domingo, 3 de abril de 2016

Limbo

Mi nombre es Gabriel Navarro. He muerto a la edad de veintiún años. En un acto de euforia y por abusar de sustancias que estimulaban mi —ahora— fugaz paso por la vida, me vi en el living room de mi novia tendido en el suelo, ya sin vida y con todos los sueños acabados. No creería dicho escenario si no lo viera con mis propios ojos, pues, por alguna extraña razón, aún sigo aquí, observándolo todo, escuchando los testimonios, los llantos y los aciertos y desaciertos que se dicen de mí. Me gustaría que sepan que aún puedo verlos, que todavía presencio toda esta pesadilla que yo mismo he creado. Pensé que al llegar el día de mi entierro esto acabaría, pero tal fue mi asombro cuando advertí que mi presencia aquí recién había comenzado. Todavía permanezco en estado abstracto —fantasmal podría decirse— en este mundo terrenal. Ya empieza a volverme loco la idea de que, aunque suene contradictorio, pueda quedarme a vivir así para siempre.
Ya no he vuelto a visitar mi hogar. Lo hice por un buen tiempo, pero me duele ver a mis seres queridos observando mi foto, prendiéndome velas y orando por mí. La última vez que fui se encontraban todos reunidos, algo que no pasaba a menudo pues mis hermanos solían salir mucho, incluso después de mi muerte. Yo era el mayor de dos hermanos, Luis, de diecisiete, y Sebastián, de dieciséis. La verdad es que no compartía mucho con ellos, lo más que hacía era hacerles la vida imposible cada vez que llegaban a casa, contándoles a mis padres alguna travesura que habían hecho, alguna salida sin permiso o el incumplimiento de una tarea. Tal vez en un punto llegaron a sentir rencor hacia mí, aunque jamás lo hacía con esa intención, era mi manera, extraña, es cierto, de demostrar mi cariño, pues no era muy expresivo con mi familia, mucho menos con mis padres. Ellos, por ser mis progenitores, siempre van a visitarme y a rezar por mí. Yo nunca fui tan creyente como mi padre y mi madre. En su cuarto siempre había estampitas, cuadros de santos y rosarios, y por supuesto, cada domingo en la mañana iban a misa, afán que mis hermanos y yo jamás adoptamos. Aunque yo tenía mi propia idea de Dios y sus aposentos, ahora sí quisiera que fuera como aquel ser omnipotente que ilustraba ese libro tan sagrado por mis padres, y poder llegar a ver las puertas del paraíso, dar mi nombre, entrar y ser feliz, como decían, por toda la eternidad. Aunque lo más probable es que me hayan rechazado y me hayan enviado directo abajo, sí, al infierno. Pensándolo bien, creo que mejor estoy aquí. Sin embargo, y a pesar de todo lo que un día me dijeron y creí, no hay más. Todo es vacío y silencio. No veo a nadie en la misma situación que yo, es como si fuera el único en este mundo que puede ir a cualquier parte sin ser visto ni escuchado. Tal vez hay otros más, pero nadie puede verse las caras. Me gustaría hablar con alguien, contarle de este trágico desenlace que, tal vez, entienda mejor que yo. Pero, ¿se imaginan si todos los muertos anduvieran por ahí? Sería un caos total, a pesar de que los vivos no pudieran darse cuenta. 
Quiero saber por qué sigo aquí, todo parece una proyección, un sueño o pesadilla, que nunca acaba. ¿Y es que acaso hice algo realmente malo? Más allá de consumir ciertas sustancias prohibidas, creo que no fui una mala persona, tal vez sí un mal hermano o un mal hijo, y en cuestiones de amor, a pesar de mi coquetería y narcisismo bien marcado, era alguien claro con mis sentimientos. Pero, volviendo al tema de mi tan extraño e irreal exilio, el peor de todos por cierto, no creo que este sea el limbo del que tanto había escuchado, pues, recuerdo haberme bautizado en esa capilla que visitaba, con flojera, cada sábado por la mañana. Pero si es así, que alguien me diga cuál es la solución, porque los rezos no me están ayudando.
Mi novia aún no supera mi muerte, la sigo visitando cada noche antes de que se vaya a dormir. Se ha alejado de todo y de todos, y me duele en el alma verla así. Tiene toda una vida por delante, y espero, de corazón, que conozca a alguien que la ame como yo lo hice. A pesar de mis errores, de mis problemas de adicción con ciertas sustancias que hubiera querido jamás haber conocido, mi amor por ella siempre fue real. Tuvimos una relación estable de tres largos años y no puedo creer que haya terminado de esta forma. La conocí al terminar la secundaria, para ser más exactos, en el cumpleaños de mi mejor amiga, allá en los primeros días de enero, que de lejos fue el mejor verano de mi vida. Fuimos juntos a la misma academia, pero ingresamos a diferentes universidades. No miento si digo que podría narrar cada momento que viví con ella, pues, es ahora que recuerdo cada detalle de nuestra historia... Te extraño, mi amor, aún llevo conmigo esas tardes, noches a tu lado, tus abrazos, tus besos, tus ojos color miel y tu cabello ondulado que tanto adoraba, también tus palabras de aliento, las veces que me decías que todo iba a estar bien, que las discusiones con mis padres terminarían, sin embargo, nadie jamás hubiera pensado que sería de esta forma tan trágica, con mi deceso. 
Ya han pasado más de seis meses desde que perdí la vida y todavía sigo aquí, merodeando las calles, sobre todo la de ella. Todas las mañanas la acompaño camino a la universidad y rumbo al trabajo que recién acaba de conseguir, y me alegra que poco a poco su vida vuelva nuevamente a la normalidad. Pero, todavía puedo notar que le cuesta disimular su mal estado de ánimo. Aún sigue con la vista apagada y distante, ya no sonríe como antes ni habla con la misma energía, y cada vez que la veo así quisiera abrazarla y decirle que me perdone, que la extraño, que estoy bien en todo lo que cabe, pues sigo creyendo que algún día desapareceré sin poder dejar rastro de todos estos hechos, si es que algún día no lo escribo antes, pues recordarte me hace querer estar vivo de nuevo.
