domingo, 3 de abril de 2016

Limbo

Mi nombre es Gabriel Navarro. He muerto a la edad de veintiún años. En un acto de euforia y por abusar de sustancias que estimulaban mi —ahora— fugaz paso por la vida, me vi en el living room de mi novia tendido en el suelo, ya sin vida y con todos los sueños acabados. No creería dicho escenario si no lo viera con mis propios ojos, pues, por alguna extraña razón, aún sigo aquí, observándolo todo, escuchando los testimonios, los llantos y los aciertos y desaciertos que se dicen de mí. Me gustaría que sepan que aún puedo verlos, que todavía presencio toda esta pesadilla que yo mismo he creado. Pensé que al llegar el día de mi entierro esto acabaría, pero tal fue mi asombro cuando advertí que mi presencia aquí recién había comenzado. Todavía permanezco en estado abstracto —fantasmal podría decirse— en este mundo terrenal. Ya empieza a volverme loco la idea de que, aunque suene contradictorio, pueda quedarme a vivir así para siempre.
Ya no he vuelto a visitar mi hogar. Lo hice por un buen tiempo, pero me duele ver a mis seres queridos observando mi foto, prendiéndome velas y orando por mí. La última vez que fui se encontraban todos reunidos, algo que no pasaba a menudo pues mis hermanos solían salir mucho, incluso después de mi muerte. Yo era el mayor de dos hermanos, Luis, de diecisiete, y Sebastián, de dieciséis. La verdad es que no compartía mucho con ellos, lo más que hacía era hacerles la vida imposible cada vez que llegaban a casa, contándoles a mis padres alguna travesura que habían hecho, alguna salida sin permiso o el incumplimiento de una tarea. Tal vez en un punto llegaron a sentir rencor hacia mí, aunque jamás lo hacía con esa intención, era mi manera, extraña, es cierto, de demostrar mi cariño, pues no era muy expresivo con mi familia, mucho menos con mis padres. Ellos, por ser mis progenitores, siempre van a visitarme y a rezar por mí. Yo nunca fui tan creyente como mi padre y mi madre. En su cuarto siempre había estampitas, cuadros de santos y rosarios, y por supuesto, cada domingo en la mañana iban a misa, afán que mis hermanos y yo jamás adoptamos. Aunque yo tenía mi propia idea de Dios y sus aposentos, ahora sí quisiera que fuera como aquel ser omnipotente que ilustraba ese libro tan sagrado por mis padres, y poder llegar a ver las puertas del paraíso, dar mi nombre, entrar y ser feliz, como decían, por toda la eternidad. Aunque lo más probable es que me hayan rechazado y me hayan enviado directo abajo, sí, al infierno. Pensándolo bien, creo que mejor estoy aquí. Sin embargo, y a pesar de todo lo que un día me dijeron y creí, no hay más. Todo es vacío y silencio. No veo a nadie en la misma situación que yo, es como si fuera el único en este mundo que puede ir a cualquier parte sin ser visto ni escuchado. Tal vez hay otros más, pero nadie puede verse las caras. Me gustaría hablar con alguien, contarle de este trágico desenlace que, tal vez, entienda mejor que yo. Pero, ¿se imaginan si todos los muertos anduvieran por ahí? Sería un caos total, a pesar de que los vivos no pudieran darse cuenta. 
Quiero saber por qué sigo aquí, todo parece una proyección, un sueño o pesadilla, que nunca acaba. ¿Y es que acaso hice algo realmente malo? Más allá de consumir ciertas sustancias prohibidas, creo que no fui una mala persona, tal vez sí un mal hermano o un mal hijo, y en cuestiones de amor, a pesar de mi coquetería y narcisismo bien marcado, era alguien claro con mis sentimientos. Pero, volviendo al tema de mi tan extraño e irreal exilio, el peor de todos por cierto, no creo que este sea el limbo del que tanto había escuchado, pues, recuerdo haberme bautizado en esa capilla que visitaba, con flojera, cada sábado por la mañana. Pero si es así, que alguien me diga cuál es la solución, porque los rezos no me están ayudando.
