, y eso es lo que más me jode: que nunca me contó nada</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Entonces no era tu amigo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Parece que no</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Nicolás se acercó y me llamó. Le dije a Camila que volvería en un momento. En el pasadizo me dijo que había visto cómo Luis intentaba besar a Jimena. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Y?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le pregunté. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Pensé que tú y Jimena tenían algo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo, confundido. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Creo que ellos están saliendo o algo parecido</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, añadí. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Bueno</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo Nicolás. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Igual, me avisas si haces algo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, siguió. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Algo como qué?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le pregunté. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No sé, algo como agarrarlo a golpes, nunca me cayó bien ese fumón</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo. Solté una carcajada. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Tranquilo, no pasa nada</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije palmeando sus hombros, y regresé a la sala.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Camila se encontraba hablando con una amiga que llegó con el grupo de chicos que jugaban fútbol. Se fue al verme llegar donde Camila, saludándome y riendo un poco. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Qué fue tan gracioso?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le pregunté. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Nada, nada, mi amiga está loca</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió Camila. Me serví un poco de ron y a ella también. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Y no te gusta bailar?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me preguntó, un momento después. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Claro que sí</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Entonces, vamos</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió, y me agarró de la mano llevándome al centro de la sala en donde se encontraban todos bailando. Yo intentaba seguir el ritmo de ella, porque le había dicho que me gustaba bailar, mas no que sabía hacerlo. De pronto alguien cambió la música a mitad de canción, la gente protestó, pero a mí me salvó de hacer el ridículo. Nos sentamos. Camila empezó a bromear con mis pasos, reía y reía y a mí me causaba más risa. Fue entonces que al voltear vi a Jimena mirándome, mientras Luis preparaba más ron. Me miraba indignada, como si dijera que qué hacía hablando con su mejor amiga. No quise pensar eso, pero Camila lo advirtió al voltear y yo me di cuenta. Como quien cambia de tema, me dijo que tenía que hacer una llamada y que tenía que salir debido a la bulla. La acompañé y salimos. Ella llamó a alguien, habló unos segundos y luego colgó. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Todo bien?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le pregunté. Asintió con la cabeza y se acomodó el cabello. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Necesitaba un poco de aire</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Yo también, estoy allí desde temprano con los chicos</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, acote.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al cabo de un rato decidimos entrar. Abrimos la puerta y en el pasadizo nos encontramos con Jimena. Los tres nos quedamos mirando. Yo pasé de frente y Camila quiso hacer lo mismo, pero Jimena la cogió del brazo y le hizo un gesto de duda. Camila no entendió y siguió detrás de mí. Luis llegó y se quedó con Jimena. Le preguntó algo que no llegamos a oír. Nos sentamos donde estábamos y nos quedamos callados. Camila, de pronto, me dijo que parece que Jimena se encontraba incómoda por verme conmigo. Le dije que no había por qué. Ella asintió, callada, pero intentó no perder la sonrisa. Yo le sonreí, y la saqué a bailar. Bailamos por un buen rato, o al menos eso yo intentaba. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Hernández paró la música, levantó con la mano una botella de pisco y gritó que era hora de ir a la azotea. </span><span style="font-size: large;">«¡</span><span style="font-size: large;">Síganme los buenos!</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo, y algunos empezaron a subir detrás de él. Camila me miró, me hizo un gesto para subir y fuimos detrás de todos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Estábamos en el cuarto piso. Había un patio enorme, con luces y bancas a los costados, y al frente, un parque en forma de triángulo. Me senté con Camila con vista al parque. Ya era de madrugada, no había gente en la calle, y empezamos a contar a los pocos que pasaban, y apostamos que el que perdía, se bebía un shot de pisco. Tomé cerca de cuatro shots, mi vista no era la misma ya hace un buen tiempo y Camila parecía ver a lo lejos a varias parejas sentadas en los bordes del parque. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No me gusta este juego</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije, aturdido, y ella no dejaba de reír. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fuimos a la cocina en busca de agua. El pisco había causado en mí sensaciones que, combinado con lo que había traído Luis, no podía controlar. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Toma</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo Camila. Y bebí y bebí. Ella hizo lo mismo, y nos sentamos un momento. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Gracias</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Me salvaste, ah</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, añadí enseguida. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Fue gracioso ganarte, así que te debía al menos eso</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">De pronto, al mirar por la escalera, vimos a César besándose con Adriana. Camila se rió. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Se le hizo a mi amiga</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, dijo. Yo reí junto a ella. Había menos gente en la azotea. La mayoría había bajado debido al frío. Camila se apoyó a mi lado y yo hice lo mismo. Me miró sonriendo, sin saber qué decir. Yo cerré los ojos y sentí sus labios en los míos. Luego, sus manos cogieron mis mejillas. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Yo no pensaba en nada, y todavía me cuesta recordar lo que pasó después. Según César, Jimena subió con Luis buscando a sus amigas para irse, y cuando me vio besándome con Camila, no dijo nada y se fue, dejándolas a su suerte. Adriana había ido al baño y César no le dijo nada a Jimena, por eso cuando Adriana salió, recién le dijo lo que había pasado. Después de eso, me dijo que acompañamos a las chicas a esperar su taxi, y que luego volvimos a casa. Ya no había casi nadie y nos dormimos en la sala hasta que amaneció. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Y así fue</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo, echando un poco del ron que quedaba a su café. Yo miré la hora en mi celular: las diez de la mañana. Tenía algunos mensajes de Camila diciéndome que habían llegado bien. Le dije a César que era hora de irnos. Buscó a Hernández en su habitación. No lo encontró. Se había quedado dormido en la hamaca de la azotea. Prefirió no despertarlo y salimos. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Oye, Hernán</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo César. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Y ahora qué vas a hacer?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me preguntó. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">¿Sobre qué?</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, le dije. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Sobre tú y Camila</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, respondió. Me quedé pensando. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">No lo sé</span><span style="font-size: large;">», le dije.</span><span style="font-size: large;"> </span><span style="font-size: large;">«A</span><span style="font-size: large;">ún no hablamos</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, añadí. César rió. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Pues hablen, departan, conversen</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me dijo, y levantó la mano para parar un taxi.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSUvkaCBbSgoFzHKeQROx98TdQ5ga_FQCOrgAkTRvrSUGPVQ_YiN5IM_kBjxFqsOVoLbODtELUm7dDq2HzZsx8iwWxMvtwqlfx5tkXTYdbVZW9piC4dHuExsFC1VI54jfMW-1BS4ddOrE/s1600/Departir.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="233" data-original-width="340" height="219" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSUvkaCBbSgoFzHKeQROx98TdQ5ga_FQCOrgAkTRvrSUGPVQ_YiN5IM_kBjxFqsOVoLbODtELUm7dDq2HzZsx8iwWxMvtwqlfx5tkXTYdbVZW9piC4dHuExsFC1VI54jfMW-1BS4ddOrE/s320/Departir.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-45996233955749748782019-04-27T14:19:00.000-07:002020-03-25T01:13:17.695-07:00La búsqueda<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Esa señora es mi abuela y ese señor debe ser mi abuelo —dijo Carolina mirando con curiosidad a la pareja que salía de una casa a unas cuadras de su colegio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No mientas </span><span style="font-size: large;">—dijo una de sus compañeras</span><span style="font-size: large;">—</span><span style="font-size: large;">.</span><span style="font-size: large;"> E</span><span style="font-size: large;">sa casa es enorme y tú nunca has entrado allí —siguió, a la vez que se reía y se empujaba con las otras niñas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina no respondió y siguió mirando a la pareja que subía a un auto. Quería verlos bien y reconocer en ellos alguna semejanza con ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Cállate, claro que sí —dijo al fin, mirando a sus compañeras para que no la molestaran.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bueno, si tú lo dices —respondió una de ellas, y empezó a correr con las demás niñas que cargaban sus mochilas y sus loncheras.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina no se movía y miraba detenidamente. Los señores ya no se encontraban, pero entonces llegó otra mujer y abrió la puerta. «Ella debe ser mi tía», dijo con entusiasmo para sus amigas, pero cuando volteó, vio que estaba sola.</span></div>
<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;">Caminó despacio por la calle imaginando cómo sería esa casa por dentro, quiénes más vivirían allí y si sabrían, de alguna manera, de la existencia de ella. Recordó que un día, al pasar por allí, vio a su abuelo reparando su auto y lo saludó para saber si él la conocía y si sabría su nombre. Pero el señor, al verla de lejos, solo le respondió el saludo sin más y siguió haciendo lo suyo. Eso fue hace mucho, pensaba Carolina, cuando era más pequeña y tal vez por eso no se había dado cuenta de que era su nieta, la hija de Aurelio, su hijo mayor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Por qué llegas tan tarde, Carolina? Tu comida está servida —dijo su madre al verla entrar y cerrar la puerta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Fui a ver a mis abuelos —respondió Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Cómo dices? —preguntó su madre, sorprendida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Los vi de lejos —afirmó ella, y dejó sus cosas en la sala. Su madre se acercó, la abrazó y le dio un beso en la frente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ay, mi amor —dijo su madre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Por qué no podemos visitarlos, mami? —preguntó Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Mi amor, lo siento, no quiero que piensen que queremos algo de ellos. Ya hemos hablado de eso —dijo la madre, lamentando ver a su hija triste.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Pero yo solo quiero conocer a mis abuelos, a mi tía... Abrazar a mi abuelita.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo sé, mi amor, pero ahora no es el momento. Te prometo que iremos un día ¿está bien? —dijo su madre, consolándola, mientras le acariciaba las mejillas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Siempre me dices eso —respondió Carolina, y se fue a su habitación.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Por las mañanas, cuando iba al colegio, solía caminar al frente de la casa para ver si salía algún primo o prima de ella, con la intención de saludarlos y decirles quién era. Sin embargo, un auto siempre llegaba antes y llevaba a los niños a sus respectivos colegios, que no eran el mismo que el de ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Un día se levantó muy temprano, se vistió rápido sin que su madre se diera cuenta, tomó un poco de leche y fue a la casa de sus abuelos. Desde una esquina, escondida detrás de un poste de luz, vio a la señora, que suponía era su tía, ir a la tienda y volver con una bolsa de pan y una lata de leche, a su abuelo sacar el auto de la cochera y limpiarlo y, un rato después, a una niña casi de su edad esperar en la puerta a su hermano o primo para que los recoja su movilidad, un Station Wagon color marrón madera. Pensó acercarse a la niña y saludarla antes de que se vaya, pero al ver que llegó el niño corriendo, desistió y caminó de frente a su colegio, pues ya era un poco tarde.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No son tus abuelos —dijo una niña de su salón, por molestarla, al escuchar a Carolina hablar nuevamente de ellos en el recreo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Tú qué sabes —respondió Carolina—. Hoy iré a verlos —añadió, segura de sí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Nunca les has hablado —dijo la niña y sus demás compañeras se rieron.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Es cierto, solo los miras de lejos pero nunca te acercas, ya deja de mentir —agregó otra.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¡Cállate la boca! —gritó Carolina, molesta. No sabes lo que dices —añadió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya déjala —dijo su amiga Amelia, defendiéndola, al ver que Carolina sollozaba—. No les hagas caso, son unas tontas. ¿Vamos a la tienda? Te invito un chupete —sugirió Amelia, amablemente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fueron al quiosco del patio y compraron los dulces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Tú sí me crees, no, Amelia? —preguntó Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué cosa? —dijo Amelia mientras sacaba la envoltura del chupete.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Que los señores de esa casa son mis abuelos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Si tú dices que son tus abuelos, pues te creo. Pero es raro que no te hables con ellos, ¿no crees?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo sé. Pero una vez mi abuelo me saludó —dijo Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Eso no es hablar. Yo siempre saludo al señor de la puerta y eso no quiere decir que sea mi abuelo —dijo Amelia y empezó a reír debido a la ocurrencia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina se quedó callada. Miró con zozobra el patio del colegio y un rato después se levantó del asiento del quiosco.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Disculpa, no quise molestarte —repuso Amelia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, no pasa nada, vamos —dijo Carolina y volvieron al salón en silencio. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al sonar el timbre de la salida, Carolina guardó rápido sus cosas y fue directo a la casa de sus abuelos. Desde la esquina en donde iba siempre, miró si salía alguien. Como no vio a nadie, se armó de valor y fue hasta el jardín, subió las escaleras y tocó el timbre. Al rato, salió una señora, alta, de caderas anchas y bien vestida. Era su abuela. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Busca a alguien, señorita? —preguntó al verla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, disculpe, me equivoqué de casa —dijo al instante tapándose un poco la cara debido al sol y descendió rápido las escaleras. Caminó hasta la esquina y al doblar, corrió, nerviosa. «Aish, qué tonta eres», se dijo al ver que la señora ya no la veía. Y con los ánimos por los suelos, volvió a su casa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Te pasa algo, hija? —preguntó su madre cuando la vio entrar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, vi a mi abuela y no supe qué decirle.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Su madre tampoco supo qué decir y solo la abrazó. Carolina vivía solo con su madre en una pequeña pensión a varias cuadras de la casa de sus abuelos. Su padre había muerto cuando ella había nacido, y un día, revisando los cajones de su casa, encontró varias fotos de él y su familia, y al observar bien las imágenes, reconoció en una de esas a los señores de aquella gran casa: más altos, más jóvenes, pero sin duda alguna, eran ellos, sus abuelitos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina no quiso hablar más sobre ello y se metió a su habitación. Abrió su mochila y empezó a dibujar en su cuaderno a sus abuelos, a su tía y a sus primos junto a ella, y a su madre y a su padre también, como si fuera una foto familiar grande en donde todos salen abrazados y sonriendo. Cerró su cuaderno y se echó a dormir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, en la escuela, mientras revisaba su cuaderno, encontró el dibujo que había hecho y lo empezó a pintar. Amelia se sentó a su lado y le preguntó que qué hacía. «Termino de pintar a mi familia», dijo ella. Amelia miró con curiosidad el dibujo y le dijo que estaba bonito. «Gracias», respondió Carolina y guardó el cuaderno en su mochila. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al salir del colegio, se dirigió a la casa de sus abuelos y desde la misma esquina de siempre, se sentó y sacó su cuaderno para ver el dibujo que había hecho. De pronto, vio que de la puerta grande salió su tía en dirección a la tienda. Carolina pensó que sería un bonito regalo dejar el dibujo en la puerta antes de que vuelva. Se levantó, arrancó la hoja del cuaderno, corrió hasta la puerta y lo deslizó por debajo. Cuando su tía volvió y abrió la puerta, descubrió el dibujo. Lo recogió, miró a los lados y se metió a la casa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina corría por las calles, emocionada, pero también sollozando, como si hubiera cometido un delito. Unas cuadras antes de llegar a su casa, se detuvo. Se secó las lágrimas, respiró despacio, como si nada pasara. Entró a su casa, saludó a su mamá sin decirle nada y entró a su habitación. Abrió su mochila, sacó su cuaderno y, casi por instinto, empezó a escribir una carta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Para mis abuelitos de Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">No sé si me conozcan, pero yo sí a ustedes. Me llamo Carolina, pero me dicen Caro, soy hija de Aurelio, su hijo. Tengo nueve años, pero dicen que soy bien grande para mi edad. En el colegio tengo pocas amigas, pero me junto más con Amelia, ella es muy amable conmigo. Me gustan mucho las películas de amor, todos los fines de semana veo una con mi mami Elena. También me gusta muchísimo el verano, porque mi mami me lleva a la playa y jugamos todo el día con la arena y el mar, pero todavía no sé nadar muy bien. Solo quiero que sepan que los quiero mucho, aunque nunca hemos hablado. Mi mami dice que no debo porque tal vez pensaran que queremos algo de ustedes, y tiene razón, yo lo único que quiero es una familia. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br></span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Escuchó que su mamá abría la puerta y tapó la carta con su mochila.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Todo bien, hija? —preguntó su mamá.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, mamá, tengo mucha tarea.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Está bien, hijita —dijo su mamá, mirándola extrañada mientras cerraba lentamente la puerta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cuando se fue, arrancó la hoja de su cuaderno, la puso en un sobre y la metió en su mochila. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, en la escuela, le contó a Amelia de la carta. