viernes, 21 de agosto de 2015

Invencibles

Invencibles, como los sueños de los que nunca dejan de luchar. Sí, así nos concebimos, apostando por algo que muchos creerían imposible. No había competencia entre nosotros, ni deseos de resaltar ni de mostrarse indispensables. Se trataba de eso, de corresponder el uno al otro, de apoyarnos mutuamente, de ser transparentes en todo aspecto, de descubrir algo nuevo cada día y ser abiertos a todos los temas que la vida concierne para llenarnos de amor y sabiduría. 
Invencibles, como la fe de los hombres que creen en lo que sienten sus corazones. El respeto como gran pilar, a tu persona, a la mía, a tus tiempos, a los míos, a los sueños, a los nuestros. De esta forma tan osada, tan sincera, tan insana y tan cuerda, nos queríamos. Siempre fuimos creyentes de esta increíble historia, jamás perfecta ni libre de errores, pero con más aciertos por pensar con calma y amor ante tanta adversidad que nos tocó vivir para llegar a ser lo que tanto habíamos soñado. 
Invencibles, como las vidas que dejan más que el cuerpo, sino un legado. El tiempo era parte de nosotros, los años, los meses y los días fueron un entreverado de momentos los cuales no cabían en alguno en específico. Todo era real, espontáneo, jamás fingimos nada, no era necesario. Las veces que nos vimos invadidos por la duda no nos incitó a buscar culpables, reconocíamos nuestros errores, no nos dejábamos vencer tan fácilmente y volvíamos a registrar en los hechos las mejores historias que compartimos juntos para ver el lado de la vida que sí importa. 
Invencibles, porque el adiós no era más que una mentira que nos mantenía a salvo. De esta forma, tan común en los años dorados del amor que nos demuestran nuestros antepasados, fuimos el claro ejemplo de que aún se podía ser dos en uno a pesar del tiempo. El motivo más grande fue el de cumplir la promesa que nació de niños, de jóvenes y de adultos. Como si los años no pasaran y el corazón aún se mantuviera latiendo. Como si la piel no cambiara y la voz y el cuerpo aún mantuvieran la misma energía como cuando éramos jóvenes. Como si la vida fuera un recopilatorio de instantes grabados por cada vez que estuvimos juntos. 
Invencibles, como los que buscan la verdad y mueren con ella. Solíamos pensar que era inaceptable que ya no existan amores que le den valor a las palabras, a las promesas; que no cumplan lo dicho entre miradas y besos, entre frases y sueños. Fuimos la excepción a la innumerable cantidad de fracasos que se veían ayer y aún hoy en día. Pero, ¿cuál es la clave? Nunca lo supimos con certeza, lo íbamos descubriendo cada día. Éramos pacientes dirán los desesperados. Sí, tuvimos mucha paciencia para llegar a comprendernos, pero no se trataba de soportar conductas inadecuadas, todo surgia desde el origen de nuestra historia, cuando decidimos ser fieles a lo que decíamos y sentíamos. Sin embargo, creemos que va más allá de cualquier teoría que implique exclusivamente la tolerancia, cuando el respeto fue lo que nos llevó de la mano a lo impensable. 
Nos hemos vuelto invencibles porque pudimos vencer las dudas, los miedos, como si bailáramos y burláramos los malos momentos, y porque supimos darle más amor a nuestra historia no solo cuando era necesario. Y aunque mis palabras descifren tal vez un pasado, el presente describe todas estas sensaciones que fueron y son ciertas, porque con el paso del tiempo nos hemos vuelto más invencibles que nunca, venciendo a la vida misma que tuvimos, y conquistando a la muerte que hoy tenemos.