En mi estadía fantasmal —ya me acostumbré a llamarla así— también visité a algunos amigos para saber cómo tomaron la noticia. Al comienzo, como todo deceso, fue nostalgia pura, abrazos y conversaciones en silencio. Pero con el tiempo, ya habiendo asimilado lo sucedido, fui testigo de algunos hechos que realmente me conmocionaron. Me alegró mucho ver que cada vez que se juntaban bebían en mi nombre. Se los agradezco, muchachos. Extraño las ocurrencias de Eduardo, las osadías de Miguel, las últimas de Ricardo y a las primas tan lindas de José, lo siento hermano, la costumbre. También extraño los viernes de peloteo, lo sábados de reuniones y fiestas, y los domingos de paz en la plaza en la que siempre nos juntábamos para conversar y pasar el rato, tal vez unas latas, tal vez unos puchos como ellos decían, aunque en un inicio yo detestaba el cigarrillo, ellos sí lo disfrutaban de manera casual y medida, no como yo, cuya adicción caló hasta en mi sombra al probar su derivados. Pero al mismo tiempo, yo disfrutaba verlos y no podía evitar reír de lo que pasaba un día antes, como tal vez algún encuentro inoportuno con algunas chicas que no eran precisamente sus novias, y que al final del día se lo tomaban a la ligera. Condenados, ya cambien sus vidas.
Un tiempo después fui a ver a mi ex novia. La encontré leyendo algunas cartas que en mis días de adolescente enamorado llegué a escribirle, y vaya que fueron muchas. Pensé que ya se había deshecho de ellas por la forma en cómo terminó todo. No sé si en algún momento terminó por odiarme, aunque me lo dijo muchas veces, jamás pude creerle, pues luego volvíamos a vernos y amarnos como la primera vez desde hace cuatro años. Fue una relación bonita, de adolescentes, esa en la que la ilusión prima por encima de todo. Los primeros años fuimos felices, pero luego las cosas se volvieron turbias y desganadas. Hasta que un día -porque sabíamos que ese día llegaría- todo terminó. Debo aclarar que no le fallé y ella tampoco, pero prefiero omitir los detalles que le dieron final a aquella historia. Sin embargo, ella fue y siempre será mi primer amor, y eso es algo que simplemente, no se olvida. 
Al igual que con los muchachos, visité a muchas de mis amigas. Solían verse con ellos en las reuniones que realizaban, en encuentros fugaces para recordarme y sobrellevar mejor los malos tiempos. A veces iban a visitarme al cementerio, y aunque mi cuerpo yacía allí, yo no lo estaba. Recuerdo haber llevado siempre una buena amistad con las mujeres, tal vez por mi capacidad de poder escuchar sin aburrirme, y espero que eso no se traduzca como una ofensa. Jimena, Raquel y Lucia eran mis amigas más cercanas. Sin embargo, la visita a Lucia, mi mejor amiga, a quien conocía desde la infancia, fue la que más me conmovió. Debo decir que la extraño de una manera diferente a las demás. Con ella podía hablar de todo y me entendía perfectamente. Sus consejos siempre fueron los mejores para cualquier situación, lástima que no hice caso al último de ellos. Recuerdo que en mis días de soltería, ella siempre tenía alguna amiga para mí, y aunque no era la mejor manera de sobrellevar la ruptura de una relación, sí que me ayudaba a no pensar en mi ex novia de la cual ya hablé anteriormente. Querida amiga Lucía, lamento dejarte así, no estaba en mis planes morirme a esta edad, es ahora cuando entiendo que debí hacerte caso en dejar esa maldita droga que poco a poco me iba consumiendo. Quisiera abrazarte de nuevo y decirte que siempre estaré a tu lado, que jamás olvidaré las veces que me hice pasar por tu enamorado para que te dejaran tranquila aquellos pretendientes, según tú, un tanto extraños. Pero por favor, ya es hora de que mejores tus gustos, ese chico con el que has empezado a salir parece el mayordomo de Los Locos Adams, aunque debo aceptarlo, se le ve un buen tipo. Cuídate mucho. 
Luego de haber visitado a las personas más importantes en mi vida, de haber ido a los lugares en los cuales viví los mejores momentos, ya no sabía muy bien qué hacer. No era como si fuera un fantasma —aunque tal vez sí lo era— y podía ir a molestar a las personas pues, sería un tanto inmaduro y cruel de mi parte. No obstante, no todo era como en los libros que leí o como vi en algunas películas. No era vida, valga la redundancia, vivir así después de muerto. Ya quería descansar en paz, pero, simplemente, no podía. ¿Qué era lo que tenía que hacer? Aún no lo sabía, pero ya estaba harto, me sentía cansado, a pesar de que después de muerto ya no tenía ese tipo de problemas, no sentía necesidades de nada, era un simple espectador del mundo. Pero, y en un momento dado y prácticamente oportuno, descubrí lo imposible. Empecé a escuchar voces, pero no veía a nadie directamente, era una voz extraña, que llegaba a ratos y se cortaba, a veces no podía entender lo que decía y me daba miedo saber qué era, pues hasta ese momento, en mi mente, abstracta o fantasmal, yo era el único en este mundo, o se podría decir, submundo, en el cual ya llevaba casi cerca de un año. Poco a poco empezaba a perder la noción de lo que era vida sin tener algún tipo de necesidad más que el de desaparecer de una vez por todas. Me había vuelto un ser inanimado, como un caminante sin rumbo pero con un dolor extraño, que no sabría muy bien cómo explicarlo pues, ya no sentía nada. De mi memoria se habían borrado nombres, fechas, lugares y momentos, como si poco a poco dejara de funcionar y olvidara todo, como si estuviera en un exhaustivo y lento desaprendizaje. Con el tiempo ya no conocería a nadie, mi familia, mis amigos, mis amores, se volverían seres extraños y vería a todos como una gran multitud que me ignora por siempre y que yo olvido lo que son y lo que fueron, lo que hacen o intentan hacer con su vida. 
El tiempo pasaba de una manera que mi reloj biológico —si es que aún tenía— no conocía segundos, minutos, horas ni días, todo era una rutina continua, con colores opacos, cada vez más oscuros y a ratos brillantes, y sentía como si volviera a morir, pero esta vez era como si me descompusiera hasta el punto de llegar a perder la consciencia, para mi mala suerte, con un dolor mortal, pues era la muerte después de la muerte y la vida que ya había perdido más de una vez al no poder descansar como todos, tal vez, quieto y firme, como ya lo estaba mi cuerpo en un ataúd bajo tierra, hace ya un año, en los campos que jamás pensé visitar, al menos no en mucho tiempo, pero por castigo o milagro, yo seguía aquí, viendo pasar todo y fingiendo que vivo, como un alma en pena que ya está cansada de deambular por el mundo, y que ya no recuerda ni su propio nombre.

