lunes, 30 de septiembre de 2013

El caso

Ella estaba tan distraída en su colapso irremediable de silencio que no me angustié ni declaré nada en su contra. Era una injusticia sentimental absoluta, y, por desgracia, no existe abogado ni nadie que vele por ti más que tú mismo. Pues, cuando se dan estos casos, casi siempre el inocente es declarado culpable. Sin embargo, lo único cierto es que los dos cooperamos para avanzar a paso lento y así alejarnos para siempre. 
Hubo muchos rumores sobre aquella aventura que los dos desconocíamos, ni uno daba muestras o signos de arrepentimiento, cada cual tenía su propia versión de los historia, de los hechos.
Era tan despiadada nuestra manera de querernos que lo hacíamos cuando ya estábamos a punto de olvidarnos. Nunca hubo garantía en los besos que nos dimos, el amor no se hablaba entre los dos, solo existía cuando uno estaba a punto de rehacer su vida. No esperábamos nada de nosotros, estaba comprobado que lo que nos unía era la costumbre y el miedo de quedarnos solos. Si nos queríamos, no lo demostrábamos; si nos extrañábamos, evitábamos vernos. Era una duda constante nuestra compañía, nuestros deseos egoístas. 
No habían protestas entre nosotros, teníamos como un contrato con respecto a las discusiones. Lo nuestro iba más allá. Caminábamos juntos esperando a que uno se aleje, era un amor renegado, voluble y temeroso. Nunca nos dimos el beneficio de la duda, nos condenamos sin pruebas de dicha traición que solo existía en nuestra pensamiento.
Antes de que seamos 'ella y yo', nosotros éramos cómplices incansables. Suena contradictorio pero fue así. El saber que entre los dos nos volvíamos locos, nos bastaba. El solo sentirlo e imaginarlo nos complacía y nos daba paz, porque muy dentro de nosotros estábamos juntos sin importar que esté escrito en algún documento o acordado entre un par de palabras. 
Ajenos a lo que sucedía, de un día para otro la caducidad nos llegó de sorpresa. El notario fue la rutina que nos hizo ver que ya no éramos los mismos de antes. Y a pesar de que nunca hubo infidelidad por parte de nosotros, viviamos con el miedo de que algún día dicha tragedia llegara a suceder. Ese fue el motivo que nos hizo perder el equilibrio, provocó una desgracia sin heridos, y nos dejó contagiados de un profundo miedo que nos enmudeció esperando lo que jamás llega, lo que jamás reclama. Sin embargo, nuestro mayor verdugo y fiscal fue el orgullo, típico asesino de romances e historias, deja su firma y se ahorra sacrificios para poder alejarnos y, según él, ser felices con quien menos debemos.
En un acto corrompido por recuerdos se reinicia el juicio con un beso decadente y suicida, inconsciente de su propio instinto, con derechos perdidos y olvidados, sin recibos ni testigos que corroboren la denuncia. Somos dos, mi palabra contra la tuya en un debate que termina siempre en un silencio ensordecedor. ¿Qué demandábamos? El tribunal es una habitación llena de soledad que nos observa y el juez la noche que nos pide orden.
El día de la sentencia se nos dio por cancelar todos nuestros recuerdos, olvidamos que en el amor hay normas y leyes que jamás cumplimos. Nos faltó paciencia. El amor es un camino largo y complejo, pero lo hicimos angosto y con muchos trámites de por medio. ¿Qué era lo que queríamos? No lo sabemos, ella nunca me lo dijo y yo tampoco. Firmamos tratos sin leer lo que entregábamos. Fue un caos total, un dilema multiplicado por una confusión absurda que los dos teníamos. Éramos irremediables, habíamos intentado de todo, pero los registros estaban llenos de besos que olvidamos con el pasar del tiempo.
Viendo, recordando y reconstruyendo las escenas de los momentos que compartimos, intentábamos recuperar lo que se perdió en una fecha que juntos acordamos olvidar, para poder decir «te quiero» sin remordimientos legales, cosa que nuestra alma siempre dijo, pero que nunca llegamos a justificar con acciones. Qué desdichados dirán algunos, pero no fue así, nosotros lo teníamos claro, nos amábamos pero no podíamos ser, había algo que lo impedía y que creo nunca lo sabremos.
Hoy nos vemos de lejos y no seguimos nuestras huellas. Cualquier intento de encuentro ha sido denegado. Pero quién sabe si todavía queda algo, si todavía hoy nos seguimos pensando: callados, orgullosos y egoístas. El caso está cerrado, terminó con todo, no dejó nostalgia alguna ni apelación que nos salve. Quedamos exiliados entre nosotros, vetados por emociones contradictorias, pero sin odio y sin amor, como si jamás nos hubiéramos conocido.