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Estás segura de darles la carta? —preguntó Amelia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, a la salida iré y pondré la carta debajo de su puerta —respondió Carolina, sin dudar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bueno… —susurró Amelia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué pasa? —preguntó Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Nada, no lo sé, solo no me parece buena idea. No sabes nada de ellos, no sabes cómo son ni qué pensarán cuando lean tu carta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, pero… Solo quiero que sepan que soy su nieta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Sonó el timbre de salida y Carolina guardó sus cosas. Amelia se ofreció a acompañarla. «No, prefiero ir sola», respondió. Amelia entendió y se despidió de ella. «Suerte», dijo, antes de irse. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina caminó despacio, nerviosa. Pensó en lo que le había dicho Amelia. ¿En realidad sabía cómo eran sus abuelos? Su madre le había hablado muy poco, casi nada de ellos. Pero sí de su padre, que era muy amable y atento. Se aferró a esa posibilidad, si él era así, sus abuelitos tendrían que ser iguales. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Siguió caminando, imaginando qué podría pasar. Tal vez ni tomarían en serio la carta, la leerían y la tendrían por ahí, guardada, olvidada. O tal vez, pensó, les gustaría saber de mí. Sonrió al pensar en aquella posibilidad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al llegar a la esquina, se ocultó detrás del poste de luz y miró detenidamente a la casa. Pasaron varios minutos y nadie salía. Era el momento, pensó. Sacó el sobre de su mochila y caminó, despacio, mirando a todos lados. Cuando se encontró en la puerta y se agachó para dejarla debajo, alguien salió, despacio, y, al mirar abajo, vio a la niña soltando el sobre. Era su abuela. Carolina se espantó y echó a correr. La señora empezó a gritar: «¡Niña, niña!», pero Carolina no volteó. «Se te ha caído algo», dijo luego, y levantó el sobre, extrañada, y un momento después lo abrió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina no volvió a pasar por esa calle. Se sintió muy avergonzada después de lo que sucedió y no quiso contarle a nadie. Llegaba del colegio y se encerraba en su habitación. Su madre notó el comportamiento extraño de su hija y no dejaba de preguntarle qué sucedía. Ella decía que nada, que solo se sentía cansada. Unos días después se sintió mal, o creía sentirse mal, y no fue al colegio. Faltó cerca de tres días. Amelia, preocupada, fue a buscarla a su casa a dejarle la tarea de esos días. Su madre salió y conversaron. Amelia quería saber cómo estaba Carolina. Su madre le dijo que le dio fiebre y que por eso no pudo ir a clases. Luego, al ver que Amelia callaba, le preguntó si sabía algo que ella no. Amelia solo le comentó de una carta que ella le había escrito a sus abuelos. Su madre lo entendió en ese momento. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cuando Amelia se fue, su madre se dirigió a la habitación de Carolina. La vio dormida, volvió a cerrar la puerta, cogió unas cosas y salió. Fue a la casa de los abuelos de Carolina. Tocó la puerta y esperó. Salió la señora y le preguntó qué deseaba.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hola, señora Natia. Seguro no me recuerda. Me llamo Elena.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Elena —dijo Natia, y la miró con cautela, intentando recordar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Soy una exnovia de Aurelio. Creo que mi hija ha estado viniendo a dejarle recados. Le pido disculpas. Es solo una niña.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—La niña que vino es su hija —dijo, sorprendida—. ¿Entonces es cierto lo que dijo?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué fue lo que dijo? —preguntó Elena, sin saber a lo que se refería.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Que ella es hija de Aurelio. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Elena se quedó callada y pensó. En los diez años que habían pasado desde la muerte de Aurelio, nunca se atrevió a decirles sobre Carolina. Ellos no la conocían y ella no sabía cómo iban a reaccionar. Decidió cuidarla sola.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí —respondió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Natia la miró, hizo un gesto de duda, pero su rostro expresaba cierta emoción. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Quisiera verla —dijo, unos segundos después.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Señora Natia, yo no quiero incomodar a nadie ni que piense que busco algo de ustedes, quisiera que dejemos pasar esto. Yo hablaré con ella y le explicaré las cosas... </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, quiero verla, he dicho —repitió la señora interrumpiendo el discurso de Elena.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ella ahora está durmiendo, ha estado un poco enferma estos días, disculpe —dijo Elena.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Vengan mañana o cuando puedan, quiero verla —volvió a decir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Elena asintió y se fue.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al llegar a su casa, entró a la habitación de Carolina y la vio despertar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Mami —dijo Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hijita, ¿cómo te sientes? —preguntó su madre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Mejor, mami.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Está bien, mi amor. Descansa. Mañana hablamos, ¿si? —y le dio un beso en la frente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina se acomodó y volvió a dormir, sin imaginar la conversación que su madre había tenido con su abuela.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, Carolina volvió a la escuela con normalidad y se sorprendió al ver que, a la salida, su madre la esperaba para irse con ella. Ella la abrazó y caminaron en la dirección que ella tomaba para ir a ver sus abuelos. Carolina tuvo un sobresalto, pero no dijo nada. Cuando estuvieron al frente de la casa, Carolina apretó fuerte la mano de su madre y la miró, nerviosa, pero con una sonrisa. «Alguien quiere verte, amor. Te comportas, ¿está bien?», dijo y Carolina solo asintió. Subieron las escaleras y tocaron la puerta. Salió la tía y, al ver a Elena y a la niña, llamó a su madre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hola, señora Natia —dijo Elena al verla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hola —agregó Carolina, tratando de esconderse detrás de su madre.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Tú eres Carolina —dijo la señora, y se agachó un poco para verla—. Eres igual que tu padre —susurró, emocionada. Y no pudo evitar soltar una lágrima. Su tía se encontraba detrás y se acercó. La miró y le preguntó si ella había hecho este dibujo, y le mostró el papel.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí —dijo Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Está muy bonito —respondió su tía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Gracias —dijo Carolina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La señora Natia las invitó a pasar y le dijo a Carolina que había leído su carta. Carolina sonrió, tímida. Su abuelo Augusto bajó a la sala, las saludó y la miró atentamente. No había dudas, tenía todos los gestos de Aurelio y se conmovió al recordar a su hijo. Un rato después, tocaron la puerta. La movilidad había traído a sus primos del colegio. Su tía le presentó a Romina y a Esteban. Carolina, con una sonrisa de lado a lado, no creía lo que vivía. Su abuela le hacía muchas preguntas, la mayoría relacionadas a la carta que había escrito. Carolina respondía tímida, pero detallaba mejor lo que había escrito en la carta. La señora Natia la miraba con ternura y su abuelo también. Habían sido como su madre había descrito a su padre, y por fin, después de mucho tiempo, se sintió en familia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Carolina, mientras tomaba el té, miraba a sus abuelos y recordaba, en cuestión de segundos, cómo fue que había llegado aquí hace ya más de quince años junto a su madre, a la vez que miraba con ellos las fotos de su padre cuando era un niño. Se veía idéntica a él en aquellas fotos amarillas y lo imaginaba a su lado, como en el dibujo que había hecho de él y de toda su familia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjztYF1hfaBcV343ixu1eGj2BNdJYeLgFA6dIY-Uq-MRRT_o7AZVv0G2eC1OcVZaqyx5mXoNRTw5KrfO8IRWO1HQniq-oM84KtVDLxe0GcqVkXmifWmQ-Nn29Bm3mp3uIlCNnHCXoTJRc/s1600/La+b%25C3%25BAsqueda.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="247" data-original-width="430" height="183" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjjztYF1hfaBcV343ixu1eGj2BNdJYeLgFA6dIY-Uq-MRRT_o7AZVv0G2eC1OcVZaqyx5mXoNRTw5KrfO8IRWO1HQniq-oM84KtVDLxe0GcqVkXmifWmQ-Nn29Bm3mp3uIlCNnHCXoTJRc/s320/La+b%25C3%25BAsqueda.jpg" width="320"></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-65103639225836652072019-03-20T12:41:00.000-07:002020-03-25T00:59:58.933-07:00El taco<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Solía ir con Rubén, un amigo del colegio, al taco, un billar de mala muerte en el segundo piso de la calle Riojas. Allí se juntaban vagos, colegiales, universitarios y gente del barrio para fumar, tomar y timbear en esas mesas maltratadas por los años y en la cual nunca faltaban las peleas que, cada fin de semana, solían darse debido al exceso de alcohol y a la ambición por el dinero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Había un tipo al que llamaban Ronquero, debido a su voz ronca por el cigarro y a la chata de ron que siempre llevaba consigo. Era alto, delgado, moreno y de cabello largo. Recuerdo que uno de esos días, cuando nos tiramos la pera del colegio para ir al taco, pues en las mañanas no había mucha gente, nos vio entrar con nuestras mochilas y, amablemente, al encontrarse solo, nos enseñó a jugar. Hablaba del taco como si fuera otra extremidad de su cuerpo y se movía por la mesa con una destreza y elegancia que parecía bailar con ella mientras sus dedos cambiaban de posición, y miraba con una total concentración las bolas antes de encajarlas en cada tronera. «Así, la concentración es importante», decía, y tomaba un sorbo de su chata de ron. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Rubén me contó, días después, enterado por unos amigos del barrio, que el padre de Ronquero había muerto cuando él era un niño, y que su madre, quien vivía en Chile, le mandaba dinero para sus gastos y estudios. Sin embargo, a él solo le importaba el billar. «Ya lleva más de cinco años jugando el taco», me decía Rubén viéndolo apuntar a una de las bolas. «No sé por qué nunca ha jugado de manera profesional», siguió, y se escuchó que embocó tres bolas en un solo tiro. «Lo mismo se preguntan todos», añadió el dueño del billar, un gordo desaliñado de bigotes gruesos pero bonachón. Nos contó un poco más de la vida de Ronquero al escucharnos cuchichear sobre él sentados en una banca esperando una mesa libre para jugar. «Ha ganado todos los torneos que hacemos aquí, pero cuando le decimos que vaya a otros, no lo hace, no le interesa». Mientras el dueño del taco hablaba, Ronquero seguía embocando las bolas, fumaba y recibía el dinero de la apuesta ganada. «Nadie lo entiende», acotó. «Lo tiene todo para llegar lejos, pero simplemente no le importa», dijo y se fue a atender a un cliente. Rubén y yo nos quedamos viéndolo, estupefactos, deseando algún día jugar como él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Desde que conocimos a Ronquero, íbamos todas las tardes y no nos perdíamos ninguno de sus juegos, que, para nosotros, eran más que un espectáculo. Le ganaba a todos los del barrio, incluso a los más experimentados, quienes, asombrados por su talento, llegaron a tratarlo con respeto, aunque con cierta envidia también. Rubén y yo empezamos a practicar casi a diario, el colegio ya ni nos importaba. Con el tiempo logramos aprender algunas mañas, desde la posición de los dedos para coger el taco, hasta medir, con una total concentración, como decía Ronquero, la distancia entre las bolas y los troneros. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Con el tiempo, la gente del taco ya nos conocía, éramos los chibolos de allí. Después de varias semanas practicando, decidimos jugar apostando el dinero de nuestros recreos. Empezamos con algunos universitarios, que, cada tarde, llegaban saliendo de estudiar para intentar ganarse algunas monedas. Como aún éramos escolares, creían que seríamos fácil de ganar, pero se llevaron una sorpresa al ver que Rubén y yo, cada uno en su juego, embocábamos las bolas con una facilidad que ellos, a pesar de su experiencia, desconocían.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Así fue como logramos ganar unos cuantos soles extras gracias a los consejos de Ronquero. Al día siguiente, al verlo en la calle camino al taco, con cigarrillo en mano, nos acercamos a él para contarle, emocionados y agradecidos por habernos enseñado algunas cosas. «Me alegro, chatos», nos decía. «Pero tranquilos, solo tómenlo como un juego», nos advirtió, de modo paternal. No lo entendimos en ese momento, pero asentimos con la cabeza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Las semanas siguientes logramos ganarle unas cuantas veces más a los universitarios, y en los recreos del colegio Rubén ya hablaba de comprarse un taco propio. «Necesito uno como el de Ronquero, hecho de fresno», decía. «Para eso tendrás que ganarle a muchos universitarios», dije, riendo «Ya sé que es caro, pero voy a ahorrar». «Bueno», dije. «¿Acaso no quieres jugar como Ronquero?», me preguntó. «Claro que sí», respondí. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Entonces hay que practicar mucho más</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, agregó Rubén.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Un fin de semana fuimos temprano, pero nos dimos con la sorpresa de que el taco estaba cerrado. El dueño del billar salió por la ventana y nos dijo que abriría más tarde, que están supervisando varios locales en la cuadra y necesitaba limpiar el desastre de ayer. «Los viernes por la noche siempre se llena de gente de mala muerte», nos dijo. «Unos fumones se pelearon y rompieron algunos vasos y botellas», acotó, furioso. Nosotros nos ofrecimos en ayudarle a limpiar sin cobrarle nada, pues solo queríamos practicar. Nos miró un momento, pensando, y nos hizo pasar al ver lo mucho que insistíamos. «Solo no se lo comenten a nadie», nos dijo, y empezamos a limpiar todo el desastre lo más rápido posible.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mientras Rubén echaba agua al suelo para trapear, yo pasaba trapo a las mesas, recogía las botellas rotas y los vasos. Estuvimos limpiando cerca de dos horas y, al terminar, le preguntamos si podíamos jugar en una de las mesas. El dueño revisó el salón y accedió sin problemas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Rubén intentaba embocar tres bolas en un solo tiro, como solía hacer Ronquero, pero no lograba darle con la fuerza que él tenía. Yo intentaba poner en posición algunas bolas mientras embocaba otras, de la misma forma que hacía Ronquero para no perder su turno y ganar rápido. Estuvimos jugando varias horas mientras la gente llegaba después de que el dueño abriera el local. Decidimos parar un rato para comprar unas gaseosas y fue entonces que vimos llegar a unos sujetos que no eran del lugar. Escogieron una mesa y, haciendo alboroto, empezaron a jugar. Uno de ellos, de cabellos parados y aretes, no dejaba de burlarse cada vez que embocaba una bola. «Así se juega, huevonasos», gritaba. Tenía un estilo de juego particular. Colocaba las bolas de sus contrincantes a su favor y las embocaba con una fuerza que el sonido del impacto retumbaba en todo el local. Ganó varias veces seguidas y se reía sin parar cada vez que cobraba el dinero de sus rivales. «No tiene ningún respeto», dijo Rubén al escucharlo insultar a sus rivales. «No puedes humillar así a la gente en el billar», siguió, ya un poco molesto, y lo empezó a mirar con rostro desafiante. El tipo seguía riéndose y al voltear, advirtió el gesto en la cara de Rubén y se acercó a nuestra mesa. «¿Tienes algún problema conmigo, chibolo?», dijo, desafiante. Rubén y yo nos quedamos fríos, sin saber qué decir. «No, señor», dijo Rubén un momento después, intimidado, y el tipo se le acercó un poco más y preguntó: «¿Y entonces por qué chucha me miras así?», colocando la punta del taco en el pecho de Rubén, que él, asustado, siguió con la mirada. Entonces, cuando vi que empezó a poner fuerza al bastión como para empujarlo, se apareció Ronquero y cogió la puntera con las manos. «Deja en paz a los niños», dijo, muy tranquilo. El tipo guardó su taco y preguntó: «¿Y quién carajo eres tú?». «Nadie», dijo Ronquero, sobrio. Y agregó de inmediato: «¿Mejor por qué no jugamos una ronda?», abriendo ligeramente los brazos. «Para eso estamos acá, ¿no?», continuó. El tipo lo miró desconfiado, pero después de unos segundos aceptó el reto y, golpeando el taco en la mesa, preguntó: «¿Cuánto apuestas?». «Lo que tú propongas», respondió Ronquero. «Empecemos con cincuenta soles, ya que te crees muy valiente», dijo, seguro de sí. Y Ronquero aceptó, dándole la mano. El sujeto lo miró extrañado por su comportamiento pero aceptó apretando fuertemente su mano. Rubén y yo lo miramos y nos hizo un gesto tapándose la boca con un dedo para que no digamos nada. Entendimos y nos quedamos callados, esperando que empezara el juego.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El sujeto se acercó a sus amigos y les dijo algo, a la vez que frotaba con tiza la punta de su taco. Por su parte, Ronquero acomodaba las bolas dentro del triángulo, alineándolas en el punto final de la banda larga. El sujeto empezó a petición de Ronquero y rompió el triángulo con un fuerte golpe. Embocó dos bolas en su primer tiro. Se acomodó en una esquina y volvió a lanzar. Embocó una y acomodó un par. Al tercer tiro, por cuestión de milímetros, no logró embocar ninguna. Le tocaba jugar a Ronquero. Se acomodó como siempre lo hacía y logró embocar dos en un tiro. Cogió la tiza y empezó a frotarla en la punta del taco. Se sentó en la mesa y, con los brazos detrás de su espalda, embocó con fuerza dos bolas más. El sujeto, entonces, lo miró preocupado. Ronquero siguió jugando y embocó una bola más, pero las que restaban quedaron dispersas y con poca opción de embocarlas. Ronquero apagó su cigarro, miró concentrado la mesa, midió las distancias y se acomodó en el lado derecho de la mesa para empujar una e intentar embocar otra. Golpeó con fuerza, las bolas rebotaron en toda la mesa, pero no entró ninguna, y un gesto de molestia se pudo relucir en su rostro. El sujeto lanzó una carcajada junto a sus amigos y cogió su taco con violencia. Sin pensarlo embocó una e inmediatamente otra. Volvió a acomodarse en una esquina y, echando la mitad de su cuerpo en la mesa, embocó dos más. Ronquero miraba el juego tranquilo, tomando ron de su botella pequeña, a pesar de que ya llevaba dos bolas de desventaja. El sujeto, confiado, quiso embocar las dos bolas que faltaban más la número 8, para así acabar el juego humillándolo. Se subió a un lado de la mesa, midió la distancia, jaló hacia atrás el taco y golpeó la bola blanca con fuerza. Las bolas empezaron a rodar con velocidad, una detrás de otra, sin embargo, no le dio con la fuerza suficiente y quedaron al filo de las troneras. «¡Mierda!», gritó el sujeto. Rubén no pudo con su emoción sabiendo que Ronquero acabaría con el juego y soltó un: «¡Eso!», que sonó fuerte en la sala. El sujeto, al escucharlo, se volvió hacia él furioso y le gritó: «¡Qué celebras, chibolo de mierda!», y lo cogió del cuello. Rubén intentó zafarse y yo traté de ayudarlo, pero uno de sus amigos me jaló y me tumbó al suelo. Ronquero se abalanzó sobre el sujeto que inmediatamente soltó a Rubén y empezaron a agarrarse a golpes. Roberto, un chico que siempre practicaba con Ronquero, se metió para ayudarlo y tumbó al tipo que me tiró al suelo. La gente, entre el humo y la cerveza, empezó a separarlos, pero no evitó que el sujeto golpeara a Ronquero con el taco en la cabeza, dejándolo aturdido. Este se levantó y trató de hacer lo mismo, pero el sujeto había ido con tres amigos y estos no se lo permitieron. La cabeza de Ronquero empezó a sangrar y a Roberto lo agarraron a patadas. Rubén y yo no sabíamos qué hacer, mirábamos asustados todo lo que sucedía. Botellas y vasos empezaron a volar por todo el local y nosotros optamos por salir antes de que nos pasara algo. En eso, el dueño del bar, con dos señores gordos como él, agarraron a los sujetos y empezaron a golpearlos hasta sacarlos del local. «¡Viejos de mierda!», gritaban. «¡Vamos a volver, conchatumare!», siguieron balbuceando todo tipo de insultos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, al volver al billar, no pudimos encontrar a Ronquero. El dueño nos dijo que no había venido todo el día. Vimos llegar a Roberto, su amigo, hablamos un rato con él, agradeciéndole por lo de ayer y le preguntamos en dónde vivía Ronquero. Fuimos a buscarlo, tocamos la puerta y al rato salió una viejita. Le preguntamos por él y nos dijo que se encontraba descansando. Al escuchar que habían llamado a la puerta, le preguntó a su abuela quién había venido. Ella le dijo que dos chicos y él le dijo que nos haga pasar. Su abuela nos acompañó a su habitación y lo encontramos echado en su cama fumando y con un parche en la cabeza. «Hola, Ronquero», dijo Rubén, con voz trémula. «Perdón por lo de ayer, todo ha sido mi culpa», siguió, lamentándose. «Tranquilo, chato, no pasa nada. Además, no es la primera vez que lidio con gente así», replicó. «Sí, pero…», Rubén intentó decir algo más. «Ese sujeto era un abusivo», lo interrumpió Ronquero. «No pasa nada, chato», agregó, para calmarlo, mientras palmeaba su espalda. «¿Cómo te encuentras?», pregunté yo. «Mejor, pero sigo un poco adolorido. Por cierto, ¿cómo llegaron hasta aquí?», preguntó. «Fuimos a buscarte al billar y no estabas. Roberto fue quien nos dijo en dónde vivías», respondí. «¿Y cómo se encuentra él?», preguntó. «Bien, bueno, algo adolorido también, solo nos dijo eso». «Puedes contar con nosotros para lo que quieras, Ronquero», dijo Rubén. «Descuiden, chatos, todo está bien, no se preocupen, pero ahora quisiera descansar un rato». Le dimos la mano y salimos de su habitación. Su abuela nos agradeció por visitarlo y nos despedimos de ella también.