martes, 18 de febrero de 2014

Inocencia

Hubo un tiempo en donde las preocupaciones no existían, en donde los juegos y la imaginación eran parte de todo. Hubo un tiempo en donde el pasado no era tan lejano, y en donde las horas no tenían un principio ni un final. 
El día era una completa aventura, las tardes y las noches no se diferenciaban. El mundo era pequeño pero infinito en aquellos tiempos. Logramos disfrutar de manera tan sublime y diversa esos momentos que pasaron tan rápido y no nos dimos cuenta. 
Los sueños eran el refugio de los amores secretos, dichos solo con la mirada y con las mejillas pintadas de rojo. Nuestras bocas  solían callarse pero nuestras mentes imaginaban infinidades de momentos. El amor inocente solo ve lo necesario y lo que importa. Así eran esos días de sentimientos sinceros.
No habían miedos de culpa o daños a un corazón ajeno, tal vez solo los nervios de cruzarte con aquel amor que vivía únicamente en tus sueños. La noche solía ser un escape, y aunque a veces nos obligaba a soñar, solíamos tomar el control de su tiempo para nuestro propio y secreto beneficio. 
Los tiempos cambian tan rápido cuando lo pensamos que ahora mismo ya estamos viviendo algo nuevo… Y en un recuerdo difuso, me veo otra vez caminando por los parques, mirando los alrededores, siempre con una frase, una pregunta y una duda por dentro: «¡Qué inmenso es este paraíso! ¿Qué cosas habrán más allá?». 
Dicen que somos ángeles, que fuimos un milagro, fruto del amor de nuestros progenitores. Yo pienso que estamos aquí porque así lo quiso la vida, porque llegamos para aprender y enseñar al mismo tiempo. Cada etapa tiene un motivo, y esa misión al final nos convertirá en mejores personas.
Y escarbando un poco en el pasado, recuerdo que las frecuentes visitas de extraños, los saludos de personas de nuestra misma sangre que poco a poco íbamos conociendo y los famosos pero discretos encuentros familiares, a veces parecían interminables. 
Tengo el recuerdo de que nada se comparaba al hecho de recibir una sorpresa. Cómo nos encantaban estas entregas inesperadas, sobre todo si era algo que tanto habíamos soñado… Buscando señales en los escondites menos pensados, esperábamos algún premio por haber hecho lo correcto o simplemente por merecerlo, aquella compensación inocente, era un derecho que caducaría con el tiempo. Por cierto, en esos días, las fechas eran más especiales y esperadas.
Nada parecía tener final, los juegos, las dichas, los regalos y las risas eran como el pan de cada día. Sin embargo, crecimos y ahora la nostalgia es fuerte cuando recordamos aquellos días de infancia. Y, ahora, con interpretaciones que en ese tiempo desconocíamos, comprendo que cada infante es un soñador en la vida desde que empieza a abrir los ojos, incluso desde antes de hacerlo.
Vale recalcar que la capacidad de asombrarse por cosas como la noche, la luna, la lluvia y las estrellas, era sinónimo de la inocencia que nos caracterizaba. Descubrir algo impresionante y a la vez sencillo era cosa de todo los días, vivíamos en un constante viaje al futuro. 
El don de reír a cada momento era exclusivo de los que recién empezaban a descubrir el mundo. Nada parecía tan importante como pasar un buen día disfrutando de la naturaleza, del sol y del viento, para sentirnos un poco más libres de lo que ya éramos. A veces creíamos saberlo todo, sin imaginarnos que una vida totalmente nueva recién nos abría sus puertas.