domingo, 6 de marzo de 2016

Jóvenes

«Queda poco tiempo», me dice aquel joven, incauto, mustio y asediado por la angustia. «No te preocupes, ya estamos cerca», le respondo con una serenidad inquebrantable. 
Esa fue la primera vez que nos dirigimos la palabra. No voy a olvidar la intensidad, la mirada fija que tanto como a él y a mí, nos inspiraba confianza. Éramos un grupo de refugiados, de jóvenes que lo único que deseaban era que termine de una vez la maldita guerra. 
En ese escenario nos conocimos, cuando nuestros campos se habían vuelto hostiles y la verdad había sido escrita por los supuestos ganadores. Fueron tiempos difíciles, de ausencias y vacíos eternos. Yo recién había cumplido los veinte años y la vida ya golpeaba duro en temas que aún no entendía bien. Solitarios, jóvenes y sin un camino fijo. Así nos veíamos por aquellos días. 
Sin embargo, después de los sucesos que nadie quiere recordar, la vida cambió totalmente, el mundo empezaba a ser otro y nosotros, como los jóvenes que éramos, recién empezábamos a vivirlo.
Él, siempre listo ante cualquier cambio, dispuesto a hacer, algunas veces, lo que yo decía, como muestra de confianza y respeto a la amistad que habíamos forjado y sobre todo, a mis acertadas decisiones que, por aquellos tiempos, nos llevaron a la dicha de seguir viviendo. 
Fue así que escapamos de nuestros alrededores, caminamos extensos parajes, visitamos distintas ciudades, conocimos mucho y olvidamos poco. Nuestro lema era el siguiente: «Nada es imposible». Y nos aventuramos en los más exóticos hechos, en las mil y una noches de recuerdos grisáceos, de sueños postergados para vivir y empezar de nuevo. Éramos inseparables, compartíamos las sensaciones, las almas, y de eso se trataba: de alterar las reglas, de hacer lo que nadie jamás haría; pero siempre dentro de los parámetros de lo que es correcto. 
Desde luego, no todo iba a durar para siempre. Pasaron los años y empezamos a vernos más viejos, más sabios, y las cicatrices ya habían hecho y rehecho su propia voluntad. Y yo, decaído por el fin de los tiempos, ya no había vuelto a relucir ese ánimo, esas ganas de querer ser inmortal, a pesar de que ambos ya lo éramos. Los años empezaban a cobrar factura, y la vida, como las almas de aquellos que se fueron por causas naturales y a la vez desconocidas, seguía su rumbo sin interrupción alguna. 
Él, en cambio, seguía siendo aquel joven ante mis ojos, aún mantenía esa vibra, ese pensamiento tan jovial de ser libres, de no morir en un estado de esclavitud y de falsas promesas. Todavía cumplía sus caprichos, el peso del tiempo no fue impedimento, mucho menos su cuerpo, ya cansado y maltrecho, para realizar sus más extraños y curiosos deseos. 
La vida se nos fue entre bares y copas, entre sueños a medio cumplir, entre besos y cuerpos de una noche, entre historias y mañanas que no llegaron nunca. Y hoy, casi medio siglo después, recordamos con alegría y nostalgia las épocas doradas, los días de resurrección y de gloria, de banalidades llenas de orgullo que, al final, no nos produjo ni un bien ni un mal más que el de reírnos al recordar esos momentos que vivimos juntos, para volver a ser los mismos de antes, para volver a ser los jóvenes que alguna vez fuimos.

lunes, 29 de febrero de 2016

Obstinado

Aún no logro descubrir de dónde proviene este afán de querer vivir siempre en exilio, alejado de todas esas sensaciones, de todo el cansancio que provoca el afecto. Siempre lo digo: mi paz es primero. Pero al fin y al cabo, esa paz nunca está completa. 
Me cuesta aceptar que estoy equivocado, que elegí el camino incorrecto. Me niego a creer que así fue, que estoy perdiendo el hilo mortal de la cosas. Vivo siempre dándome la contra para pasar desapercibido, para no ser parte de ese juego en el que siempre termino peor de lo que empiezo. No pienso doblegarme ni faltar a mi palabra, moriré con esta idea, con este cambio tan radical que me roba el sueño y que poco a poco, me apaga la vida.
Tal vez peco de soberbio y mi ego no lo acepta, mi obstinación rompe los parámetros y mis miedos se ven opacados por mis deseos de conseguir siempre la victoria. No quiero ser yo quien caiga de nuevo, quien se quiebre y destruya todo a su paso.
Ya no muestro ese lado que alguna vez me definió ante todos los presentes, y que en esencia soy pero que hoy, o quizás mucho antes, ya ha muerto.
Vivo en un conflicto constante de no sentir y mis palabras, como dagas, me defienden, me cubren y me matan al mismo tiempo. Mírame, estoy a salvo en este mundo que he construido, donde solo vivo yo y un sinfín de historias. Aquí estamos bien, hemos logrado encontrar la paz interna, la dicha, el deseo inminente de estar bien con nosotros mismos. No les creas si te dicen lo contrario, este lugar existe y puedo demostrarlo.
Sin embargo, mirando a los lados, yendo a lugares prohibidos y observando cada cosa al detalle y con una pasión que poco a poco va desapareciendo, me doy cuenta de que estoy a un paso de perderlo todo, de perderme en mí mismo y quedarme atrapado en el infierno que crea el orgullo. 
Trato de no hacerme caso, de no cautivarme por un corazón que cree lo que digo con tanta euforia y que en realidad, es cierto; pero que he evitado sentir pues creo que al final, es lo mejor, es lo correcto. 
He olvidado las bondades que ofrece el afecto, las formas y secretos que te hacen, de manera increíble, morir y resucitar de nuevo. Y se me ha concedido, como el peor de los castigos, convertir a mi soledad, aquella a la que tanto he amado, en mi propio juez y verdugo.
Y muero un poco en todo este silencio, caigo en abismos, cada vez más distintos y más hondos, y me pregunto: ¿Acaso esto no era lo que quería? Si tanto lo prediqué, si fui yo quien buscó desesperadamente este estado. Maldigo el momento en que cambió todo, en el cual la vida me mostró el lado que jamás hubiera querido ver y me convirtió en este ser que no soy yo y que hoy se confiesa.

