jueves, 8 de noviembre de 2018

La Herradura

Bajamos sin prisa del auto y el mar, frente a nosotros, rompía sus olas negras por la noche y el invierno. Habíamos llegado a la Herradura para celebrar el cumpleaños de Elena, una amiga de la universidad, y también por haber terminado los exámenes de fin de ciclo. 
Después de pagar el taxi, Ramiro y Roberto se fueron a comprar unos cigarros y Mariano se quedó conmigo esperando la llegada de las chicas. Llamé a Celeste para saber a qué hora venían. Me dijo que en veinte minutos estarían aquí. Ramiro y Roberto regresaron y nos ofrecieron unos puchos. Fumamos, nos ajustamos el cuello por el frío y decidimos avanzar para comprar unas cervezas. Cruzamos la pista y entramos a un bar, subimos una escalera y en la azotea se escuchaba la música y la bulla de la gente. Buscamos un lugar cerca al balcón, juntamos el dinero y compramos una caja. La música se escuchaba fuerte, habían parlantes en cada esquina y el lugar era amplio. 
Mariano miraba con atención a las chicas que llegaban, pues entre ellas estaba seguro que vería a su exnovia, que no tenían menos de un mes de haber puesto fin a su relación. Me hizo un gesto y me acerqué a él: «Me avisas si ves a Cristina», me dijo. Asentí con la cabeza y cogí el vaso de cerveza. Intenté buscarla con la mirada pero solo vi a otras amigas. Fui a saludarlas, hablamos un rato y regresé con los chicos. Revisé mi celular y tenía llamadas perdidas de Celeste, y en uno de sus mensajes decía que ya había llegado, y cuando la llamé, la vi entrar con sus amigas. Caminé hasta la entrada y nos saludamos. Celeste era una de mis mejores amigas y de Elena, la cumpleañera, por lo que no podía faltar. Hablamos sobre el lugar, sobre quienes vendrían y sobre Raúl, su nuevo pretendiente. Raúl no me caía mal, pero tampoco me agradaba mucho. Era un tipo normal, sin gracia, pero dentro de todo amable. Celeste no lo veía así, por ello había aceptado salir con él un par de veces, y esperaba verlo hoy. Le di un beso en la frente y le dije que me avisara cualquier cosa, que estaría con los chicos, y me fui. 
Cuando me propuse regresar al balcón, advertí el tumulto, que unos minutos antes no había. Caminé entre la gente para atravesar la enorme sala. Mientras intentaba salir de allí, me encontré con Cristina, quien me saludó amistosamente y me presentó a su amiga Fernanda. Delgada, de rostro limpio y de unos ojos claros. Fernanda era linda. Me miró unos segundos y yo hice lo mismo. Cristina me dijo algunas cosas y un momento después me jaló del brazo: «¿Mariano está aquí?», me preguntó. «Sí, vine con él y los chicos. ¿Por qué?», dije. Cristina empezó a buscarlo y a mirar a los lados, cautelosa. Se acercó y me dijo que había venido con un chico, un amigo, un saliente. La miré sorprendido y empecé a buscar a alguien con la mirada, primero al chico en cuestión, después a Mariano y luego a Fernanda, quien me miraba de lejos. «¿Pasa algo?», me preguntó Cristina, jalándome el brazo. «Tu amigo terminó conmigo, por si no lo sabías», añadió. Yo no lo sabía, por alguna razón Mariano nunca me lo comentó. «No pasa nada», dije, de pronto. «Pero sería mejor que evites que te vea», añadí. «No tengo por qué hacerlo, Miguel», me respondió, frunciendo el ceño y colocando ambas manos en sus caderas. «Está bien, no te preocupes, solo decía», respondí, sereno, para evitar algún malentendido. Cristina se fue y me miró como queriendo que se lo dijera. La miré confundido y seguí por la sala hasta llegar al balcón.
—¿Dónde estabas? —me preguntó Mariano.
—Fui a ver a Celeste. Ya llegó.
—¿Viste por ahí a Cristina?
—Sí.
—¿Y estaba con alguien?
—Sí, con su amiga Fernanda.
—¿Fernanda, una bonita?
—Sí, era muy bonita.