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Rubén aún se sentía culpable por lo que había pasado. «Vamos, ya pasó, Ronquero está bien», le dije, dándole palmos en el hombro. Caminamos callados hasta su casa. Ya no quiso regresar al billar. «No es un sitio para nosotros», me dijo en su puerta. «Lo de ayer fue peligroso», agregó, pensativo. «Ya, olvídalo, siempre supimos que ese lugar era así», dije. «Sí, pero no pensé que tanto», respondió. «Nos vemos en el colegio», le dije, dándole la mano. Y nos despedimos. La siguiente semana, cuando fui a buscarlo para ir al billar, me dijo que no iría por un tiempo, que había descuidado mucho el colegio y que su madre se había enterado por los vecinos lo que pasó y que no quería verlo metido allí. Y fue allí que yo también dejé de ir. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">A los meses me enteré que Ronquero había viajado a Chile a vivir con su madre, pues su abuela había fallecido y ya no tenía con quién quedarse. Nunca pudimos despedirnos de él, y por mucho tiempo no supimos nada de su vida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Años después, mientras cambiaba de canal en la televisión en vez de estudiar para mis exámenes finales, lo vi jugando billar profesionalmente en un canal deportivo. Se lo comenté a Rubén un día que nos vimos y se alegró mucho. «Siempre lo tuvo», dijo, mientras intentaba embocar tres bolas en un tiro como lo hacía Ronquero.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzzQqdvTOWMb92TikQGgpaTUSBpd55jer285I7vAF9bnP9xew0RTMr1jujQuQd4EcU7dBjJZht99pq1g1gLt5C53wcfyYWoxF6sz0BvWsgpFHFKwkj80vAGKLxODNjOMyBeEf3W4tTTQg/s1600/El+taco.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="900" data-original-width="1600" height="180" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjzzQqdvTOWMb92TikQGgpaTUSBpd55jer285I7vAF9bnP9xew0RTMr1jujQuQd4EcU7dBjJZht99pq1g1gLt5C53wcfyYWoxF6sz0BvWsgpFHFKwkj80vAGKLxODNjOMyBeEf3W4tTTQg/s320/El+taco.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-77110617996905649282019-02-15T22:53:00.000-08:002020-07-18T11:47:21.118-07:00Traición<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Roberto, con los ojos de un rojo arrepentido, mira el techo de su habitación y piensa, contra su voluntad, en plena madrugada. Una voz trémula, pero que era suya, lo cuestionaba implacable, sin tregua: «Ella está con él. Ahora mismo caminan de la mano. Él la mira, la coge de las caderas y se acerca para darle un beso. Ella lo besa y le regala una sonrisa de lado a lado. Ella no ha vuelto a llamarte, ni a escribirte, ni a pensarte. No sabe nada de tu vida y tampoco quiere saberlo. Tú, en cambio, crees que aún existe alguna posibilidad de volver con ella. Te has vuelto un solitario, un mujeriego, un amargado, un hipócrita. Un idiota en todo el sentido de la palabra. Divagas con los pocos amigos que te quedan y comentas tu tragedia, sí, esa misma que tú provocaste. Y te entra la nostalgia… Ella ahora está feliz, pero en realidad, eso poco te importa».</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Recordaba muy bien lo que había hecho hace dos años en el cumpleaños de Lucía, la prima de Regina, su entonces enamorada. Jamás podrá olvidar la expresión de dolor y decepción de Regina cuando lo vio besándose con su prima Lucía de manera apasionada en la cama del cuarto de invitados mientras todos bailaban y bebían en el salón principal. Cerró los ojos y los abrió de nuevo, intentando borrar esa imagen de su mente y, en cierto modo, queriendo volver. Pero era inevitable. El recuerdo lo perseguía, lo atormentaba, lo asediaba. Desde entonces había tenido que vivir con las consecuencias de la traición, de una traición que no había planeado. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Aquel día Roberto y Regina habían sido los primeros en llegar. Se estacionaron, se miraron por el retrovisor para ver cómo estaban. Regina se veía hermosa. Le acomodó el cuello de la camisa a Roberto y le dio un beso. Él se sintió seguro, feliz. Bajaron del auto con dos botellas de Whisky y, agarrados de la mano, tocaron el timbre. Lucía les dio la bienvenida. Ambos saludaron afectuosamente a la cumpleañera, que se veía radiante, y se sentaron en la sala principal a conversar y a tomar mientras esperaban a los demás invitados. Una hora después, la sala y el jardín de la casa de Lucía se había llenado de gente, y no dejaban de llegar amigos y parejas con todo tipo de tragos y bebidas. Al rato, Roberto se encontró con algunos amigos de su promoción y se fue a celebrar con ellos. Regina, por su parte, hizo lo mismo con sus amigas. Las horas pasaron y todo era como en otros cumpleaños, en otras reuniones, en otros años. En el momento más agitado de la fiesta, después de haber tomado varios shots de Whisky, Pisco y Tequila junto a sus amigos, Roberto sintió el calor de la noche y fue a dejar su saco a la habitación de invitados, donde se quedaría a dormir con Regina. Subió tambaleándose, agarrándose de los pasamanos. Al llegar al segundo piso, entró a la habitación, se quitó el saco y lo dejó en la cama. Miró su celular y vio que se había apagado, buscó un cargador y lo puso en el velador hasta esperar a que prenda. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Lucía bailaba eufórica por la sala principal con sus amigas y amigos, y debido a su onomástico, había tomado más de la cuenta. En un momento en que iba de un lado a otro con la botella de Vodka en la mano haciendo tomar a quien se cruzara por su camino, el taco de uno de sus zapatos se rompió haciéndola tambalear. Una amiga la ayudó a recobrar el equilibrio y, al ver su taco roto, le dijo que subiría a ponerse algo más cómodo después de beber de un sorbo lo que quedaba de Vodka. Subió como pudo a su habitación y al no encontrar nada bonito y cómodo, fue a la habitación de invitados en donde Regina, en otra ocasión, había dejado olvidadas unas balerinas nuevas. Entró sin tocar y vio a Roberto echado en la cama mientras su celular cargaba en uno de los veladores. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Roberto? ¿qué haces aquí? —preguntó Lucía, un poco ida al reconocerlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Vine a dejar mi saco y a cargar mi celular —respondió Roberto, aturdido y cogiéndose la cabeza—. He tomado mucho —añadió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Yo también —dijo Lucía, mientras desamarraba con fuerza los zapatos jalando las tiras sentada en la cama al lado de Roberto, cayéndose de un lado a otro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lucía, cuidado —dijo Roberto, turbado, ayudando a sostenerla por la espalda. Pero, por jalar con tanta fuerza las tiras, terminó cayendo sobre él.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Se miraron en la oscuridad y, por instinto, empezaron a besarse. Y no pensaron en nada más. Lucía estaba soltera, era muy atractiva, tenía los ojos verdes y la piel bronceada. Era una chica de portada. Roberto era alto, bien parecido, fornido, de presencia. Ambos, tal vez, secretamente, se atraían, y cuando la oportunidad se dio, con el alcohol en las venas, sus cuerpos no pudieron decir que no.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Regina había perdido de vista a Roberto. Lo buscaba con la mirada por todos lados pero no lo hallaba. Le dio su vaso a su amiga Fiorella y fue hacia el lugar en donde había estado con sus amigos. Le preguntó a uno con quien lo había visto tomando y este, debido al alcohol, solo hizo un gesto con el dedo índice hacia arriba y siguió tomando y bailando. Regina subió sin pensar en lo que le esperaba. No se había preocupado por Lucía, pues era su cumpleaños y hasta hace un momento la había visto bailar con sus amigos. Fue entonces que al abrir la puerta y prender la luz, los vio a ambos echados en la cama besándose, a punto de quitarse la ropa. Un dolor único se apoderó de ella. Intentó contenerse, pero la imagen era devastadora: su prima de toda la vida y su novio de muchos años, juntos, besándose y tocándose. Miró a Roberto por una última vez y cerró la puerta con tal fuerza que, cuando bajó por las escaleras, a pesar de la bulla y la música, algunos invitados se acercaron para ver qué había pasado. Regina corrió entre el alboroto y la gente tapándose el rostro. Abrió la puerta, se subió al auto llorando y no volvió a esa casa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Roberto tomó conciencia plena un segundo después de ver a Regina, pero ya era demasiado tarde. Lucía no se había dado cuenta de lo que había pasado, quiso seguir besándolo pero Roberto se levantó, contrariado, y le dijo, nervioso, que qué habían hecho. Miró rápidamente por el balcón para ver si el auto seguía afuera pero no, Regina se había ido para no volver.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Dos años habían pasado desde esa noche. Roberto se encontraba en su habitación, solo, intentando dormir a pesar del mal recuerdo. Regina, con el tiempo, conoció a alguien más, y la noticia de que se irían a casar le trajo de vuelta los infames recuerdos de la noche en que lo perdió todo, de la maldita noche en que perdió el respeto y el amor de ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYMurPKrlizTUGCyNQiUUXOhZU5GBqlJAJ-LcSnOIKSthremKp2q7dKejhE0MKoFfbZF4CeJZMTpMifHQ7fTtmw_z_kA1-tge3Yfef_7jrHAcF2Jdf463t47sRi3xHsJPxDlnE7ebItes/s1600/traicion.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="1080" data-original-width="1440" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgYMurPKrlizTUGCyNQiUUXOhZU5GBqlJAJ-LcSnOIKSthremKp2q7dKejhE0MKoFfbZF4CeJZMTpMifHQ7fTtmw_z_kA1-tge3Yfef_7jrHAcF2Jdf463t47sRi3xHsJPxDlnE7ebItes/s320/traicion.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-70678788206522180862019-01-20T14:11:00.000-08:002019-11-06T22:55:08.193-08:00Remordimiento<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">No nos importaba jugar en la última losa, ¿la que tenía el suelo como lija?, sí, esa misma, recuerdo que siempre llegaba a mi casa con las rodillas arañadas, rojas, magulladas, y mi vieja pero hijo qué te pasó, nada, ma', no es nada, sí, era una total cagada jugar allí, solo que los huevones de la "C" se agarraban las otras canchas y nos jodían pues, sobre todo Lucho Chema, ese mierda se creía dueño del complejo, nosotros siempre llegábamos antes y de la nada se metía con sus patas y nos decía ya, ya, chibolos, fuera de aquí o les saco su mierda, matón se creía ese, y lo puteábamos, conchatumare le gritábamos ya en la otra losa, y seguro nos escuchaba pero se hacía el cojudo el maricón. Siempre era así y no tuvimos otra que acostumbrarnos a jugar en esa cancha de mierda, pero qué tales golazos me hice allí, ah, ¿recuerdas mis chacalas?, te salían de chiripa, pendejo, yo era el único que las intentaba, huevón, me sacaba la entreputa pero las huevas, valía la pena, golazo gritaban todos, ya, ya, no te creas, yo también me hice golazos, de palomita, me acuerdo, al gordo Esteban lo tenía de hijo, malo era ese gordo, no sé por qué piensan que todos los gordos pueden tapar bien solo porque son gordos, si cuando la pelota iba rápido no la alcanzaban, lentos eran los mierdas. La cosa es que un día el Chato Óscar, ese era bien piraña, me acuerdo, sí pues, me dijo vamos a la tienda, la tía Nela se ha ido al mercado y ha olvidado cerrar la puerta, vamos, vamos, Chino, me decía, jalándome del brazo, chizitos gratis, huevón. Yo no sabía si acompañarlo, tenía miedo pe’, era chibolazo, y entonces dije qué chucha, vamos y fuimos. Ni bien llegamos se agarró varias bolsas de chizitos, papitas, chifles, yo solo agarré unos caramelos de limón, un super hiper ácido, unas pastillas de color rosado, amarillo, celeste, también los Chups, esas huevadas eran veneno pero eran ricas, ¿te acuerdas?, también metí Chocopunch, Olé, Olé, varias cosas pequeñas para no hacer mucho roche, además mi viejita me había dicho que robar era malo, pero el huevón pe’, el chato, me hizo verla fácil, aun así solo metí esas huevaditas en una bolsa, y el chato, rata era, también agarró gaseosas, Coca-Cola, Inca Kola, se llevó varias Chiquis, me dijo agarra mierda, ponlo en tu bolsita, aprovecha, y yo putamare, chato, nos van a cagar, se van a enterar, mejor ya vamos, y el chato no seas cojudo, lleva todo lo que puedas, pero ya es mucho le dije, y cuando volteé a ver la puerta principal, vi a la tía Nela entrando, me dio pena, huevón, la tía jalaba un costal con varias cositas para vender, se veía hasta las huevas, flaquita, tenía su mote, venía de Ayacucho, una vez me contó de niña siempre quise conocer Lima, en mi pueblo nada había, puro campo, pura tierra, pero lo extraño, niño, buena gente era, y recordé eso y la conciencia pues, entonces dejé mi bolsa con todas las huevadas, me llevé solo la Chiqui porque yo amaba la Chiqui, sobre todo la de naranja, recuerdo que mi viejita siempre me compraba para mi lonchera, y ahí fue que le dije chato corre, ahí viene la tía, y el chato pendejo corrió con todo, no dejó ni mierda, trepamos la reja que daba al pampón y pim, pam, chaca, chaca, subimos y no volteamos hasta estar lejos, y qué te dijo el chato, espera pues, ahí voy, el chato me dijo huevón, ¿y tus cosas?, y le mostré solo la Chiqui, eres un cojudo, me empezó a gritar, me daba pena la tía pues, le explicaba, huevón, gritaba, yo también quería esas huevadas que agarraste, íbamos a repartirnos entre los dos, ahora no te doy ni mierda, huevón, saca la vuelta pes, le dije, tampoco quiero tus huevadas, choro eres, Chato, le recriminé, si dices algo te saco la mierda, Chino, estás advertido. </span><span style="font-size: large;">Y yo me fui </span><span style="font-size: large;">nomas, puta, qué cagón ese Chato, sí pues. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Los días siguientes yo iba donde la tía y la veía toda triste, todo me han robado, decía, mocosos de miercha, y yo putamare, pensaba, y sentí remordimiento, culpa. Entonces, sin que se diera cuenta, le dejé la china que costaba la Chiqui ahí en su tienda, ah, verdad, cincuenta céntimos costaba esa huevada, sí pues y me fui, pateando piedras, puteando al chato de mierda, choro eres, pensaba. ¿Y qué pasó con él?, nada, iba como si las huevas, saludaba a la tía como siempre. Tiene que tener cuidado pues, tía Nela, aquí roban, decía el cínico de mierda, yo quería acusarlo, sacarle la mierda, pero ese chato era cholón, maceta, fuerte el conchesumare, cuando jugábamos fútbol se metía feo, no le daba miedo meter golpe, sí recuerdo verlo pelear, al colorao' Richard lo dejó rojo de golpes, sácate, pum, sácate</span><span style="font-size: large;">, pum en toda la cara y el colorao' ya no podía defenderse, lo tuvieron que agarrar al chato, una mierda era. Entonces, un día, cuando estábamos jugando en la canchita, el chato me miraba todo serio pues, y en eso se me acercó y me volvió a decir sigue callado nomas, Chino, sino ya sabes. No le respondí, fui a traer el balón después de un pelotazo y al regresar, el chato se me pegó y me volvió a decir ya sabes, y yo no le hacía caso. Al acabar el partido, me fui nomas, con la gente, ya no quería meterme. Pero un día que fui temprano para agarrar la cancha, lo vi dando vueltas por la tienda de nuevo, andaba con el negro Jeta, ese negro también era arrebatado, y puta, huevón, ni bien la tía salió, los huevones fueron a robar, por la ventanita, el negro ese era flaco pues y se metió fácil, y este le tiraba cosas por ahí al chato, que se quedó afuera, chizitos, gaseosas, galletas, todo se llevaban, y puta, me llegó al huevo pues, ya era mucho, la tía Nela no se merecía eso, y entonces yo empecé a gritar, ¡están robando la tienda!, ¡choros, choros!, la tía Nela regresó con el jardinero y lo chaparon al negro nomas, el chato se escapó conchesumare, lo dejó al negro ahí, solito, pobrecito, negro huevón pues, el tío le sacó su mierda, toma por choro, pum, morado lo dejaron, no debió confiar en el Chato. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, el Chato estaba sentado en las bancas viendo pelotear a todos, y era raro pues, no jugaba, solo miraba y miraba, eso me dijo el Johny, está sentado ahí hace rato, no dice nada tampoco, tal vez porque ayer lo chaparon a su pata el negro robando la tienda de la tía Nela, le dije, debe estar asado. Entonces, cuando me vio, se levantó y dijo para jugar, y a mí ya se me hacía raro, vamos a jugar, decía tranquilo y yo ya pues, normal, arma el equipo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El partido empezó y al rato </span><span style="font-size: large;">nomas</span><span style="font-size: large;"> yo veía al chato pegado a mí, me jalaba, me marcaba, seguro me quiere romper, yo ya sabía ya. En eso el Johnny me pasó la pelota, yo corrí al área y el chato me barrió por detrás y salí volando, ahora grita pe’ conchatumare, me dijo, crees que no sé que fuiste tú, por tu culpa lo cagaron al negro, me gritó y se abalanzó hacia mí, pum, pam, empezó a lanzar golpes, en la cara, en la barriga, me dolió como mierda, pero yo con la cólera lo empujé y empecé a tirarle golpes, nos caímos y rodamos en la losa, nos arañamos todo, parecía lija esa losa, conchesumare, la gente hizo un círculo y que nadie se meta, carajo y pum, pam, otro golpe, ese chato era una mierda, nada lo detenía, eres choro pe, conchatumare, no te da pena la tía Nela, choro, eres un choro de mierda y seguían los golpes. Yo ya estaba sangrando, el labio lo tenía hinchado, el ojo morado, todo cagado, pero yo también le acerté algunos golpes, ni cagando me iba a dejar pe’, pero lo agarraron porque empezó a patearme en el suelo y yo ya veía luces putamare, todo me daba vueltas y solo gritaba eres un choro, un choro, cubriéndome. Al llegar a mi jato mi vieja se asustó, qué te pasó hijito, ya no me sales, carajo, en este barrio hay puros cholos, pirañas, delincuentes, vamos al hospital a curarte, ya ma’, tamare’, no es nada, dije, hasta que me vi al espejo, estaba hecho mierda, pero al menos no era un choro, carajo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
