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miércoles, 18 de abril de 2018

Trayecto

Desde el colectivo se aprecia, doblando en la esquina de Ciudad de Dios con la avenida San Juan, por debajo del tren y de sus sórdidos carriles con carteles de colores fosforescentes anunciando las fechas de algunos conciertos de cumbia y de salsa, gentes y ambulantes en una suerte de caos ambiguamente organizado pero al mismo tiempo deprimente. 
Las calles, dentro de su derroche de desperdicios, se encuentran alborotadas de combis y mototaxis que compiten por llegar primero al paradero, que es en cualquier lugar en donde se encuentre la mayor cantidad de gente. Una moneda de diez céntimos vuela hasta llegar a las manos del datero, el chofer pelea con otro chofer, el cobrador empuja a los pasajeros, gentes ofrecen bebidas por la ventana. El caos de siempre. La muchedumbre se bifurca y se adentra en las bodegas, recoge pedidos en las reposterías, acude a las farmacias y algunos timberos entran a los fantasmagóricos tragamonedas. Todos ellos dejando restos de basura por donde pasan. En la esquina del banco se observa una cola interminable, mientras que en las veredas se venden zapatillas de todas las tallas exhibidas sobre una sábana grande y sucia.
Antes de atravesar la avenida Guillermo Billinghurst, se ven academias universitarias y licorerías, karaokes improvisados, pizzerías, pollerías, todas con un nombre parecido. Colegios privados modernos con las paredes pulcras y las ventanas nuevas, y colegios estatales antiguos con las paredes pintadas y las ventanas rotas. Pequeños locales, discretos y apretados, venden películas piratas y arreglan celulares robados. En los techos de los edificios se ven carteles de publicidad y avisos despintados por la humedad y por la lluvia. Cada dos o tres cuadras se encuentra un Quiosco. Los titulares de los periódicos dan noticias de fútbol, corrupción y feminicidios. Estos dos últimos, lamentablemente, son pan de cada día. «Pasaje, pasaje», dice el cobrador, de pronto, llegando entre las filas de pasajeros. Es un sujeto cobrizo y pequeño. «Hasta el Consejo» le digo, pagando con un sol, y me entrega el boleto. Arrugo el pequeño papel con mis dedos, lo enrollo, lo desato, lo hago una bolita hasta que desaparece, veo de nuevo por la ventana, el mismo escenario sin luz. Ya es de noche. 
En el siguiente paradero veo caras conocidas. El tipo de relación que haya existido genera un saludo, o sino un simple intercambio de miradas. San Juan de Miraflores es un distrito muy pequeño, pienso.
Los colectivos recogen pasajeros en la esquina de la CT, debajo de un cartel que dice “Paradero Prohibido”, y dejan detrás de ellos una ráfaga de humo. El cobrador grita, la gente se amontona, la barbarie de siempre, pienso. Suben al colectivo ancianos, mujeres embarazadas, solo algunos ceden el asiento, otros se hacen los dormidos. Suben, también, ambulantes, cantantes de música andina, jóvenes venezolanos, bien hablados, que se vieron forzados a emigrar debido a la dictadura de su país. 
En la Avenida Canevaro, las grietas de la pista hacen saltar el colectivo y el semáforo no existe. Las señoras agarran bien a sus hijos, los estudiantes se cogen bien de los asientos, los señores de los pasamanos. Un sujeto en las calles entrega folletos, una señora en la esquina vende anticuchos, un loco camina entre dos casas, la ropa rota y la cara sucia, el cabello largo y seco. Un loco. No hace nada, solo mira a los colectivos llegar. Y me mira sin darse cuenta. Al doblar hacia la avenida Belisario, un tumulto de gente baja. El colectivo se siente más solo, ya estoy cerca. 
Restaurantes, lavanderías, tiendas, librerías, la clínica, el mismo trámite: desciende un grupo y el colectivo avanza. «Consejo baja», digo después de pararme con un grupo de personas. Algunas se van por el pasaje, otras cruzan la pista y se adentran en la Plaza de la Municipalidad. Yo camino a paso lento, escuchando a Bob Dylan cantar Forever Young, y me acomodo el cuello del saco debido al frío que hace, que siento. Otro día más de invierno, pienso. Ya pasaron años. Las calles albergan presencias que alguna vez caminaron conmigo. La luz del poste alumbra y de las rejas del complejo deportivo se trasluce el óxido, el recuerdo fúnebre de un tiempo y lugar que es parte de mí y que no puedo olvidar.