martes, 5 de enero de 2016

Posguerra

Se lucen los hombres, diestros, cuerdos, con todos sus cabales, o al menos, eso es lo que quieren creer. Pero, ¿acaso yo no? Solía hacerme esa pregunta debido a que la gran mayoría aparentaba algo que no era, pues, y creo que todos lo sabían, no era posible después de dichos sucesos. Sin embargo, y a pesar de lo joven que era, intentaba acoplarme y al mismo tiempo desprenderme del pensamiento común de aquellas épocas. Es cierto, las cosas habían cambiado, pero no para bien. 
Después de los conflictos bélicos nada volvió a ser lo mismo. Quedamos marcados de por vida: el miedo, la pena, la incertidumbre de no volver abrir los ojos ya era parte de nosotros. Eran tiempos de represión, de aislamiento, de miseria cruda. La única forma de sobrevivir era tratar de encontrar la paz para llegar, de alguna forma, a la tan ansiada calma, la cual, lamentablemente, no lográbamos obtenerla. Pero de pronto, sin advertirlo, como si de algún secreto se tratara, llegó ella, cambiándolo todo, provocándole al tiempo un letargo inacabable y sórdido ante las necesidades banales de aquellos que se creen dueños del mundo.
¿De dónde vienes? Nunca había presenciado tal acto, maravilloso y pulcro, como tus manos, como mis ojos al encontrarme contigo. No había sentido tal emoción desde que terminó la guerra, y ahora que lo pienso, tal vez fue por ella que sobreviví a dicho infierno. ¿Puedo saber tu nombre? Tal manifestación merece ser reconocida, homenajeada, como ya lo está en los laureles de mi memoria. 
En un mundo donde la desgracia abunda, verte llegar ha sido un milagro. Es cierto, aún no logramos llegar a la dicha, pero sin duda, viéndote puedo afirmar que existe. 
¿Qué puedo hacer por ti? En un acto magnífico me mira y me habla en un idioma que no logro entender. Me quedo petrificado frente a su presencia porque jamás había visto tanta belleza en una sola persona y digo que sí a todo. Vestía prendas extrañas, adelantadas a nuestro tiempo, tiempo que ni sabíamos cuál era. No me tomó mucho tiempo darme cuenta que ella era la paz que tanto buscábamos, porque había venido para ayudarnos sin pedir nada a cambio, quería brindarnos lo que nos hacía falta, porque después de los sucesos de la guerra, nos habíamos quedado huérfanos de todo, el vacío, la pena, la tragedia misma vivía con nosotros. 
¿Has venido para quedarte? Pensaba y esperaba que así fuera. Pero no vino sola, con el tiempo llegaron más personas unidas a su causa. Y desde luego, las cosas poco a poco empezaron a cambiar. Había un ambiente de amabilidad entre todos, por fin existía un motivo para vivir dignamente. Pero, ¿quién era ella? Está de más decir que para mí fue más que un ángel, más que un amor platónico. No hablábamos el mismo idioma pero nos entendíamos.
Estuve a su lado en todo el proceso de cambio, pues yo quería hacer algo por mi gente, por mi tierra, y gracias a ella pude hacerlo. Ahora, casi medio siglo después, recuerdo cómo fue que pasó todo y veo cómo ha cambiado este lugar desde aquel entonces, y me alegra saber que las personas pueden vivir en las mejores condiciones y sobre todo, felices sin miedo a nada. Y por supuesto, cada vez que la veo a mi lado me sigo asombrando como aquel día, vivo enamorado, y a pesar de los años, sigue hermosa y su bondad no la ha perdido.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Sesión

El hombre había llegado tarde a la estación. Por primera vez notó lo viejo que estaba aquel lugar, «los años no pasan en vano», pensó. Dicho escenario se asemejaba a un desierto, ajeno y solitario, pues, al parecer, todos habían partido a su destino. Fue entonces cuando advirtió que debido a la escasez de vagones el tren no volvería a pasar en más de una hora. Inusual situación puesto que la puntualidad era parte de su vida, y precisamente aquel día tenía asuntos muy importantes que resolver. Ella, como nunca antes, estaba en la hora. Decidida y con la mirada fija al reloj, esperaba impaciente en el juzgado, junto a su abogado, el olvido, para iniciar de una vez la sesión. 
Todo en la vida del hombre había sido una injusticia, por no decir 'mala suerte' porque él no creía en invenciones como esas. Aunque cualquiera lo pensaría dos veces debido a los constantes conflictos que tenía con él mismo y con la vida. 
El amor de ellos había caducado hace mucho tiempo atrás, pero ella aún lo recordaba a pesar de que siempre lo acusó de ser el culpable de ponerle fin a su historia. El hombre tenía una soledad que no lo dejaba vivir una vida como la que ella hubiera querido vivir junto a él. Solo necesitaba el exilio, sus libros y su espacio, porque el amor era solo una fuente para seguir escribiendo, pero al mismo tiempo todo este afán, esta locura de plasmarlo todo, hacía que se olvide de ella, la denunciante de aquel amor perdido. 
El juzgado tenía un portón gigante, como las mismas puertas del infierno en la que los fieles dicen creer. El pasaje era un camino sin fin, o tal vez solo era parte de su pesadumbre por la inesperada demora. Efectivamente, el hombre no llegó a la hora. Lucía cansado, sucio e impresentable por la premura. Ya de por sí el vivir una vida bohemia había masacrado su aspecto. Sus ojos tristes, su voz cortada, ronca por los años y por los excesos, le daban más pruebas a los testigos para declararlo culpable.
Al percatarse de su llegada, la mujer lo miró con odio y con dolor porque en su momento lo llegó a querer mucho. Ni uno de los dos podía creer lo lejos que habían llegado. Ella hizo todo lo posible por salvarlo de esa vida improvisada que él llevaba, no sabía cómo transformar esa melancolía tan extraña, tan única que lo obligaba a narrar, con una pasión indescriptible, lo que él vivía. Pero, y a pesar de todos sus intentos, jamás logró hacerlo. 
La indiferencia, la noche y los ruidos que ya no alertan a nadie se convirtieron en los cimientos que le dieron fin a ese romance que en un inicio parecía cumplir con todas las expectativas de una vida larga y llena de amor. Sin embargo, no fue así. Él se aferró a ese mundo que ella no entendía, se despojó de lo que muchos buscan sin signos de arrepentimiento. 
Frente a todos se declaró culpable, no mostró dudas en su testimonio, sus palabras volaban como dagas hacia a todos y, en especial, hacia ella. Manifestó con euforia que no merecía el aprecio ni el amor de nadie, y, haciendo una pausa con un silencio prolongado, la miró fijamente y le confesó con una voz potente y agitada que, gracias a todos los aciertos y desaciertos que implicaron de manera única el amor que ella le dio, jamás hubiera podido escribir sus mejores historias.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Vuelve