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Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-80064354744170375392018-12-19T16:04:00.000-08:002020-01-09T10:20:04.632-08:00Amigos<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Movía de un lado a otro el vaso que sostenía con la mano jugando a que no se rebalse la cerveza sobre la mesa. La espuma, como una ola en la orilla, rozaba el borde y regresaba al centro del vaso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Nos vamos? —preguntó Romina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, mejor —respondió él, como despertando del juego.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La gente seguía en su trance, bebiendo, conversando, bailando. Romina salió con Fernando esquivando el gentío. La noche había ofrecido el ambiente perfecto como para ir a embriagarse, bailar y olvidar los problemas de la semana, del mes, del año. Pero la pesadez pudo más y decidieron irse tan solo media hora después de haber llegado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Vamos a tu casa, me ha dado hambre —sugirió Romina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Cuándo no tienes hambre? —preguntó Fernando, riendo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya, no jodas, vamos —insistió Romina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando asintió y pidieron un taxi desde un aplicativo en el celular de Romina. Unos minutos después llegó un carro con la placa que buscaban y subieron. Romina empezó a responder algunos mensajes de su celular y Fernando miraba a través de la ventana. Pensaba. La salida había terminado más temprano de lo previsto, pero no se sentían incómodos. Al contrario, se divertían pasando tiempo juntos. Se conocían desde el colegio y desde entonces habían sido inseparables. Fernando recordó que entre ellos habían desfilado novios, novias, salientes y todo tipo de personas que intentaron, en ocasiones, por los celos, terminar con su amistad. Pero al final, implacables, allí seguían ellos, recordando y riendo de todas las situaciones que vivieron y que nadie más sabía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al llegar, Fernando sacó su llave y abrió la puerta. Romina se dirigió a la cocina y calentó una pizza que encontró, como si fuera su casa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Trae algunas latas —dijo Fernando—. Aún tengo sed.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Eso estaba a punto de hacer —acotó Romina, abriendo el frigobar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Se sentaron en el mueble con las cosas en la mesa. La sala era pequeña, algo desordenada, pero Romina ya estaba acostumbrada a verla de ese modo que solo atinó a decir, nuevamente: «Bonito tu cuchitril».</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hoy no me puso Rachanga. ¿O éramos nosotros? —dijo Romina antes de empezar a comer una tajada de pizza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Éramos nosotros —respondió Fernando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Estás diciendo que ya hemos perdido las ganas de tomar?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, eso nunca.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Entonces?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hemos perdido las ganas de conocer gente nueva.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Romina lo miró, dejó la pizza en la mesa y dijo:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya, Fernando, no empieces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué cosa? Es la verdad.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No me digas que sigues pensando en Raquel.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ja, ja, ja, ¿pero qué tiene que ver Raquel? No me refería a eso. Además, ya no sé nada de ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Claro que sí, te presento amigas y no te animas a salir con ellas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando la miró, suspicaz, y respondió como solía hacerlo cuando hablaban de estos temas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No tiene nada que ver con Raquel, es solo que tus amigas están locas. Y tú también. Y no me hagas hablar de Mario, el pobre no merecía lo que le hiciste.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Romina soltó una risotada y lo empujó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Por favor, sabes bien que él me engañó. Ay, ya, mejor no digo nada de lo que tú haces porque sales perdiendo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando rió y tomó otro sorbo de cerveza. Se levantó y puso algo de música.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hablando en serio, hace tiempo que no salimos con nadie —dijo Fernando al regresar al mueble.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Yo soy la que no ha salido con nadie. Eres tú el que no se aburre de salir con varias chicas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya pasaron más de dos meses de la última chica con la que salí. Y no la volví a ver desde entonces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y qué pasó? Sí la recuerdo, era linda. ¿cómo se llamaba?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sabina. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—La de cabello corto, ¿no?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí. Y nada, nos llevábamos bien pero no había ese «algo».</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Emoción, atracción?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No estoy seguro. Solo no tenía ganas de nada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Siempre dices eso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Pero es cierto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando la miró y le preguntó:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿No te ha pasado?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué cosa? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Aburrirte de todo. Hasta de la gente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Me aburrí de Joel, se creía vivo el muy idiota. Solo me buscaba para ya sabes qué.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No hablo de alguien en específico. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sé a lo que te refieres. Pero es normal, supongo. Hemos intentado con varias personas desde que nos conocemos y henos aquí, tomando cerveza, comiendo y reflexionando sobre nuestros fracasos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—La cuestión es clara. Lo he estado pensando ya hace buen tiempo. He perdido el asombro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Me consta, te digo. Pero también ha sido tu culpa. A mi amiga Julia le gustabas mucho, no dejaba de preguntar por ti. Y tú ni cuenta te dabas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Exacto, no era mi intención. Si mi asombro fuera el mismo, mi entusiasmo por verla hubiera seguido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Yo digo que eres un distraído, o un idiota.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—También lo he considerado. No me gustaría que fuera eso, pero es posible. Yo, el idiota, lidiando con cosas sin sentido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Fernando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Te vas a terminar esa pizza?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Romina lo miró con cara de cólera y con tristeza al ver cómo Fernando se terminaba la última tajada de pizza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y qué sabes de Mario? —preguntó Fernando, limpiándose con una servilleta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ay, ya no me hables de ese tipo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Me caía muy bien, más que los otros chicos que me presentaste.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, pero era un pendejo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lástima.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ay, no me hagas reír porque tú también lo eres.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Pruebas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Romina levantó el dedo señalándolo y se quedó callada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Lo ves? —se defendió Fernando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bueno, te gusta ilusionar a las chicas que te presento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Claro que no. Solo soy amable y ellas también lo son. No digo nada fuera de lugar.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Eso no quita que no seas coqueto. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Yo no me siento coqueto. Tú eres la coqueta. Siempre que conozco a alguien quieres que te lo presente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Si es guapo, sí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando dio una risotada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Adónde iremos a parar? —dijo, riendo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No lo sé, pero siempre y cuando no salgas con chicas como Elisabeth, que detestaba que te veas conmigo, todo estará bien.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Es cierto, era un poco celosa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Un poco? Por favor, papito, si no dejaba de <i>stalkearme</i>. Un día se le escapó un <i>like</i> en una foto de mi Instagram de hace años, qué roche.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Es que tenemos muchas fotos juntos, pues.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo sé, pero era una desconfiada total. Cuando salíamos juntos me miraba con una cara.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya olvídalo. Yo tampoco lo soporté y por eso terminamos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Gracias.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—De nada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El celular de Romina empezó a sonar. Era Silvana. Habló un rato con ella y colgó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Quién era? —preguntó Fernando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Silvana, me preguntó en dónde estaba. Acaba de llegar a Rachanga, pensó que nos vería allí. Olvidé decirle que nos fuimos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y ahora?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Nada, no pienso volver. Qué flojera. Además me ha dicho que ha visto a Javier.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿El de la barba?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ese mismo. Me dijo para vernos la semana pasada y le dije que no, pero insistió tanto que tuve que bloquearlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Los vuelves locos, pues. Bueno, está bien...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, pero, ¿por qué preguntas? No me digas que quieres ver a Silvana. Ya perdiste tu oportunidad hace tiempo, ah.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando la miró entrecerrando los ojos y dijo: «Solo pregunto».</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Es broma, me dijo que quería verte —respondió Romina riendo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿En serio?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí. Está soltera y no está saliendo con nadie.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fernando recordó a Silvana. Un amiga de ambos de la universidad. Hubo un tiempo que se hablaba mucho con ella pero luego él estuvo con Elisabeth y Silvana con Roberto, un estudiante de arquitectura.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Le voy a escribir —dijo Fernando.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Nunca es tarde —respondió Romina.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—A veces sí —acotó Fernando, abriendo otra lata de cerveza moviéndola de lado a lado haciendo rodar la espuma por el borde de la lata. Romina hizo lo mismo y brindaron por el simple hecho de estar allí, de seguir allí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMeGrzfr14diSaDh4S2iXqPG9NW-5xsYIPcNCDUjDUF3e-tIoRtmDjgudyos5cL7NRq2W-BhjQEmR7K0xYwpT9StxBvKPsD2OteuQGKF1UAd9MsYkQtogtpOdhvuE1rHnct4LzMVvW7f4/s1600/12.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="478" data-original-width="779" height="196" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhMeGrzfr14diSaDh4S2iXqPG9NW-5xsYIPcNCDUjDUF3e-tIoRtmDjgudyos5cL7NRq2W-BhjQEmR7K0xYwpT9StxBvKPsD2OteuQGKF1UAd9MsYkQtogtpOdhvuE1rHnct4LzMVvW7f4/s320/12.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-11802705480899088992018-11-08T15:48:00.000-08:002019-09-14T18:26:45.138-07:00La Herradura<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Bajamos sin prisa del auto y el mar, frente a nosotros, rompía sus olas negras por la noche y el invierno. Habíamos llegado a la Herradura para celebrar el cumpleaños de Elena, una amiga de la universidad, y también por haber terminado los exámenes de fin de ciclo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Después de pagar el taxi, Ramiro y Roberto se fueron a comprar unos cigarros y Mariano se quedó conmigo esperando la llegada de las chicas. Llamé a Celeste para saber a qué hora venían. Me dijo que en veinte minutos estarían aquí. Ramiro y Roberto regresaron y nos ofrecieron unos puchos. Fumamos, nos ajustamos el cuello por el frío y decidimos avanzar para comprar unas cervezas. Cruzamos la pista y entramos a un bar, subimos una escalera y en la azotea se escuchaba la música y la bulla de la gente. Buscamos un lugar cerca al balcón, juntamos el dinero y compramos una caja. La música se escuchaba fuerte, habían parlantes en cada esquina y el lugar era amplio. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mariano miraba con atención a las chicas que llegaban, pues entre ellas estaba seguro que vería a su exnovia, que no tenían menos de un mes de haber puesto fin a su relación. Me hizo un gesto y me acerqué a él: «Me avisas si ves a Cristina», me dijo. Asentí con la cabeza y cogí el vaso de cerveza. Intenté buscarla con la mirada pero solo vi a otras amigas. Fui a saludarlas, hablamos un rato y regresé con los chicos. Revisé mi celular y tenía llamadas perdidas de Celeste, y en uno de sus mensajes decía que ya había llegado, y cuando la llamé, la vi entrar con sus amigas. Caminé hasta la entrada y nos saludamos. Celeste era una de mis mejores amigas y de Elena, la cumpleañera, por lo que no podía faltar. Hablamos sobre el lugar, sobre quienes vendrían y sobre Raúl, su nuevo pretendiente. Raúl no me caía mal, pero tampoco me agradaba mucho. Era un tipo normal, sin gracia, pero dentro de todo amable. Celeste no lo veía así, por ello había aceptado salir con él un par de veces, y esperaba verlo hoy. Le di un beso en la frente y le dije que me avisara cualquier cosa, que estaría con los chicos, y me fui. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cuando me propuse regresar al balcón, advertí el tumulto, que unos minutos antes no había. Caminé entre la gente para atravesar la enorme sala. Mientras intentaba salir de allí, me encontré con Cristina, quien me saludó amistosamente y me presentó a su amiga Fernanda. Delgada, de rostro limpio y de unos ojos claros. Fernanda era linda. Me miró unos segundos y yo hice lo mismo. Cristina me dijo algunas cosas y un momento después me jaló del brazo: «¿Mariano está aquí?», me preguntó. «Sí, vine con él y los chicos. ¿Por qué?», dije. Cristina empezó a buscarlo y a mirar a los lados, cautelosa. Se acercó y me dijo que había venido con un chico, un amigo, un saliente. La miré sorprendido y empecé a buscar a alguien con la mirada, primero al chico en cuestión, después a Mariano y luego a Fernanda, quien me miraba de lejos. «¿Pasa algo?», me preguntó Cristina, jalándome el brazo. «Tu amigo terminó conmigo, por si no lo sabías», añadió. Yo no lo sabía, por alguna razón Mariano nunca me lo comentó. «No pasa nada», dije, de pronto. «Pero sería mejor que evites que te vea», añadí. «No tengo por qué hacerlo, Miguel», me respondió, frunciendo el ceño y colocando ambas manos en sus caderas. «Está bien, no te preocupes, solo decía», respondí, sereno, para evitar algún malentendido. Cristina se fue y me miró como queriendo que se lo dijera. La miré confundido y seguí por la sala hasta llegar al balcón.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Dónde estabas? —me preguntó Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Fui a ver a Celeste. Ya llegó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Viste por ahí a Cristina?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y estaba con alguien?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, con su amiga Fernanda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Fernanda, una bonita?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, era muy bonita.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Decidí no decirle lo que me había dicho Cristina. Al parecer, Mariano sabía que había cometido un error al terminar con ella y se hubiera puesto mal si se enteraba. Tal vez luego los vería juntos, pero ya no sería mi problema y habría evitado malograrle la noche que apenas comenzaba. Le dije que me pasara la cerveza y me serví un vaso lleno. Me encontraba con mucha sed. Ramiro y Roberto estaban con unas amigas conversando, fumando y tomando. Las reconocí de lejos: Liliana y Carla. Fui a saludarlas y a brindar con ellos. Regresé donde Mariano y me dijo que quería dar una vuelta. No era difícil adivinar que aquella vuelta era para buscar a Cristina y hablarle, así que lo acompañé para evitar que la vea. Hice que me siga por otro camino y llegamos al bar. Le dije que mejor saliéramos a comprar un cigarro, como para hacer hora, pero de pronto apareció Celeste con Raúl. Lo saludé con fuerza para molestar a Celeste y luego ambos saludaron a Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué tal la están pasando? —nos preguntó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bien —dijo Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Solo que aún no vemos a Elena y queremos saludarla —intervine.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Está por allá —señaló Celeste una sección de la sala que no había visto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bien, ahora voy —dije, codeando a Mariano para que me acompañe.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Estaré con las chicas por las mesas —me dijo Celeste, y se fue con Raúl.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fuimos hacia donde nos había señalado Celeste y vimos a Elena. Estaba bebiendo tragos cortos con sus amigas y bailando. Me acerqué con Mariano y empecé a bailarle a Elena hasta que me vio. Volteó y me abrazo. Sonreí y le dije: «Feliz cumpleaños, amiga». «Gracias, Micky. Toma, bebe», y me alcanzó un shot de pisco. Luego hizo lo mismo con Mariano. Siguió bailando y nos fuimos de regreso con los chicos. Mariano seguía distraído, ni el pisco lo había despertado de ese estado. No prestaba atención a nada de lo que pasaba, él solo buscaba a Cristina. Llegamos donde los chicos a abrir otra botella, a tomar, a escuchar la música, a relajarnos y celebrar el fin de exámenes finales.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La playa se veía vasta desde donde nos encontrábamos. Las olas no habían dejado de romper en la orilla haciendo sonar las piedras y mojando a veces el muro que las dividía de la calle y la pista. Abajo se encontraban algunos autos, pero la neblina limeña los hacía ver fantasmagóricos, así como a los que pasaban por ahí. Volteé a ver a Mariano, ahora lo notaba preocupado. Al parecer necesitaba hablar con Cristina más de lo que yo pensaba, pero no quería imaginar lo que sucedería si la veía acompañada. Me dije a mí mismo que no era mi problema y me tomé otro vaso de cerveza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En eso pensé en Fernanda, la amiga. La busqué con la mirada, por donde me había encontrado con Cristina. Repare en que si decidía buscarla, Mariano me seguiría y por lo tanto el encuentro con su exnovia sería inevitable. Tuve que idear una manera de lograr lo primero sin provocar lo segundo. Le dije a Mariano que iría a comprar más cerveza, pero inmediatamente me dijo que aún quedaban botellas en la caja. Fui ingenuo, pero creí que no me diría nada porque cuando se trataba de comprar más trago, no ponía objeciones. Mientras pensaba en algo más, llegó Celeste con Raúl y dos de sus amigas: las inseparables Sandra y Camila. Nos saludamos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué le pasa a Mariano? —me preguntó Celeste en un momento que estuvimos a solas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Cristina ha venido y está acompañada —dije, de manera rápida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Cómo? Pero si hace poco terminaron.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Él le terminó. No sé por qué, pero está arrepentido. Me parece que Cristina lo ha hecho para molestarlo, aunque no podría asegurarlo. No le vayas a decir nada, por favor.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Está bien, no te preocupes. Espera, ahí viene.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mariano se acercó y nos ofreció otra botella de cerveza. «Salud», dijimos los tres. Raúl llegó con una jarra de ron y nos las ofreció. Le dijimos que después, mostrándole la cerveza.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Todo bien? —preguntó Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, ¿y tú? Te veo apagado —respondió Celeste.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Más o menos. Necesito hablar con Cristina, ¿la has visto? —consultó Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Celeste me miró y llamó a Raúl. Volvió a Mariano y le dijo:</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, no sabía que había venido.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Miguel la vio hace rato con una amiga.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Celeste me miró y yo asentí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, pero tal vez ya se fue —sugerí—. Un momento, ya vuelvo —dije, aprovechando la ocasión para buscar a Fernanda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Caminé entre ellos, brindé con Ramiro y Roberto. Liliana y Carla me empezaron a bailar, les seguí el baile hasta poder salir de la rotonda y me fui.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me apoyé en la barra al otro lado de la sala y empecé a buscar a Cristina y a Fernanda. Compré una cerveza personal y me acerqué para ver mejor. La vi bailando con sus amigas, y Cristina, efectivamente, se encontraba con un sujeto que no había visto antes. Un momento después el chico se fue con unos amigos y ellas se quedaron bailando en la mitad de la sala. Caminé por ahí como quien intenta llegar al otro lado y pasé al lado de ellas, confiando en mi suerte, que nunca había sido mucha, pero creía en el simbolismo del lugar en el que estábamos. Entonces, Fernanda se percató de mí y le dijo algo a Cristina. «Miguel, Miguel», me empezó a llamar. «Ven, ven», me dijo Cristina. «Baila con mi amiga», sugirió y yo miré a Fernanda y ella me miró sonriendo. La saqué a bailar. Volví a ver a Cristina y me miró con una risa traviesa. Cristina era esbelta, tenía el cabello largo y unos gestos muy traviesos. «Tal vez Mariano no confiaba en ella», pensé. Fernanda me preguntó si yo bailaba salsa. Le dije que haría mi mejor esfuerzo. La sostuve de las manos y ella empezó a moverse de un lado a otro y con una energía que dejaba en ridículo a la mía. Le di una vuelta y se acercó a mí. Nuestras mejillas se rozaron y nuestras miradas se quedaron fijas. Mi mano cogía su espalda y dábamos otra vuelta. Ella pegaba su cuerpo al mío y nos mirábamos en cada giro. La música cambió y nos paramos a un lado. