miércoles, 17 de julio de 2019

Fiesta

Miré la hora en el celular esperando acertar: cuatro y treinta. «Carajo», dije, no era tan tarde como creía; pero me sentía cansado, abrumado y sobre todo, fastidiado. Rebecca se había ido de la fiesta sin dirigirme la palabra y yo me encontraba en la sala tomando con un grupo de chicos y chicas que, a simple vista, ni siquiera conocía. Había un par de extranjeros que hacían pasos de baile extraños, tratando de enseñarle a una de las chicas a moverse de la misma forma, pero no lo lograron. «Necesitas más práctica, cariño», dijo uno. En ese momento Mariano se me acercó y me ofreció un pucho. «Para que despiertes, hermano», me dijo. Le hice un gesto de negación y se alejó. Me encontraba cómodo con mi botella de ron. No necesitaba más, pero la verdad, moría por irme. No quería pensar y por más que tomaba, la imagen de Rebecca mirando su celular ignorándome, mandando a su mejor amiga, Patricia, para que me diga que se iba, que no quería ni verme, me había dejado aturdido. Bueno, es cierto que la cagué, pero hay una explicación para eso.
Mi amigo Sandro, quien para ese entonces se había quedado dormido en el baño, según un amigo suyo que lo tuvo que cargar hasta la habitación, invitó a Dayana, mi ex enamorada. No le dije nada, ya que había terminado en buenos términos con ella y me daba igual si venía o no. Era una conocida más, le dije, sin roches. Pero el verdadero tema era Rebecca. Preferí no decirle nada: primer error. Y si me preguntaba algo, le diría la verdad, que Sandro la había invitado: segundo error.
Llegado las doce, vi entrar a Dayana con su amiga Jimena y las saludé amistosamente. «¿Y tu novio?», le pregunté a Dayana, como bromeando. «Idiota», me dijo. Se quedó pensando unos segundos y agregó: «Hoy lo encuentro», y reímos juntos. «Pidan lo que gusten, chicas», agregué, mientras entraban a la sala. Rebecca, en cambio, se demoró en llegar, para variar, pero esta vez fue porque Patricia se había peleado con su enamorado. «El estúpido de Luis tenía un partido de fútbol temprano y adivina qué eligió», me dijo Rebecca cuando la vi llegar con Patricia, quien me saludó casi sin verme. «No se le nota lo enojada», le respondí.
Entramos y el protocolo de siempre: un trago por aquí, otro por allá, para ti, mi amor; Patricia, toma, mañana vamos a ver el partido de Luis, no te preocupes. «Cállate, idiota», me respondió con sorna. Sin duda, esa noche fui el real idiota. Las dejé conversando y fui al pateo donde se encontraban mis amigos, pero solo encontré algunos pues la mayoría se había ido al techo a fumar su hierbita. Las consecuencias de vivir en un barrio de San Juan de Miraflores, pensé. Pero estaba Pedro, mi pataza del colegio, y me invitó de su chela. «Salud, pues, hermano», me dijo. Le devolví el gesto. «Seguro ahora bajan esos pendejos», me dijo. «Sí, no cambian», le dije. Seguimos hablando un rato y luego me acerqué a Rebecca. «¿Todo bien, amor?», le pregunté. «Sí», me dijo. «Vamos a bailar», y fuimos de la mano al centro de la sala. «Amor, me preocupa Patricia», me dijo, en pleno baile. «No es la primera vez que Luis la deja de lado», añadió. «Para algunos hombres no hay nada más importante que el fútbol», le dije. «Porque después está su equipo de fútbol, su madre, y claro, al final pero no menos importante, la enamorada», agregué, y me dio un golpe, la besé y ambos reímos.