Vuelve a ser silencio en los ratos, en la muerte, en los siglos, en los orígenes de las vidas que por descuido o intención, perdimos juntos. Te lo agradecería, cariño, de la forma que solo tú conoces. Pero por favor, vuelve. 
Vuelve sin saber que existo, sin decirme a dónde irás para perderte un poco el rastro. Pero no, no lo tomes a mal, es por el bien de ambos. Y esto es lo último que quiero pedirte: que vuelvas, que regreses en un intento de exilio fracasado, para saber que hicimos lo correcto, para encararle a tus fantasmas y aceptar, después de tanto, que en verdad has vuelto.
Vuelve sin aviso, sin preludio de que vendrás para animar un poco mis ganas, para avivar de nuevo los hechos. Vuelve para sanar las heridas, para calmar estas idas y venidas que no merecemos. Vuelve para traicionar al pasado, para reírme de él y presencies que aún no he muerto. Vuelve cada vez que puedas, siempre si es posible, y eso sí, no te vayas nunca.
Sería agradable que vuelvas, pero descuida, no te molestes en buscarme, estoy más perdido y vivo que nunca. Sin embargo, quiero que vuelvas, que atravieses cada lugar, que recuerdes cada momento, que descifres las palabras y que reinventes las noches y descubras los hechos, y que sientas unas ganas tremendas de volver para irte de nuevo. Pero ven, aquí te espero, lejos de ti y con una vida nueva. No hay prisa, pero vuelve. 
Y reafirmo mis deseos de querer que vuelvas, de que encuentres otra vez el camino, de que vuelvas a ser tú en este infierno que es el olvido. Vuelve con ganas de vivir, de ser, de nuevo, lo que eras, lo que fuiste, o mejor, lo que siempre has querido ser. 
No pretendo burlarme de tu regreso. De corazón, quiero que vuelvas. Que vuelvas a encontrarte, que veas que he cambiado, que el rencor no existe, que solo vive en tu cabeza. Pero vuelve. Sería bonito saber que has vuelto, porque me conoces y te conozco, y yo sé que amas este lugar tanto como yo. 
Si está en tus planes volver, solo recuerda que las cosas por aquí ya no son las mismas. Ya no existe la culpa, la desdicha, la melancolía ni el pesar. Por tal motivo, si decides regresar, no te sorprendas de lo bien que todo se ha adaptado a tu ausencia. Y es que todo avanza, la vida y el tiempo.
Espero que vuelvas para poder mostrarte, de nuevo, y espero no equivocarme, los caminos, los aposentos de nuestra historia que ya no he vuelto a visitar, y no por desgano, sino porque no recuerdo muy bien el trayecto de dichos lugares. Por eso vuelve, para que reconozcas los paisajes y los momentos, para ver si así me ayudas a recordar. Vuelve, del arrebato te fuiste dejando algunas cartas y algunos besos. Pero descuida, los he guardado bien y puedes llevártelos cuando gustes. Aunque para serte sincero, ya no recuerdo muy bien en dónde los he dejado. Pero vuelve, tal vez pueda encontrarlos.
¿Recuerdas aquel lugar donde solíamos pasar las tardes noches? Me temo que yo no, esta amnesia me ha afectado mucho desde que te fuiste. Por eso me gustaría que vuelvas, hay cosas que no recuerdo bien y la verdad, me está volviendo loco. Esperaré tu respuesta si te animas en volver. Pero antes debo confesarte algo, que si vuelves, quizás no vaya a reconocerte, pero no dudes que te recibiré con los brazos abiertos. 
Vuelve para recuperar la amistad que tuvimos, que no todo en esta vida es olvido e indiferencia. Que después del amor son los recuerdos los que quedan, y que todo lo escrito y lo vivido son etapas de la vida. Y que sepas que el humor con el que te recibo es la prueba de las veces que decíamos que al final nos reiríamos de todo esto.
Por eso vuelve, sin temores, sin el peso del desamor pues este corazón también fue tuyo. Y quédate, quédate y presencia este cambio en los paradigmas, esta revolución que tiene como motivo reciclar los sentimientos y renovar la sonrisa. Y comparte conmigo esta hermosa ideología que, principalmente, sirve para conservar la alegría y transformar la pena. Pero, lamento informarte, con el dolor más grande y con el amor que te tuve, que si vuelves, este corazón ya no volverá a ser tuyo.

sábado, 31 de octubre de 2015

Manicomio

No existe un mejor lugar para nosotros, para tu torpeza, para mi ingenio, para tu cinismo y mi capacidad de hacer verdad tu mentira. Nos conocemos desde hace mucho, desde que el júbilo conoció lo atroz y tu vida empezó a girar en torno a la mía. Bien decían que juntos no llegaríamos a nada, que estando libres conoceríamos la dicha. Sin embargo, nadie advirtió que al mismo tiempo la angustia, la locura y lo caótico serían los cimientos de tan vil historia. Seamos justos y no callemos nada; yo mentí, tú mentiste, los dos nos encargamos de perder la cordura, de asediarnos, de ocultar lo cierto y maquillar lo falso. 
No tengo dudas de que aquel lugar es perfecto para nosotros, por eso, no opongas fuerza, no la gastes en vano. Para que no temas, iré contigo, allá estaremos mejor, compartiendo lo inaudito, siendo yo misma y siendo tú mismo. Empezaremos de nuevo, alejados de la incoherencia de la gente, de sus rumores, de su veneno. Conocemos muy bien nuestros límites y nuestro pasado no es algo que nos asuste. Ya nos hemos visto con otros amores, y no voy a negarlo, fui feliz con él y sé que tú también lo fuiste con ella. Sin embargo, eso jamás evitó que nos sigamos viendo. 
Que sepan de una vez que aún seguimos juntos, que no nos hemos olvidado. Que sean testigos de que todavía seguimos construyendo esta historia, este romance que, según algunos, no tiene ni pies ni cabeza, pero que solo tú y yo sabemos muy bien de qué se trata. Demostrémosles que aún conservamos la imagen, el semblante de los primeros días. Pero, hagámoslo principalmente por nosotros y no por ellos, por los insensatos, por aquellos que solo trataron de enterrar lo nuestro en un intento ingenuo por tener la razón de que juntos no éramos nada. Estaban equivocados. 
Este lugar tan descuidado, tan lleno de hipocresía, de gente ordinaria y fútil, no nos pertenece. Y ellos, los olvidados, tampoco. Solo son parte de un amor que no tiene remedio, salvo el exilio o el olvido de lo que es cierto para nosotros. Seamos conscientes y vayámonos lejos, hasta no recordar quienes éramos en aquellos paisajes. No me calma ver a nadie que no sea tú, y tú también sabes que anhelas lo mismo. Y recalco tus palabras porque me lo has dicho tantas veces, pero esta vez estoy segura. 
Un día no sabrán de nosotros, calmaremos su supuesta molestia, su presencia en este juego, en esta carrera con trampas y atajos en la cual nadie sale ileso. Ya es tiempo, suicídate de ella, él ya murió de mí. Tal vez estoy siendo egoísta, lo sé. Pero tú también lo fuiste, y no me estoy justificando, solo digo lo que en verdad pasó y no quisiste que nadie sepa. 
Si no nos vamos ahora, vendrán por nosotros. ¿Qué estás pensando? Deja de mirarme como un loco, como un idiota que no sabe lo que pasa. Los dos sabíamos que esto sucedería, que algún día, no exactamente cuando, llegaría el momento de irnos. Y sí, juntos, por más increíble que suene, pero de la forma que siempre hubiéramos querido. Iremos de la mano a ese lugar y no por obligación, sino porque cumplimos con los requisitos, porque contamos con el perfil exacto para ser parte de esa hermandad tan perturbada, la cual convoca a las mentes más trastornadas y olvidadas por aquellos que se creen cuerdos ante los ojos de una realidad que, naturalmente, no lo es. 
Allí seremos felices, ya no habrán dudas, ni mentiras, ni besos en otros cuerpos, ni escapes, ni encuentros ocultos, ni rostros ni bocas ni oídos que nos corrompan. Ya no habrá más nada, y nosotros, convencidos de que allá pertenecemos, volveremos al inicio, a una vida austera, limpia de pecados, de insolentes rumores y de vicios que ya no seducen, y solo una verdad, limpia, fresca, sincera, será puesta entre nosotros, para vivir sin atar cabos, sin confusiones ni pretextos, solo nosotros, viviendo la locura de ser felices a nuestra manera.