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Bailas bien —me dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Solo intenté seguirte el ritmo —respondí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cristina nos había visto bailar y ahora ella bailaba con el chico que la acompañaba. Fernanda y yo nos quedamos viéndolos mientras conversábamos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Cristina me contó que estaba con tu amigo —comentó Fernanda, de pronto. Y yo recordé a Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, estuvieron hasta hace poco —dije, mirando a ambos lados, buscándolo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Él está aquí? —me preguntó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, vino conmigo —respondí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Uy, qué complicada situación —agregó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Pensé lo mismo. Ahora no sabía qué hacer. Ya estaba con Fernanda, pero tenía que volver donde Mariano porque sino él vendría a buscarme y me vería con Fernanda y a Cristina con el chico nuevo, y nada bueno podría salir de eso.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Espérame un momento —le dije a Fernanda, cogiéndola de las manos—. Ya vuelvo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fui enseguida donde los chicos y seguían allí. Habían comprado otra caja de cerveza y se veían entretenidos. Me acerqué a Celeste y le conté lo que pasaba. Le dije que distrajera a Mariano mientras yo me quedaba con Fernanda. Celeste me miró molesta, pero luego entendió. Me dijo que sus amigas Sandra y Camila querían bailar con Mariano pero parece que con él no era la cosa. «Está muy distraído con lo de Cristina», me dijo. En ese momento me sentí un mal amigo, pero lo único que quería era evitar algún pleito y, claro, pasar más tiempo con Fernanda. Celeste me dijo que haría todo lo posible y me fui sin que Mariano se diera cuenta.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Vi la hora en mi celular y daban las dos de la madrugada. Aún quedaba mucho tiempo, pensé, y volví donde Fernanda. Se encontraba tomando con dos amigas mientras Cristina seguía bailando con el chico. Pero me vio volver y miró a Fernanda. Ella rió e inmediatamente la saqué a bailar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Adónde fuiste? —me preguntó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Donde mis amigos, se están divirtiendo sin mí —dije.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Entonces no te vayas —me dijo, y ambos sonreímos. Dimos unas vueltas y nos juntamos más. Fernanda se miraba con Cristina y sonreían.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Hasta qué hora te quedas? —le pregunté un momento después.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Un par de horas más. Yo vivo cerca —me dijo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fue cuando vi que Mariano pasó al frente de nosotros pero sin darse cuenta, ni de mí y mucho menos de Cristina. De todas formas intenté esconderme con el baile hasta que se fue. Fernanda me miraba cada vez más cerca y yo hacía lo mismo. Bailamos un par de canciones más y yo ya no quería irme a otro lado. Cuando de pronto escuché botellas y vasos caer de una mesa y romperse en el suelo. Fernanda me volteó y gritó: «¡Se están peleando!».</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fui corriendo mientras pensaba: «No, no, no, que no sea Mariano». Y cuando llegué, vi que Mariano había golpeado en el rostro al acompañante de Cristina y este había caído encima de unas de las mesas haciendo caer todo a su paso. Ramiro y Roberto lograron controlarlo para cuando yo había llegado. Cristina empezó a gritarle todo tipo de adjetivos, desde “maricón”, “cobarde”, “imbécil”, entre otras cosas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me acerqué a Mariano y le pregunté que qué había hecho. Y me soltó el brazo, con fuerza. «Tú sabías que Cristina había venido con ese huevón», y lo señaló. «Te hiciste el cojudo, nomás», añadió, molesto. «De qué estás hablando», dije, sintiéndome un hipócrita. Celeste me agarró del brazo y me dijo que Mariano estaba borracho, pero que me había visto bailando con Fernanda junto a Cristina y el otro sujeto. En ese momento supe que la había cagado. Los de seguridad invitaron a Mariano a retirarse, y Ramiro y Roberto lo acompañaron a salir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cristina me miró molesta. Fernanda no entendía lo que había pasado. Le expliqué todo en cuestión de segundos. Me acerqué a Cristina y solo atiné en decirle: «Yo te lo advertí, solo quería evitar que algo así pasara». Cristina seguía molesta, pero me dio la razón. «Debí ser más precavida», se dijo mientras miraba el golpe que su nuevo chico había recibido. El sujeto era un idiota, ni siquiera se defendió del golpe de Mariano. Cristina le dijo a Fernanda que se iría con él. Fernanda me cogió de la mano y le dijo que se quedaría. Cristina me miró y quiso decir algo, pero solo me señaló con el dedo y se fue con su acompañante. Fernanda me miró y me dijo que no quería que me quedara solo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Tus amigos te dejaron.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, luego hablaré con Mariano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Estaba muy molesto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Él es así, sobre todo cuando se pone borracho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La gente empezó a retornar a sus lugares y a volver a bailar y a beber. Me acerqué al bar con Fernanda y nos tomamos unas cervezas. Ella me sujetaba de la mano y yo la miraba. En un cambio de canción, sus labios se acercaron a mi boca y nos besamos por un buen rato. Bailamos un par de canciones más mientras nos besábamos. Al ver la hora, cuatro y media, salimos de allí y caminamos por las veredas de la Herradura. El viento corría fuerte y estuvimos abrazados. Fuimos a esperar el taxi. Mientras esperábamos que llegue, ella se puso a responder algunos mensajes de su celular y yo hice lo mismo. Ramiro me dijo que ya habían dejado a Mariano en su casa y que pensaban seguirla. Le dije que no se preocuparan por mí, que ya me iba. Celeste me escribió diciendo que ya se había ido, que me vio muy cariñoso con Fernanda y por eso no se despidió. Le dije que ya iría a visitarla para conversar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La cabeza me dolía a mares, había tomado más de la cuenta pero estaba consciente de lo que sucedía. Fernanda no dejaba de abrazarme y besarme. Se veía hermosa bajo los faros en plena madrugada. Llegó el Uber que habíamos pedido y subimos. Los bares y las calles empezaron a perderse con la gente. La playa y la neblina desaparecieron y llegamos a un condominio. «Aquí es», dijo Fernanda, y bajamos del taxi. Entramos a su sala y nos acostamos en el mueble. Sus labios besaban mi cuello y mis manos buscaban más de ella. En silencio pensaba en todo lo que había pasado y estaba por pasar. Y fue inevitable no sentir un sentimiento de culpa por lo que había hecho. «¿Qué clase de amigo era yo?», me preguntaba mientras me desprendía de mis prendas y Fernanda me miraba y me besaba. Entonces, sintiendo a Fernanda tan cerca de mí, la noche dejó de ser noche y cada vez dejó de ser fría.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgyK3LDtG-IoCK-NCnS75TbphnKoKjz0XKYEoqWdZAGyeSLp4M0uLTYniLBVYuHhlZwPaTq1sRJ9MZGZOnmFeGwJehaVnRbSIQbu7iK8SOvqUoRcWxAeX1j24SptDHwwnucYaoQ8JJACzo/s1600/costa-verde-noche-e1356723753665.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="390" data-original-width="640" height="195" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgyK3LDtG-IoCK-NCnS75TbphnKoKjz0XKYEoqWdZAGyeSLp4M0uLTYniLBVYuHhlZwPaTq1sRJ9MZGZOnmFeGwJehaVnRbSIQbu7iK8SOvqUoRcWxAeX1j24SptDHwwnucYaoQ8JJACzo/s320/costa-verde-noche-e1356723753665.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-51794100016365256042018-10-16T23:31:00.001-07:002021-01-07T19:44:32.827-08:00Destierro<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Era cuestión de tiempo. Todo lo que habías construido terminaría por destruirse. Fue inevitable. El diálogo acabó. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Ya no importa</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, piensas, mientras caminas con las manos en los bolsillos por la transitada alameda. La ciudad, en este momento, es solo un excusa. Los edificios, los autos, la gente que sube y baja de los colectivos, que pasea por las veredas, que se besa en las bancas, que saluda desde los balcones, nada. Todo era parte de una parodia de la urbe que hay detrás. ¡Te han desterrado! La calles te estorban. El viento te absorbe. Te parece absurdo pensar en la vida que ya no está, que ya se fue. Sin embargo, no la has vuelto a ver por más que pensabas en ella. Te hace daño hablar, pensar en hablarle. Pensar que sigue aquí. Cambias de nombre y de apariencia para lograr tu cometido, pero eso no altera el hecho de que te han desterrado. Todos te desconocen. Tú también los repudias, sordos, ciegos, ingenuos. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Era cuestión de tiempo</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, piensas. Lo sabías. Siempre lo supiste y caíste parado. Nunca tuviste miedo de decir lo que pensabas, de hacer lo que pensabas. Ella ha trascendido en la existencia, recuérdalo. Pero tú sigues vivo, en una especie de muerte camuflada, mas no para ellos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Los hombres se cansan, se mueren, se descomponen. No hacen falta, no son tan especiales. Dicen, hacen cosas por miedo a la fatalidad. Piensas en irte. Lo has intentado. Te dolió, ¿cierto? No es preciso que me lo digas, ya no pienses en eso. Vamos, levántate, no llores. El sol espera, la noche no. En la vereda, el señor de barba coge sus cosas y cambia de esquina, coloca un cartón y se sienta. Saca una lata y pide monedas. Le das lo que tienes y caminas. Te preguntas qué hizo él para merecerlo. Lo sabes pero no lo dices, no quieres exponer la cruda verdad. Te controlas, doblas en la siguiente esquina. ¡Te han desterrado! Te abandonaste, te entregaste a la nada y empezaste a buscar la vida en la muerte. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Juventud te conquistó, te dio sus mejores años. Supiste amarla, emocionarla, pero te venció, te consumió y no quisiste saber más de ella. Y ahora solo aparece cuando te miras a los ojos. Era encantadora y tenía mucha energía, quería hacer de ti el rey del mundo. Y lo hizo. Pero ese mundo colapsó. De pronto, un infante te ofrece un dulce. Lo miras con miedo. Ves en sus ojos la verdad. Le das unas monedas y sigues tu camino. Tu cuerpo se ha entumecido, no eres el mismo de ayer y tampoco serás el mismo mañana. No concibes el presente y temes cuando ves que el tiempo pasa. Tu miedo es extinguirte, evaporarte, morirte. Caer en la desgracia de ser pensado, extrañado, querido. De provocar nostalgia, de ser un recuerdo. No es el caso. No es él, no eres tú, no es ella. Es. Y te duele en lugares que desconoces. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Una humareda oscurece la avenida, los cláxones retumban en tu cabeza y los moribundos que lustran las botas en la esquina de la calle se rehúsan a hacerlo a hombres como tú. Los quioscos cierran sus puertas, guardan sus noticias, sus tragedias, su pan y su agua. Perros crueles le roban la comida a los locos, los locos se hacen pasar por locos. La gente se hace pasar por gente. Tú te haces pasar por ellos. Quieres pasar desapercibido, quieres volver. Volver con aplausos entre el vitoreo de multitudes, con los ojos llorosos de ella viéndote y gritando tu nombre, saludándote a lo lejos y tú reconociéndola e ir corriendo y abrazarla para decirle que has vuelto por ella, que te han perdonado, que ya no eres el infame sujeto que fue desterrado de aquí. Quieres pensar que suceda eso y quieres que suceda sin que nadie lo sepa, excepto ella. Ella debe saberlo todo. Ellos tienen la culpa. Te inmortalizaron, te hicieron creer que lo merecías. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El semáforo cambia a verde, cruzas la pista, miras la plaza, subes las escaleras, caminas por la fuente, bajas las escaleras, entras por un callejón, miras la hora, tiras un folleto a la basura. Fallas. Un viejo te mira con odio, pero no dice nada. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Ya es hora</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, piensas. Nadie te sigue, nadie te mira. Inténtalo. La búsqueda. El sepulcro de la vida. Te enfureces y cambias de rumbo. El tiempo es inaudito a tu causa. Nada te complace, nada te convence. Recuerda lo que dijo madre: «No todos son como piensas, no todos son como tu padre». Sus palabras eran fruto de una serie de hechos confirmados por los ojos que heredé de ella. En ellos la vi sangrar. Vi cómo dejaba este mundo. Vi cómo se sacrificaba por mí. El destierro había sido heredado por él, por mí, por ella.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizlwykOOUa1EmTOeK5-wuw_WMjWpKtog7g9zCvV45rNlJ7FBk4LXPpBQEXhTXW6bd4jxRqzexorL_3tI4r2o6vEa5FlJY77-8Msh0of7Eos8MRyySnOh82g0wZ5bJpv3TTX2_XjymrxMg/s1600/destierro.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="333" data-original-width="500" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEizlwykOOUa1EmTOeK5-wuw_WMjWpKtog7g9zCvV45rNlJ7FBk4LXPpBQEXhTXW6bd4jxRqzexorL_3tI4r2o6vEa5FlJY77-8Msh0of7Eos8MRyySnOh82g0wZ5bJpv3TTX2_XjymrxMg/s320/destierro.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-45509018330853082652018-09-20T00:57:00.000-07:002019-11-08T10:01:44.984-08:00El sujeto<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><i>Escribir</i> duele, y el dolor, a veces, causa placer. Pensarla también duele, pero el placer de <i>escribir</i> sobre <i>ella</i> alivia, de alguna forma, esa sensación. Sin embargo, antes de seguir con este relato de sospechosa contradicción, debo aclarar que no soy yo quien intenta <i>escribir</i>. Lo suelo llamar, por tratar de darle forma, 'El sujeto', y se manifiesta como una voz o una presencia. Desde hace varios años, mediante pensamientos e ideas, me usa para sus fines, hasta llegar, en ocasiones, a suplantarme sin que yo lo advierta. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Empezó a susurrarme frases los últimos años del colegio, que yo escribía en hojas sueltas para después romperlas en un arrebato sumamente inmaduro, propio de un adolescente susceptible como yo. Pero años después, ya en la universidad, empezó a formular oraciones e ideas más elaboradas, como por ejemplo: «Sus modos son creíbles para el personaje, no finge, es. Ella es quien buscas», «Es conveniente saber sus manías, sus miedos, sus motivaciones. Sé su amigo, su compañero». Ya por ese entonces, y debido a ello, había empezado a crear ficciones. Al comienzo no hacía caso creyendo que eran solo ideas, alucinaciones, delirios de escribidor. Pero luego empezó a intervenir con más frecuencia y de manera egocéntrica e imprudente: «No es apta para la historia: es trivial, vacía», «Bella, elegante, pero frívola». Me susurraba frases así de vez en cuando y me causaba asombro y miedo. Con el tiempo supe que era una presencia que no podía evitar, y por ello, un día, decidí hacerle frente: «No puedes usar a la gente a tu conveniencia. No son cosas, ¡sienten!», dije o me dije, para mis adentros, pero aún no estaba seguro si podía escucharme como yo a él. Ahora, cuando aparece, con una voz que reconozco desde antes de que llegue, <i>vivo</i>, trato de obviar esa discusión con ese sujeto y <i>vivo</i>. O creo vivir. Pero se manifiesta cuando menos me lo espero: «Mírala, acércate, involúcrate, crea una situación», y se calla. Me hallo en la escena y ya no sé qué hacer para no sentirme controlado. Por creer que tengo libre albedrío, hago caso omiso y sigo de frente, evitando algún tipo de contacto. Pero no es nada fácil. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Ahora sucede a diario. Estoy con un grupo de amigos. Conversamos, reímos, estamos tomando unos tragos y aparece de nuevo susurrándome al oído: «No hables, solo obsérvalos. Mira su comportamiento, piensa en lo que piensan y crea la historia. Ya tienes la imagen, solo escríbela», y vuelve a callar. Sacudo la cabeza, hago como si nada hubiera pasado y sigo viviendo. Estoy besando a una chica que acabo de conocer en una fiesta y él ya está allí: «Suéltala, dile algo, intenta confundirla y sigue besándola, tal vez mañana ya no sepas de ella, despídete», y el sujeto vuelve a desaparecer. Y exactamente eso pasó, pero no fui consciente de ello. Él intervino y actuó por mí, o no sé si yo lo dejé. «Lo de ayer fue absurdo, una escena burda, sin más implicaciones que los bajos instintos. No tiene nada de extraño, no lo escribas», sugirió al día siguiente, y mis dedos automáticamente cambiaron de tema, dejaron de lado aquella experiencia inútil y pensé —¿o él?— en la escena del otro día. Caminaba por la avenida Tomás Marsano para tomar un taxi. Cuando llegué al paradero de la estación Jorge Chávez, un auto, en la esquina en la que yo estaba parado, cruzó pisando la acera y se estrelló en la casa de al frente. «Pudiste haber muerto», dijo el sujeto de pronto. Yo miraba la escena sin creer lo que veía. «Pero estás vivo viendo el auto destrozado, corres hacia él, estás ayudando al hombre a salir del auto con alguien más que vio el accidente, el hombre está ebrio, casi te atropella pero lo estás ayudando, y no lo haces por solidaridad, sino por querer tener algo para escribir, cambiando algunas cosas y hacer que la historia quede como hubieras querido que suceda», no dejaba de hablar. Solté al hombre cuando lo vi a los ojos, un odio entró en mí y me fui, mientras una muchedumbre venía corriendo para socorrerlo. No miraba a nadie, solo escuchaba la voz del sujeto dándome órdenes, diciendo lo que tenía que hacer para luego escribirlo. Él tomaba las decisiones, yo solo actuaba. Allí mismo tomé un taxi y fui donde Camila. Al llegar, le conté lo sucedido con el sujeto en la escena del accidente. No me creyó. Sacó unas cervezas y tomamos un poco. «Voces por aquí, voces por allá; solo necesitas relajarte, cariño, ven», me dijo. Me eché en su mueble y apoyé mi cabeza sobre sus piernas. Camila jugaba con mis cabellos, me acariciaba y me daba besos. Y en ese preciso instante, después de mucho tiempo, <i>ella</i> apareció. La vi a través de la mampara mirando por el balcón. Me levanté enseguida. «¿Te pasa algo?», preguntó Camila. «No, estoy bien», balbuceé y volví a sentarme. «Iré donde mi madre en un rato, ¿te jalo en el auto?», me dijo, un rato después. «¿Fabrizzio? ¿Fabrizzio me escuchas?», repitió despertándome del trance. «Sí, no. No te preocupes, iré donde Enrique», respondí. Al salir del departamento de Camila, llamé a Enrique para ir a buscarlo. Cuando le conté lo sucedido, creyó que lo estaba «hueveando». «Puta, hermano, ahora no puedo, saldré con Jimena», me respondió cuando le dije para ir a buscarlo. «Dale, no te preocupes, estamos hablando», respondí y colgué. «Y así se hace llamar mi amigo», me dijo, ofuscado. Caminé de madrugada por la Avenida Joaquín de la Madrid discutiendo con el sujeto que apareció de nuevo: «Busca a Bianca», sugería. Esta vez no quería que me diera órdenes, intenté rebelarme contra él: «¡No lo haré! Ella está bien sin mí», grité. «No es <i>ella</i>, pero te ayudaba mucho verla», seguía. «¡Basta!», grité de nuevo, apretando mi cabeza con ambas manos para evitar escucharlo, aunque no servía de nada. Nadie oyó mi grito, la calle estaba oscura, desierta, pocos autos pasaban por la avenida a esas horas. Y pensé de nuevo en <i>ella</i>. Un dolor empezó a recorrer mi cuerpo, una sensación casi sanguínea entorpeció mis pasos. Me costaba caminar. «Estoy vivo», pensé, para calmarme. <i>Ella</i> aparecía y desaparecía a su antojo, como el sujeto. «Escribe lo que te pasa», sugirió de nuevo. No le hice caso. Miraba con atención a cualquier lado, quería gritar. Me detuve en un pasaje y en cuestión de segundos todo volvió a la normalidad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al cabo de un rato revisé mi celular, un Whatsapp de David decía: «¿Dónde estás? Tengo una reu, vamos». Vi la hora: 1:30. Necesitaba un respiro. «Estoy cerca, vamos», respondí. Tomé un taxi y llegué a su casa. «¿De quién es la reu?», pregunté después de saludarlo. «De unas amigas, te van a caer bien», respondió. Al llegar, una casona con un minibar en el sótano nos acogió. «Estoy vivo», pensé de nuevo. Y el sujeto, al presenciar el lugar y la situación, apareció. Empezó a susurrarme cosas: «Mira». Yo miraba, a la vez que intentaba no hacerle caso. Me senté con David después de saludar a sus amigas. «Sírvete», me dijo una de las chicas. Me serví un trago. Tomé. Algunas de ellas cantaban una canción de José José que aparecía en el proyector. «Acércate a esa chica, no ha dejado de mirarte», comentó el sujeto. Me paré y salí de la sala. «¡No!», grité en el espejo del baño cuando me lo repitió un rato después. «Háblale, dile lo que te pasa», insistió. Regresé, brinde, canté, bailé. «Tú no eres de aquí», me dijo la mujer. «Me di cuenta cuando te vi entrar», añadió. «Es mayor que tú, déjala que hable», sugirió de nuevo el sujeto. Moví la cabeza de nuevo haciéndolo desaparecer y escuché a la mujer con atención: el pasado humilde, el esfuerzo, el dinero, la posición social, la política, la corrupción, el Perú, la gente de mierda. «Se acerca cada vez más, se siente cómoda, tú también», me susurraba el sujeto y yo bebía un trago tras otro. «Te está acariciando la pierna», pienso y él me lo dice a su vez. «¿Vamos por más trago?», sugirió la mujer un rato después. «Ve», susurró él. «La botella de Whisky ya se acabó y ella te acerca la suya, te quiere convencer», siguió. «Déjate convencer», repitió. La mujer empezó a besarte, te mordía, te empujaba hacia la pared, te soltaba, tú veías a David en el mueble de al frente besando a su amiga, mucho mayor que él, sin duda y te reías. No sabías cuántas horas habían pasado. «¿Son las cuatro o cinco de la madrugada?», pensaste y no sabías qué hacías allí. Pero ¿es él el que narra o soy yo? Ya no lo sabes, él te ordena, tú actúas y viceversa. Aparece, te sugiere cosas que no harías pero sabe que un empujón basta para meterte en situaciones que quisieras no haber vivido. «Estoy vivo», pienso nuevamente. Y el rostro de <i>ella</i> aparece de nuevo. Te mira, te llora, te besa. Duele un poco. Sigue doliendo. «Te sientes solo, estás solo», susurra, casi burlándose de tu desgracia. «Escribe», me sugiere el sujeto. «Vuélvela eterna, no hay peor condena que la inmortalidad», añade en un arranque de serenidad y sensatez que ya no recordaba en él. Regresé a la sala, cogí mi casaca y salí del sótano. «¿Y David?», me pregunté —¿o a él?