miércoles, 13 de julio de 2016

Lara

Salgo de una conferencia en el Centro Cultural Cori Huasi, el tema era sobre el futuro de los libros y los ebooks, los libros electrónicos. Personalmente, no me acostumbro a ellos, pero se mostraron alternativas muy interesantes para complementar la experiencia de la lectura. Era temprano y hacía frío, así que decidí entrar a una de las cafeterías de las tantas que hay en el Parque Kennedy. Encuentro un lugar vacío y me siento, y mientras pienso qué pedir, saco de mi maletín un libro que me regaló una amiga por el día de mi cumpleaños, “El arte de la resurrección” de Hernán Rivera Letelier. Empiezo a leerlo con la calma de saber que tengo el día libre, pero enseguida alguien interrumpe mi lectura con una delicadeza que capta mi atención y que, sin más, pregunta por mi nombre. Era una joven de cabellos muy largos, llevaba una casaca color beige, jean y botas, look casual de las mujeres limeñas en temporada de invierno. La miro con extrañeza y pienso en uno de los tres nombres que tengo y le respondo, curioso, con el que más me conocen: Hola, le digo. Me llamo Alonso. La había visto en alguna parte, pero no tenía el recuerdo exacto de ella ni la mínima sospecha de cuál era su nombre. ¡Alonso! Dice muy efusiva, soy Lara, Lara Muente. Bonito nombre, pienso. Trato de localizarla en algún lugar de la memoria pero fracaso en el intento, aunque su apellido me suena familiar. Entonces pregunto: Sí, ¿puedo ayudarte en algo? Espero no haberte incomodado, me responde. Te vi llegar y, curiosamente, me acordé de ti. Nos conocimos en la fiesta de cumpleaños de Sofía Vela, hace ya cinco años, si no me equivoco. Soy la hermana menor de Dánae, ¿la recuerdas? La miro con asombro y empiezo a asimilar toda la información, y poco a poco, atando cabos, logro recordar. ¿Lara?, ¿Eres tú, la hermanita de Dánae Muente? Pregunto y me respondo: ¡Claro! Ya recuerdo, han pasado años. ¿Cómo has estado? ¿Qué es de tu hermana? Sonríe y me dice: Me alegra que te acuerdes, por un momento pensé que no me reconocerías. Estamos muy bien, gracias a Dios. No estaba segura si eras tú, nunca te había visto por aquí, esta es mi cafetería favorita. A decir verdad, es la primera vez que vengo, le digo. Acabo de salir de una conferencia por aquí cerca y quise tomarme un café. ¡Ah, con razón! ¿Me puedo sentar? Sí, claro, cómo no, respondo. Y le digo: Tengo que confesarte que me costó un poco reconocerte, estás muy diferente, has cambiado mucho. Sí, bueno, ya no tengo quince años, me dice riendo y yo río con ella. Es cierto, es cierto, le digo. Pero, cuéntame, ¿qué haces por la vida y qué ha sido de tu hermana? Bueno, yo estudio Psicología, y Dánae ya se graduó este año como arquitecta. Sí te veo como psicóloga, le digo. Y Dánae siempre fue muy creativa, qué bueno que ya haya terminado su carrera. Y a ti, ¿cómo te ha ido?, me pregunta. Con altos y bajos, pero muy bien, le respondo. Este año ya acabo la carrera de Derecho y directo a pensar en la maestría. 
Estuvimos conversando de todo un poco, poniéndonos al día nuestras vidas, y recordando esas épocas de cuando éramos adolescentes. Fue curioso verla después de tantos años, tan cambiada, tan joven todavía, pero a la vez tan segura de lo que quería para ella. La última vez que la vi era una chica de tan solo quince años, y yo en ese entonces recién había cumplido los veinte. Pero ya nos habíamos conocido hace mucho tiempo atrás. Su hermana, Dánae, quien estudió conmigo en el mismo salón toda la etapa de la secundaria, en las reuniones de promoción -reuniones que en los últimos años ya no se daban- llevaba a su hermanita Lara. Recuerdo con detalle la fiesta de Sofía Vela, compañera también de nosotros en el colegio, pues ese fue el día en que nos conocimos. Dánae llegó con Lara y me la presentó a mí como a todos los demás compañeros de la promoción. Recuerdo que en las reuniones, ella, a pesar de ser la menor, le encantaba bailar y no se avergonzaba de ello. Y yo, a quien bailar se le daba muy bien, terminamos siendo pareja de baile en cada reunión que había. 