viernes, 17 de julio de 2015

Fragmentos

Todo se dio para ser completamente inoportunos y precisos, para intentar rescatar lo poco que quedó y vernos con una sonrisa después de cada tragedia. «Aún estamos a tiempo de reivindicarnos», solíamos decirnos en aquel entonces. Recuerdo que siempre tuviste la manía de dejar pistas, de crear atajos; todo era impredecible, abstracto, pero de cierta forma, muy sincero. Sin embargo, y a pesar de tanta transparencia, no me tranquiliza saber lo que ocultas, saber lo que callas; ya no me quedan fuerzas para detener las dagas de tu orgullo, las batallas cada noche, los golpes reacios de tu silencio. Y aunque me cueste confesar esto, ya no considero sacrilegio perderte, ni me mata la idea de no verte nunca más. 
¿Quién eres tú para aplazar mis dudas?, ¿quién soy yo para reclamarte algún dilema? Son pocas y tantas las ganas que tengo de intentar acomodar mi impaciente aprecio, mi incontrolable sentimiento de culpa, mi apego tan cortante y a la vez tan caótico. Recuerdo con nostalgia que solíamos coincidir con las disputas y las quejas, por eso pensaré un poco en ti y en mí para luego olvidar que jamás nos quisimos. 
Aunque nunca vayas a aceptarlo, estuviste en el lado que siempre repudiaste, y eso no me calma ni me alivia, pero tampoco me sorprende. Irónicamente, logramos marcar un principio con vendas y abismos, y en ese inhóspito calvario se encontraba el paraíso que con calma y amor fuimos descubriendo. Y lo mejor de haber tenido los mismos problemas, fue que buscábamos las mismas soluciones. 
El tiempo siempre fue incrédulo cuando se trataba de nosotros, no habían años o siglos en donde no existiéramos. Por eso, no te imaginas lo cruel que ha sido vivir atrapado en cuatro paredes, y sobre todo, en una extensión de tiempo que pasa lento, contigo y sin ti. Ya habíamos vivido una experiencia como esa, no era necesaria otra ronda más. Pero los golpes aún fingían hacer daño, aún dolían en silencio. 
«Extrañarte es el dilema entre huir o quedarme», solía pensar cuando te ibas sin anunciarlo. Pero, y mayormente, preferí mostrar una dudosa desdicha para prolongar, de la mejor manera, un poco más tu vida. Y es que las ausencias no existen si las sentimos cerca, y tú siempre rondabas en cada pensamiento, en cada ingenuo momento de debilidad. 
Siempre tuviste las palabras exactas para cambiar el rumbo del día y hacerlo más emocionante, más intenso. Tu silencio se entendía perfectamente con el mío, por eso mi soledad se había enamorado de ti. Eras insoportable y de cierto modo eso me encantaba. Pero, y como de costumbre, fingíamos la duda, el dolor y la tragedia. Qué idiotez tan pura, tan repetitiva, tan nuestra. 
Pero, y a pesar de todo ello, no podría desconocerte. Aún extraño tu manera tan efusiva de decir las cosas, tan llenas de ti y vacías de mí. Qué fácil fue romper ese motivo, esa idea constante y perturbadora que sólo nos hizo desistir cuando aún había más. Tu desdicha fue cómplice de mi suplicio, fue mi mirada cansada y desviada con la intención de perderme nuevamente contigo. Hasta hoy.
No tolero la idea de no ser libres. Somos esclavos de un entonces que quisiéramos cambiar. Prefiero plantearme la idea de que intentaremos rescatar los restos que dejamos para vernos de nuevo. Finjamos que pensamos en otros, que nos sentimos bien con una nueva compañía. Finjamos que ya nos hemos olvidado. 
Me cuesta aceptarlo, pero tal parece que sólo lo hemos postergado. La emoción sigue ahí, escondida en el rincón de nuestras dudas. Pero, ¿qué es lo que sugiere este cambio tan extremo? Siempre me fascinó tu interés por descifrar muchas de las tantas incógnitas que con el tiempo había planteado. Es verdad, hay muchas cosas que me faltaron decir, pero que constantemente demostré de una u otra manera. Sería arriesgado romper el tratado, aunque a veces pienso que ya lo hemos hecho. Tal vez el problema fue no reaccionar al mismo tiempo, optábamos siempre por el silencio, por las ganas acabadas después de cada desprecio. 
Somos un enigma inexplicable, seducidos por voces que juran y no cumplen... Tenemos lados opuestos dispuestos a revelarse, y si lo vemos desde esa perspectiva, no somos tan distintos como solíamos pensarlo. Me enseñaste a callar los sentimientos, y nos convertimos en dos piedras de un mismo río. Pero, sigues aquí, escondida por el miedo, borrosa por la distancia y callada por el silencio. Sin darme cuenta me encadené a tu misterio, y libré las batallas que me iban a salvar del pecado de perderte. Y hasta que el recuerdo envenenado intente desprendernos, seremos parte de una historia sin un final que nos recompense a cada uno.


Estos son fragmentos de instantes poco oportunos que, quizá, armonicen mejor en un solo texto, pues han sido escritos a lo largo de los años por cada segundo que llegamos a perder la cordura.

viernes, 5 de junio de 2015

Viernes

Fue un viernes de un mes y de un año que nadie recuerda. Nos vimos extraños, con mil preguntas y verdades de por medio. Nadie logró advertirlo. Estábamos tan perdidos en los recuerdos que teníamos en común que nos tomó tiempo decir alguna palabra. Era absurdo saludarnos como si no nos conociéramos, pero lo hicimos tan bien que nadie pudo percatarse que entre nosotros había una atmósfera de nostalgia, la viva presencia del fantasma ingrato de un amor perdido. Nos rodeaba tanta hipocresía, tanta ausencia, tanta injusticia por parte de nosotros. Supimos fingir bien, decir lo justo y necesario para no levantar sospechas del romance que tuvimos.
Mientras las horas pasaban y la gente disfrutaba el ameno encuentro, nos costaba más disimular la verdad entre nosotros. Empecé a recordar las promesas, el último encuentro, los hechos que relataban en silencio una historia atrapada en la discreción de las miradas, en los recuerdos que nos atan y desatan, que nos complican de una manera que ninguno pensó vivir aquel día. Habíamos acordado olvidarnos de todo, dejar atrás lo vivido y continuar así con nuestras vidas. Pero no contábamos con volvernos a ver de esta manera tan inesperada.
Nos mirábamos con cautela, con la intención secreta de hacer notar nuestra presencia. Cada quien con sus amistades, con sus nuevas vidas hechas y derechas, ya casi imposibles de volverse a quebrar, pensábamos con una dudosa certeza. Habías cambiado ese ondulado que tanto adoraba, pero tu esencia era la misma. Tus gestos, tus movimientos tan precisos y delicados, tu manera tan correcta de comportarte, tan digna y poderosa, seguía intacta.
Pero de lejos pude darme cuenta. Seguíamos siendo los mismos de siempre, orgullosos, indiferentes, los que sienten pero optan por el silencio. No nos habíamos dicho ni una palabra desde que nos saludamos, solo nos mirábamos de reojo e ignorábamos por completo. Sin embargo, había algo que nos impulsaba a estar cada vez más cerca. Sin sospechas de nadie, aparentando ninguna molestia, nos vimos otra vez, frente a frente, sin desviar las miradas. Por un momento dejamos de lado el miedo de cometer un error más, y nos arriesgamos sin tanta suspicacia y muy obstinados al respecto. Estuviste allí por horas, y yo allá, en la vida, con las dudas, pensándote todo este tiempo.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Tarde

