martes, 23 de septiembre de 2014

La amistad

La amistad es una cadena, una promesa inquebrantable, eterna. Es un estímulo grandioso de confianza constante, de reflejos y momentos oportunos. No se sabe con certeza cuándo es que empieza, tal vez una complicidad te puede dar indicios, pero no siempre es fiable. Pienso que el punto de origen se encuentra en el momento en que no te sientes cohibido y te muestras tal y como eres. Allí se especula la compatibilidad que existe entre ese alguien y tú que, por circunstancias de la vida, promueven un pacto a ciegas, una seguridad instantánea que no compromete ni obliga, pero que te empuja al cumplimiento de verdades desveladas, al actuar sin temores, y al trabajo inherente de la duda, que poco a poco se despeja entre dos o más individuos.
La dicha se vive a la par, pero más aún en el infortunio. Y es ahí en donde se comprueba con más seguridad aquella complicidad, que al contrario del amor, no discute su tiempo, y se puede apreciar en el momento en el cual te ves en vuelto en un sinfín de risas y de angustias calmadas. Cuando existe amistad verdadera, no se pierde por el tiempo, mucho menos por la distancia. La amistad crea portales, momentos infinitos de total recaudo y exactos en la mente que siempre serán gratos recordar. Así pasen los años, nunca será suficiente viajar en el tiempo para volver al punto en donde empezaron a crearse todas estas historias.
El tema de la traición es una causa perdida, una incógnita, un dolor sumamente extraño, muy diferente al del amor. La confianza es un tesoro, un regalo muy preciado, que cuando se rompe, ya no hay vuelta atrás, ya nada vuelve a ser lo mismo. Y solemos culparnos a nosotros por haber confiado ingenuamente, por haber desnudado en parte, nuestra atmósfera, nuestras glorias y fracasos, a la sombra de un mal paso que creíamos conocer.
Sin más, la amistad se puede ver en el apoyo y en el afecto constante, en la búsqueda inconsciente de apreciar las contrapartes, en el placer que genera el respeto y la locura, y en réplicas de momentos de aceptación mutua, libre, y de una comprensión envidiable entre los que viven a la espera y alejados del mundo. Es la palabra sincera, la verdad oportuna, el abrazo eficaz y la copa del amigo. Por lo cual, la amistad no tiene precio, ni barreras, ni límites, transciende y convierte a extraños en hermanos por elección.