Decidí no decirle lo que me había dicho Cristina. Al parecer, Mariano sabía que había cometido un error al terminar con ella y se hubiera puesto mal si se enteraba. Tal vez luego los vería juntos, pero ya no sería mi problema y habría evitado malograrle la noche que apenas comenzaba. Le dije que me pasara la cerveza y me serví un vaso lleno. Me encontraba con mucha sed. Ramiro y Roberto estaban con unas amigas conversando, fumando y tomando. Las reconocí de lejos: Liliana y Carla. Fui a saludarlas y a brindar con ellos. Regresé donde Mariano y me dijo que quería dar una vuelta. No era difícil adivinar que aquella vuelta era para buscar a Cristina y hablarle, así que lo acompañé para evitar que la vea. Hice que me siga por otro camino y llegamos al bar. Le dije que mejor saliéramos a comprar un cigarro, como para hacer hora, pero de pronto apareció Celeste con Raúl. Lo saludé con fuerza para molestar a Celeste y luego ambos saludaron a Mariano.
—¿Qué tal la están pasando? —nos preguntó.
—Bien —dijo Mariano.
—Solo que aún no vemos a Elena y queremos saludarla —intervine.
—Está por allá —señaló Celeste una sección de la sala que no había visto.
—Bien, ahora voy —dije, codeando a Mariano para que me acompañe.
—Estaré con las chicas por las mesas —me dijo Celeste, y se fue con Raúl.
Fuimos hacia donde nos había señalado Celeste y vimos a Elena. Estaba bebiendo tragos cortos con sus amigas y bailando. Me acerqué con Mariano y empecé a bailarle a Elena hasta que me vio. Volteó y me abrazo. Sonreí y le dije: «Feliz cumpleaños, amiga». «Gracias, Micky. Toma, bebe», y me alcanzó un shot de pisco. Luego hizo lo mismo con Mariano. Siguió bailando y nos fuimos de regreso con los chicos. Mariano seguía distraído, ni el pisco lo había despertado de ese estado. No prestaba atención a nada de lo que pasaba, él solo buscaba a Cristina. Llegamos donde los chicos a abrir otra botella, a tomar, a escuchar la música, a relajarnos y celebrar el fin de exámenes finales.
La playa se veía vasta desde donde nos encontrábamos. Las olas no habían dejado de romper en la orilla haciendo sonar las piedras y mojando a veces el muro que las dividía de la calle y la pista. Abajo se encontraban algunos autos, pero la neblina limeña los hacía ver fantasmagóricos, así como a los que pasaban por ahí. Volteé a ver a Mariano, ahora lo notaba preocupado. Al parecer necesitaba hablar con Cristina más de lo que yo pensaba, pero no quería imaginar lo que sucedería si la veía acompañada. Me dije a mí mismo que no era mi problema y me tomé otro vaso de cerveza.
En eso pensé en Fernanda, la amiga. La busqué con la mirada, por donde me había encontrado con Cristina. Repare en que si decidía buscarla, Mariano me seguiría y por lo tanto el encuentro con su exnovia sería inevitable. Tuve que idear una manera de lograr lo primero sin provocar lo segundo. Le dije a Mariano que iría a comprar más cerveza, pero inmediatamente me dijo que aún quedaban botellas en la caja. Fui ingenuo, pero creí que no me diría nada porque cuando se trataba de comprar más trago, no ponía objeciones. Mientras pensaba en algo más, llegó Celeste con Raúl y dos de sus amigas: las inseparables Sandra y Camila. Nos saludamos.
—¿Qué le pasa a Mariano? —me preguntó Celeste en un momento que estuvimos a solas.
—Cristina ha venido y está acompañada —dije, de manera rápida.
—¿Cómo? Pero si hace poco terminaron.
—Él le terminó. No sé por qué, pero está arrepentido. Me parece que Cristina lo ha hecho para molestarlo, aunque no podría asegurarlo. No le vayas a decir nada, por favor.
—Está bien, no te preocupes. Espera, ahí viene.
Mariano se acercó y nos ofreció otra botella de cerveza. «Salud», dijimos los tres. Raúl llegó con una jarra de ron y nos las ofreció. Le dijimos que después, mostrándole la cerveza.
—¿Todo bien? —preguntó Mariano.
—Sí, ¿y tú? Te veo apagado —respondió Celeste.
—Más o menos. Necesito hablar con Cristina, ¿la has visto? —consultó Mariano.
Celeste me miró y llamó a Raúl. Volvió a Mariano y le dijo:
—No, no sabía que había venido.