Una vez más cometí el error de no simpatizar con el tiempo, de no cooperar con él y darle el valor que merecía. No tuve la dicha de coincidir con tus pensamientos, ni de hacerte saber los míos cuando era el momento adecuado. Tarde me di cuenta de los hechos, de las pequeñas cosas que ante los ojos de quien está enamorado, no debían de pasar desapercibidas. Me culpo a diario, aborrezco con el alma el silencio que habitaba en mí. Ahora y sin proponérmelo, estoy expuesto ante ti, a un grado de indiferencia que cala en espacios que no había descubierto. Y maldigo todos esos instantes en donde el corazón y la mente se creían más astutos. 
No advertí que al confesarme a cuenta gotas, a base de metáforas e historias, con cimientos de aforismas y frases de mi memoria, para crear un mundo con letras para nosotros, me encontré solo, con fragmentos de los dos y con una realidad que me repetía lo mismo constantemente: que no era la respuesta. Lo único que provocaba era eso, vivir en un estado de incertidumbre, de declive, con la vaga intención de encontrar algún refugio. ¿Cómo te explico que el tiempo no es motivo para dejar de pensarte? El alma no se cansa ni busca atajos, no sabe de contratos ni de propuestas que le inciten a olvidar. Tengo dudas desde el último día en que te tuve entre mis brazos, de esos momentos que estuve contigo y no lo sabía. 
Te busqué tantas veces para compensar mi silencio, para decirte de nuevo, sin excusas ni pretextos, que te quiero y me basta un abrazo tuyo para ser feliz. Y así lo demuestro, dejando de lado mis pretenciosas ganas de escribir algo nuevo, algo que trascienda y descubra un misterio, porque entendí que lo esencial es ser sincero con las personas que nos hacen sentir especiales. Pero, y de manera contundente y sin piedad, llega como puñal una verdad que aún no logro aceptar: que ya es tarde. 
Me cuesta asimilar que es cierto, que no cumplí con los estándares de tiempo para responderme a mí y a ti, lo que había sentido desde un comienzo. Tarde, como el hombre antes de morir y querer librarse de sus pecados. Los recuerdos no cumplen su parte del trato, me hacen verte en cada sueño, en cada pensamiento y me infunden el miedo de concebir la posibilidad de perderte. Tarde advertí de que sentía algo, tarde culpo a un corazón que creía haberlo vivido todo. ¿Qué fue lo que pasó? Creí haber sido cauteloso, paciente y constante, esta vez mi intención final no era el exilio. 
Vivía buscando la forma correcta de desatar mis palabras contigo, de explicarte, paso a paso, que desde que nos conocimos tuve la fortuna de volver a ser el mismo antes. En mi mundo el tiempo era infinito, sentía que volvía a los orígenes del amor, de las historias que emocionan a uno. Pero ya era tarde para empezar de nuevo, para borrar mi delito y hacerte olvidar las veces que estuve a tu lado en donde fuiste testigo de lo que callaba por dentro. Tarde resolví mis dudas de querer estar únicamente contigo. 
Y sin embargo, entre tanta histeria por el hecho de no poder recuperar el tiempo perdido, sigo aquí, endeudado de palabras, con el aliento a punto de acabarse y la mirada extraviada, con la compañía equivocada para pensarte menos cada día, con voces que creen saber la verdad que hasta hoy no dije: que aún conservo el recuerdo de tus besos, de tus ojos clavados a los míos en el momento cúspide en donde inició toda esta historia que aún quiero seguir escribiendo, a pesar de saber, con total lucidez, que ya es tarde.