martes, 15 de septiembre de 2015

La culpa

Ya no hay vueltas atrás, me digo viéndome al espejo con los ojos rojos y llenos de nostalgia. Me he convertido en el hombre que tanto había despreciado, he cometido los pecados que siempre repudié, he quebrantado, sin pena ni gloria, el amor de incontables féminas que creyeron haberme enamorado. Y la culpa la tengo yo. Y no, no me siento orgulloso, pero tampoco desdichado. 
Son historias que guardo en mí como un puñado de momentos que, ahora, quisiera cambiar por la compañía de alguien que haya visto lo mejor de mí. Pero, como de costumbre, silencié los sentimientos, ahogué las sensaciones y miré atrás, a aquel lugar donde se ocultan todos los arrepentimientos más cínicos que cualquier otro. Te amé, sí. Y de verdad lo siento. Sabía que habías empezado de nuevo, que una vida nueva te abría sus puertas, pero quise ponerte a prueba con una voz y un corazón que alguna vez amaste. Es mi culpa, no lo niego. Pero me ofende saber que aceptaste irte conmigo sabiendo que lo único que quería era estar solo. 
Ya es tarde, me digo. ¿En qué momento pasó? No encuentro culpables más que a mí mismo, y me cuesta aceptar este cambio tan radical que me obliga a descubrir el rostro que jamás quise mostrar, pero que estuvo aquí dentro, desde siempre, como el instinto del hombre por anhelar la guerra, los conflictos bélicos, el caos propiamente dicho. Y no bastará con disculparme con todos esos amores truncados, vetados por la culpa, por haber caído y traicionado a aquellos que no lo merecían. Tú y yo, compartiendo momentos a espaldas de los ingenuos que cuando te ven a los ojos no imaginan que estás pensando en mí. 
Quisiera imponerme un castigo, una condena con la cual pueda pagar todo el daño hecho y recibido. Sí, hubo coacción en mis actos, el hecho de cargar con el peso de esta soledad fue la que me impulsó a jugar a estar acompañado para no sentirme tan solo. Pero, no es cierto, la culpa la sigo teniendo yo. 
Y me veo nuevamente en aquel lugar, con cada visita me cambia el rostro y ya no reconozco el ser que soy, nada es constante en su contenido, las palabras y el silencio también cambian, y mis pensamientos mueren por abrazar a alguien que no existe, que ya no está en este mundo, y me acuesto pensando y sonrío a medio dar para burlarme un poco de la vida, para hacerle saber lo injusta que puede llegar a ser. 
Me voy con un dolor ajeno, con un aroma que no me pertenece, cuelgo la culpa en forma de cruz y duermo en vida y no sueño, y atento contra mí en un afán de acabar con todo, porque las historias que antes no tenían fin, ahora solo duran una noche. Y termino en el infierno soltando una carcajada que me atora el alma, la vida, y me cuesta respirar siendo yo, y veo una imagen en el espejo que solo veía en mis pesadillas, y no me encuentro en ninguna parte a pesar de que, sin duda alguna, la culpa es mía y ahí estoy.