jueves, 17 de agosto de 2017

Desván

¿No te resulta extraño? ¿No te causa desconcierto? Todo este caos, este vacío, más arquitectónico que espontáneo pregunta y se responde así mismo—. No sé de lo qué estás hablando —responde, indiferente—. Lo sabes perfectamente: tu familia, tus amigos, tus amores, todos se han ido. ¿Qué es lo quieres? —pregunta mientras voltea a verlo, rechina los dientes y alza el mentón—. Habla de una vez. Quiero saber si estás consciente de lo que hiciste, de lo que causaste —protesta. Sé muy bien lo que hice —afirma, con cólera—. Entonces, no lo niegues —ve entrar una luz de ocaso por la ventana del desván, tiñe parte del suelo rajado—, y acepta tu desdicha por pensar que no ibas a ocasionar algún daño. Y tú quién eres para juzgarme así, por qué me reclamas todas estas cosas —pregunta, ofuscado—. Porque te conozco, y más que nadie diría yo. No puedes asegurarlo —afirma, cerrando los ojos—. Mírate —observa su rostro reflejado a través de un vidrio, las ojeras reposan debajo de sus ojos como un charco, se abren y cierran los orificios de su nariz, su respiración se impregna en el reflejo y desdibuja su rostro, lo hace borroso, indefinido—, ya no eres el mismo. ¿Qué pensaste, que revelando algunos secretos por medio de historias y personajes no ocasionarían algún daño? No, no revelé nada que ya no se sepa —se defiende. ¡Pero los pusiste en vitrina, los expusiste a un mundo del que no estaban preparados! Y ahora nadie confía en ti. Tú qué sabes. Lo sé muy bien. Te quedaste solo, sin amistades, sin amores y sin herencia. Mira en dónde pasas las noches —observa a su alrededor, encuentra un sofá viejo color carmesí, un buró con un globo terráqueo encima, unas cajas en las esquinas con unos cuantos libros y unos manuscritos—, no tienes nada. Te equivocas. ¿Qué, ahora me vas a decir que te basta lo que tienes? Recuerda a tu familia, la mansión en la que vivías, los viajes a Europa que hacías, la biblioteca que te dejó tu abuelo, las fiestas tan elegantes que se celebraban cada fin de semana y las chicas tan lindas, hijas de las amigas de tu madre, que conocías y a las cuales quisiste sin sentir nada. ¿Y tú qué puedes saber de lo que siento? —escruta con la mirada, se concentra, reniega así mismo—. Romina te extraña, le hiciste mucho daño con tus manías. ¡Que no son manías! —exclama, molesto. Bah, eres solo un egoísta y un mentiroso. Tus historias no eran solo eso que decías: fantasías, ficciones. Viste afectada tu realidad por vanidad —lo mira de soslayo, no acepta tales declaraciones, baja la mirada, abraza sus rodillas, se lamenta—, por soberbia y arrogancia. ¿Sabes algo de Delia? —interrumpe, desvía la mirada al globo terráqueo—. Se fue a Madrid, no quería seguir viviendo en el mismo país que tú. Le escribiré algo. No, ya has escrito suficiente de ella. No fue mi intención —saca una foto del cajón del buró y observa con nostalgia el rostro de ella caminando por las calles de Lima—, debí contenerme, ser más discreto. Pero no lo fuiste, y ahora ella está mejor sin ti. Y Santiago tampoco quiere verte, le das lástima, y él que te confío tanto. ¿Qué vamos hacer ahora? No puedes ir por ahí pidiendo perdón a todo el mundo después de lo que hiciste. Además, ni siquiera te arrepientes, solo buscas excusarte con argumentos que avalen tus innobles actos. David fue el más afectado, sabías lo delicado que era para él el tema de su hermana. Pero lo convertiste en un drama que no te pertenecía, pusiste en evidencia su humanidad, pero también la privacidad de su vida. Bueno, qué puedo pensar si lo mismo hiciste con tu familia, contando cómo fue que obtuvieron su fortuna, revelando un pasado corrupto que no debía salir a la luz pública. ¿Pensaste que nadie se daría cuenta de que se trataba de ellos? Tu abuelo estaría avergonzado de tener a un nieto como tú. Felizmente ya no vive para saberlo. Ah, ahora eres tú el que se avergüenza de su familia, claro, por eso lo hiciste, eres un héroe, bravo. Tus padres, tus hermanos y tu novia no tenían la culpa —se tapa los oídos para evitar oír el sermón, no lo logra, se levanta del suelo impulsándose con sus manos, se sienta en el sofá y coge una vela que encuentra dentro del cajón—, pero igual lo hiciste. Mis motivos van más allá de lo que crees. No lo entenderías —se excusa—. Lo único que sé es que perdiste a la gente que te quería, dime ahora ¿valió la pena? No respondas, sé muy bien lo que dirías —lo ve prender la vela con un fósforo, lo coloca en el buró, alumbra el reducido espacio, afuera ya es de noche—, que sí. Lo sé porque tus delirios son los míos, lo sé porque estuve allí y no pude evitar que lo hagas, que expongas, de manera casi total, la vida de los demás. Cambiar los nombres, los lugares y las fechas no iba a funcionarte siempre. Meterte con las historias de tus más allegados amigos, de tu novia y tus amantes, de tu familia, revelar sus secretos, contar tu experiencia al lado de ellos, recrearlos de manera fiel y contar lo que pensabas de cada uno sin dejar nada a la imaginación, sin filtros, sin escrúpulos, sin remordimiento, ¿te parece poco? Entra una ráfaga de viento por la ventana que compromete el fuego de la vela y lo apaga, toscamente, dejando ver el humo. Busca otro fósforo y la vuelve a prender, el azul naranja crece, el desván se ilumina de esquina a esquina y descubre que está solo, que no hay nadie más que él.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Tarde