— desconcertado. «Él está bien, vete», seguía dándome órdenes. «¿Y qué le digo a la mujer?», lo interrogué. «No tienes por qué decirle algo», añadió. Subí las escaleras, abrí la puerta, caminé hasta la avenida y paré un taxi. «10 soles», me dijo el taxista. «Vamos», respondí, entré al auto y cerré los ojos. «Tienes la historia», susurró. Golpeé la puerta del auto con cólera, el taxista me miró frunciendo el ceño pero no dijo nada. El rostro de <i>ella</i> apareció de nuevo, besándote. Abriste los ojos, ya era de día. Empezaste a toser, miraste al taxista, te disculpaste, viste la calle, estabas cerca. El sujeto ya no decía nada, ya no existía. El sujeto eras tú, era yo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8tzeZqZYck3U5kDAdpVWBDyFe9CHL9gqcd4Q3kq1AJbRj0Y34Auj3NcAX65RKmZvyZfpC6xlAJR_aV3wlKNrmfJJraurzXEbiey4qzPrg2DLrl480JE76Zx-hpgLm6hhRwMCX-F70WTk/s1600/El+sujeeto.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="640" data-original-width="960" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8tzeZqZYck3U5kDAdpVWBDyFe9CHL9gqcd4Q3kq1AJbRj0Y34Auj3NcAX65RKmZvyZfpC6xlAJR_aV3wlKNrmfJJraurzXEbiey4qzPrg2DLrl480JE76Zx-hpgLm6hhRwMCX-F70WTk/s320/El+sujeeto.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-91706731414972596832018-08-15T00:04:00.000-07:002019-03-08T19:38:27.464-08:00La promesa<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La última vez que la vi vestía una blusa de color azul, falda y tacones, de su brazo colgaba una cartera grande y su definido rostro denotaba el cansancio de una larga jornada de trabajo. Había venido sin avisarme, como siempre solía hacerlo. Sonó el celular poco antes de anochecer y su voz me dijo: </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Ábreme la puerta, estoy afuera</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">. La hice pasar y le preparé un café. Se sentó como en su casa y empezó a arreglar las cosas de su cartera. Le llevé la taza y me senté a su lado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Todo bien? —pregunté, intrigado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, solo vine un momento —respondió, sobria, mientras enviaba algunos mensajes desde su celular.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Entiendo —respondí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y tú cómo estás? —preguntó, volviendo hacia mí y apagando el celular para ponerlo en la mesa de centro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Pues, sorprendido —dije.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Vamos, en serio —dijo—. Me escribiste el otro día, dime —añadió.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo recuerdo —dije, sin mirarla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Qué ha pasado, cariño? —preguntó, y puso su mano encima de la mía.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Era cierto, la noche del viernes pasado le escribí un mensaje: «¿Estás ocupada? Necesito hablar contigo». Pero no respondió. Supuse que estaba con su novio y no insistí para no incomodarla. Sabía que en algún momento se aparecería, pero no cuándo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Olvídalo, ya pasó —respondí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Cuéntame, no seas así. No pude responder, ya sabes cómo es Gustavo cuando estoy con él —respondió, excusándose. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No hace falta que me lo digas. Mándale mis saludos, por cierto.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No seas tonto, te odia, sabe que fuiste mi primer amor. Pero ya, ¿me vas a decir lo que te pasa?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La miré de soslayo y recordé, en cuestión de segundos, los años que estuve con ella, el primer beso, la primera vez que hicimos el amor, las alegrías, las tristezas, pero sobre todo, su forma maternal de calmar el caos, de acabar en paz la guerra. Ella sabía escuchar y responder sin rodeos, de manera exacta y breve como quien consulta un diccionario. Sus palabras no eran vacías, estaban llenas de ella, de vitalidad, y parecía que vivía sin dudas y decidida, todo lo contrario a mí, que solía vivir desorientado en el tiempo y en el recuerdo de pérdidas irremediables, con miedos que habían calado en lugares que desconocía pero que ella, como nadie, conocía muy bien. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Estaré siempre contigo</span><span style="font-size: large;">», me dijo una noche y yo respondí de la misma manera, abrazándola muy fuerte a causa de una promesa que en ese momento no sabíamos hasta dónde nos llevaría. </span><span style="font-size: large;">Los años habían pasado desde entonces y parecía que la habían tratado mejor. Sin embargo, a veces acudía a mí a pesar de todo, con una fragilidad que era impensable en ella. Y del mismo modo yo también acudía a su lado, pues cuando me hundía en lo más hondo, Danae siempre estaba allí, para escucharme, para salvarme. Aunque mi ingratitud y mi pesar por mentir nos llevó a alejarnos un buen tiempo y a dejar de vivir, por cuestión de una noche, lo que sentíamos de adolescentes sin miedo al recuerdo y al amor de un pasado que solo era parte de nosotros. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Me escribió Marién. Quiere que deje todo aquí y vaya a vivir con ella a Uruguay —dije, de manera pausada.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y eso es lo que quieres? —preguntó, dejando la taza de café en la mesa.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, no lo sé —balbuceé.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ella te quiere, siempre fue linda contigo, Mauricio —recordó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Vino a mi mente la imagen de Marién en la fiesta de año nuevo. Sus ojos color caramelo, su cabello corto, sus lunares exactos debajo del labio y a la altura de las mejillas. Ella me abrazaba y besaba mientras veíamos el espectáculo de luces en el cielo y nos jurábamos amor sin saber que las cosas muy pronto cambiarían. A inicios de febrero tuvo que partir a Uruguay a estudiar y yo no pude acompañarla. Me encontraba a un año de acabar la carrera de Derecho y el trabajo me absorbía el poco tiempo que tenía. Su padre vivía en Montevideo y por más que intentó no pudo convencerlo de quedarse a estudiar en Lima. Se despidió de mí entre lágrimas en el aeropuerto Jorge Chávez pero decidimos seguir juntos aunque en el fondo sabíamos que ya nada sería lo mismo. Nos tomó cerca de seis meses para que todo se enfriara y ella y yo nos veamos envueltos en nuestras vidas lejos del uno y del otro. No obstante, algunas llamadas por parte de ella me hacían pensarla y extrañarla, e imaginaba lo que hubiera pasado si nunca se hubiera ido. Estuvimos juntos cerca de un año en Lima, año en el cual solo me vi un par de veces con Danae. Ella tenía una relación tóxica con su novio de entonces, el distinguido pero posesivo Ernesto, un estudiante de Medicina, y en sus momentos más amargos, de desdicha y de dolor, aparecía de pronto y perdíamos el miedo a la soledad en alguna habitación de Barranco. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Aún pienso en ella, pero no sé si sería lo mismo. Además, irme y dejarlo todo, no es fácil… Y ya no te vería —respondí después de unos segundos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No pienses en eso, ambos sabemos que en algún momento pasará.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Y será este el momento?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No lo sé. ¿Piensas aceptar la propuesta de Marién?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Me escribió el viernes. No sé, tengo que pensarlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Si te lo ha dicho después de un año, es porque aún te quiere. Ella siempre me pareció linda, a pesar de que me dejaste de lado todo ese tiempo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya hablamos de eso... Solo quería hacer bien las cosas.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Y no te culpo. Fue lo mejor. Las veces que nos vimos te notaba raro. ¿La querías mucho, no?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, no me gustaba mentirle a Marién… Pero sé que no la estabas pasando bien en ese entonces con Ernesto… Lo siento.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya no importa, ya pasó mucho tiempo. Gustavo es totalmente diferente.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Pensé en la noche en que la vi con Gustavo. En ese entonces recién se habían conocido y él la pretendía. Danae me saludó con cortesía cuando pasó por mi lado y me vio con Romina, una chica que había conocido en el trabajo y con la que salía a tomar los viernes por la noche para luego terminar en su departamento de Surco, totalmente ebrios, desnudos y oliendo a marihuana. Gustavo se enteró que yo había estado con Danae tiempo después, cuando ya eran novios y había más confianza entre ellos. Le contó que fuimos enamorados en el colegio, pero jamás le mencionó que seguiríamos viéndonos en la universidad y después de terminar la carrera, hasta hoy, como amantes furtivos de una promesa desnaturalizada por los años y por el apego y el amor libre, racional y discreto. Desde entonces me miraba con desconfianza en las reuniones que teníamos en común Danae y yo, pero ella se encargaba de que no piense en mí besándolo siempre que yo pasaba al lado de ellos.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Espero que sí. ¿Qué le dijiste hoy? —pregunté, encendiendo un cigarro.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Que iría donde Brenda. ¿No te conté? Se casa a fines de año, con Rubén.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Rubén… Nunca me cayó bien ese tipo, en la universidad se la daba de intelectual y no tenía ni idea de lo que hablaba. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya, Mauricio, olvídalo, Brenda lo quiere y eso es lo importante. Y no me cambies de tema.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No he cambiado de tema —repuse—. La verdad no sé qué hacer. Sé que necesito irme de aquí, al menos por un tiempo, pero ¿dejarlo todo por ella? </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Date la oportunidad. ¿Y si la cosas salen bien? No tienes hijos, tus padres viven fuera y se encuentran bien de salud. Tu hermana ya hizo su vida con Miguel. Vives solo, sales con distintas chicas. ¿No crees que necesitas un cambio?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Tenía razón. ¿Qué pasaba conmigo? Me sentía abrumado, insatisfecho, vacío. Me había cansado de todo, de mí, pero no de ella. Danae era paz entre todo el caos que había. Sin embargo, era cierto que había pensado mucho en Marién. Extrañaba sus manías, sus intentos de hacerme molestar cuando lo único que lograba era hacerme reír. Sus celos de niña, sus miedos, sus dramas tan tragicómicos pero ciertos. Sus besos, su cuerpo, su nobleza, su integridad y su lucha constante contra las injusticias. La extrañaba de una manera egoísta. Quería verla pero no estaba seguro de quedarme a su lado. Y aún así me consideraba para seguir compartiendo junto a ella. Si aceptaba su propuesta cambiaría todo. Tengo miedo, es verdad. Miedo a fallarle, a fallarme a mí con respecto a lo que siento por ella. No lo merece. No soy para ella, pero ella es para mí.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No es tan sencillo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ay, es lo único que dices. ¡Nada en esta vida es fácil, Mauricio! Arriésgate.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Para ti es fácil decirlo. Te veo entusiasmada con Gustavo. ¿Por eso no me besaste al entrar?</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Eso no tiene nada que ver. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Claro que sí. Si me voy, no volvería a verte.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Pues entonces vete.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Parece que lo dices en serio.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo digo en serio… He pensado mucho en esto. En algún momento tienen que terminar estos encuentros —dijo, me soltó la mano y se levantó del mueble, sin mirarme. Se acercó a la ventana que daba a la avenida.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Danae, disculpa. No era mi intención —dije, y me acerqué a ella. La abracé por detrás y cogí su mano.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No pasa nada —respondió, se volteó y me dio un beso—. Siempre serás mi primer amor, el amor de...</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Mi vida —concluí, y me miró con una sonrisa en el rostro</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Nos quedamos en silencio, abrazados. Mi corazón latía, me sentía vulnerable. El pasado sería por primera vez eso y no imaginaba cómo sería. La miré una vez más a los ojos. Ella sollozaba, pero sonreía. ¿Por qué nunca nos decidimos a estar siempre juntos? Me pregunté. Tal vez porque en el fondo no lo queríamos. Vivíamos del recuerdo, de lo bonito que se sentía el amor cuando éramos adolescentes. Nada se comparaba a esa sensación y nos refugiábamos en nosotros por querer seguir sintiéndolo, aún así sea de mentira, a pesar de nuestros nuevos amores, a pesar de nuestro presente, a pesar de nosotros.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ve con Marién. Prométeme que irás por ella —dijo, después de besarme, y una lágrima empezó a rodar por su mejilla.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Lo prometo —dije, con la voz entrecortada pero segura.</span><br />
<span style="font-size: large;">—Una promesa se rompe con otra promesa </span><span style="font-size: large;">—concluyó.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En la calle, a través de la ventana, se oían los sonidos propios de la noche. Danae se subía a un taxi y nuestras miradas se cruzaban por una última vez.</span><br />
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<br /></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1o8LqduOhCZ_cQEv-EUOdFqEpdBTvrtdFuT5zSwRtDnVtffsLTHpmeKLiKmQClQSwmFJ9cWUKwPJo6rj0_8n1_QDqP72yQ9KAitIjTQ2Ba6Yh4XzsfdwuURhhhQu_xAa9MgoDR8q4oL4/s1600/1+%25281%2529.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="479" data-original-width="770" height="199" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1o8LqduOhCZ_cQEv-EUOdFqEpdBTvrtdFuT5zSwRtDnVtffsLTHpmeKLiKmQClQSwmFJ9cWUKwPJo6rj0_8n1_QDqP72yQ9KAitIjTQ2Ba6Yh4XzsfdwuURhhhQu_xAa9MgoDR8q4oL4/s320/1+%25281%2529.jpg" width="320" /></a></div>
</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-73911188325508452322018-07-12T21:38:00.000-07:002020-06-13T00:41:38.916-07:00El final<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">El final está cerca, lo presiento. Ayer, mientras esperaba el carro en el paradero, un hombre, de aproximadamente unos treinta años —lo intuí por su forma de vestir—, esperó a una mujer que nunca vino, o al menos eso creyó. Lo sé porque desde que llegó no tardó en acomodarse en una esquina sin dejar de mirar su reloj de pulsera. Sin embargo, cuando la mujer llegó al mismo lugar y empezó a buscarlo, él ya no estaba, se había ido de la impaciencia. La situación, aunque nimia, me desconcertó. Así como lo que vi la otra tarde. Un perro buscaba comida en la basura, abrió bolsas, hurgó en cajas, pero no halló nada comestible. Avanzó despacio por la acera y se echó al filo, cansado, donde más quemaba el sol. Su hocico pegado al suelo dejaba ver su lengua reseca, negra de suciedad. Es el fin, pensé. Otro hecho reforzó mi idea. Caminaba por la vereda y vi cómo un auto cruzó tan rápido la autopista que levantó un pedazo de grieta. Siempre me había preguntado en qué momento terminaban así las pistas, quebradas, con hoyos enormes. Pero esta vez fui testigo y la destrucción duró solo un par de segundos. Esa escena me persiguió durante toda la semana. Pude haber mirado a otro lado y haberme perdido el momento, pero no. Sigue aquí, metida en mi retina, como un volcán en erupción que acaba con todo.</span><br />
<span style="font-size: large;">El hombre impaciente, el perro moribundo, la creación de la grieta. Son situaciones distintas, pero que juntas pueden significar algo: que el final está cerca. Estoy convencido, y cada día más. Mis zapatos se ensucian más rápido que antes, mi cuerpo suda por cualquier movimiento que hago, mi boca se reseca cuando dejo de hablar, mis ojos se ponen rojos, y sin embargo, me siento sano, sé que no estoy enfermo, porque lo he estado casi toda mi vida, y cuando mi cuerpo está enfermo, mi mente, mi alma y el día también. Y en esta ocasión no, todo es un caos, ya no hay orden. Mi equilibrio, del cual ya no he hablado desde hace mucho, ha perdido su balance.</span><br />
<span style="font-size: large;">Propongo una tregua al suceso que está próximo a llegar: el fin de los tiempos, los ojos caídos, como el mármol de Grecia. Nadie lo sospecha, parece ser como un secreto íntimo, privado. ¡Pero el final está cerca! Nadie escucha, nadie pregunta, nadie hace nada. Si pudiera compartirlo con alguien... Recuerdo que un día, en la mañana, me desperté sin aire. No podía respirar por más que lo intentaba, y el sueño, curiosamente, había sido una combinación de polvo y arena. El polvo no es igual que la arena. Hay polvo de piel muerta, de libros guardados, de objetos vencidos. Esta, sin embargo, era distinta. Volví del sueño como si este me hubiera afectado físicamente. Fui al baño y me apoyé con dificultad en el lavabo. Tenía el torso descubierto y sudaba a caudales. Abrí el caño y me mojé los ojos para verme mejor. Recién ahí noté que el vidrio del espejo tenía una rajadura que deformaba mi rostro. El ahogo se me pasó. Y entonces me vi con detenimiento: mi pecho, flácido, delineaba caminos que ya no se habían fortalecido desde la adolescencia. Mi abdomen, que alguna vez fue liso y duro, vibraba, en la parte inferior, como arenas movedizas. Cerré el caño y volví a la habitación.</span><br />
<span style="font-size: large;">Pero nada de eso era importante, sino el hecho de que algo había muerto en mí en ese momento, y sentía en mi cuerpo como una extensión de tiempo junto con la premonición de que todo iba a terminar. Se lo comenté a un sujeto, en el carro, cuando se sentó a mi lado. «Queda poco tiempo», le susurré. Volteó, se acomodó los lentes, me miró unos segundos y me preguntó: «¿Para qué?». Miré a ambos lados, sin tratar de llamar la atención, y le dije: «Para el fin». Cogió su periódico, su maletín y fue a la puerta de salida. Habrá pensado que yo estaba loco, no lo sé. Pero cuando bajó, lo hizo un paradero antes, porque siguió caminando lo que quedaba del camino y yo lo seguí con la mirada, entre divertido y extrañado, mientras el semáforo estaba en rojo. Quería que me responda, de nuevo, con otra pregunta, pero solo me miró parco y se fue. Me sorprende la gente que no siente curiosidad por las cosas. Además, era una alerta, y se lo decía, amablemente, a un desconocido. Pienso que debió de ser más considerado, no todos hacen eso. Ahora que lo recuerdo, algo parecido me pasó en el banco. La señorita que me atendió tenía los ojos pardos. El color de sus ojos no son importantes, pero necesito recordarlos para recordar todo lo demás. Es como un punto de partida que reconstruye la escena. En fin, me preguntó qué necesitaba y le dije que quería hacer un depósito. Cuando le di mi nombre completo, que consta de dos y uno compuesto, más mis apellidos, soltó una sonrisa. «Tiene usted nombre de aristócrata», replicó. La miré con gracia y le dije que había planes de ponerme uno más, y cuando empezó a digitar algo en la computadora, añadí: «Pero el tiempo se acaba». Dejó de escribir y me miró confundida. «¿Disculpe?», preguntó. «¿Tiene prisa?», añadió enseguida. Le dije que no, pero que el mundo en el que estamos sí. Que mañana será hoy pero con menos tiempo de por medio. Que haga lo que tenga que hacer, ahora. Y me entregó mis documentos, torpemente, y dijo, en voz alta: «Siguiente», sin mirarme. No era mi intención asustarla, solo quise advertirle. Pero creo que no me sé explicar bien. Y es que a veces pienso que no se necesita una explicación, solo hay que tener criterio y ver lo que está pasando. Pero parece que por aquí nadie lo tiene y yo no puedo hacer todo. Ya es de madrugada, me duele la cabeza y ya ni siquiera siento mis dedos. Tengo mucha sed, pero mi botella de agua está vacía. También se acabó el tiempo para ella. Ese es otro claro ejemplo. Podría mencionar muchos más, pero parece que el final, para mí, ya ha llegado.</span></div>
