miércoles, 19 de noviembre de 2014

La huida

Ya casi nadie pregunta por él, han pasado un poco más de cinco años y siguen sin haber rastros de aquel hombre. Se decía que había muerto, que después de que dejó a su familia, a sus amores, a sus amigos, perdió la cordura y decidió no volver. La última vez que lo vieron vestía un traje de gala, sostenía una copa de vino y un maletín con sus pertenencias, sentado en la barra del bar a unas casas de la plaza central de la ciudad. 
Su mejor amigo, Gabriel, jamás reveló el por qué de la huida de su compañero de casi toda la vida. Según él, nunca le confesó el motivo, pero hasta el día de hoy nadie ha llegado a creerle. Este recelo se debía a que los dos eran muy unidos, desde jóvenes se los veía andar en la ciudad, viviendo una vida desenfrenada pero muy centrada en cuanto a valores se refiere, conquistando lo que se les cruzaba en frente con la picardía que caracterizaba a los jóvenes de aquellas épocas, sin llegar a lo vulgar y mostrando un lado noble sin esperar retribución. Su familia sigue a la espera de su llegada, y aunque ya nadie comenta sobre él, tienen la esperanza de que regresará con buenas nuevas.
Una señora mayor, cuya edad exacta nadie conoce, relata que en los últimos meses vio al joven en situaciones muy extrañas, como si tramara algo y evitara que todos lo supieran. Al parecer, el hombre había perdido y descubierto algo sumamente importante, tal vez fue obligado a marcharse sin decir nada, tal vez fue testigo de una traición, o tal vez fue el simple hecho de conocerse así mismo. Sea cual fuera la causa, él tomó una decisión, coaccionada o no, no se llegó a saber más de él. Ciertamente, unos años antes de irse, habían llegado nuevas personas a su querida ciudad, con la promesa de ayudar a todos los que vivían con carencias. Sin embargo, hicieron lo contrario: abusaron de los inocentes y corrompieron a los que querían hacer bien las cosas. Debido a esto y a los continuos alardes y discrepancias con los nuevos hombres, se forjaron los rumores de que ellos fomentaron su inesperada desaparición. 
Nadie nunca lo supo con certeza, ni siquiera los amores que tuvo por aquella ciudad: Esmeralda, Ayda, Isabel, Piedad y Mercé, su último amor. Con ella tuvo una relación de muchos años, era una joven de tez clara y de rizos enormes, tenía la sonrisa más cautivadora y tierna de todas. La gente los veía como la pareja perfecta. Sin embargo, ni ella ni sus amores pasados pudieron explicar el frenesí y la locura que él tuvo para irse, para abandonar todo sin importarle nada, dando la idea que dejó de existir, que ahora solo merondea como un fantasma y vive como un misterio en el pueblo al cual dio su apoyo a muchas personas. No era tampoco el más querido ni mucho menos, pero siempre se mostró desinteresado al dar la mano, al comprometerse con brindar un poco de su tiempo para lograr un cambio en su ciudad que poco a poco emergía del olvido.
Por largo tiempo sus allegados vivieron confundidos, lo único certero fue que ya no se supo nada más de él, desapareció. Y aunque muchos quisieran saber el porqué de su adiós tan repentino, solo él podría explicarlo. Y mientras se mantenga como lo hace, distante, casi inalterable, los años seguirán pasando y su ausencia provocará toda clase de historias acerca de su paradero. Dirán que fue a buscar nuevas oportunidades, que conoció a alguien y dejó su pasado atrás para empezar de nuevo. Dirán que se volvió loco, que ahora vive en todas partes y en todos los tiempos, que su huida fue un reclamo a las injusticias que se vivían por aquellos días. Dirán lo mejor y lo peor, lo más extraño y lo más absurdo. Dirán tantas cosas hasta que él un día vuelva, para aclarar que su intención nunca fue abandonar a nadie, que su 'huida' como muchos llaman nunca existió, que en realidad fue una búsqueda inconclusa, un acto de ego masoquista por los constantes atropellos a sus semejantes, un exilio incomprensible en busca de esperanza, una venganza a él mismo por no poder salvarse del dolor que ocasiona el olvido. Tuvo que vivir una contienda divisoria entre perderlo todo para justificar su escape, y así hacer entender a los demás que su ausencia no fue en vano, que necesitaba hacerlo para cumplir lo que más quería, lo que nunca a nadie confesó.