—Miguel la vio hace rato con una amiga.
Celeste me miró y yo asentí.
—Sí, pero tal vez ya se fue —sugerí—. Un momento, ya vuelvo —dije, aprovechando la ocasión para buscar a Fernanda.
Caminé entre ellos, brindé con Ramiro y Roberto. Liliana y Carla me empezaron a bailar, les seguí el baile hasta poder salir de la rotonda y me fui.
Me apoyé en la barra al otro lado de la sala y empecé a buscar a Cristina y a Fernanda. Compré una cerveza personal y me acerqué para ver mejor. La vi bailando con sus amigas, y Cristina, efectivamente, se encontraba con un sujeto que no había visto antes. Un momento después el chico se fue con unos amigos y ellas se quedaron bailando en la mitad de la sala. Caminé por ahí como quien intenta llegar al otro lado y pasé al lado de ellas, confiando en mi suerte, que nunca había sido mucha, pero creía en el simbolismo del lugar en el que estábamos. Entonces, Fernanda se percató de mí y le dijo algo a Cristina. «Miguel, Miguel», me empezó a llamar. «Ven, ven», me dijo Cristina. «Baila con mi amiga», sugirió y yo miré a Fernanda y ella me miró sonriendo. La saqué a bailar. Volví a ver a Cristina y me miró con una risa traviesa. Cristina era esbelta, tenía el cabello largo y unos gestos muy traviesos. «Tal vez Mariano no confiaba en ella», pensé. Fernanda me preguntó si yo bailaba salsa. Le dije que haría mi mejor esfuerzo. La sostuve de las manos y ella empezó a moverse de un lado a otro y con una energía que dejaba en ridículo a la mía. Le di una vuelta y se acercó a mí. Nuestras mejillas se rozaron y nuestras miradas se quedaron fijas. Mi mano cogía su espalda y dábamos otra vuelta. Ella pegaba su cuerpo al mío y nos mirábamos en cada giro. La música cambió y nos paramos a un lado. 
—Bailas bien —me dijo.
—Solo intenté seguirte el ritmo —respondí.
Cristina nos había visto bailar y ahora ella bailaba con el chico que la acompañaba. Fernanda y yo nos quedamos viéndolos mientras conversábamos.
—Cristina me contó que estaba con tu amigo —comentó Fernanda, de pronto. Y yo recordé a Mariano.
—Sí, estuvieron hasta hace poco —dije, mirando a ambos lados, buscándolo. 
—¿Él está aquí? —me preguntó.
—Sí, vino conmigo —respondí.
—Uy, qué complicada situación —agregó.
Pensé lo mismo. Ahora no sabía qué hacer. Ya estaba con Fernanda, pero tenía que volver donde Mariano porque sino él vendría a buscarme y me vería con Fernanda y a Cristina con el chico nuevo, y nada bueno podría salir de eso.
—Espérame un momento —le dije a Fernanda, cogiéndola de las manos—. Ya vuelvo.
Fui enseguida donde los chicos y seguían allí. Habían comprado otra caja de cerveza y se veían entretenidos. Me acerqué a Celeste y le conté lo que pasaba. Le dije que distrajera a Mariano mientras yo me quedaba con Fernanda. Celeste me miró molesta, pero luego entendió. Me dijo que sus amigas Sandra y Camila querían bailar con Mariano pero parece que con él no era la cosa. «Está muy distraído con lo de Cristina», me dijo. En ese momento me sentí un mal amigo, pero lo único que quería era evitar algún pleito y, claro, pasar más tiempo con Fernanda. Celeste me dijo que haría todo lo posible y me fui sin que Mariano se diera cuenta.
Vi la hora en mi celular y daban las dos de la madrugada. Aún quedaba mucho tiempo, pensé, y volví donde Fernanda. Se encontraba tomando con dos amigas mientras Cristina seguía bailando con el chico. Pero me vio volver y miró a Fernanda. Ella rió e inmediatamente la saqué a bailar. 
—¿Adónde fuiste? —me preguntó.
—Donde mis amigos, se están divirtiendo sin mí —dije.
—Entonces no te vayas —me dijo, y ambos sonreímos. Dimos unas vueltas y nos juntamos más. Fernanda se miraba con Cristina y sonreían.
—¿Hasta qué hora te quedas? —le pregunté un momento después.
—Un par de horas más. Yo vivo cerca —me dijo.