viernes, 20 de marzo de 2015

Libertad

En el despacho de los hombres que viven con la frente en alto, duermen todas las historias que muy pocos se atreven a contar.
Hubo un tiempo en el que los desdichados solían predicar la búsqueda del milagro eterno y la fuente de la efímera pero sagrada oportunidad. Muchos creyeron, otros ni siquiera prestaron atención. La cierto fue que sí había vida de osadía en sus palabras, pero aquellos tiempos eran de opresión y de voces vetadas por el miedo. Algunos vieron la forma de aprovechar esta tragedia espiritual, y abusando de la ignorancia de las personas, crearon un motivo tan certero que calo en lo más hondo de las almas hasta el punto de darles una vida únicamente de ficción. Se infundió una verdad carente de duda, todo elogio era cierto y bien recibido. 
La muchedumbre no opinaba al respecto, optaban por seguir a los demás y no verse afectados por el cambio de moralidad que impusieron en su vida. Los heraldos se vieron obligados a mentir descaradamente, a construir un puente sin final para que el cansancio tome de rehenes a los más sensatos y conscientes. Así se lucieron los caudillos, hasta llegar al mando de todo, de tal modo que nadie pudo moverlos ni sanar la fiebre de poder que tenían. Se produjo una catástrofe por el miedo, por la incertidumbre, y se perdió todo rastro de los hechos que marcaron su historia.
El pueblo se vio obligado a contenerse, su gente no podía volar ni verse a la cara sin sentir temor de que lo perdieran todo. Las mujeres más bellas se despreciaban y se mostraban tristes. Los hombres, impulsados por el orgullo, olvidaron que era tenerlo. Se perdió la esperanza y toda razón de vida. Nadie se miraba a los ojos, nadie sonreía, nadie decía lo que sentía por dentro. El constante atropello a los más honrados intimidaba el poco entusiasmo que había en el pueblo. Era implacable el odio y el rencor. Ya no había vestigio de seres que querían conocer la dicha de ser felices. Les habían quitado la identidad, y eso era lo que más les dolía.
Después de tanto abuso e injusticia a la vida, llegó el día en el cual todos los secretos guardados en el corazón de la gente no pudieron contenerse más. Dejaron todo atrás por descubrir la verdad, por recuperar la esperanza y las ganas de vivir como se debe. Formaron grupos de apoyo y de protesta, destruyeron todo a su paso sin arrepentimiento alguno. Hubo muchas pérdidas, pero sabían que la causa lo valía. La mañana, la tarde y la noche fueron testigos del infierno que se había desatado. Los niños vivirían por siempre con el trauma de un conflicto civil. No había otra salida, debían correr el riesgo para empezar de nuevo. No fue fácil, pero pensaban en su futuro, en sus hijos, en sus nietos, en su linaje. Buscaban algo más que la paz en sí misma, buscaban el amor y la alegría que tanto se les había negado, sobre todo la libertad y la identidad que alguna vez fue derecho principal en sus vidas. 
Con el tiempo pudieron lograrlo, no habían más trabas ni piedras en el camino, pero el pueblo quedó irreconocible, totalmente destruido. Sin embargo, se había forjado un pensamiento de apoyo comunitario y de noble causa, y volvieron a retomar sus caudales y a crecer como siempre lo habían soñado. La muchedumbre, entre tanta tristeza, volvía a sonreír, a despertar de aquella pesadilla que se había robado parte de su alma por mucho tiempo. 
Y fue de este modo que luchar por la libertad y la justicia se convirtió en un hábito, en un principio fundamental para crear un espacio de tolerancia y respeto, que dependía de todos y de cada uno de ellos, para honrar la vida de los que quedaron atrás y hacer valer de los que aún están por venir.

lunes, 16 de febrero de 2015

Estado

Detesto sucumbir ante este estado de ánimo, ante esta parte de un todo que no pretende ser feliz sino encontrar un equilibrio. Por mucho tiempo logré controlar la ansiedad que causa pensar en lo que está prohibido, sin embargo, no compensa mis ganas de desafiar a lo que muchos llaman imposible. Es como si pudiera posponer mi condena, mi amarga actitud de no llevarme conmigo lo que tanto aprecio y desprecio para no volver y ser el de siempre. No me basta nada, nunca estoy satisfecho, y voy en son de paz pero siempre empiezo la guerra. ¿Cómo es posible dividirse en tantos pedazos y seguir conservando la esencia? No busco respuestas, sino más preguntas que me mantengan vivo y a prueba. 
He aprendido a salir ileso del desprendimiento, de las ausencias, de las despedidas, sin dejar rastro alguno que provoquen volver al origen de todo. No es un tema de egoísmo, ni una cuestión de autonomía, sino más bien de un estado neutral, de sí o no, de resumidas respuestas que no dejen espacio a las dudas. «No solo cambies, mejora», es la frase recurrente por estos días, y no las típicas frases de aliento que, al fin y al cabo, si no nacen de ti, en palabras quedan. Quiero que alguien me diga qué es lo que pasará más adelante, aunque por dentro sé muy bien lo que va a suceder.
Qué difícil es vivir pensando con deuda al futuro, a los golpes que hoy ya no hacen daño y que ves por encima de ellos como retazos de impensables hechos vanos y de poca importancia. 
No le dediques tiempo a los besos sin amor, a las noches sin historias. Quizá no te guste lo que puedas sentir más adelante, en su agonía de cuatro paredes que conforman un mundo. Es así la idea de siquiera, mostrar un lado más humano, pero también frío y calculador. Y esto es para poder vivir en calma, como los hombres que en tiempos de cólera, encuentran la paz en la meditación que en las quejas y dilemas que surgen en esta nueva era. 
Los ángeles y demonios de los que tanto nos hablan, y que nos cuidan y atormentan, no son más que sombras de nosotros mismos, vigilando a aquellos por quienes nos preocupamos y haríamos hasta lo inhumano para poder cambiar su semblante y corazón. Tenemos la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, lo cierto de lo falso, solo que no nos atrevemos y queremos vivir en un frasco que nos mantenga seguros y cuerdos a lo que hay allá afuera.
Este es mi estado en un tiempo y en un momento de conflicto, de intenciones internas que calan cuando me quedo callado. Sigo aquí, entre orquestas y derrotas que alimentan toda esta ironía. Y todavía sigo viendo las cosas con calma, en un silencio que me ayuda y destroza cada cierto tiempo, pero que al final del día, me permite dormir en paz conmigo mismo.

