viernes, 15 de febrero de 2019

Traición

Roberto, con los ojos de un rojo arrepentido, mira el techo de su habitación y piensa, contra su voluntad, en plena madrugada. Una voz trémula, pero que era suya, lo cuestionaba implacable, sin tregua: «Ella está con él. Ahora mismo caminan de la mano. Él la mira, la coge de las caderas y se acerca para darle un beso. Ella lo besa y le regala una sonrisa de lado a lado. Ella no ha vuelto a llamarte, ni a escribirte, ni a pensarte. No sabe nada de tu vida y tampoco quiere saberlo. Tú, en cambio, crees que aún existe alguna posibilidad de volver con ella. Te has vuelto un solitario, un mujeriego, un amargado, un hipócrita. Un idiota en todo el sentido de la palabra. Divagas con los pocos amigos que te quedan y comentas tu tragedia, sí, esa misma que tú provocaste. Y te entra la nostalgia… Ella ahora está feliz, pero en realidad, eso poco te importa».
Recordaba muy bien lo que había hecho hace dos años en el cumpleaños de Lucía, la prima de Regina, su entonces enamorada. Jamás podrá olvidar la expresión de dolor y decepción de Regina cuando lo vio besándose con su prima Lucía de manera apasionada en la cama del cuarto de invitados mientras todos bailaban y bebían en el salón principal. Cerró los ojos y los abrió de nuevo, intentando borrar esa imagen de su mente y, en cierto modo, queriendo volver. Pero era inevitable. El recuerdo lo perseguía, lo atormentaba, lo asediaba. Desde entonces había tenido que vivir con las consecuencias de la traición, de una traición que no había planeado. 
Aquel día Roberto y Regina habían sido los primeros en llegar. Se estacionaron, se miraron por el retrovisor para ver cómo estaban. Regina se veía hermosa. Le acomodó el cuello de la camisa a Roberto y le dio un beso. Él se sintió seguro, feliz. Bajaron del auto con dos botellas de Whisky y, agarrados de la mano, tocaron el timbre. Lucía les dio la bienvenida. Ambos saludaron afectuosamente a la cumpleañera, que se veía radiante, y se sentaron en la sala principal a conversar y a tomar mientras esperaban a los demás invitados. Una hora después, la sala y el jardín de la casa de Lucía se había llenado de gente, y no dejaban de llegar amigos y parejas con todo tipo de tragos y bebidas. Al rato, Roberto se encontró con algunos amigos de su promoción y se fue a celebrar con ellos. Regina, por su parte, hizo lo mismo con sus amigas. Las horas pasaron y todo era como en otros cumpleaños, en otras reuniones, en otros años. En el momento más agitado de la fiesta, después de haber tomado varios shots de Whisky, Pisco y Tequila junto a sus amigos, Roberto sintió el calor de la noche y fue a dejar su saco a la habitación de invitados, donde se quedaría a dormir con Regina. Subió tambaleándose, agarrándose de los pasamanos. Al llegar al segundo piso, entró a la habitación, se quitó el saco y lo dejó en la cama. Miró su celular y vio que se había apagado, buscó un cargador y lo puso en el velador hasta esperar a que prenda. 
Lucía bailaba eufórica por la sala principal con sus amigas y amigos, y debido a su onomástico, había tomado más de la cuenta. En un momento en que iba de un lado a otro con la botella de Vodka en la mano haciendo tomar a quien se cruzara por su camino, el taco de uno de sus zapatos se rompió haciéndola tambalear. Una amiga la ayudó a recobrar el equilibrio y, al ver su taco roto, le dijo que subiría a ponerse algo más cómodo después de beber de un sorbo lo que quedaba de Vodka. Subió como pudo a su habitación y al no encontrar nada bonito y cómodo, fue a la habitación de invitados en donde Regina, en otra ocasión, había dejado olvidadas unas balerinas nuevas. Entró sin tocar y vio a Roberto echado en la cama mientras su celular cargaba en uno de los veladores. 
—¿Roberto? ¿qué haces aquí? —preguntó Lucía, un poco ida al reconocerlo.
—Vine a dejar mi saco y a cargar mi celular —respondió Roberto, aturdido y cogiéndose la cabeza—. He tomado mucho —añadió.
—Yo también —dijo Lucía, mientras desamarraba con fuerza los zapatos jalando las tiras sentada en la cama al lado de Roberto, cayéndose de un lado a otro.
—Lucía, cuidado —dijo Roberto, turbado, ayudando a sostenerla por la espalda. Pero, por jalar con tanta fuerza las tiras, terminó cayendo sobre él.
Se miraron en la oscuridad y, por instinto, empezaron a besarse. Y no pensaron en nada más. Lucía estaba soltera, era muy atractiva, tenía los ojos verdes y la piel bronceada. Era una chica de portada. Roberto era alto, bien parecido, fornido, de presencia. Ambos, tal vez, secretamente, se atraían, y cuando la oportunidad se dio, con el alcohol en las venas, sus cuerpos no pudieron decir que no.
Regina había perdido de vista a Roberto. Lo buscaba con la mirada por todos lados pero no lo hallaba. Le dio su vaso a su amiga Fiorella y fue hacia el lugar en donde había estado con sus amigos. Le preguntó a uno con quien lo había visto tomando y este, debido al alcohol, solo hizo un gesto con el dedo índice hacia arriba y siguió tomando y bailando. Regina subió sin pensar en lo que le esperaba. No se había preocupado por Lucía, pues era su cumpleaños y hasta hace un momento la había visto bailar con sus amigos. Fue entonces que al abrir la puerta y prender la luz, los vio a ambos echados en la cama besándose, a punto de quitarse la ropa. Un dolor único se apoderó de ella. Intentó contenerse, pero la imagen era devastadora: su prima de toda la vida y su novio de muchos años, juntos, besándose y tocándose. Miró a Roberto por una última vez y cerró la puerta con tal fuerza que, cuando bajó por las escaleras, a pesar de la bulla y la música, algunos invitados se acercaron para ver qué había pasado. Regina corrió entre el alboroto y la gente tapándose el rostro. Abrió la puerta, se subió al auto llorando y no volvió a esa casa.
Roberto tomó conciencia plena un segundo después de ver a Regina, pero ya era demasiado tarde. Lucía no se había dado cuenta de lo que había pasado, quiso seguir besándolo pero Roberto se levantó, contrariado, y le dijo, nervioso, que qué habían hecho. Miró rápidamente por el balcón para ver si el auto seguía afuera pero no, Regina se había ido para no volver.
Dos años habían pasado desde esa noche. Roberto se encontraba en su habitación, solo, intentando dormir a pesar del mal recuerdo. Regina, con el tiempo, conoció a alguien más, y la noticia de que se irían a casar le trajo de vuelta los infames recuerdos de la noche en que lo perdió todo, de la maldita noche en que perdió el respeto y el amor de ella.