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</div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-23142022340195925902018-06-12T01:18:00.001-07:002021-07-23T10:12:30.081-07:00Largenta<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">«Buenas noches», me dijo un señor amablemente al entrar a un café librería que encontré a unas cuadras del parque Kennedy. Era mayor, vestía un traje gris y una boina a cuadros de los años veinte. Asentí con la cabeza y crucé el portón. Caminé por el salón y me puse a buscar la sección de literatura universal. «Al fondo a la derecha», me indicó una señorita que ordenaba algunos libros en los estantes. Ubiqué en seguida a Chekhov, Kafka, Dickens, Borges, Dostoyevski, Faulkner, Wilde, Cortázar, Proust; todos los libros se encontraban en distintas y bonitas ediciones, pero también a un precio que hacía llorar a mi presupuesto. Seguí revisando, sacando libros, leyendo las sinopsis, preguntando por ciertos títulos y autores. Después de un rato, y con dolor en el alma, salí de allí solo con un libro en la mano: “El Villorio” de William Faulkner. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Era sábado por la noche y me encontraba en Miraflores, con ganas de leer pero también con ganas de tomar. Revisé mi celular y le escribí a Pierre, preguntándole qué planes tenía para hoy. Me respondió después de unos minutos diciéndome que justo se encontraría con unos amigos en casa de Rubén, y que, si podía, caiga por allí en un rato. La casa de Rubén quedaba cerca, así que lo llamé para avisarle, después de confirmarle a Pierre, que iba para allá. Se alegró al recibir mi llamada, me dijo que vaya nomás y que me esperaría. No nos veíamos hace mucho tiempo y por ello, antes de ir, fui a comprar unas latas de cerveza para celebrar el reencuentro. Al salir del grifo, caminé unas cuadras hasta la calle Manuel Bonilla. Lo llamé y salió. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¡Hermano! ¡Cuánto tiempo! —dijo eufóricamente y nos abrazamos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Andaba por aquí pues, hermano —respondí. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Hoy bebemos hasta morir, ah —añadió, haciendo con las manos como si fueran pistolas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ustedes siempre la hacen y no avisan, ¿no? Malditos —le reclamé. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Paras perdido pues, hermano —se excusó—. Pero hoy nos desquitamos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Lo empujé y entramos a su sala a esperar a Pierre. Nos sentamos y me contó cómo le había ido después de terminar la universidad, sobre su trabajo y de la chica con la que estaba saliendo. «Ya la vas a conocer, ah, y vendrá con sus amigas», me dijo. «No cambias», le respondí, abriendo las latas. «Salud», me dijo, tomando un sorbo largo y yo hice lo mismo. Al rato tocaron el timbre. Era Pierre con su amigo Matías. Nos saludamos y se sentaron. Empezamos a conversar y a tomarnos las cervezas y el ron que habían traído, para «empilarnos» como decía Pierre. Luego de media hora, llegó Claudia, la saliente de Rubén, con dos de sus amigas, Verónica y Regina. Las chicas, después de saludarnos, preguntaron a dónde iríamos. Cada uno de nosotros sugirió una discoteca distinta: Gótica, Help, Antiqua, Caos, Noise, Toro; sin saber adónde ir. Pero al final acordamos ir a Noise, en Barranco. Y así fue como mi plan de salir a comprar algunos libros —aunque solo llevé uno, maldita pobreza—, se convirtió en ir a tomar con unos amigos en Miraflores para luego ir a Barranco. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Después de tomar con las chicas las cervezas y el ron que quedaba, contándonos de dónde nos conocíamos y lo que habíamos hecho en la universidad, dejamos nuestras cosas en casa de Rubén y salimos en dos taxis. En un taxi fue Pierre, Matías y Verónica, y en el otro Rubén, Claudia, Regina y yo. Regina era pequeña, rubia y muy conversadora, no tenía vergüenza al hablar y se notaba, a leguas, sus ganas por llegar a la discoteca a bailar. Por ello, en el taxi, le decía al conductor que suba el volumen de la radio. Y, también, a causa de lo que habíamos tomado, o tal vez porque ella era así, les gritaba a las personas por la ventana, asustándolas, y se mataba de la risa. Verónica, en cambio, era alta, morena y más discreta, pero ya conocía a Pierre y a Matías, y con Rubén pegado a Claudia, me convertía a mí en el único extraño del grupo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al llegar a la discoteca, nos encontramos con una fila de casi tres cuadras. Las chicas se desanimaron, nosotros, en cambio, no nos hacíamos problema, habíamos tomado lo suficiente para divertirnos en donde sea. Sin embargo, la cola empezó a avanzar y decidimos ser pacientes. Mientras la gente de a poco entraba, Rubén se fue con Claudia a comprar cigarros. Pierre molestaba a Verónica preguntándole si conocía a alguien para que nos hiciera entrar sin esperar tanto. «Ni que yo fuera qué», decía Verónica, y Matías y yo nos reíamos de su reacción. Regina se movía con la bulla que se escuchaba adentro, quejándose de las canciones que nos estábamos perdiendo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mientras esperábamos en la cola, vimos que detrás de nosotros había un grupo de chicas cantando, el acento de sus voces era inconfundible: eran argentinas. Se reían eufóricamente, cantaban, movían las manos hacia arriba coreando letras de barras de fútbol y saltaban. Matías y yo, que estábamos más cerca a ellas, no pudimos evitar contagiarnos de su alegría y volteamos y empezamos a hacer lo mismo. «El que no salta, no va al mundial», gritó Matías, para unirnos a su coro, y las argentinas empezaron a saltar con más energía y ya habíamos formado una pequeña barra. «Yo te llevo adentro, de mi corazón, gracias por esa alegría, de salir primeros, de salir campeón», coreábamos junto a ellas. «Nos vamos a Rusia, eh» dijo una de ellas. Y a nosotros, que hace unas semanas habíamos cumplido el sueño de clasificar al mundial, oír eso nos volvió locos. «El que no salta, no va al mundial», volvimos a corear y las argentinas saltaban con nosotros en plena cola, que había vuelto a avanzar despacio, aunque ya ni nos importaba. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Unas de las argentinas se llamaba Delfina, como nos había dicho al momento de presentarse, y, desde luego, amaba el fútbol, y si hubiera querido, cantaba toda la noche. Renata, la chica que la acompañaba, era muy parecida a ella: colorada, rubia, y no dejaba de cantar junto a Matías otras canciones de River Plate. Delfina, con quien empecé a hablar más, tenía los ojos verdes, el cabello ondulado y todo su brazo estaba lleno de pulseras. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Che, nunca vamos a entrar o qué —me preguntó después de un buen rato hablando y esperando. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No lo sé, pero la calle es una fiesta y es nuestra —le dije, con una sonrisa. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Vos sabés dónde venden puchos? —me preguntó. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, a la vuelta, si quieres te acompaño —le dije. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Renata —dijo, y volvió hacia su amiga—. Iré a comprar puchos —añadió y me jalo del brazo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Caminamos por plaza de Barranco, nos acercamos donde una señora y compré una caja. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Eres de Buenos Aires? —le pregunté, ofreciéndole un pucho. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, estaré en Lima por unos días —me dijo, y me echó el humo de su cigarro en mi cara—. ¿No fumas? —me preguntó, cogiéndome la mano, </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ya no —dije, dándole la caja de cigarros—. Ahora solo en pipa, como Cortázar —añadí, bromeando, me miró y sonrió. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">«Ah, Cortázar. Prefiero a Borges», dijo ella. Yo pensaba lo mismo, pero no me dejó siquiera responder porque ya estaba al frente de mí dándome un beso en la boca, sin dejarme respirar. «Vamos», me dijo, casi en silencio, después de soltarme, y empezó a sonreír. Tenía las mejillas rojas, ¡coloradas! Regresamos cogidos de la mano. Todo en ese rato fue extraño. Pero lo recuerdo bien. Yo besándola en cada esquina, con su polera en mis manos, intentando quedarme más tiempo con ella. Ella mirándome con esos ojos verdes en plena madrugada, cogiéndome del rostro con sus manos y uñas largas de distintos colores y besándome, de nuevo. «Che, nos deben estar esperando», me decía, riendo. «Eres tú la que no me suelta», le decía. Luego, cerca de llegar, vimos a un sujeto golpeando como loco un quiosco y llorando de borracho. Un chico y una chica trataban de calmarlo. Delfina no me soltaba la mano y me la cogía más fuerte. Cuando llegamos a la fila, vimos que faltaba poco para poder entrar. Matías seguía hablando con Renata y Rubén ya había regresado con Claudia a la cola. Regina, Verónica y Pierre, del aburrimiento, revisaban sus celulares. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Lo conoces? —le pregunté a Delfina. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿A quién? —me preguntó, confundida. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Al chico de la esquina —dije. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ah, es mi exnovio —respondió, despreocupada, y me quedé en silencio unos segundos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Parece que se ha pasado de tragos —respondí. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Sí, es un reverendo pelotudo —me dijo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">No sé si me importó en ese momento que me dijera que fuera su exnovio, pero ella lo tomó a la ligera y yo también, aunque el pobre chico se veía destruido. Tal vez nos vio y en su borrachera se puso así, pero me calmó que se haya desquitado con el quiosco que conmigo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Un rato después me acerqué a Rubén, le comenté lo sucedido con Delfina y me dijo que no me preocupe —aunque tampoco lo estaba—, porque ya íbamos a entrar. Y en efecto, la fila empezó a avanzar. Yo estaba cogido de la mano con Delfina en la boletería, cuando de pronto me soltó y me dijo que se tenía que ir. «Renata quiere ir a otro lado», me dijo. Me sorprendió. La miré unos segundos y le dije: «Descuida, no te olvides de tu polera», y se la entregué, sin decirle que se quedara. «Gracias», me dijo. La cogió, pensativa. «Sabés</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, volvió hacia mí. </span><span style="font-size: large;">«T</span><span style="font-size: large;">ampoco quiero ver a mi exnovio, está re mamado», añadió y me besó, por última vez, despidiéndose así de mí. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Lo que pasó después fue un mar de gente dentro de la discoteca. Compramos dos jarras de cervezas y, después de beberlas, nos fuimos de allí. Volvimos a Miraflores, fuimos a la calle de las pizzas, pero todo estaba «en muere», como decía Regina, y entonces terminamos en Loki, bailando y cantando entre todos, como locos, sin pensar en un mañana. Desperté en mi casa —no sé cómo— con mi libro al lado. Le quité el empaque, entusiasmado, y empecé a leerlo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6GHkG5SRXBiygB21O_rddMWnfPo5cIgvfIyWgPjpwJBLaTIWZ9fsoyFK0uiUNdzcAkgoXzy-zmInRagexUf4A9YLQUtEd8V4GSlpPKxo39e5exLaH-_XEwsRb3W8-5LtaNWRllwuWeTs/s1600/F100007915.jpg" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="600" data-original-width="900" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6GHkG5SRXBiygB21O_rddMWnfPo5cIgvfIyWgPjpwJBLaTIWZ9fsoyFK0uiUNdzcAkgoXzy-zmInRagexUf4A9YLQUtEd8V4GSlpPKxo39e5exLaH-_XEwsRb3W8-5LtaNWRllwuWeTs/s320/F100007915.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-43819343369031943822018-05-18T13:44:00.000-07:002020-02-07T11:13:37.901-08:00Jardín del Rey<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Sucedió en los jardines armónicos de Estocolmo, precisamente en Kungsträdgården, </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Jardín del Rey</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, mejor conocido como Kungsan, parque situado en el corazón de la ciudad, cerca al Palacio Real y de la Ópera.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cuando llegué a la Plaza de Carlos XII, mi reloj todavía marcaba la hora de Lima: un cuarto para las once de la mañana. Pero debido al cambio de horario, daban las cinco de la tarde del viernes. Al cruzar la acera, en medio de un pasaje escoltado de una arboleda, me vi frente a frente con la estatua del último rey guerrero de Suecia, y sentí que, tal vez, me estaba dando la bienvenida. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">A unos cuantos metros, al centro, pude identificar la Fuente de Molin, </span><span style="font-size: large;">obra de Johan Peter Molin,</span><span style="font-size: large;"> rodeada de cisnes, cuya estructura fue originalmente tallada en yeso y que yo recordaba muy bien al haberla visto en una película en un taller de cine en la universidad. Luego, al llegar a la Plaza de Carlos XIII —la cual, llegado el invierno, se convierte en una pista de hielo— tomé una foto a la estatua neoclásica del rey que lleva su nombre, obra de Gustaf Göthe, la cual se encontraba custodiada por cuatro leones de acero, para luego terminar en la Fuente de Wolodarski, un estanque inmenso con varias fuentes lanzando chorros de agua de manera sincronizada y paralela. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En Estocolmo hay un hecho curioso que sucede con la llegada de la primavera: la floración de los árboles de cerezo. Por ello, no dejaba de llamar mi atención el rosa malva de las flores que caían como garúa. Y también, como si de una pintura de Georg von Rosen se tratara, divisé de inmediato la simetría de los edificios, las calles alrededor, la iglesia de Jacobs, la Wetterling Gallery y, sobre todo, los conciertos al aire libre y las distintas manifestaciones culturales en las inmediaciones de la plaza. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En los alrededores del parque se pueden encontrar varias tiendas, restaurantes y cafeterías con mesas al aire libre, por lo que, antes de irme de allí, pensé en acudir a una de ellas para despertar del todo y adaptarme al tiempo, pero opté por conocer primero las empedradas y coloridas calles de esta nueva y magna ciudad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">De inmediato, al caminar como un ciudadano más de Estocolmo, la sensación de armonía en sus aceras era inevitable, así como el trato amable de la gente ante cualquier duda que me surgía de pronto respecto a alguna calle o avenida que requería visitar, hecho que extrañé y envidié por un momento. Había gente de todas partes del mundo: lugareños, extranjeros, jóvenes y niños, que no dejaban de pasear y compartir un momento agradable entrando y saliendo de las cafeterías de la plaza o apreciando las atracciones de la feria que se habían establecido a los lados de las fuentes. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me había hospedado en el Hotel Esplanade, en la avenida Strandvägen, al frente de la bahía Nybroviken, a unas cuantas cuadras del Jardín del Rey. El Hotel Esplanade contaba con amplias habitaciones, decoradas con una elegancia que solo había visto en películas de Hedy Lamarr. Había llegado esa misma mañana y, a pesar de lo agotador que fue el viaje, no quería perder el tiempo mientras estuviera allí. Así que después de establecerme y conocer las instalaciones del Hotel, y de probar un Filmjölk en el desayuno que me dejó más que satisfecho, decidí dar un recorrido en la tan famosa ciudad de Alfred Nobel. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Siempre había tenido una fascinación con la historia que albergaba Estocolmo, y debido a ello, no dudé un segundo cuando tuve la oportunidad de venir</span><span style="font-size: large;"> y conocerla en persona. Y comprobé, con entusiasmo de extranjero, que no había punto de referencia ni bastaba con solo imaginarla. No podía disimular la impresión que me causó presenciar tales escenarios que hasta el momento solo había podido apreciar en fotos y vídeos. Entre ellas su arquitectura, que reflejaba, como un consenso, lo bien que el pasado se llevaba con el presente, y sus numerosos parques, la perfecta combinación entre urbanidad y naturaleza, y el agua que recorría por sus canales, tan limpia como la claridad del cielo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mientras recordaba todo ello y apreciaba cada detalle que veía al caminar por las calles de Estocolmo, sentía una especie de paz y de cierto optimismo, como cuando sientes que algo bueno va a suceder, a pesar de que ya estaba sucediendo. Entonces, creí posible que el tiempo que estuviera allí debía de ir a todos los lugares turísticos de la ciudad, pero a medida que iba dándome cuenta de todo lo que había, revisando un folleto para turistas, temía que me perdiera de algo. Era un hecho que el primer lugar que iría a visitar era el Museo Nobel, donde se encuentran los laureados cada año por la academia, así como la exhibición de sus trabajos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al llegar al Museo Nobel, en la calle Stortorget, después de cruzar la bahía de Lilla Värtan, no estaba seguro por dónde empezar. Afortunadamente, unos minutos después, llegó una señorita muy agraciada y formalmente vestida, y nos guió a mí y a un grupo de extranjeros, que no dejaban de tomar fotos con sus celulares, por los pasillos del Museo. El recorrido, que duró a lo mucho una hora, fue realmente impresionante. El Museo de por sí contaba con toda la elegancia que el mismo prestigio del premio representa. Fue increíble ver el trabajo de todos los ganadores de distintas categorías que aportaron algo al mundo con su trabajo, ya sea intelectual o de manifestación por una causa. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Llegada la noche, al salir del museo, debido a la hora y al cansancio, tomé un taxi y regresé al Jardín del Rey. Pero, antes de llegar, por un impulso de descubrimiento y soledad, bajé y caminé por la avenida Jakobs Torg, por donde queda la Ópera Real de Estocolmo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">En la noche todo era distinto, las luces de la ciudad tenían una sincronización con las fachadas de las casas a tal punto que parecía otro lugar. La cantidad de jóvenes que salían a las calles, atraídos por los clubes nocturnos y por el movimiento de la gente, la convertían en otra, más sublevada a los placeres que al comportamiento mismo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fui al Café Opera para terminar el recorrido del primer día. Un hombre grande y robusto me pidió alguna identificación y me dejó entrar. La arquitectura del lugar estaba conformada por columnas y arcos gigantes, parecidos a las de una catedral, no había duda de que había sido, antiguamente, una casona de una familia aristócrata. La música, auspiciada y mezclada por el DJ en una cabina al aire libre, solo protegida por tubos gigantes, respondía a las luces rojas que salían disparadas de distintos puntos. Me acerqué a la barra después de esquivar a varios chicos y chicas con botellas de cerveza en la mano, bailando y gritando al compás de la música. Le pedí un trago al barman y le pagué con 38 coronas, que era lo que costaba. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Empecé a tomar del vaso mientras me apoyaba en la barra y veía a la gente bailar. Me recordó las épocas en las que andaba de discoteca en discoteca en Barranco y Miraflores, y en ocasiones en otro lugares. Después de curiosear con la mirada la pista de baile, vi entre la multitud un grupo de suecas, o tal vez de otros países, que se movían y alzaban las manos de manera caótica y desmedida, aunque solo entre ellas. Al advertir esto, decidí no acercarme, a pesar de que una sueca de cabellos dorados, talla promedio y de sonrisa exagerada y a ratos muy discreta me había llamado la atención. Cuando acabé de tomar el trago y dejé el vaso en la barra, deslizándolo hacia el barman, la perdí de vista. Entonces, caminé en dirección a la pista de baile, en medio de un electro house que ponía a todos más locos de lo que ya estaban, para olvidarme de ese descuido inútil al fin y al cabo. Pero también me animé a entrar ahí para apreciar mejor los decorados y la formas que había en el techo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Mientras mantenía la mirada hacia arriba para ver cómo los símbolos se fusionaban con las luces del lugar, alguien me empujó por detrás mojándome con un poco de cerveza la espalda y el brazo derecho. Incómodo por el hecho volteé a ver quién había sido, y entonces, una chica, la misma sueca que había visto antes, se encontraba al frente de mí disculpándose en un inglés extraño, propio, tal vez, del alcohol y de la fiesta. Respondí en un comienzo en mi lengua natal y después en inglés, diciéndole que no se preocupara, moviendo las manos de un lado a otro y sacudiéndome la manga del brazo. Sin embargo, siguió hablando de manera torpe y apresurada, y al ver que no podía entenderla, me invitó un poco de su botella levantándola al nivel de mi boca, dejándome sin opción más que aceptarla, mientras le agradecía y trataba de irme a la barra. Pero no me dejó ir. Me cogió del brazo y empezó, riéndose, a decir algunas cosas. Yo seguía sin entender bien lo que decía, solo movía la cabeza asintiendo, sin estar seguro de qué. Cuando de pronto empezó a pronunciar palabras en un castellano masticado: </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—¿Español? —me preguntó, moviendo las manos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—No, peruano, soy peruano —le respondí. No comprendió, hasta que después de unos segundos dijo: </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Ah, américa latina, Perú —replicó, con dificultad al pronunciar la </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">r</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">—Correcto —le dije, acercándome a su oído debido a la bulla. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Fuimos a la barra, ya más calmados del percance y de la locura que poseía a todos en la pista de baile. En un intento de entendernos mejor, cambiábamos frases en inglés y español, y también en algo de sueco, por parte de ella, y siempre, cada uno, usando las manos para explicar mejor lo que decíamos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Estuvimos así, en ese intento de comunicación, alrededor de media hora, y antes de despedirnos, cuando se acercaron sus amigas, me facilitó su dirección. Se había hospedado en el Hotel Hobo, en la calle Brunkebergstorg, y me dijo que si podía que vaya a verla mañana, o eso fue lo que entendí o quise entender. Se estaba quedando con sus amigas y habían llegado hace unos días a Estocolmo. Todas eran de Halmstad, y habían venido unas semanas a pasar tiempo aquí, al igual que yo, aunque en mi caso de más lejos. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al día siguiente, después de despertarme en el Hotel Esplanade, sintiendo en el cuerpo una resaca y no solo por la noche anterior, sino por todo lo que había visto y había querido ver desde hace mucho tiempo, decidí probar suerte y fui a buscarla. Caminé por la avenida </span><span style="font-size: large;">Strandvägen mientras pensaba en Lima. Mi viaje a Estocolmo había sido planeado cuando estaba en la universidad, mas no la fecha. Se me dio la oportunidad, muchos años después, gracias a una amiga que trabajaba en una agencia de viajes. Un día me escribió para avisarme de una oferta que no podía rechazar. Yo ya había terminado la carrera de Traducción, trabajaba en una agencia y solo tuve que pedir vacaciones adelantadas. Afortunadamente, mi jefa, que era joven, sabía que este viaje me haría bien, sobre todo porque hace unos meses mi relación de dos años había terminado, por lo que ella no tuvo ninguna objeción, salvo la de enamorarme de una sueca y ya no querer volver.</span><br />