domingo, 18 de enero de 2015

Verano

El verano siempre es una odisea, un milagro después del invierno para aquellos que no soportan el lado amargo del tiempo. En sus días se ocultan historias cortas pero casi imposibles de olvidar. En la mayoría de los casos, los protagonistas gozan de un asombro incalculable y cumplen el cometido de quererse mutuamente sin caprichos ni excepciones. 
Existen tardes llenas de prisa y de paciencia, noches que ignoran las horas, que solo buscan un pretexto y una buena compañía. Los caídos, sin ganas de nada, se encuentran en esta etapa del año para compensar el tedio del pasado y vivir nuevamente. Los que están arriba no sucumben y disfrutan, juegan y planifican bien su tiempo para salir ilesos y con una sonrisa traviesa en el rostro. Otros, los que viven en el limbo de lo vano y lo placentero, prefieren construir normas y espacios únicos para hacer de la privacidad el intermediario de emociones inexplicables. Curiosamente, los débiles irrumpen de manera sorpresiva y acaban siendo los más fuertes. 
Pero el verano es más que una fuente de paz y de locura, es una recopilación de momentos extravagantes, repletos de dichas y a veces, de arrepentimientos que no caben en una sola explicación, que se vive de diferentes formas, que cumplen la función de dar buenas nuevas, inesperadas y misteriosas. De modo que flagela el peso del tiempo, para renovarlo, para darle una mejor perspectiva a lo que se viene.
Es una etapa de descubrimiento, de insomnio y de ratos exclusivos que suelen marcar un antes y un después. Los encuentros se dan sin un acuerdo previo, suceden en el momento menos pensado y se proyectan para una experiencia más allá de lo agradable. Todos coquetean con la idea de ser libres y se abstienen a lo que tanto buscan pero que niegan, que es compartirlo con alguien especial. El resto, sí vive aquella dicha, y en silencio consumen y alargan su vida entre abrazos y besos sinceros. 
La decisión está allí, nadie obliga ni protesta, todos viven el solsticio a su manera. Sin embargo, los solitarios hacen del tiempo un escape de ayuda, de momentos alejados y firmes para con sus metas, y logran ejercer en esta época lo que muchos quisieran. 
En síntesis, los amores, las penas, los fracasos, las histerias y locuras que se viven siembran un recuerdo pleno e inimaginable. A veces, un poco brusco con los inocentes, pero gratos de volver a recordar. Deja, sin duda, un espacio para la nostalgia cuando un día miremos hacia atrás. Así es el letargo de esta temporada, infinita para los más locos y fugaz para los más cuerdos. Verano, origen de un ciclo, la propuesta interna de empezar de nuevo, el golpe certero a los malos tiempos y el comienzo a un nuevo estilo de vida.