viernes, 21 de agosto de 2015

Invencibles

Invencibles, como los sueños de los que nunca dejan de luchar. Sí, así nos concebimos, apostando por algo que muchos creerían imposible. No había competencia entre nosotros, ni deseos de resaltar ni de mostrarse indispensables. Se trataba de eso, de corresponder el uno al otro, de apoyarnos mutuamente, de ser transparentes en todo aspecto, de descubrir algo nuevo cada día y ser abiertos a todos los temas que la vida concierne para llenarnos de amor y sabiduría. 
Invencibles, como la fe de los hombres que creen en lo que sienten sus corazones. El respeto como gran pilar, a tu persona, a la mía, a tus tiempos, a los míos, a los sueños, a los nuestros. De esta forma tan osada, tan sincera, tan insana y tan cuerda, nos queríamos. Siempre fuimos creyentes de esta increíble historia, jamás perfecta ni libre de errores, pero con más aciertos por pensar con calma y amor ante tanta adversidad que nos tocó vivir para llegar a ser lo que tanto habíamos soñado. 
Invencibles, como las vidas que dejan más que el cuerpo, sino un legado. El tiempo era parte de nosotros, los años, los meses y los días fueron un entreverado de momentos los cuales no cabían en alguno en específico. Todo era real, espontáneo, jamás fingimos nada, no era necesario. Las veces que nos vimos invadidos por la duda no nos incitó a buscar culpables, reconocíamos nuestros errores, no nos dejábamos vencer tan fácilmente y volvíamos a registrar en los hechos las mejores historias que compartimos juntos para ver el lado de la vida que sí importa. 
Invencibles, porque el adiós no era más que una mentira que nos mantenía a salvo. De esta forma, tan común en los años dorados del amor que nos demuestran nuestros antepasados, fuimos el claro ejemplo de que aún se podía ser dos en uno a pesar del tiempo. El motivo más grande fue el de cumplir la promesa que nació de niños, de jóvenes y de adultos. Como si los años no pasaran y el corazón aún se mantuviera latiendo. Como si la piel no cambiara y la voz y el cuerpo aún mantuvieran la misma energía como cuando éramos jóvenes. Como si la vida fuera un recopilatorio de instantes grabados por cada vez que estuvimos juntos. 
Invencibles, como los que buscan la verdad y mueren con ella. Solíamos pensar que era inaceptable que ya no existan amores que le den valor a las palabras, a las promesas; que no cumplan lo dicho entre miradas y besos, entre frases y sueños. Fuimos la excepción a la innumerable cantidad de fracasos que se veían ayer y aún hoy en día. Pero, ¿cuál es la clave? Nunca lo supimos con certeza, lo íbamos descubriendo cada día. Éramos pacientes dirán los desesperados. Sí, tuvimos mucha paciencia para llegar a comprendernos, pero no se trataba de soportar conductas inadecuadas, todo surgia desde el origen de nuestra historia, cuando decidimos ser fieles a lo que decíamos y sentíamos. Sin embargo, creemos que va más allá de cualquier teoría que implique exclusivamente la tolerancia, cuando el respeto fue lo que nos llevó de la mano a lo impensable. 
Nos hemos vuelto invencibles porque pudimos vencer las dudas, los miedos, como si bailáramos y burláramos los malos momentos, y porque supimos darle más amor a nuestra historia no solo cuando era necesario. Y aunque mis palabras descifren tal vez un pasado, el presente describe todas estas sensaciones que fueron y son ciertas, porque con el paso del tiempo nos hemos vuelto más invencibles que nunca, venciendo a la vida misma que tuvimos, y conquistando a la muerte que hoy tenemos.

viernes, 17 de julio de 2015

Fragmentos

Todo se dio para ser completamente inoportunos y precisos, para intentar rescatar lo poco que quedó y vernos con una sonrisa después de cada tragedia. «Aún estamos a tiempo de reivindicarnos», solíamos decirnos en aquel entonces. Recuerdo que siempre tuviste la manía de dejar pistas, de crear atajos; todo era impredecible, abstracto, pero de cierta forma, muy sincero. Sin embargo, y a pesar de tanta transparencia, no me tranquiliza saber lo que ocultas, saber lo que callas; ya no me quedan fuerzas para detener las dagas de tu orgullo, las batallas cada noche, los golpes reacios de tu silencio. Y aunque me cueste confesar esto, ya no considero sacrilegio perderte, ni me mata la idea de no verte nunca más. 
¿Quién eres tú para aplazar mis dudas?, ¿quién soy yo para reclamarte algún dilema? Son pocas y tantas las ganas que tengo de intentar acomodar mi impaciente aprecio, mi incontrolable sentimiento de culpa, mi apego tan cortante y a la vez tan caótico. Recuerdo con nostalgia que solíamos coincidir con las disputas y las quejas, por eso pensaré un poco en ti y en mí para luego olvidar que jamás nos quisimos. 
Aunque nunca vayas a aceptarlo, estuviste en el lado que siempre repudiaste, y eso no me calma ni me alivia, pero tampoco me sorprende. Irónicamente, logramos marcar un principio con vendas y abismos, y en ese inhóspito calvario se encontraba el paraíso que con calma y amor fuimos descubriendo. Y lo mejor de haber tenido los mismos problemas, fue que buscábamos las mismas soluciones. 
El tiempo siempre fue incrédulo cuando se trataba de nosotros, no habían años o siglos en donde no existiéramos. Por eso, no te imaginas lo cruel que ha sido vivir atrapado en cuatro paredes, y sobre todo, en una extensión de tiempo que pasa lento, contigo y sin ti. Ya habíamos vivido una experiencia como esa, no era necesaria otra ronda más. Pero los golpes aún fingían hacer daño, aún dolían en silencio. 
«Extrañarte es el dilema entre huir o quedarme», solía pensar cuando te ibas sin anunciarlo. Pero, y mayormente, preferí mostrar una dudosa desdicha para prolongar, de la mejor manera, un poco más tu vida. Y es que las ausencias no existen si las sentimos cerca, y tú siempre rondabas en cada pensamiento, en cada ingenuo momento de debilidad. 
Siempre tuviste las palabras exactas para cambiar el rumbo del día y hacerlo más emocionante, más intenso. Tu silencio se entendía perfectamente con el mío, por eso mi soledad se había enamorado de ti. Eras insoportable y de cierto modo eso me encantaba. Pero, y como de costumbre, fingíamos la duda, el dolor y la tragedia. Qué idiotez tan pura, tan repetitiva, tan nuestra. 
Pero, y a pesar de todo ello, no podría desconocerte. Aún extraño tu manera tan efusiva de decir las cosas, tan llenas de ti y vacías de mí. Qué fácil fue romper ese motivo, esa idea constante y perturbadora que sólo nos hizo desistir cuando aún había más. Tu desdicha fue cómplice de mi suplicio, fue mi mirada cansada y desviada con la intención de perderme nuevamente contigo. Hasta hoy.
No tolero la idea de no ser libres. Somos esclavos de un entonces que quisiéramos cambiar. Prefiero plantearme la idea de que intentaremos rescatar los restos que dejamos para vernos de nuevo. Finjamos que pensamos en otros, que nos sentimos bien con una nueva compañía. Finjamos que ya nos hemos olvidado. 
Me cuesta aceptarlo, pero tal parece que sólo lo hemos postergado. La emoción sigue ahí, escondida en el rincón de nuestras dudas. Pero, ¿qué es lo que sugiere este cambio tan extremo? Siempre me fascinó tu interés por descifrar muchas de las tantas incógnitas que con el tiempo había planteado. Es verdad, hay muchas cosas que me faltaron decir, pero que constantemente demostré de una u otra manera. Sería arriesgado romper el tratado, aunque a veces pienso que ya lo hemos hecho. Tal vez el problema fue no reaccionar al mismo tiempo, optábamos siempre por el silencio, por las ganas acabadas después de cada desprecio. 
Somos un enigma inexplicable, seducidos por voces que juran y no cumplen... Tenemos lados opuestos dispuestos a revelarse, y si lo vemos desde esa perspectiva, no somos tan distintos como solíamos pensarlo. Me enseñaste a callar los sentimientos, y nos convertimos en dos piedras de un mismo río. Pero, sigues aquí, escondida por el miedo, borrosa por la distancia y callada por el silencio. Sin darme cuenta me encadené a tu misterio, y libré las batallas que me iban a salvar del pecado de perderte. Y hasta que el recuerdo envenenado intente desprendernos, seremos parte de una historia sin un final que nos recompense a cada uno.