Mi novia aún no supera mi muerte, la sigo visitando cada noche antes de que se vaya a dormir. Se ha alejado de todo y de todos, y me duele en el alma verla así. Tiene toda una vida por delante, y espero, de corazón, que conozca a alguien que la ame como yo lo hice. A pesar de mis errores, de mis problemas de adicción con ciertas sustancias que hubiera querido jamás haber conocido, mi amor por ella siempre fue real. Tuvimos una relación estable de tres largos años y no puedo creer que haya terminado de esta forma. La conocí al terminar la secundaria, para ser más exactos, en el cumpleaños de mi mejor amiga, allá en los primeros días de enero, que de lejos fue el mejor verano de mi vida. Fuimos juntos a la misma academia, pero ingresamos a diferentes universidades. No miento si digo que podría narrar cada momento que viví con ella, pues, es ahora que recuerdo cada detalle de nuestra historia... Te extraño, mi amor, aún llevo conmigo esas tardes, noches a tu lado, tus abrazos, tus besos, tus ojos color miel y tu cabello ondulado que tanto adoraba, también tus palabras de aliento, las veces que me decías que todo iba a estar bien, que las discusiones con mis padres terminarían, sin embargo, nadie jamás hubiera pensado que sería de esta forma tan trágica, con mi deceso. 
Ya han pasado más de seis meses desde que perdí la vida y todavía sigo aquí, merodeando las calles, sobre todo la de ella. Todas las mañanas la acompaño camino a la universidad y rumbo al trabajo que recién acaba de conseguir, y me alegra que poco a poco su vida vuelva nuevamente a la normalidad. Pero, todavía puedo notar que le cuesta disimular su mal estado de ánimo. Aún sigue con la vista apagada y distante, ya no sonríe como antes ni habla con la misma energía, y cada vez que la veo así quisiera abrazarla y decirle que me perdone, que la extraño, que estoy bien en todo lo que cabe, pues sigo creyendo que algún día desapareceré sin poder dejar rastro de todos estos hechos, si es que algún día no lo escribo antes, pues recordarte me hace querer estar vivo de nuevo.
En mi estadía fantasmal —ya me acostumbré a llamarla así— también visité a algunos amigos para saber cómo tomaron la noticia. Al comienzo, como todo deceso, fue nostalgia pura, abrazos y conversaciones en silencio. Pero con el tiempo, ya habiendo asimilado lo sucedido, fui testigo de algunos hechos que realmente me conmocionaron. Me alegró mucho ver que cada vez que se juntaban bebían en mi nombre. Se los agradezco, muchachos. Extraño las ocurrencias de Eduardo, las osadías de Miguel, las últimas de Ricardo y a las primas tan lindas de José, lo siento hermano, la costumbre. También extraño los viernes de peloteo, lo sábados de reuniones y fiestas, y los domingos de paz en la plaza en la que siempre nos juntábamos para conversar y pasar el rato, tal vez unas latas, tal vez unos puchos como ellos decían, aunque en un inicio yo detestaba el cigarrillo, ellos sí lo disfrutaban de manera casual y medida, no como yo, cuya adicción caló hasta en mi sombra al probar su derivados. Pero al mismo tiempo, yo disfrutaba verlos y no podía evitar reír de lo que pasaba un día antes, como tal vez algún encuentro inoportuno con algunas chicas que no eran precisamente sus novias, y que al final del día se lo tomaban a la ligera. Condenados, ya cambien sus vidas.
Un tiempo después fui a ver a mi ex novia. La encontré leyendo algunas cartas que en mis días de adolescente enamorado llegué a escribirle, y vaya que fueron muchas. Pensé que ya se había deshecho de ellas por la forma en cómo terminó todo. No sé si en algún momento terminó por odiarme, aunque me lo dijo muchas veces, jamás pude creerle, pues luego volvíamos a vernos y amarnos como la primera vez desde hace cuatro años. Fue una relación bonita, de adolescentes, esa en la que la ilusión prima por encima de todo. Los primeros años fuimos felices, pero luego las cosas se volvieron turbias y desganadas. Hasta que un día -porque sabíamos que ese día llegaría- todo terminó. Debo aclarar que no le fallé y ella tampoco, pero prefiero omitir los detalles que le dieron final a aquella historia. Sin embargo, ella fue y siempre será mi primer amor, y eso es algo que simplemente, no se olvida. 