jueves, 18 de diciembre de 2014

El otro

Él no entiende de desdichas, no cree en la mala suerte, no le teme al tiempo ni a los silencios, a nada en lo cual no pueda ver. El otro, sin embargo, busca el significado de lo imposible, el dilema de lo cotidiano, no recrimina las ausencias ni advierte a los que deciden quedarse. 
Son dos pensamientos convergiendo en un solo cuerpo, enredándose entre ideas, concepciones, doctrinas y creencias. No existe un final cuando defienden su posición, cada uno es juez y abogado de su propia palabra. De esta forma conviven, luchan internamente deseando ser uno solo pero intentando imponer sus formas de ser y de ver la vida. A diario suelen sucumbir ante las propuestas de cada uno, pero nunca llegan a un acuerdo sin morir un poco después de cada encuentro. Les cuesta mostrar un solo lado del rostro, un solo Yo ante la sociedad que los ve como un mismo ser.
A pesar de que ni uno es el bueno y el malo, uno cree ser el héroe y el otro el villano, y no advierten que a veces son un poco de ambos. Saben que es imposible, pero intentan permanecer distantes, solemnes entre el día y la noche. Uno crea leyes y el otro las rompe.
Se trata de una vida llena de contradicciones, de golpes que no hacen daño, de verdades inventadas, de solitarios con fobia a la soledad, de leyendas que no dejan huella, de historias escritas pero jamás contadas. 
Él no comparte su tiempo ni reparte su espacio, se cree el amo y señor de las ideas, de los hechos más importantes que han vivido. El otro, sin embargo, vive de limar asperezas, de olvidar castigos, de perdonar a ciegas. Son dos almas en un cuerpo, dos razones, dos verdades.
Viven en un debate constante, en un camino con atajos hacia el mismo paradero. Creen que la ruptura los haría libres, capaces de revertir la vida y ser uno mismo. Compiten siempre, no se miran nunca, juran poder sobrevivir solos pero no comprenden que son esclavos perpetuos del delirio cuya historia se encarga de difamar a cada uno.
«Déjame libre, aléjate siempre, quédate luego y vive sin mí», se suelen reclamar desde los orígenes del tiempo. La misma frase, corrupta y egoísta, pretenciosa y de doble filo.
En el podio del olvido nunca deciden a quién poner en lo más alto. Uno cree ser el dueño y considera al otro su esclavo, cuando en realidad son reyes sin corona de un mismo reino. No admiten sugerencias, velan por sí mismos sin saber que logran caminar solos y a la vez acompañados. Se condenan, se inventan conflictos, se aconsejan para provocar un mal paso, pero al final del día, al verse en los mismos problemas, se dan la mano y trabajan juntos.
Por momentos se encuentran en un tipo de resaca rencorosa, se esconden en la plenitud y se consuelan, discuten, pelean a morir y viven de nuevo. Viven en una guerra constante, donde los tratados, por orgullo, no son leídos ni tomados en cuenta. 
Uno tiene la idea de que el amor es la mentira más hermosa que jamás ha sido creada, tan sagrada como el destierro de una emoción que ya no cumple con su cometido, que es el de conmover y hacernos perder la certeza de saber si estamos vivos o muertos. El otro, en cambio, cree en la redención, en el capricho de que morir por amor es la muerte más sensata, donde no hay pierde si se entrega, si demuestra, sin temor al rechazo, la cartas que escribe en su memoria.
Ni uno acepta ser la sombra, el reflejo, el otro; creen ser el Yo real y reniegan de su contraparte, y aunque a veces dudan sobre quiénes son realmente, se aferran a la idea de ser el verdadero, de ser las dos caras de la misma moneda. Sin embargo, ignoran que entre sus discrepancias existe una armonía, una virtud, un equilibrio perfecto para convivir en la paz y en la guerra.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

La huida

Ya casi nadie pregunta por él, han pasado un poco más de cinco años y siguen sin haber rastros de aquel hombre. Se decía que había muerto, que después de que dejó a su familia, a sus amores, a sus amigos, perdió la cordura y decidió no volver. La última vez que lo vieron vestía un traje de gala, sostenía una copa de vino y un maletín con sus pertenencias, sentado en la barra del bar a unas casas de la plaza central de la ciudad. 
Su mejor amigo, Gabriel, jamás reveló el por qué de la huida de su compañero de casi toda la vida. Según él, nunca le confesó el motivo, pero hasta el día de hoy nadie ha llegado a creerle. Este recelo se debía a que los dos eran muy unidos, desde jóvenes se los veía andar en la ciudad, viviendo una vida desenfrenada pero muy centrada en cuanto a valores se refiere, conquistando lo que se les cruzaba en frente con la picardía que caracterizaba a los jóvenes de aquellas épocas, sin llegar a lo vulgar y mostrando un lado noble sin esperar retribución. Su familia sigue a la espera de su llegada, y aunque ya nadie comenta sobre él, tienen la esperanza de que regresará con buenas nuevas.
Una señora mayor, cuya edad exacta nadie conoce, relata que en los últimos meses vio al joven en situaciones muy extrañas, como si tramara algo y evitara que todos lo supieran. Al parecer, el hombre había perdido y descubierto algo sumamente importante, tal vez fue obligado a marcharse sin decir nada, tal vez fue testigo de una traición, o tal vez fue el simple hecho de conocerse así mismo. Sea cual fuera la causa, él tomó una decisión, coaccionada o no, no se llegó a saber más de él. Ciertamente, unos años antes de irse, habían llegado nuevas personas a su querida ciudad, con la promesa de ayudar a todos los que vivían con carencias. Sin embargo, hicieron lo contrario: abusaron de los inocentes y corrompieron a los que querían hacer bien las cosas. Debido a esto y a los continuos alardes y discrepancias con los nuevos hombres, se forjaron los rumores de que ellos fomentaron su inesperada desaparición. 
Nadie nunca lo supo con certeza, ni siquiera los amores que tuvo por aquella ciudad: Esmeralda, Ayda, Isabel, Piedad y Mercé, su último amor. Con ella tuvo una relación de muchos años, era una joven de tez clara y de rizos enormes, tenía la sonrisa más cautivadora y tierna de todas. La gente los veía como la pareja perfecta. Sin embargo, ni ella ni sus amores pasados pudieron explicar el frenesí y la locura que él tuvo para irse, para abandonar todo sin importarle nada, dando la idea que dejó de existir, que ahora solo merondea como un fantasma y vive como un misterio en el pueblo al cual dio su apoyo a muchas personas. No era tampoco el más querido ni mucho menos, pero siempre se mostró desinteresado al dar la mano, al comprometerse con brindar un poco de su tiempo para lograr un cambio en su ciudad que poco a poco emergía del olvido.
Por largo tiempo sus allegados vivieron confundidos, lo único certero fue que ya no se supo nada más de él, desapareció. Y aunque muchos quisieran saber el porqué de su adiós tan repentino, solo él podría explicarlo. Y mientras se mantenga como lo hace, distante, casi inalterable, los años seguirán pasando y su ausencia provocará toda clase de historias acerca de su paradero. Dirán que fue a buscar nuevas oportunidades, que conoció a alguien y dejó su pasado atrás para empezar de nuevo. Dirán que se volvió loco, que ahora vive en todas partes y en todos los tiempos, que su huida fue un reclamo a las injusticias que se vivían por aquellos días. Dirán lo mejor y lo peor, lo más extraño y lo más absurdo. Dirán tantas cosas hasta que él un día vuelva, para aclarar que su intención nunca fue abandonar a nadie, que su 'huida' como muchos llaman nunca existió, que en realidad fue una búsqueda inconclusa, un acto de ego masoquista por los constantes atropellos a sus semejantes, un exilio incomprensible en busca de esperanza, una venganza a él mismo por no poder salvarse del dolor que ocasiona el olvido. Tuvo que vivir una contienda divisoria entre perderlo todo para justificar su escape, y así hacer entender a los demás que su ausencia no fue en vano, que necesitaba hacerlo para cumplir lo que más quería, lo que nunca a nadie confesó.


