miércoles, 30 de julio de 2014

La gran casa

No hace mucho tiempo que aquel aposento era refugio de incontables anécdotas, historias y encuentros. Recuerdo muy bien los días de infancia que viví allí, los juegos, las reuniones, las fiestas, los buenos deseos. De niño siempre sentí la casa enorme, como si fuera un gran laberinto. Sin embargo, todos los días mi curiosidad me llevaba a descubrir puertas nuevas. 
La entrada tiene un pasadizo extenso, casi interminable al punto de encuentro y bienvenida, donde los saludos y abrazos se daban cada cierto tiempo para quebrar el mito de la distancia. A los lados, dos futuros diferentes, con fuentes de esfuerzo y ganas de salir adelante. Más allá, pero no tan lejos del centro de encuentro, había una fuente natural, en donde crecía un árbol para darle vida y color al patio de la calma. Al lado, se preparaban los más grandes festines y buffets para todo aquel que compartía un lazo familiar y de amistad de antaño. Al subir las escaleras, que en mi imaginación y en la de mis primos se convertía en un deslizadero cuando teníamos que bajar, se encontraban diferentes centros de noche para calmar el duro y largo viaje de sus visitantes. Y desde el último piso, casi rosando el cielo, se podía observar a las innumerables personas buscando un camino, una salida, un medio de sobre llevar el peso del día y llegar a su destino. 
Saliendo de todo ese laberinto acogedor, allá afuera existe un gran y hermoso parque llamado 'Seis de agosto', en donde los más jóvenes como los más grandes acuden y disfrutan de la paz que aún hoy en día mantiene. 
No habían fechas predeterminadas para la llegada de visitas, podía ser en verano o en invierno, o en el momento menos pensado. Siempre era grato recibir a los que venían desde lejos. 
Tuve la gran dicha de vivir allí cuando era niño, y también de más joven. Por tal motivo, guardo secretos e historias que nacían cuando los que estaban lejos, venían al lugar donde crecieron y que con mucho sacrificio habían creado. Recuerdo que a veces solía perderme a solas viendo los cuadros, los momentos retratados en una imagen, la foto de mi tío Hernán como si nos cuidara y se alegrara al ver a toda su familia compartiendo juntos. Cómo olvidar a mi abuelita Celith viendo sus novelas favoritas y al mismo tiempo hacer los quehaceres del hogar, cuidando de mí y de mis demás primos. Cómo olvidar a mi abuelito Higinio, siempre descubriendo objetos de muchos años atrás, contándonos y explicándonos cómo funcionaban en aquellas épocas. Su entretenimiento favorito era el juego del sapo, el cual todos pudimos disfrutar y pasar momentos agradables cada fin de semana. 
Todos y cada uno de estos recuerdos viven en esencia allí. Pero es curioso regresar, sentir nostalgia del ayer y recordar estos detalles. La gran casa, como solía decirle cuando llegaba, vio crecer a mi padre, a mis tíos, a mis primos y demás, los acogió, les dio refugio y unió a quienes estaban lejos, porque al final de todo de eso se trataba, pues a pesar de las situaciones que acarrean las pérdidas y la distancia, la gran casa nos enseñó que la familia siempre debe de permanecer en paz y unida.