Fue cuando vi que Mariano pasó al frente de nosotros pero sin darse cuenta, ni de mí y mucho menos de Cristina. De todas formas intenté esconderme con el baile hasta que se fue. Fernanda me miraba cada vez más cerca y yo hacía lo mismo. Bailamos un par de canciones más y yo ya no quería irme a otro lado. Cuando de pronto escuché botellas y vasos caer de una mesa y romperse en el suelo. Fernanda me volteó y gritó: «¡Se están peleando!».
Fui corriendo mientras pensaba: «No, no, no, que no sea Mariano». Y cuando llegué, vi que Mariano había golpeado en el rostro al acompañante de Cristina y este había caído encima de unas de las mesas haciendo caer todo a su paso. Ramiro y Roberto lograron controlarlo para cuando yo había llegado. Cristina empezó a gritarle todo tipo de adjetivos, desde “maricón”, “cobarde”, “imbécil”, entre otras cosas.
Me acerqué a Mariano y le pregunté que qué había hecho. Y me soltó el brazo, con fuerza. «Tú sabías que Cristina había venido con ese huevón», y lo señaló. «Te hiciste el cojudo, nomás», añadió, molesto. «De qué estás hablando», dije, sintiéndome un hipócrita. Celeste me agarró del brazo y me dijo que Mariano estaba borracho, pero que me había visto bailando con Fernanda junto a Cristina y el otro sujeto. En ese momento supe que la había cagado. Los de seguridad invitaron a Mariano a retirarse, y Ramiro y Roberto lo acompañaron a salir.
Cristina me miró molesta. Fernanda no entendía lo que había pasado. Le expliqué todo en cuestión de segundos. Me acerqué a Cristina y solo atiné en decirle: «Yo te lo advertí, solo quería evitar que algo así pasara». Cristina seguía molesta, pero me dio la razón. «Debí ser más precavida», se dijo mientras miraba el golpe que su nuevo chico había recibido. El sujeto era un idiota, ni siquiera se defendió del golpe de Mariano. Cristina le dijo a Fernanda que se iría con él. Fernanda me cogió de la mano y le dijo que se quedaría. Cristina me miró y quiso decir algo, pero solo me señaló con el dedo y se fue con su acompañante. Fernanda me miró y me dijo que no quería que me quedara solo. 
—Tus amigos te dejaron.
—Sí, luego hablaré con Mariano.
—Estaba muy molesto.
—Él es así, sobre todo cuando se pone borracho.
La gente empezó a retornar a sus lugares y a volver a bailar y a beber. Me acerqué al bar con Fernanda y nos tomamos unas cervezas. Ella me sujetaba de la mano y yo la miraba. En un cambio de canción, sus labios se acercaron a mi boca y nos besamos por un buen rato. Bailamos un par de canciones más mientras nos besábamos. Al ver la hora, cuatro y media, salimos de allí y caminamos por las veredas de la Herradura. El viento corría fuerte y estuvimos abrazados. Fuimos a esperar el taxi. Mientras esperábamos que llegue, ella se puso a responder algunos mensajes de su celular y yo hice lo mismo. Ramiro me dijo que ya habían dejado a Mariano en su casa y que pensaban seguirla. Le dije que no se preocuparan por mí, que ya me iba. Celeste me escribió diciendo que ya se había ido, que me vio muy cariñoso con Fernanda y por eso no se despidió. Le dije que ya iría a visitarla para conversar. 
La cabeza me dolía a mares, había tomado más de la cuenta pero estaba consciente de lo que sucedía. Fernanda no dejaba de abrazarme y besarme. Se veía hermosa bajo los faros en plena madrugada. Llegó el Uber que habíamos pedido y subimos. Los bares y las calles empezaron a perderse con la gente. La playa y la neblina desaparecieron y llegamos a un condominio. «Aquí es», dijo Fernanda, y bajamos del taxi. Entramos a su sala y nos acostamos en el mueble. Sus labios besaban mi cuello y mis manos buscaban más de ella. En silencio pensaba en todo lo que había pasado y estaba por pasar. Y fue inevitable no sentir un sentimiento de culpa por lo que había hecho. «¿Qué clase de amigo era yo?», me preguntaba mientras me desprendía de mis prendas y Fernanda me miraba y me besaba. Entonces, sintiendo a Fernanda tan cerca de mí, la noche dejó de ser noche y cada vez dejó de ser fría.