martes, 23 de septiembre de 2014

La amistad

La amistad es una cadena, una promesa inquebrantable, eterna. Es un estímulo grandioso de confianza constante, de reflejos y momentos oportunos. No se sabe con certeza cuándo es que empieza, tal vez una complicidad te puede dar indicios, pero no siempre es fiable. Pienso que el punto de origen se encuentra en el momento en que no te sientes cohibido y te muestras tal y como eres. Allí se especula la compatibilidad que existe entre ese alguien y tú que, por circunstancias de la vida, promueven un pacto a ciegas, una seguridad instantánea que no compromete ni obliga, pero que te empuja al cumplimiento de verdades desveladas, al actuar sin temores, y al trabajo inherente de la duda, que poco a poco se despeja entre dos o más individuos.
La dicha se vive a la par, pero más aún en el infortunio. Y es ahí en donde se comprueba con más seguridad aquella complicidad, que al contrario del amor, no discute su tiempo, y se puede apreciar en el momento en el cual te ves en vuelto en un sinfín de risas y de angustias calmadas. Cuando existe amistad verdadera, no se pierde por el tiempo, mucho menos por la distancia. La amistad crea portales, momentos infinitos de total recaudo y exactos en la mente que siempre serán gratos recordar. Así pasen los años, nunca será suficiente viajar en el tiempo para volver al punto en donde empezaron a crearse todas estas historias.
El tema de la traición es una causa perdida, una incógnita, un dolor sumamente extraño, muy diferente al del amor. La confianza es un tesoro, un regalo muy preciado, que cuando se rompe, ya no hay vuelta atrás, ya nada vuelve a ser lo mismo. Y solemos culparnos a nosotros por haber confiado ingenuamente, por haber desnudado en parte, nuestra atmósfera, nuestras glorias y fracasos, a la sombra de un mal paso que creíamos conocer.
Sin más, la amistad se puede ver en el apoyo y en el afecto constante, en la búsqueda inconsciente de apreciar las contrapartes, en el placer que genera el respeto y la locura, y en réplicas de momentos de aceptación mutua, libre, y de una comprensión envidiable entre los que viven a la espera y alejados del mundo. Es la palabra sincera, la verdad oportuna, el abrazo eficaz y la copa del amigo. Por lo cual, la amistad no tiene precio, ni barreras, ni límites, transciende y convierte a extraños en hermanos por elección.