Al igual que con los muchachos, visité a muchas de mis amigas. Solían verse con ellos en las reuniones que realizaban, en encuentros fugaces para recordarme y sobrellevar mejor los malos tiempos. A veces iban a visitarme al cementerio, y aunque mi cuerpo yacía allí, yo no lo estaba. Recuerdo haber llevado siempre una buena amistad con las mujeres, tal vez por mi capacidad de poder escuchar sin aburrirme, y espero que eso no se traduzca como una ofensa. Jimena, Raquel y Lucia eran mis amigas más cercanas. Sin embargo, la visita a Lucia, mi mejor amiga, a quien conocía desde la infancia, fue la que más me conmovió. Debo decir que la extraño de una manera diferente a las demás. Con ella podía hablar de todo y me entendía perfectamente. Sus consejos siempre fueron los mejores para cualquier situación, lástima que no hice caso al último de ellos. Recuerdo que en mis días de soltería, ella siempre tenía alguna amiga para mí, y aunque no era la mejor manera de sobrellevar la ruptura de una relación, sí que me ayudaba a no pensar en mi ex novia de la cual ya hablé anteriormente. Querida amiga Lucía, lamento dejarte así, no estaba en mis planes morirme a esta edad, es ahora cuando entiendo que debí hacerte caso en dejar esa maldita droga que poco a poco me iba consumiendo. Quisiera abrazarte de nuevo y decirte que siempre estaré a tu lado, que jamás olvidaré las veces que me hice pasar por tu enamorado para que te dejaran tranquila aquellos pretendientes, según tú, un tanto extraños. Pero por favor, ya es hora de que mejores tus gustos, ese chico con el que has empezado a salir parece el mayordomo de Los Locos Adams, aunque debo aceptarlo, se le ve un buen tipo. Cuídate mucho. 
Luego de haber visitado a las personas más importantes en mi vida, de haber ido a los lugares en los cuales viví los mejores momentos, ya no sabía muy bien qué hacer. No era como si fuera un fantasma —aunque tal vez sí lo era— y podía ir a molestar a las personas pues, sería un tanto inmaduro y cruel de mi parte. No obstante, no todo era como en los libros que leí o como vi en algunas películas. No era vida, valga la redundancia, vivir así después de muerto. Ya quería descansar en paz, pero, simplemente, no podía. ¿Qué era lo que tenía que hacer? Aún no lo sabía, pero ya estaba harto, me sentía cansado, a pesar de que después de muerto ya no tenía ese tipo de problemas, no sentía necesidades de nada, era un simple espectador del mundo. Pero, y en un momento dado y prácticamente oportuno, descubrí lo imposible. Empecé a escuchar voces, pero no veía a nadie directamente, era una voz extraña, que llegaba a ratos y se cortaba, a veces no podía entender lo que decía y me daba miedo saber qué era, pues hasta ese momento, en mi mente, abstracta o fantasmal, yo era el único en este mundo, o se podría decir, submundo, en el cual ya llevaba casi cerca de un año. Poco a poco empezaba a perder la noción de lo que era vida sin tener algún tipo de necesidad más que el de desaparecer de una vez por todas. Me había vuelto un ser inanimado, como un caminante sin rumbo pero con un dolor extraño, que no sabría muy bien cómo explicarlo pues, ya no sentía nada. De mi memoria se habían borrado nombres, fechas, lugares y momentos, como si poco a poco dejara de funcionar y olvidara todo, como si estuviera en un exhaustivo y lento desaprendizaje. Con el tiempo ya no conocería a nadie, mi familia, mis amigos, mis amores, se volverían seres extraños y vería a todos como una gran multitud que me ignora por siempre y que yo olvido lo que son y lo que fueron, lo que hacen o intentan hacer con su vida. 
El tiempo pasaba de una manera que mi reloj biológico —si es que aún tenía— no conocía segundos, minutos, horas ni días, todo era una rutina continua, con colores opacos, cada vez más oscuros y a ratos brillantes, y sentía como si volviera a morir, pero esta vez era como si me descompusiera hasta el punto de llegar a perder la consciencia, para mi mala suerte, con un dolor mortal, pues era la muerte después de la muerte y la vida que ya había perdido más de una vez al no poder descansar como todos, tal vez, quieto y firme, como ya lo estaba mi cuerpo en un ataúd bajo tierra, hace ya un año, en los campos que jamás pensé visitar, al menos no en mucho tiempo, pero por castigo o milagro, yo seguía aquí, viendo pasar todo y fingiendo que vivo, como un alma en pena que ya está cansada de deambular por el mundo, y que ya no recuerda ni su propio nombre.