Estos son fragmentos de instantes poco oportunos que, quizá, armonicen mejor en un solo texto, pues han sido escritos a lo largo de los años por cada segundo que llegamos a perder la cordura.

viernes, 5 de junio de 2015

Viernes

Fue un viernes de un mes y de un año que nadie recuerda. Nos vimos extraños, con mil preguntas y verdades de por medio. Nadie logró advertirlo. Estábamos tan perdidos en los recuerdos que teníamos en común que nos tomó tiempo decir alguna palabra. Era absurdo saludarnos como si no nos conociéramos, pero lo hicimos tan bien que nadie pudo percatarse que entre nosotros había una atmósfera de nostalgia, la viva presencia del fantasma ingrato de un amor perdido. Nos rodeaba tanta hipocresía, tanta ausencia, tanta injusticia por parte de nosotros. Supimos fingir bien, decir lo justo y necesario para no levantar sospechas del romance que tuvimos.
Mientras las horas pasaban y la gente disfrutaba el ameno encuentro, nos costaba más disimular la verdad entre nosotros. Empecé a recordar las promesas, el último encuentro, los hechos que relataban en silencio una historia atrapada en la discreción de las miradas, en los recuerdos que nos atan y desatan, que nos complican de una manera que ninguno pensó vivir aquel día. Habíamos acordado olvidarnos de todo, dejar atrás lo vivido y continuar así con nuestras vidas. Pero no contábamos con volvernos a ver de esta manera tan inesperada.
Nos mirábamos con cautela, con la intención secreta de hacer notar nuestra presencia. Cada quien con sus amistades, con sus nuevas vidas hechas y derechas, ya casi imposibles de volverse a quebrar, pensábamos con una dudosa certeza. Habías cambiado ese ondulado que tanto adoraba, pero tu esencia era la misma. Tus gestos, tus movimientos tan precisos y delicados, tu manera tan correcta de comportarte, tan digna y poderosa, seguía intacta.
Pero de lejos pude darme cuenta. Seguíamos siendo los mismos de siempre, orgullosos, indiferentes, los que sienten pero optan por el silencio. No nos habíamos dicho ni una palabra desde que nos saludamos, solo nos mirábamos de reojo e ignorábamos por completo. Sin embargo, había algo que nos impulsaba a estar cada vez más cerca. Sin sospechas de nadie, aparentando ninguna molestia, nos vimos otra vez, frente a frente, sin desviar las miradas. Por un momento dejamos de lado el miedo de cometer un error más, y nos arriesgamos sin tanta suspicacia y muy obstinados al respecto. Estuviste allí por horas, y yo allá, en la vida, con las dudas, pensándote todo este tiempo.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Tarde

Una vez más cometí el error de no simpatizar con el tiempo, de no cooperar con él y darle el valor que merecía. No tuve la dicha de coincidir con tus pensamientos, ni de hacerte saber los míos cuando era el momento adecuado. Tarde me di cuenta de los hechos, de las pequeñas cosas que ante los ojos de quien está enamorado, no debían de pasar desapercibidas. Me culpo a diario, aborrezco con el alma el silencio que habitaba en mí. Ahora y sin proponérmelo, estoy expuesto ante ti, a un grado de indiferencia que cala en espacios que no había descubierto. Y maldigo todos esos instantes en donde el corazón y la mente se creían más astutos. 
No advertí que al confesarme a cuenta gotas, a base de metáforas e historias, con cimientos de aforismas y frases de mi memoria, para crear un mundo con letras para nosotros, me encontré solo, con fragmentos de los dos y con una realidad que me repetía lo mismo constantemente: que no era la respuesta. Lo único que provocaba era eso, vivir en un estado de incertidumbre, de declive, con la vaga intención de encontrar algún refugio. ¿Cómo te explico que el tiempo no es motivo para dejar de pensarte? El alma no se cansa ni busca atajos, no sabe de contratos ni de propuestas que le inciten a olvidar. Tengo dudas desde el último día en que te tuve entre mis brazos, de esos momentos que estuve contigo y no lo sabía. 
Te busqué tantas veces para compensar mi silencio, para decirte de nuevo, sin excusas ni pretextos, que te quiero y me basta un abrazo tuyo para ser feliz. Y así lo demuestro, dejando de lado mis pretenciosas ganas de escribir algo nuevo, algo que trascienda y descubra un misterio, porque entendí que lo esencial es ser sincero con las personas que nos hacen sentir especiales. Pero, y de manera contundente y sin piedad, llega como puñal una verdad que aún no logro aceptar: que ya es tarde. 
Me cuesta asimilar que es cierto, que no cumplí con los estándares de tiempo para responderme a mí y a ti, lo que había sentido desde un comienzo. Tarde, como el hombre antes de morir y querer librarse de sus pecados. Los recuerdos no cumplen su parte del trato, me hacen verte en cada sueño, en cada pensamiento y me infunden el miedo de concebir la posibilidad de perderte. Tarde advertí de que sentía algo, tarde culpo a un corazón que creía haberlo vivido todo. ¿Qué fue lo que pasó? Creí haber sido cauteloso, paciente y constante, esta vez mi intención final no era el exilio. 
Vivía buscando la forma correcta de desatar mis palabras contigo, de explicarte, paso a paso, que desde que nos conocimos tuve la fortuna de volver a ser el mismo antes. En mi mundo el tiempo era infinito, sentía que volvía a los orígenes del amor, de las historias que emocionan a uno. Pero ya era tarde para empezar de nuevo, para borrar mi delito y hacerte olvidar las veces que estuve a tu lado en donde fuiste testigo de lo que callaba por dentro. Tarde resolví mis dudas de querer estar únicamente contigo. 
Y sin embargo, entre tanta histeria por el hecho de no poder recuperar el tiempo perdido, sigo aquí, endeudado de palabras, con el aliento a punto de acabarse y la mirada extraviada, con la compañía equivocada para pensarte menos cada día, con voces que creen saber la verdad que hasta hoy no dije: que aún conservo el recuerdo de tus besos, de tus ojos clavados a los míos en el momento cúspide en donde inició toda esta historia que aún quiero seguir escribiendo, a pesar de saber, con total lucidez, que ya es tarde.