jueves, 16 de noviembre de 2017

Situación

Escribir de ti sería una imprudencia, un atrevimiento propio de un demente o de un psicópata. Es cierto que apenas te conozco, que hemos cruzado palabras solo un par de veces, y aunque tal vez puedas reconocerme a duras penas si me vieras entre un grupo de gentes, de luces y de caos, como son las calles de Lima, no sería suficiente si yo no actúo ahora. Entonces, te preguntarás: ¿cuál es el motivo? Tal vez un presentimiento me impulse a dejar un testimonio, mismo de una autopsia, de un futuro encuentro, en circunstancias todavía no claras, pero sí seguras.
Es probable que un día, no importa la hora tampoco el lugar, te vea cruzar la calle o entrar a un establecimiento. En el primero es preciso que yo me encuentre del otro lado, esperando que la luz del semáforo cambie a verde para cruzarme contigo y empezar así un inesperado juego de miradas, para luego sortear la posibilidad de que me recuerdes, no importa si esa remembranza durase un segundo, pues bastaría para que yo me acercara con la misma intención frustrada de ayer, que fue la última vez que te vi, para llamarte por tu nombre —dando por sentado que no fui ajeno a tus pensamientos— e iniciar una conversación contigo.
En el otro escenario, en el establecimiento, también es preciso que yo me encuentre allí, pero, ahora, antes que tú, para realizar movimientos previamente coordinados al advertir tu llegada, por ejemplo, en las oficinas de una notaría: yo te vería avanzar hacia una de las cabinas, dejar tu documento y sentarte a esperar, en la fila de asientos en las que yo me encuentro, con la paciencia que yo he tenido todos estos años para verte precisamente allí. Me acercaría, haría algún comentario típico sobre lo mucho que se demoran los sujetos que atienden y sobre la burocracia que hay en nuestro país, y en ese momento tú replicarías mi queja o la ignorarías, demostrando que no eres como los demás para quejarte de banalidades como lo dicho en mi comentario, más allá de ser cierto o no. En ese caso, sería un escenario inútil, que me alejaría totalmente de ti, por hacerte sentir incómoda debido a mi irritable actuación, por más que me hayas reconocido al verme.
Es claro, entonces, que podría imaginar una y mil situaciones en las cuales, la mayoría, podrían no salir a mi favor. Sin embargo, he aquí la diferencia en ambos casos: en el primero, al cruzar la calle, no había ningún indicio de llamar tu atención, fue una situación particular, no calculada, dada por la casualidad, por más que en un momento, como ahora, lo haya pensado y escrito. Por lo tanto, por ser natural, de caso fortuito, resultó parcialmente exitosa, si contamos que el objetivo era solo entablar una conversación. En cambio, en el establecimiento, hubo una coacción muy notoria de mi parte, y dejé entrever, por medio de comentarios que podrían considerarse insolentes o poco tolerantes hacia los demás, una actitud poco amigable y nada risueña. Todos estos factores, sumados a un personaje con tendencias hostiles, reflejan un rendimiento insuficiente e ineficaz, que termina con mi desaparición total de tu vida.
En conclusión, si en los próximos días eligiera cambiar ambas situaciones por una real, concreta, podría evitarme o, también, ganarme tu indiferencia, que por ahora no es absoluta, pero sí parcial, si sigo en una posición clandestina y solitaria. Por lo tanto, la posibilidad optimista o negativa de ser correspondido solo se definiría con mi accionar en el presente, dejando de lado las hipotéticas situaciones que podrían o no suceder en un futuro, más allá del presentimiento de que serán reales en algún momento de nuestras vidas si es que las dejo escritas, como sucesos pasados o que están a punto de suceder.