Una vez más cometí el error de no simpatizar con el tiempo, de no cooperar con él y darle el valor que merecía. No tuve la dicha de coincidir con tus pensamientos, ni de hacerte saber los míos cuando era el momento adecuado. Tarde me di cuenta de los hechos, de las pequeñas cosas que ante los ojos de quien está enamorado, no debían de pasar desapercibidas. Me culpo a diario, aborrezco con el alma el silencio que habitaba en mí. Ahora y sin proponérmelo, estoy expuesto ante ti, a un grado de indiferencia que cala en espacios que no había descubierto. Y maldigo todos esos instantes en donde el corazón y la mente se creían más astutos. 
No advertí que al confesarme a cuenta gotas, a base de metáforas e historias, con cimientos de aforismas y frases de mi memoria, para crear un mundo con letras para nosotros, me encontré solo, con fragmentos de los dos y con una realidad que me repetía lo mismo constantemente: que no era la respuesta. Lo único que provocaba era eso, vivir en un estado de incertidumbre, de declive, con la vaga intención de encontrar algún refugio. ¿Cómo te explico que el tiempo no es motivo para dejar de pensarte? El alma no se cansa ni busca atajos, no sabe de contratos ni de propuestas que le inciten a olvidar. Tengo dudas desde el último día en que te tuve entre mis brazos, de esos momentos que estuve contigo y no lo sabía. 
Te busqué tantas veces para compensar mi silencio, para decirte de nuevo, sin excusas ni pretextos, que te quiero y me basta un abrazo tuyo para ser feliz. Y así lo demuestro, dejando de lado mis pretenciosas ganas de escribir algo nuevo, algo que trascienda y descubra un misterio, porque entendí que lo esencial es ser sincero con las personas que nos hacen sentir especiales. Pero, y de manera contundente y sin piedad, llega como puñal una verdad que aún no logro aceptar: que ya es tarde. 
Me cuesta asimilar que es cierto, que no cumplí con los estándares de tiempo para responderme a mí y a ti, lo que había sentido desde un comienzo. Tarde, como el hombre antes de morir y querer librarse de sus pecados. Los recuerdos no cumplen su parte del trato, me hacen verte en cada sueño, en cada pensamiento y me infunden el miedo de concebir la posibilidad de perderte. Tarde advertí de que sentía algo, tarde culpo a un corazón que creía haberlo vivido todo. ¿Qué fue lo que pasó? Creí haber sido cauteloso, paciente y constante, esta vez mi intención final no era el exilio. 
Vivía buscando la forma correcta de desatar mis palabras contigo, de explicarte, paso a paso, que desde que nos conocimos tuve la fortuna de volver a ser el mismo antes. En mi mundo el tiempo era infinito, sentía que volvía a los orígenes del amor, de las historias que emocionan a uno. Pero ya era tarde para empezar de nuevo, para borrar mi delito y hacerte olvidar las veces que estuve a tu lado en donde fuiste testigo de lo que callaba por dentro. Tarde resolví mis dudas de querer estar únicamente contigo. 
Y sin embargo, entre tanta histeria por el hecho de no poder recuperar el tiempo perdido, sigo aquí, endeudado de palabras, con el aliento a punto de acabarse y la mirada extraviada, con la compañía equivocada para pensarte menos cada día, con voces que creen saber la verdad que hasta hoy no dije: que aún conservo el recuerdo de tus besos, de tus ojos clavados a los míos en el momento cúspide en donde inició toda esta historia que aún quiero seguir escribiendo, a pesar de saber, con total lucidez, que ya es tarde.