Hablando con ella de todos esos momentos, recordando poco a poco algunas anécdotas, pude percatarme de lo rápido que habían pasado estos últimos cinco años. Me dijo que su hermana, por la Universidad, ya no se veía con casi nadie de su promoción, y que, por lo tanto, ella tampoco. Le dije algo similar, que con el tiempo, los estudios y el trabajo, me fui alejando de ellos. Y pensar que antes se reunían seguido, qué lástima que ya no sea así, me dice. La última vez que vi a tu hermana fue en una discoteca, aquí, en Miraflores, hace un par de años, después no supe nada de ella, salvo por algunas fotos que vi en las redes sociales. No me tienes en Facebook, ingrato, me dijo, como queja, y también, burlándose un poco, tal vez, por mi porte un tanto serio. Me causó gracia la naturalidad con la que hablaba, como si nunca hubiéramos dejado de vernos, y le dije: No sabía con qué nombre estabas, pero te voy a agregar, aunque no soy de usar mucho las redes sociales, me distraen un poco de lo que leo. ¿Qué libro tienes allí? Me pregunta. Uno que recién voy a empezar a leer, es un regalo de una amiga. Interesante, dice. Lees mucho, seguro. Eso intento, cada vez que hay tiempo. Y me imagino que ya tienes enamorada, que ya piensas casarte y todas esas cosas, me dice, casi riendo. Me río de nuevo y le digo que no, que aún soy muy joven para esas cosas y que por ahora vivo solo para mí. Y tú, ¿tienes enamorado? No, tampoco, me dice. Tuve una relación de casi tres años, pero no terminó muy bien que digamos, y por eso, ahora, me siento mejor así. Además, le estoy dando duro a los estudios, me comenta eso último con mucho entusiasmo. De eso se trata, le digo. Lo demás llega después, y sin siquiera buscarlo. Tienes razón, me dice, además, ahora paso más tiempo con mis amigas y mi familia. Mi padre ya vino de España, estuvo viviendo allá por muchos años, ¿lo recuerdas? Es bueno tenerlo de nuevo en casa. ¿El señor Muente? Claro, le digo. Siempre nos trató bien a mí y a los muchachos cuando íbamos a tu casa a hacer trabajos de la escuela. No sabía que se había ido de viaje. Sí, me dice. Justo después de que Dánae terminó la escuela, se le presentó una oportunidad de trabajo allá que no podía rechazar. Ya me imagino, siempre hay que aprovechar esas oportunidades, pero qué bueno que ya está de regreso. Sí, lo extrañaba mucho, sobre todo porque yo me llevo mejor con él que con mi madre, Dánae siempre fue la favorita de ella, me lo dice pero sin demostrar molestia. No existen hijos favoritos, le digo. Tal vez, solo sentía que ella necesitaba más apoyo por aquel entonces. Es cierto, pero no es que me lleve mal con mi madre, solo que no le gustaba que vaya a las reuniones de ustedes, y era mi padre quien me daba permiso. Si no hubiera sido por él, no te hubiera conocido, me dice. Sonrío nuevamente y le digo: Bueno, es cierto, pero a veces así se dan las cosas. Además, tu padre siempre fue muy amable con nosotros, me conoce a mí y a varios de la promoción desde que estábamos en el jardín. Mándale mis saludos, no vaya ser que luego me olvide. Sí, claro, se los haré llegar, le agradará saber de ti. Y también a Dánae, años que no hablo con ella, y somos promoción, imagínate, ahora sí me siento un ingrato. Lo eres, me dice, y sonríe, asintiendo a mi encargo. Sin percatarnos del tiempo, estuvimos conversando por más de una hora, hasta que sonó su celular y contestó la llamada con un gesto de molestia, y me dijo que ya se tenía que ir. Me alegra mucho saber de ti, Alonso, ya no te pierdas. Te dejo mi número para estar en contacto, ahora vivo por aquí cerca y tal vez, podamos vernos otro día. De igual manera, Lara, qué gusto verte después de tanto tiempo. Aún tenemos mucho de qué conversar, te llamo estos días y quedamos. Perfecto, me dice, espero tu llamada. Y salió de la cafetería despidiéndose con un gesto cómplice, como si, por mucho tiempo, hubiera planeado encontrarme en este lugar, o tal vez en otro, pero en una situación parecida, o, al menos, eso fue lo que sentí. 
A pesar de los años, seguía tan alegre como la recordaba, y mucho más linda, por supuesto. Y ahora, pensando un poco en aquellos tiempos, no sé por qué nos perdimos el rastro, de un momento a otro no supe de ella, terminaron las reuniones y jamás volví a verla. Pero por alguna razón, siempre tenía el recuerdo de cuando nos conocimos, pues a pesar de la diferencia de edad, que tampoco era mucha, no había olvidado su forma tan tierna y divertida de ser, y que, ahora, podía comprobar que no había cambiado. 
Unos días después, luego de haber recopilado recuerdos en común, la llamé y quedamos en vernos en el mismo lugar, y ella aceptó encantada. Y así los encuentros se hicieron cada vez más seguidos, entre cafés, cines, teatros, restaurantes, o simplemente caminar por los lugares que nos vieron crecer. Y ahí estaba yo, de nuevo, empezando a sentir algo que ya había sentido hace mucho tiempo atrás, y que, tal vez, había pasado lo mismo con ella, y pensé en lo extraña pero curiosa que es la vida, que nos separa y nos vuelve a poner personas en el camino, pero que, ahora, en el momento exacto, para empezar, lo que tal vez en el pasado, entre miradas, bailes, juegos y encuentros casuales, ya había comenzado.