miércoles, 30 de julio de 2014

La gran casa

No hace mucho tiempo que aquel aposento era refugio de incontables anécdotas, historias y encuentros. Recuerdo muy bien los días de infancia que viví allí, los juegos, las reuniones, las fiestas, los buenos deseos. De niño siempre sentí la casa enorme, como si fuera un gran laberinto. Sin embargo, todos los días mi curiosidad me llevaba a descubrir puertas nuevas. 
La entrada tiene un pasadizo extenso, casi interminable al punto de encuentro y bienvenida, donde los saludos y abrazos se daban cada cierto tiempo para quebrar el mito de la distancia. A los lados, dos futuros diferentes, con fuentes de esfuerzo y ganas de salir adelante. Más allá, pero no tan lejos del centro de encuentro, había una fuente natural, en donde crecía un árbol para darle vida y color al patio de la calma. Al lado, se preparaban los más grandes festines y buffets para todo aquel que compartía un lazo familiar y de amistad de antaño. Al subir las escaleras, que en mi imaginación y en la de mis primos se convertía en un deslizadero cuando teníamos que bajar, se encontraban diferentes centros de noche para calmar el duro y largo viaje de sus visitantes. Y desde el último piso, casi rosando el cielo, se podía observar a las innumerables personas buscando un camino, una salida, un medio de sobre llevar el peso del día y llegar a su destino. 
Saliendo de todo ese laberinto acogedor, allá afuera existe un gran y hermoso parque llamado 'Seis de agosto', en donde los más jóvenes como los más grandes acuden y disfrutan de la paz que aún hoy en día mantiene. 
No habían fechas predeterminadas para la llegada de visitas, podía ser en verano o en invierno, o en el momento menos pensado. Siempre era grato recibir a los que venían desde lejos. 
Tuve la gran dicha de vivir allí cuando era niño, y también de más joven. Por tal motivo, guardo secretos e historias que nacían cuando los que estaban lejos, venían al lugar donde crecieron y que con mucho sacrificio habían creado. Recuerdo que a veces solía perderme a solas viendo los cuadros, los momentos retratados en una imagen, la foto de mi tío Hernán como si nos cuidara y se alegrara al ver a toda su familia compartiendo juntos. Cómo olvidar a mi abuelita Celith viendo sus novelas favoritas y al mismo tiempo hacer los quehaceres del hogar, cuidando de mí y de mis demás primos. Cómo olvidar a mi abuelito Higinio, siempre descubriendo objetos de muchos años atrás, contándonos y explicándonos cómo funcionaban en aquellas épocas. Su entretenimiento favorito era el juego del sapo, el cual todos pudimos disfrutar y pasar momentos agradables cada fin de semana. 
Todos y cada uno de estos recuerdos viven en esencia allí. Pero es curioso regresar, sentir nostalgia del ayer y recordar estos detalles. La gran casa, como solía decirle cuando llegaba, vio crecer a mi padre, a mis tíos, a mis primos y demás, los acogió, les dio refugio y unió a quienes estaban lejos, porque al final de todo de eso se trataba, pues a pesar de las situaciones que acarrean las pérdidas y la distancia, la gran casa nos enseñó que la familia siempre debe de permanecer en paz y unida.


sábado, 7 de junio de 2014

Señuelo

A veces tratamos de evitar los golpes, las constantes caídas, buscamos la forma de resistir un poco más para lograr llegar a la tan ansiada gloria, gloria que, a través de los años, la historia ha impuesto. Dicha gloria se manifiesta en distintas formas para cada uno, y al atar cabos somos felices por un momento. Sin embargo, el hecho de que en un lapso de tiempo es posible olvidarlo todo suele ser una gran y absoluta mentira, aunque solo se cumple si no has querido de una manera poco probable y conocida.
Jamás subestimé sus miedos, pero sí subestimé los míos y de la peor manera. Recuerdo muy bien sus últimas palabras, su último beso. ¿Qué hemos hecho todo este tiempo? Los señuelos cumplen su cometido, pero no son para siempre. Es mi castigo, merezco el delirio de todas esas miradas sin oficio, de todos esos cuerpos vivos pero sin alma. Y nos sentimos agotados por vivir una suerte de encuentros no planeados, una curiosa aventura de velos sin dueño, de símbolos con formas indiscretas a la par de un dicho extraño.
Desde el principio hasta el final, nos dominó la locura, y estuvimos tan locos que no advertimos todo lo que se perdería. Nos dio igual, no pensamos en las consecuencias. Cada quien por su lado, cada quien con su espacio, cada quien con su Dios, cada quien con su forma de ver la vida. ¿Y ahora? No tenemos nada claro, los señuelos son parte fundamental de las creencias, de los misterios, pero no existen respuestas claras, solo una acción que equivale por segundos a la verdad que fue creada en tan solo una noche. De una u otra forma, somos un pasado cautivo de errores, con una misión que cualquiera creería imposible, mas no nosotros.
Perdimos algo y tuvimos la osadía de recuperarlo, pero… ¿Quiénes somos para decidir qué perder y qué ganar? No podemos exclamar el dicho que lo dejamos al destino, el destino depende exclusivamente nosotros, sin permiso de nadie, sin obligarnos a nada, actuando únicamente por una razón que nos impulsa a hacerlo. 
Éramos discretos como las historias que se cuentan los mejores amigos, pero siempre hubo una pared entre nosotros, una distancia escondida que no dejaba querernos a nuestra manera. Este olvido nos envejeció el alma, mas no la vida. Me atrevo a decir que somos como una analogía casi perfecta, una catedral que se derrumba pero que al día siguiente está de pie nuevamente. 
Cuando busco una similitud de ti con mi pasado, me recuerdas mucho al sueño que solia tener de niño, en el cual solo corría para poder sobrevivir y despertar para tener una vida nueva. 
No, no te pido que vuelvas si no estás segura, porque al final soy yo quien siempre comete el suicidio de volver en un desesperado intento de olvidarte sin arrepentimientos, para amarte un poco más cada día. Y me duele este juego inútil en el cual pierdo casi siempre, sin saber cómo empezar de nuevo.
Los señuelos no compensan el ruido que ya no haces. No conozco días que no sepa u oiga algo de ti. A veces creo verte entre la gente que para mí no existe. No me cabe en la memoria otra historia que no quiera repetir si no es la tuya. Odio los desprendimientos, pero la vida trata sobre eso. Y los señuelos no son capaces de reemplazar un momento inolvidable, ni siquiera de aparentar la gran mentira que corre por los hechos de la soledad y la compañía.