<span style="font-size: large;">El Hotel Hobo tenía, al lado de la puerta giratoria principal, distintas macetas con plantas enormes, y un ciclo parqueadero en el lado izquierdo. El número de la habitación era el 305, como estaba anotado en la servilleta que me dio la noche anterior. Cuando entré al salón principal, me encontré con un par de personas con maletas y periódicos en las manos. Me miraron, pero luego siguieron en lo suyo. Crucé el vestíbulo sin problemas y tomé el ascensor. Al salir de la compuerta, fui a buscar el número del departamento. Caminé por el pasillo limpio y alfombrado mirando de lado a lado y, después de un par de pasos, hallé el 305. Me acerqué y toqué dos veces, el último toque con más fuerza. Escuché que alguien se acercó y, sin abrir la puerta, preguntó, en sueco: «Vem?». No sabía lo que significaba, por lo que solo atiné a pronunciar el nombre de la sueca: «¿Linnea?». Empecé a escuchar voces detrás de la puerta, luego pasos acercándose, cuando de pronto ella salió. Pegó un grito discreto al verme y me abrazó, casi por instinto. Yo seguía sin entender nada pero hice lo mismo. Volvió hacia sus amigas y gritó: «Jag är här», y cerró la puerta. Me cogió del brazo y fuimos hacia el ascensor. Le pregunté qué les había dicho a sus amigas mientras empezábamos a descender. «Nada», respondió, y me quedó mirando con una sonrisa y con las manos cogidas por la espalda.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Al salir del hotel, caminamos por la calle Brunkebergstorg y doblamos en Jakobsgatan, con dirección al Jardín del Rey. No hablábamos mucho en el camino, solo me señalaba casonas o establecimientos y soltaba una que otra frase curiosa con respecto al lugar. No éramos los mismos de la noche anterior, que tratábamos de entendernos a cada segundo; ahora no había prisa, teníamos todo el tiempo del mundo para saber qué pensaba exactamente el uno y el otro. «Why are you here?», me preguntó, en un inglés lento, justo antes de cruzar la calle para entrar a la plaza. «Estocolmo», dije, mirando alrededor con los brazos abiertos, haciéndole entender que con solo decir el nombre de la ciudad mi visita se justificaba. Hizo un gesto de aprobación y subimos a uno de los cafés que habían en las terrazas. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Todavía no era mediodía, había un viento fresco y el sol se mostraba débil, y la calle, poco a poco, se llenaba de transeúntes y de autos que se desplazaban con una paciencia aristocrática. «Talk me about Perú», me dijo, de pronto, al momento de sentarnos. Busqué la forma de resumir mi discurso acerca de lo increíble que es mi país, resaltando sus fuerzas, admitiendo también sus debilidades, y comprendiendo, ahora, lo lejos que me encontraba de él. Ella me habló de Halmstad, la ciudad donde vivía. Me contó, de manera breve y en un inglés nórdico, lo bello que era su pueblo, la gente y sobre todo las <i>views</i>.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Salimos de la cafetería y caminamos por la plaza de Carlos XII. Nos sentamos en una banca, al frente de la Fuente de Molin, y seguimos conversando. Ella, como en un juego, me enseñaba algunas palabras en sueco y yo en español. No dejaba de sorprenderme cada vez que pronunciaba bien alguna palabra en el idioma de Cervantes. Después de la pequeña clase de idiomas, me decía lo interesante que le parecía el Perú, no solo por lo lejos que se encontraba, sino por todo lo que alguna vez había escuchado con respecto a su cultura, y, también, ahora, sumado a lo que le pude decir sobre ella. «El imperio incaico», repitió con dificultad y de manera graciosa al pronunciar la r, alargándola.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">La acompañé a su hotel y quedamos en vernos en la noche, en el mismo Jardín del Rey. Eran las dos de la tarde, así que decidí regresar al hotel a comer algo y descansar un par de horas, maldiciéndome por malgastar el tiempo en esa actividad que contrastaba con mis fines, el de conocer la ciudad minuto a minuto, sin embargo, no había descansado bien desde que había llegado, por lo que le cedí esta victoria al cuerpo.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me desperté de un sueño extraño. Me encontraba en la casa de un amigo de la infancia cuando una multitud empezó a correr en las calles. Andrés miraba conmigo por la ventana de su sala y un temor nos invadía, cuando de pronto su abuelo llegaba agitado y nos alejaba de ahí tapándonos los ojos. «Aún están muy pequeños», dijo el viejo, sin saber nunca lo que había pasado.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me dejó un mensaje con su peculiar redacción de estar aprendiendo todavía el idioma español, aunque con más palabras en inglés, para acordar la hora, y le respondí después de unos minutos debido a que me distraje viendo las calles y las casas por la ventana de mi habitación, que parecían salidas de las historias que leía cuando iba en el colectivo en mi ciudad que por ahora no extrañaba mucho.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me bañé y me cambié sin apuro. Salí del hotel a caminar un rato mientras esperaba a Linnea; pero al ver que aún era temprano, entré al Café Milano para quitarme el sueño. Media hora después, a la hora acordada, despreocupada y alegre, llegó. Vino acompañada de sus amigas y después de saludarme me dijo que irían de nuevo al Café Ópera, pero ella, en un gesto secreto, me dijo que quería visitar otro bar, por lo que decidimos irnos por nuestra propia cuenta. Linnea vestía una falda negra, una blusa corta color gris y unos tacos altos. Fuimos al Cadier Bar, cerca al puerto de la avenida Södra Blasieholmshamnen. Pedimos dos punsch y reanudamos la conversación del mediodía. Al escucharla hablar, pensaba en que no estuvo en mis planes conocer a una sueca, aunque sabía que era inevitable y que si pasaba, no me iba a negar. Pero entraba en contradicción con el fin del viaje, que era conocer Estocolmo. Y sí, podría hacerlo junto a ella, como venía pasando, sin embargo, aunque la idea era agradable, no dejaba de pensar en cómo iba a terminar esto. Ahondó en temas más personales, en su familia, en sus amigos, en sus sueños. Y terminó cogiéndome de las manos para ir a bailar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Salimos del bar un par de horas después, riéndonos, diciendo una que otra frase, ya el idioma no importaba. Al rato nos encontramos con dos de sus amigas en la Plaza de Carlos XIII. Hablaron con Linnea y le dijeron que irían a otro lugar, a pesar de ser las 3:30 de la madrugada. Linnea me dijo que se sentía cansada y me pidió que la acompañara al hotel. Fuimos al Hotel Hobo, subimos por el ascensor y entramos a su piso. Nos acomodamos en su mueble mientras abría un vino que había traído de su ciudad. Me preguntó si extrañaba el Perú. Le dije que uno siempre extraña su patria, pero que ahora, después de haber planeado venir hace mucho, seguía entusiasmado con la idea y el hecho de estar aquí. Nos recostamos en el mueble, mirándonos, entre el sueño y el cansancio, cuando de pronto, en un acercamiento mutuo, me cogió el rostro y nos besamos. Fue un beso largo, suave, sin ánimos de ir más allá. Nos alejamos un rato después y me preguntó la hora. Un cuarto para las cinco, le dije. Mis amigas deben ya de estar por venir, respondió. Comprendí y salí del Hotel Hobo poco antes del amanecer.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">De camino a mi hotel, sentí como si tuviera el síndrome de Estocolmo. Me sentía secuestrado por el encantamiento de magna ciudad y, ahora, por una de sus ciudadanas, y no pude evitar sentir un desprendimiento futuro, una nostalgia por el presente que pasaba, por una complicidad que no había previsto, y quise irme lejos, pero al mismo tiempo seguir aquí. Caminé por más de una hora, sin saber exactamente a dónde. Pedí un taxi rumbo al Hotel Esplanade. Llegué y me eché a dormir.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Me llamó al mediodía. Me preguntó cómo estaba y si podíamos vernos en la noche en algún otro bar. Acepté sin vacilar, hablamos de un par de cosas triviales sin mencionar en ningún momento lo del beso y nos despedimos casi de manera automática. Salí del hotel y fui a almorzar al restaurante Strandvägen 1, que quedaba a solo unas cuadras. Después de terminar mi Köttbullar, un plato popular en Estocolmo, fui al The King's Royal Stable. </span><br />
<span style="font-size: large;">Al entrar por el portón, en una zona de espera, me encontré con unos caballos reales, grandes, robustos, con accesorios de otra época, disfrutando, con una serenidad que envidiaba, las bondades de un pequeño jardín. La excursión duró alrededor de una hora. Entré al establo con una pareja de ancianos y dos chicas. Era un edificio rústico y enorme que quedaba al lado del teatro nacional. El guía nos relataba la historia de los caballos del rey, de sus cuidados, de las distintas carrozas que se usaron a través de los años, de los protocolos a seguir, del pasado y del presente. Fue una visita rápida aunque relajante y curiosa. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Cuando salí, decidí ir al Scenkonstmuseet o The Performing Arts Museum, en la avenida Sibyllegatan. Es un museo dedicado al teatro, la danza y la música, con amplios salones para las exhibiciones de arte y presentaciones. Pero lo que llamaba mi atención era un espectáculo llamado ‘Ilumina’, el cual, antes de venir, me había sido recomendado. La función solo se presentaba de noche, así que acudí a la fila, pagué 30 coronas en la boletería y entré. Ya en el anfiteatro, sentado en una de las butacas, un grupo de hombres y mujeres con ternos y vestidos brillosos aparecieron en un fondo azul cogiendo objetos que, debido a las luces y a la velocidad con la que los movían, formaban figuras inexactas y precisas en el aire, todo ello con música electro house de fondo. Después de media hora de apreciar el show, miré el reloj y salí para llegar a la hora acordada con Linnea.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Entré al The Cadier Bar y busqué una mesa cerca a la barra. Era un lugar muy elegante, muy tranquilo, totalmente distinto al Café Opera. Linnea llegó unos minutos después y, al verme, se sentó al frente de mí. Vestía un traje color negro con detalles plateados, un saco plomo y tacones. Me preguntó si ya había pedido algo. Le respondí que sí, sonriéndole, y llegó un joven con un <i>champagne</i>. Le pregunté por ella, por su día, por sus amigas, y respondió puntualmente mis interrogantes. Sus amigas se habían ido, de nuevo, al mismo lugar. «Donde te conocí», acote. Ella sonrió, tomó un sorbo de <i>champagne</i> y afirmó con un gesto. Sus facciones eran secretas, tiernas y seguras. Sus ojos verdes, como faros, seguían cada uno de mis movimientos y yo no quería por nada del mundo alejarme de ellos. Linnea siempre tenía un tema de conversación y un humor que te invitaba a participar de él, añadiendo algún comentario para elevar la dicha de la que éramos parte. Y fue así como, un momento después, nuestras manos se encontraron en la mesa y nuestros dedos se entrelazaron. Me miraba y sonreía, y yo moría por besarla como la noche anterior. Cuando el <i>champagne</i> se acabó, nos levantamos para salir y, en medio de la gente, mientras nos mirábamos a la cara, nos besamos de nuevo, tímidamente. Me abrazó de pronto y yo a ella. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Salimos y caminamos cogidos de la mano por el Jardín del Rey. </span><span style="font-size: large;">«</span><span style="font-size: large;">Es mi lugar favorito</span><span style="font-size: large;">»</span><span style="font-size: large;">, me decía, e imaginábamos los tiempos remotos, la historia que hubo y que hay aquí. «Como la nuestra», le dije, y nos besamos al frente de la Fuente de Molin en plena madrugada. Ella apoyaba su cabeza sobre mi hombro mientras caminábamos abrazados por la plaza de Carlos XIII. «Quisiera que esto fuera para siempre», le susurré, sabiendo que ya estaba enamorado de ella. Linnea me cogió de la mano y me dijo, acercándose: «Siempre es hoy», y fuimos por la avenida Strandvägen.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Llegamos al Hotel Esplanade, subimos a mi departamento y abrí la puerta. Entramos sin dejar de mirarnos a los ojos. Colgué mi saco y el suyo, saqué un vino, dos copas y puse algo de música. En el centro de la sala ella me miraba y yo la sostenía de las caderas, delgadas y uniformes. Sus manos cogían mi rostro, sus dedos rozaban con curiosidad cada imperfección, cada lunar, cada ceja. Nuestros labios se hallaron solos, y en ese preciso instante Paul McCartney cantaba "Wanderlust", y yo esperaba, impaciente, que se apaguen las luces.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;"><br /></span></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGj_Sdfj9KrS3TnnMwuqbz3r4nocAwUDS2M09jW7OvHyg3RMDN85ZSEg03DOPi610OEzEtOMQl-j8_a385p8ZP2zDl5tKFG2jVSyWOm1q3uskkydpjwikJvACSVO9nZQvytV16Rf_22es/s1600/Estocolmo.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" data-original-height="331" data-original-width="500" height="211" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjGj_Sdfj9KrS3TnnMwuqbz3r4nocAwUDS2M09jW7OvHyg3RMDN85ZSEg03DOPi610OEzEtOMQl-j8_a385p8ZP2zDl5tKFG2jVSyWOm1q3uskkydpjwikJvACSVO9nZQvytV16Rf_22es/s320/Estocolmo.jpg" width="320" /></a></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8130171676814890199.post-136858090577008842018-04-18T15:03:00.000-07:002019-06-04T15:35:08.829-07:00Trayecto<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Desde el colectivo se aprecia, doblando en la esquina de Ciudad de Dios con la avenida San Juan, por debajo del tren y de sus sórdidos carriles con carteles de colores fosforescentes anunciando las fechas de algunos conciertos de cumbia y de salsa, gentes y ambulantes en una suerte de caos ambiguamente organizado pero al mismo tiempo deprimente. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Las calles, dentro de su derroche de desperdicios, se encuentran alborotadas de combis y mototaxis que compiten por llegar primero al paradero, que es en cualquier lugar en donde se encuentre la mayor cantidad de gente. Una moneda de diez céntimos vuela hasta llegar a las manos del datero, el chofer pelea con otro chofer, el cobrador empuja a los pasajeros, gentes ofrecen bebidas por la ventana. El caos de siempre. La muchedumbre se bifurca y se adentra en las bodegas, recoge pedidos en las reposterías, acude a las farmacias y algunos timberos entran a los fantasmagóricos tragamonedas. Todos ellos dejando restos de basura por donde pasan. En la esquina del banco se observa una cola interminable, mientras que en las veredas se venden zapatillas de todas las tallas exhibidas sobre una sábana grande y sucia.</span></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="font-size: large;">Antes de atravesar la avenida Guillermo Billinghurst, se ven academias universitarias y licorerías, karaokes improvisados, pizzerías, pollerías, todas con un nombre parecido. Colegios privados modernos con las paredes pulcras y las ventanas nuevas, y colegios estatales antiguos con las paredes pintadas y las ventanas rotas. Pequeños locales, discretos y apretados, venden películas piratas y arreglan celulares robados. En los techos de los edificios se ven carteles de publicidad y avisos despintados por la humedad y por la lluvia. Cada dos o tres cuadras se encuentra un Quiosco. Los titulares de los periódicos dan noticias de fútbol, corrupción y feminicidios. Estos dos últimos, lamentablemente, son pan de cada día. «Pasaje, pasaje», dice el cobrador, de pronto, llegando entre las filas de pasajeros. Es un sujeto cobrizo y pequeño. «Hasta el Consejo» le digo, pagando con un sol, y me entrega el boleto. Arrugo el pequeño papel con mis dedos, lo enrollo, lo desato, lo hago una bolita hasta que desaparece, veo de nuevo por la ventana, el mismo escenario sin luz. Ya es de noche. </span></div>
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<span style="font-size: large;">En el siguiente paradero veo caras conocidas. El tipo de relación que haya existido genera un saludo, o sino un simple intercambio de miradas. San Juan de Miraflores es un distrito muy pequeño, pienso.</span></div>
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<span style="font-size: large;">Los colectivos recogen pasajeros en la esquina de la CT, debajo de un cartel que dice “Paradero Prohibido”, y dejan detrás de ellos una ráfaga de humo. El cobrador grita, la gente se amontona, la barbarie de siempre, pienso. Suben al colectivo ancianos, mujeres embarazadas, solo algunos ceden el asiento, otros se hacen los dormidos. Suben, también, ambulantes, cantantes de música andina, jóvenes venezolanos, bien hablados, que se vieron forzados a emigrar debido a la dictadura de su país. </span></div>
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<span style="font-size: large;">En la Avenida Canevaro, las grietas de la pista hacen saltar el colectivo y el semáforo no existe. Las señoras agarran bien a sus hijos, los estudiantes se cogen bien de los asientos, los señores de los pasamanos. Un sujeto en las calles entrega folletos, una señora en la esquina vende anticuchos, un loco camina entre dos casas, la ropa rota y la cara sucia, el cabello largo y seco. Un loco. No hace nada, solo mira a los colectivos llegar. Y me mira sin darse cuenta. Al doblar hacia la avenida Belisario, un tumulto de gente baja. El colectivo se siente más solo, ya estoy cerca. </span></div>
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<span style="font-size: large;">Restaurantes, lavanderías, tiendas, librerías, la clínica, el mismo trámite: desciende un grupo y el colectivo avanza. «Consejo baja», digo después de pararme con un grupo de personas. Algunas se van por el pasaje, otras cruzan la pista y se adentran en la Plaza de la Municipalidad. Yo camino a paso lento, escuchando a Bob Dylan cantar Forever Young, y me acomodo el cuello del saco debido al frío que hace, que siento. Otro día más de invierno, pienso. Ya pasaron años. Las calles albergan presencias que alguna vez caminaron conmigo. La luz del poste alumbra y de las rejas del complejo deportivo se trasluce el óxido, el recuerdo fúnebre de un tiempo y lugar que es parte de mí y que no puedo olvidar.</span></div>
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