viernes, 13 de mayo de 2016

Interpretación

No soy de hablar de temas que me compliquen la vida, prefiero optar por lo simple y lo llano, sin embargo, haré, como siempre, una excepción, porque el amor en sí, ya es un tema complicado. ¿Con qué derecho me atrevo a hablar de él? No creo que pueda decir algo nuevo o algo que no sepan, y es que ya se ha dicho de todo, desde lo cursi, a lo épico, desde lo fantástico, a lo teórico, pero una interpretación, lo más realista posible, creo que nunca está de más. 
Platón decía que el amor era una enfermedad mental, y no podría estar más de acuerdo. Aristóteles decía que es un alma que habita en dos cuerpos, y puede que tenga razón. Voltaire decía que el amor convierte a los amantes en poetas, y no voy a discutirlo. Pero no quiero enfocarme tanto en los orígenes, ni en los conceptos, ni en las historias ni en las leyendas, sino más en lo que sucede cuando somos los protagonistas. 
Podemos decir, para empezar, que las historias que cada uno vive comprenden una serie de emociones y hechos encontrados, en el momento, según nosotros, indicado. Y tal vez sea cierto, al punto que nos debemos a ello, porque nos hace sentir especiales, importantes, únicos en nuestro mundo tan banal y lleno de egoísmo, y no cualquiera, sino del puro y del duro, para que se hagan una idea. De este modo, las distintas manifestaciones que el hombre ha creado se ven ligadas a este, por llamarlo de manera más técnica, fenómeno social. Cambia la razón de las cosas, o, según los románticos, le da razón a todo lo que vivimos. Por ejemplo, una canción basta para dividirnos entre querer y ceder, entre gritar y callar. Nos anima, nos empuja, nos calma o nos revela. No sin antes haber algún motivo emocional, del cual, si lo tienes, ya debes tener una clara idea de lo que digo. Y es que somos tan predecibles, tan expertos en caer y luego arrepentirnos. Aceptemos algo, nadie jamás podrá entendernos; habrá empatía, sí, pero nunca en su totalidad. Sin embargo, nos hacemos de la idea de que no es así, y nos urge de manera incontrolable que nos escuchen, que nos comprendan para que podamos vernos, como en un espejo, de la misma forma. Cuando algo nos resulta familiar, cercano, conocido, lo aceptamos, es bienvenido. Pero cuando lo extraño llega, somos escépticos, tal vez reacios, hasta un poco firmes si es el caso. Porque no es igual lo extraño a lo nuevo. Lo nuevo es lo que esperamos que suceda, lo extraño es lo que esperamos pero que no sabíamos que sucedería. 
Por eso, es gracioso cuando al final la sorpresa nos quita el aliento y nos volvemos participes y voceros de la tolerancia, de lo bueno y de lo que es justo. Claro, es mejor así, y sin ánimos de contradecir lo cierto, vivimos una mentira, hermosa tal vez, que pocos quieren reconocer. El amor, del mismo modo, se alimenta de lo que creemos saber, de lo que imaginamos, de lo que, en nuestros adentros, solemos callar. Para ser más precisos, veamos un ejemplo basándonos en los inicios: En un comienzo, creemos saberlo todo, pensamos que hacemos lo correcto y nos dejamos llevar, incluso, no muchos, creen haberlo vivido absolutamente todo y que ya no necesitan de algo más. No. En la mayoría de casos, las personas, me incluyo, buscan lo que no esperan, se sienten atraídos por una idea que creen conocer, que será lo mejor para ellos. Pero al descubrirlo, se pierde el sentido, la magia, como, repito, los románticos dicen. 
Demasiada expectativa apaga lo que tanto esperamos. Y nos volvemos egoístas. Lucramos con el amor, con las consecuencias del pasado, fingimos el presente, que nada duele, que todo está dicho. Buscamos a alguien, o, para ser más exactos, queremos que nos encuentren a pesar de no estar perdidos, o al menos, eso es lo que nos repetimos constantemente. Pero no. Es mejor decir que estamos bien solos, que no necesitamos a nadie, que el orgullo hable por nosotros, porque el amor no se mide de manera cabal, ni se cuenta, ni se suma, ni se resta, porque cuando sucede, no aceptamos lo bien que nos hace estar al lado de ese alguien, que en nuestra idea ilusa y egoísta, no queríamos. Y es que de eso se trata, de no saber, a ciencia cierta, qué es lo que buscamos, porque, aceptémoslo, queremos ser sorprendidos, queremos perder la calma por algo mejor, por algo que nos derrumbe y nos levante, en un instante, como si de una torre de naipes se tratara.