lunes, 30 de diciembre de 2013

Despedida

Nos encontramos en el aeropuerto después de muchos años, estaba acompañada y se veía muy feliz. Yo estaba ocupado y mentalizado con el trámite de mi exilio, debido a que las cosas no andaban muy bien por aquí, por eso tenía que olvidarme de donde había venido por un buen tiempo. Ella, en cambio, se veía igual de linda, despreocupada, con una paz que no recordaba en ella.
Verla me tomó de sorpresa, no sabía nada de su vida desde la última vez que estuvimos juntos. Empecé a recordar y sumergirme en un mar de preguntas que había tratado de olvidar por mucho tiempo... Cuando de pronto volteó y me vio, se acercó y me dijo, sin preámbulos: «Hola, ¡qué sorpresa!». No tuve otra opción que responder su saludo y postergar por unos segundos mis acciones. Estaba tan hermosa como antes, pero no se lo dije porque estaba acompañada y no quería incomodar a su actual pareja. Él, sin saber quién era yo, pensó, tal vez, que solo era un amigo más de ella. Me saludó amablemente y se fue por un momento a recoger los equipajes para su nuevo futuro. «Hola, a los años», respondí. Me preguntó que había sido de mi vida, y empezó a suponer que todo me iba perfecto, pues ella siempre me decía que era alguien responsable, ordenado y decidido en lo que quería para mi futuro. Pero en aquel momento no tenía ni idea de todo lo que viví después de que ella, sin motivo alguno, decidió marcharse. No quise que pensara lo contrario, no tuve el atrevimiento de decirle que quedé destrozado cuando lo nuestro terminó. Además, no tendría sentido, el tiempo había pasado y ahora todo eso era solo parte del pasado. Traté de ser cuidadoso con lo que decía, pues verla fue un impacto físico y mental que no experimentaba desde hace mucho tiempo. 
Volví a sentirme frágil al momento de mirarla y de tenerla cerca, a pesar de que ya había pasado un poco más de un par de años de estar juntos. En ese instante, desde luego, no hablamos sobre esos días, pero noté en su mirada como si hubiera querido decirme algo que jamás dijo. Empecé a preguntarme el por qué de su adiós, debido a que nunca me dio explicaciones. Todo pasó y cada uno siguió con su vida. Aunque, debo aceptarlo, yo todavía sentía algo, a pesar del tiempo aún no había podido desprenderme totalmente de ella. 
«Me voy de luna de miel», me dijo. Escuchar eso fue como sentir una daga atravesándome el corazón, frío y lento… Ella se había casado y se iba a celebrar con su nuevo amor. Me puse a pensar que tal vez pude haber sido yo en estos momentos, pero al parecer la vida quiso algo diferente para mí. 
Empezó a contarme sobre los planes de su vida, siempre cuidadosa con cada frase que decía, no quería, tal vez, decirme algo que en mi condición, no era necesario, a pesar de que ella no lo supiera. Estuvimos conversando a lo largo de una hora, sentados en la sala de embarque a la espera del avión. Su novio no venía, entonces lo llamó para preguntarle qué pasaba. Al parecer, tuvo un problema con el equipaje, pero que no habría de qué preocuparse porque aún faltaban horas para tomar su vuelo al igual que yo. 
Me preguntó el motivo de mi viaje, hubiera preferido que no lo haga, no quería hablarle mucho de mí, decirle de que estaba en el mejor momento de mi vida, de que todo andaba bien, porque en realidad no era así. Solo atiné a contarle que me iba muy lejos de aquí, necesitaba pensar muchas cosas antes de regresar. No le di detalles, creo que mis gestos dudosos le expresaron mis motivos. Sin querer , estuvimos poco a poco recordando nuestro pasado, y en un momento de recuerdos compartidos y de nostalgias desveladas, me miró tiernamente, sostuvo mis manos y me dijo que me había extrañado, que recordaba cosas de mí que su novio actual jamás haría. Me puse nervioso, pero me gustó que lo diga, pues me hizo recordar todas las locuras que vivimos juntos. Sin embargo, me sentí extraño, yo había cambiado mucho, ya no me comportaba así desde que ella dejó todo sin razón aparente. Pero, entre recuerdos significativos, me atreví a preguntarle el motivo de su inesperada despedida. Me dijo que no quería hablar de eso, que ya había pasado el tiempo y que tal vez, no le creería… Aunque sus palabras podrían dolerme, le insistí en que me lo diga. Había tenido que vivir con esa duda desde que se fue y quería saberlo. Se puso nerviosa, me miró a los ojos y me confesó de que ella nunca quiso alejarse, que tampoco fue por alguien más, simplemente se vio obligada a decirme adiós por motivos personales, pensando que yo después de un tiempo iría detrás de ella, cosa que jamás hice. Me quedé helado, no podía creerlo, pero sentí tan sinceras sus palabras que sus ojos empezaron a sollozar y no quise que llegue a eso, ella estaba a punto de viajar y de vivir una vida nueva. Pero no pude contenerme y le dije que quedé devastado, confundido, y que desde ese día había perdido el sentido del amor. Mi vida se había vuelto muy caótica, muy bohemia, ya no tenía nada claro, ya no sabía qué era lo que quería para mí… Me dijo que no fue su intención, ella también sufrió mucho, pero pudo salir adelante. Conoció a su actual pareja en la ciudad en la cual se había mudado después de esa injusta despedida. Le dije que yo estaría bien, que sabiendo la verdad y ya viéndola a ella encaminada, yo trataría de seguir con mi vida, como debió de ser, porque por culpas de pensamientos inoportunos que deambulaban en mi cabeza, no tenía un motivo para volver a ser como antes o tal vez, alguien mejor. 
El tiempo se había consumado, ya era la hora de partir. A pesar de todo lo sucedido, jamás le guardé rencor alguno, siempre fue lo contrario, no había dejado de quererla, por eso fue que quedé muy confundido y destrozado. Su esposo estaba por venir, no quise que se vaya sin despedirme bien de ella y desearle la mejor suerte del mundo. La miré directamente a los ojos, la abracé y supe en ese instante en que no hay por qué aferrarnos al pasado, todo sucede por una razón, todo tuvo su momento y también su final, y aunque las cosas no se dieron como hubiera querido, ahora lo único que me importaba es que ella fuera feliz. 
Mi viaje empezó antes de partir, viéndola a ella, recordando un poco los buenos tiempos y, sobre todo, descubriendo la verdad, sabiendo con certeza qué era lo que ella sintió en aquel momento. Aprendí que a veces al optar por el silencio podemos causar mucho daño sin darnos cuenta. Sin embargo, creo que los dos fuimos culpables por no intentar reparar lo nuestro, porque al pensar que ese era el final, en realidad pudo haber sido otro comienzo.
Y así llegó a ser, quizás, la última despedida en nuestra historia, como debió o no ser, pero se dio de esa manera, y cada cual seguirá su camino para tratar de encontrar la paz y ser felices, pues al final, de eso se trata la vida.