Volvimos con Patricia, que se encontraba hablando con Mariano. Tomamos un par de shots y escuché que alguien me llamaba. Volteé y era Pedro, quien ya se encontraba con los chicos de la promoción. Volví con ellos, conversamos un rato y de pronto Óscar, otro amigo, se me acercó y me dijo: «Huevón, no sabía que conocías a Dayana». Y ella apareció a su lado. «Yo no sabía que tú lo conocías, nosotros estuvimos juntos hace años», le dijo. «Ah, vaya, se lo tenían guardadito», dijo Óscar. «Él se mudó a mi residencia hace poco, y en una reu lo conocí, no sabía que ustedes eran promoción», dijo Dayana. «El mundo es muy pequeño», respondí, mirando a los lados, sabiendo que esa situación podría traerme problemas. Repito, no tenía ningún problema con que Dayana haya venido, pero tampoco quería verme cerca a ella. «Ya vengo», les dije, y regresé donde Rebecca. «Amor, dónde estabas, Mariano dice que más tarde vienen sus amigos de intercambio», me dijo. «Ah, ¿sí?», dije, mirando fijamente a Mariano, porque no me había dicho nada. «Sí, hermano, esa gente es la cagada, ya los conocerás», respondió, y se fue. Rebecca se me acercó y estuvimos abrazados por un momento, viendo cómo la gente se divertía. Al rato, al ver nuestras copas vacías, fuimos a la mesa a preparar unos tragos. Le serví uno de sus tragos favoritos, un chilcano de Maracuyá. Brindamos y bebimos. De pronto, se acercó Dayana con Jimena. Yo me quedé helado. «¿Podemos?», preguntó Jimena, yo moví la cabeza afirmando, y se sirvieron dos vasos. Rebecca me tenía abrazado de la cadera. No dijo ni una palabra pero sentí la presión de sus manos. Y se fueron. Rebeca volteó y me miró con los ojos bien abiertos. «¿Qué hace ella aquí?», preguntó, con un tono de voz que ya conocía bien. «Alguien la habrá invitado», dije, nervioso. «¿Quién?», volvió a preguntar, asediándome. «No lo sé, no lo sé», dije. «Tal vez Mariano o Sandro», agregué. «Entonces sí sabías», repitió. «O sea, sí, pero no me acordaba, tal vez lo mencionó, pero no le tomé importancia», dije, demostrando, una vez más, mi nerviosismo. No me culpen, tenía muchas cosas en la cabeza y no pude lidiar con la situación. «Ya, Mateo, sabes, me tengo que ir», dijo. «Carajo», pensé. Me agarró frío y lo primero que hice fue sostenerle la mano. Ella me la soltó. Entonces, me acerqué y traté de darle un beso, que esquivó sutilmente. Y se fue donde Patricia. «La cagué», pensé, o lo dije, no lo supe en ese momento pues la bulla empezó a sonar más fuerte y la gente parecía entrar al clímax de la noche. Yo, en cambio, había metido la pata. Pude haber hecho algo al respecto, pero, sinceramente, o estúpidamente, no le tome importancia. Hasta que pasó.
Mariano se me acercó, sin saber lo que había sucedido, y me dijo que sus amigos de intercambio habían llegado. Por lo distraído que estaba, solo le hice un gesto mientras trataba de buscar a Rebeca con la mirada, y vi que un grupo de desconocidos entraban y saludaban a Mariano. Fui a la mesa y me serví un vaso de ron. Me apoyé a un lado mientras tomaba y pensaba qué hacer. Óscar fue a la mesa a servirse un trago y me vio a un lado, y no sé qué cara habré tenido para que me preguntara si pasaba algo. Le conté, en pocas palabras, lo de Dayana y Rebecca, y solo atinó a decirme: «Hermano, estás jodido», con su típica vocecita burlona. «Gracias, no me había dado cuenta», le dije, y empezó a reír. «Bueno, hablaré con Dayana entonces», me dijo. «No es necesario, ella no es el problema. Yo sí», le dije. Me dio unos palmos en la espalda, cogió su trago y me dijo: «Cualquier cosa estaré con la promo», y se fue.
Al otro lado de la sala vi a Rebecca con Patricia y otras chicas que no conocía. No quise perderla de vista, por si se iba, como me había dicho. Hasta que vi que cogió sus cosas del mueble donde las había dejado. Entonces, no lo pensé y fui a hablarle, pero en el camino me interrumpió Patricia, y fue ahí que me dijo: «Ni te acerques, por ahora no quiere verte ni hablar contigo». Yo la escuchaba aturdido y miraba por encima de ella a Rebecca, quien estaba concentrada escribiendo en su celular. «Nuestro taxi ya está cerca, y mejor, yo tampoco tengo ganas de estar aquí», siguió, y la miré. «Así que mejor déjala en paz, Mateo», añadió. «Vamos, Patricia, déjame hablar con ella», le dije. «No, lo siento, ya sabes cómo se pone, en serio, es mejor así, por ahora», me dijo. «Además, te lo mereces, por idiota, cómo se te ocurre...», añadió, y se fue. No pude decir nada contra ello.
Vi que salieron y se subieron al taxi. Rebeca ni siquiera volteó a verme. En ese momento supe que la había cagado bien. Ofuscado, tenso, regresé a la mesa y abrí una botella de ron. Y heme aquí. En verdad, ya quiero que todo acabe, nada salió como lo había planeado. Envidio cómo la gente se divierte, bebe y baila sin preocupaciones. Saben, quisiera irme, lamentablemente, es mi casa.